Little Richard, bailándole a Dios y al Diablo…

Pues yo sí sabía que Little Richard seguía vivo, como sé que todavía habita el Movimiento, como lo llamaba Faulkner, Jerry Lee Lewis. Sólo podía quedar uno, y ha sido Lewis, tras el ingreso en las sombras de Chuck Berry hace unos años, y, bueno, yo no soy quién para juzgar, la Parca es muy suya, pero prefiero a Little Richard. Esos chillidos de gay arquetípico de los cincuentas, que entonces eran de mariquita/maricón pero que son ya argamasa de rocanrol, esos peinados empinados que corregían el afro, ese par de narices para componer canciones tan cañeras que todos los Don Draper de la época te perdonarían hasta el que fueses comunista, y esa vida de loca que le llevó a fugarse de casa a los trece años, casarse con la primera apetecible, hacer menearse a lo bestia a toda la industria musical y luego arrepentirse de todo y hacerse cura/trans… Dicen comparaciones son odiosas, pero siempre lo he admirado más que el menorerismo, el rubio caucásico y la afición a la botella de Jerry Lee, sin duda un gigante. Si hubiera un Monte Rushmore del Rock´n´Roll, y debería haberlo, los Padres Fundadores de la Tierra Prometida de la Verdadera Felicidad serían dos blancos y dos negros, los primeros a rebufo de los segundos: Jerry Lee Lewis, Elvis Presley, Chuck Berry y Little Richard. A renglón seguido, los británicos se pusieron a imitarles y entonces los alumnos superaron con creces a los maestros, pero eso no se puede decir en cualquier parte. Salvo a Little Richard, porque a este, hoy historia, no le superó nadie, y el propio Lennon versioneó temas suyos en Rock´n´Roll, aquel álbum donde homenajeaba a sus influencias por gratitud y también porque no se le ocurría nada suyo. ¿Quién puede superar Tutti Frutti? Es absolutamente imposible, ese ritmo es el que tiene Dios en su mente inabarcable cuando se levanta descansado y no ve ninguna guerra entre humanos o extinción de especie animal en lontananza. ¿Quién puede concebir Lucille, con esos pómulos brillantes, esos ojos de Rocky Horror Show y esa voz de “esta noche podría durar eternamente”? Nadie, ese chillido es el que profiere el Diablo cuanto ha encauzado las cosas para que tenga lugar otra guerra entre humanos o para que caíga al olvido otra especie natural…

Dios y Diablo, ritmo frenético y chillido histérico, eso era el rocanrol, y la mitad del rocanrol se lo sacó del animula vagula blandula el chiflado de Little Richard. La otra mitad fue, ya lo he dicho, Chuck Berry, y después los blanquitos que vinieron detrás de ellos a robarles el rollo pero haciéndoles genuflexiones. Parece que “Rock´n´roll” significaba originalmente lo mismo que “jazz”, es decir, el acto sexual. Y eso es lo que aporta la música del s. XX frente a la profunda y compleja tradición musical de Occidente. Vivaldi le canta a las estaciones, Bach al Dios luterano, Beethoven al Hombre de Schiller, Mahler quién sabe -a la Muerte, a la Naturaleza Schellingiana, al Espíritu hecho sensible o lo que sea-, pero Little Richard y Chuck Berry le hacían la rosca al sexo, que es infinitamente más humilde pero mucho más tangible. No al sexo de Freud, lastrado de direcciones equivocadas y culpabilidades familiares, ni al sexo de las pin-up de la posguerra mundial, tan muñecoides como inalcanzables, sino al sexo tonto, fácil, sin más trascendencia que un bombo seguro, ese que un hombre de color puede conseguir una noche de fiesta religiosa entre los suyos camelando a una chica y escondiéndose en el pajar. Yo creo que el rocanrol empezó así, con gente negra que razonó de esta manera: la música de cámara está bien para los amitos blancos, todos sentaditos mientras nosotros esperamos con la bandeja del canapé a que termine el concierto; pero nosotros, que a duras penas sabemos escribir, lo que queremos es divertirnos, bailar y, si las circunstancias son propicias, fornicar. Lo mismo, pues, que cientos de miles de pequeñas culturas locales indígenas o primitivas arrasadas por los pragmáticos a la par que elevados intereses del hombre blanco. Claro que el blanco pobre, u ordinario, también quería pasarlo bien y acabar la noche felizmente, pero para eso sólo tenía las bandas de Swing, muy buenas pero muy atildadas todas ellas. Glenn Miller, Duke Ellington… eran muy grandes, pero no se pueden comparar con este estallido animal, esta invitación a la euforia:

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