25 años sin Lola Flores

La Lola nos llevó al huerto…

por Oscar Sánchez Vadillo

¿Sabes por qué yo estoy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera.

Lola Flores

Veo hoy en algunos periódicos (los que no me cobran por suscribirme, que tengo los pocos caudales confinados en el banco y sólo salen a partir de las ocho de la noche) que se celebra, si es que estas cosas se pueden celebrar, el veinticinco aniversario de la muerte de Lola Flores. Precisamente ayer la estaba viendo echarse un baile con Paco Rabal en la serie Juncal, una verdadera joya de la televisión española de los 80 que podéis veros entera estos días de encierro . Apenas decía ni palabra antes de bailar, únicamente comía en un patio emparrado de Sevilla, pero le brillaban los ojillos de ferocidad tigresa. Esa mujer fue increible, como dicen los americanos de las películas, yo tengo una foto suya en el archivo de mis imágenes favoritas y familiares para acordarme de que existe, existió, o como se conjugue. Hizo lo que le dio la real gana, vivió como pudo y como quiso, soltó todo lo que le apeteció soltar, y fue, sin duda, un genio natural, un cerebro capaz de tallar frases tan buenas como las de Churchill, pero entre cante y cante y baile y baile. Sabía perfectamente que tenía a los españolitos en el bolsillo, y por eso se permitía libertades insólitas en su tiempo, nunca pasándose demasiado, no vaya a ser que perdiera su estatus de símbolo patriótico. Era un artista, también, de eso, de caminar por el delgado filo de lo franquistamente correcto sin meter la pata pero tampoco resultar engullida en su personaje mediático. Y no era únicamente habilidad social, puesto que a sus hijos los tenía igual de subyugados, con su poderío, su energía y su gracia, para lo cual no sólo hay que valer, sino que además hay que ser una persona real, única.

Pacumbral le dedicó un libro, todo un libro sólo para ella, Lola Flores, sociología de la petenera, en 1971, que yo no he leído pero del que he hallado este extracto mal leído: Paco tenía un fino olfato para el medro social, y se movía en el mismo agudísimo filo de popularidad/”yo-soy-esa” que Lola, así que enseguida se dio cuenta de que había que arrimarse a esa estrella, a ver si le iluminaba con su brillo. A mi me da un poco igual lo de la saga familiar de Lola, me caen todos bien pero me parece que son conscientes de que son lo que son por la matriarca, por la yaya, y que ese talento bestial no necesariamente se hereda. Pero lo que me parece otro golpe de genio fue lo que hizo con su hijo Antonio para disuadirle del caballo, eso de “cada vez que te pinches tú me pincho yo”. Os juro que cada vez que me imagino a mis hijos en la adolescencia -soy un padre miedoso, gallina/clueco- metiéndose cosas, recuerdo la actitud leonina de Lola. Le salió el tiro por la culata, a Lola, y todavía debe estar en el Otro Mundo pegándole collejas al Antoñito, por débil de carácter. Y es que ocurre eso, inevitablemente: tienes en la familia un personaje como ese, una fiera de la vida como esa, y da igual lo mucho que te quiera y se muestre doméstica y afectuosa contigo, sabes que su presencia te absorbe, y que nunca serás otra cosa que el hijo o el marido de. Los genios no deberían tener hijos, ni maridos, ni managers, ni fans, si me apuráis, pero lo extraño de Lola no es que tuviera tres, sino que no tuviera cien, como Marlon Brando. Si Lola hubiera sido un hombre la cosa ya no tendría el mismo encanto, hay que reconocerlo, pero habría dejado preñada a media España (eso sin contar sus escarceos en la Isla de Lesbos, que también nos contó a todos en confidencia a gritos, así como sus ocios con las droguitas joviales….)

Desde luego, a Lola no se la podía pedir que estuviera a disgusto con la dictadura. Es cierto que el régimen franquista sólo podía dejar cierto espacio a alguien de la etnia gitana si era para dar el espectáculo racial, no para dirigir el INI. Es como cuando los negros en EEUU cantaban, bailaban y metían canastas, pero allí se acabó su licencia. Lola ocupaba ese espacio casi en exclusiva, pero lo llenaba de arte. El Arte puede ser una cosa que llena las salas del MOMA, pero es mucho mejor cuando es algo que sale de un individuo real y resplandece en las fiestas. Es, así, arte orgánico, que termina por desgastarse y morir, como diría Miquel Barceló. Lola Flores era la artista orgánica del franquismo, qué duda cabe (y por decirlo parafraseando la expresión de Gramsci), pero por derecho propio. El brillo de los ojos no se opera, y es estupendo que existan los archivos de televisión para custodiarlo, veinticinco años después, para que se vea que la Esteban, en comparación, ni baila ni canta ni vive ni habla: pueden perdérsela tranquilamente…

Lola Flores entre Zambra y Zarzamora

por José Rivero Serrano

Frente al álbum de tópicos de Paco Umbral sobre Lola Flores (Dolores Flores Ruiz, Jerez de la Frontera 1923-Madrid 1995) en su trabajo Lola Flores, sociología de la petenera–que no es ni sociología ni petenera–, me quedo con otra imagen escueta y marmórea. Imagen escueta y sentimental, no como la pieza escultórica levantada en su Jerez natal, a caballo del fulgor erótico, cual Susana Estrada de bronce, en una mostración del afán de inventarse y reinventarse de toda la mitología sentimental de la Faraona –invento de 1952, del dueño de la mexicana Sala Capri–, en un viaje escueto desde el Teatro Villamarta jerezano– haciendo pruebas para la película Martingala de Fernando Mignoni– al Teatro Calderón de Madrid, con su último espectáculo de Quintero, León y Quiroga, ya en 1966.
Me ratifico de nuevo que entre el umbraliano Museo nacional del mal gusto (1974) –que puede ser leído como un manual de sociología o como un breviario de diseño torpe hispano, nada que ver con las Señas de hispanidad de Capella y Larrea– omite con agudeza la presencia de Flores entre los apartados de Las exóticas y La revista. Cuando bien a las claras Flores habría entrado de rondón y a la perfección en el apartado específico de Las folclóricas. Una categoría no se si problemática, estética o estilística, de pleno derecho para la repetida Lola Flores y sus comadres que citamos abajo. Y es que Umbral, casi acertaba tanto como se equivocaba en cuestión de criterios estético-sociales.

Lola Flores y Manolo Caracol

Muy otra es la lectura de Vázquez Montalbán en su impagable Crónica sentimental de España, donde detecta cómo Flores –Lola de España, cita Vázquez Montalbán y no la Merimée, como ocurriera con la otra, con la Carmen que se quería española– había migrado, no de Jerez a Madrid, con una parada explosiva e insólita en 1960 en el Olimpia parisino, como si fuera una disidente y opositora del régimen de Franco, que tanto la benefició– sino de cierto sentido de la copla reverencial, heredada de Castro y Piquer, a un magma aflamencado, racial y patriotero. Nada que ver con las hondas penas negras del flamenco pesaroso, por más que Carlos Saura la convocara en 1992 –casi como un homenaje póstumo– en la película Sevillanas, junto a Camarón de la Isla y Rocío Jurado. Por ello la afirmación de New York Times: “Una artista española, que no canta ni baila, pero no se la pierdan”.

con Kirk Douglas

Crónica sentimental de España, la de Vázquez Montalbán que publicara en entregas en la revista Triunfo a lo largo del verano de 1970 y que luego Lumen acertó en recuperar como libro en la colección de nombre casi machadiano Palabra e imagen. Donde hay un fotomontaje de Lola de España en el centro del balcón presidencial con peineta y mantilla de encaje blanco o de guipur–parecida a la pieza con que fue amortajada en si catafalco fúnebre en 1995–, flanqueada por Carmen Sevilla y por Paquita Rico, –procedente la pieza de la película El balcón de la luna de Luís Saslavsky (1962), que no es la Luna lunera de García Lorca, por más cielos que se estrellen– para componer una presidencia afectivo-sentimental, sobre una hipotética corrida de toros: lidia Manolete en un pase de castigo a un toro invisible, pero que está ahí, y merece esa faena de luna y sueño. Un toro que debe ser una metáfora del Toro de España –que cantara Salvador Espriu en la Pell de brau– o una aproximación al Toro de Osborne. Pero que resume a la perfección parte de la mitología sentimental de una modernidad renqueante, que nos adoctrinó desde la melancolía de lo imposible a las honduras de lo racial.

Otra cosa será saber quien o quienes ocupan hoy el cetro y el trono de esos valores propedéuticos y propagandísticos del serial sentimental-moderno. Adivinen. Hay una línea invisible que viaja desde Alaska a Rosalía, con alguna parada intermedia en Rosa o en Chenoa. Sigan adivinando.

Ava y Lola

Ceremonia: Serrat y Lola Flores aquel día

por Ramón González Correales

Ella había pertenecido al tiempo de la postguerra y era un icono de la España racial y con falda de faralaes que quería venderse como la oficial en aquel tiempo. Él representaba la rebeldía de los sesenta, el país nuevo que estaba surgiendo y que pretendía otra estética y otra sentimentalidad. Eran dos estilos confrontados porque significaban mundos distintos y en aquellos momentos hasta cierto punto antagónicos. Lola había sobrevivido en el franquismo aceptando ser una de sus musas (ya sabéis aquello que escribió Pemán,“abanico de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores”), pero también se sabía que era una mujer temperamental, de un erotismo  profundo, que no se ajustaba del todo a la imagen que se pretendía para las mujeres en aquel tiempo.

Serrat era un referente para la juventud que se oponía al franquismo, cantaba en catalán aunque no le importaba hacerlo en castellano, estaba politizado pero a diferencia de otros no era esto lo más importante de sus canciones, que hablaban sobre todo de sentimientos y de historias interiores. En los setenta quizá los seguidores de ambos estaban muy distanciados pero unos y otros no tenían más remedio que escuchar mutuamente sus canciones que estaban simultáneamente en el aire, porque eran las “canciones de la radio”. “Mediterráneo” probablemente no solo era tarareada por jóvenes barbudos y quizá las madres de muchos de ellos les habían cantado en su infancia alguna canción de Lola (…”qué tiene la zarzamora“) que, por tanto, también les pertenecían porque los había impregnado en la infancia.

Ahora que corren tiempos crispados, donde ha cambiado el aire social, conviene sentir, casi tocar, el auténtico espíritu que se creó en los años de la transición viendo este vídeo. Serrat canta “Pena, penita, pena” y le dice a Lola lo que la copla había significado para él y por tanto para mucha gente de su generación, aunque hubieran tenido que disimularlo en los tiempos duros. La respuesta de Lola está en la emoción que se pinta en su cara, como si expresara una simpatía que hasta entonces no hubiera podido mostrar del todo. Entonces no había muchas cadenas de televisión y esta ceremonia la debió ver mucha gente y probablemente disolvió algunas incomprensiones, porque contiene algo mágico que permite una conexión sentimental entre generaciones. Algo que no sucede explícitamente muy a menudo y que es un placer contemplar directamente, casi con mimo: como se mira un buen sueño del pasado.

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