La pasión de Gesualdo Bufalino, maldito meridional mujeriego…

I can make love to you, woman

In five minutes time

 Muddy Waters Mannish boy,

(Dicen que no se debe empezar una frase con un No, y menos si es la primera palabra de un texto, y no entiendo bien por qué. ¿Es que supone irritar o disuadir al lector ya desde la apertura? ¿Un monje copista jamás hubiera iluminado un “No”? Me suena a consejo comercial americano, de esos que venden que han encontrado la fórmula infalible para gustar al público, triunfar, y nadar en dinero. Y no es que yo reniegue de todo eso, es que creo que para que un “Sí” sea creíble, tiene que emerger de una potencia magmática de “Noes”. Así es como funciona, sobre todo, el amor, nadie se enamora de alguien que a todo dice “sí”, por muy bello o bella que sea. De modo que arranco con un “No”, a ver qué pasa…)

No he leído la Perorata del apestado, de Gesualdo Bufalino, pero ha sido simplemente porque no ha caído todavía en mis manos. Si alguien tiene la amabilidad de regalármelo, le haré los honores. Hace dos o tres veranos, sin embargo, leí Argos el ciego (o bien, los sueños de la memoria), que es de 1984, y lo disfruté mucho. Casi diría que acerté empezando con este, porque Perorata… parece ser más lúgubre, más como el monólogo del hombre que ha caído a un pozo y tras gritar auxilio se resigna y piensa en su vida. Argos, en cambio, que son los recuerdos del propio Bufalino pergeñados en un hotel de Roma acerca de su juventud de golfo torpe a los treinta años en el sur de Sicilia, es mucho más alegre, solar y sensual. De hecho, la metáfora de la luz es recurrente en este libro, y digo metáfora porque la utiliza como tal y porque Bufalino se estaba quedando ciego cuando escribía estas memorias de un profesor de instituto meridional y mujeriego. Pero la luz no es sólo metáfora, la luz es poderosamente real en el sur de Europa, y la Luz es la divinidad más arcaica y más efectiva a la que el hombre puede adorar. Nadie es tan completamente ateo que no crea en la Luz, porque en la Luz no hay que creer, está, y está en tanto promesa de durar eternamente. Cuando Lord Byron quiso amargar la vida a sus contemporáneos y ser más romántico y más malo que la tiña, compuso el poema más terrible de la lírica occidental, Darkness, cuyo inicio dice que lo que vas a leer no es un sueño, y cuyo último verso dice que la oscuridad total reinará finalmente, y ella será, se identificará, con el Universo/Todo… Realmente, no se puede ser más canalla, estéticamente, que es lo que Byron pretendía (él inventó ese habilísimo truco de gustar no-gustando, esa paradoja tan alambicada y referencial de masculinidad que ha triunfado desde entonces sobre todo entre las estrellas del rock, desde el Bob Dylan eléctrico en adelante) y, sin embargo, esa misma visión pavorosa y satánica es la que nos brindan como si nada, tranquilamente, los astrofísicos actuales so capa de objetividad científica…

Vincenzo Consolo, Leonardo Sciascia y Gesualdo Bufalino

Pero finjamos ahora que la ciencia no tiene razón, sino tan sólo razones. Finjamos, como escribe el propio Bufalino, que Ya que no sólo es hermoso vivir la vida. Es casi tan hermoso fingir y mentirse vivirla. Finjamos que la Luz es efectivamente Eterna y Divina aunque los individuos mueran, y que la Luz se prodiga en el Sur, y que las pobres gentes del Norte nos envidian inconscientemente porque no se puede comprar con dinero (excepto los germánicos honestos con su propia pena: Goethe enmendándole la plana a Newton en la teoría del color, Nietzsche soltando truenos contra su brumosa patria desde Turín, Joyce, que sin Italia quizá no hubiera sido capaz de pasar de Dubliners a Ulysses…) Entonces Argos es el libro, el modesto libro, del Amor a las Mujeres como una emanación de la Luz y del Calor, casi como la Vita Nuova de Dante. Bufalino es un mujeriego -“mujerciego” decía el Gran Wyoming hace años, que viene muy al caso ahora- no en el sentido de que le gusten todas, que también, sino en el sentido de que no puede estar sin ellas. Hay muchos hombres heterosexuales así, y, aunque viven en una constante ansiedad entre conquista y conquista, son bastante felices a su manera. Realmente, no necesitan nada más: algo de comer, un techo y un cuerpo de mujer. Es cierto que nunca serán feministas de corazón, porque lo que digan las mujeres -eso que aquí llamamos con desprecio “pagafantas”, y que en alemán se dice Frauverstehen, “comprendemujeres”- les importa menos que lo que son las mujeres para ellos. El propio Bufalino, que fue un enamoradizo patológico y no con mucho éxito que digamos, fue también poliamoroso, como decimos hoy: En mi ancho corazón había entrado y se había sentado (había sitio junto a María Venera, había sitio para otras cien)… -y María Venera era ya pasado entonces, añado… Poliamoroso a la manera de un Don Juan con corazón, que las ama a todas pero no se queda con ninguna, porque es un caradura disimulado, un lobo con piel de cordero, o simplemente porque es consciente de la artificialidad del amor, compartiendo con Stendhal, otro meridional mujeriego sin demasiado éxito, la postura de que el amor no está en el objeto amado, sino en los ojos del que lo mira (“teoría de la cristalización”, a la que contestó enérgica pero algo amaneradamente Don José Ortega y Gasset): Hasta tal punto -lo digo ahora con la sensatez del viejo- sentía entonces mucha mayor necesidad de un teatro de amor que de una sustancia de amor…

Sciancia y Bufalino

Bufalino treintañero sufre, goza, hace poesía en prosa –aquella nariz tan perfectamente afilada, los labios que parecían hacer el amor entre sí…-,y si fuera posible la a-mortalidad (o sea, no envejecer, pero poder morir por otras causas), da la sensación de que él podría jugar a ese juego eternamente… ¿Y quién no, bajo el Imperio de la Luz? El pobre Nietzsche se equivocó de vida, y conforme se hacía mayor lo comprendía mejor. No había que hacer filosofía elevada, siempre alemana lo quieras o no, te rebeles o no contra ella en los términos más ditirámbicos que encuentres, había que haberse ido a Italia, gozar todo lo que se pudiera del amor (1), pasar después por una tuberculosis espantosa en Palermo, sobrevivir y contarlo medio moribundo en unas páginas que no cambiarán la vida de nadie, pero que quizá la iluminen un rato. Esto sí es una tragedia del Sur que merece la pena de ser vivida, y no el trasfondo nacionalista y patético de la música de Wagner. De ahí que Bufalino (tenéis el libro aquí , y basta con leer el párrafo introductorio para morder el anzuelo) escribiera cosas harto más comprensivas para con la fragilidad y el esplendor de la humanidad que Nietzsche:

A quién no absolvería en la tierra, a qué Judas o Caín, si somos todos tan miserables, inermes, enamorados de nosotros mismos bajo la luz, tan colgados y próximos a caer (dentro de un año, dentro de un minuto…) de nuestra cornisa de luz a la oscuridad! ¡A decir verdad morir, tener que morir, redime de cualquier culpa, y no hay nadie entre los vivos, ni siquiera el más inocente, al que a la postre se le condone la pena capital!

En el epílogo de El anticristo, prácticamente la última obra cerrada y articulada de Nietzsche, el filósofo lanza sus últimas maldiciones al cristianismo también por haber emponzoñado el sexo, el acto reproductivo. No lo tengo a mano, y en Internet mutilan esa parte, pero es un párrafo brillante y liberador. Bufalino, en realidad, nunca necesitó de tales estímulos intelectuales. Ya le estimula la Luz, la Belleza, el Sur pobre pero querido por los dioses, sus propios deseos de seductor Mañara, de Bradomín timorato pero decidido (2), pues recibió, como Machado, la flecha que le asignó Cupido, y amó cuanto ellas puedan tener de hospitalario…. Lo siguiente no lo profiere él, sino un amigo suyo en sus recuerdos, de  cuyo nombre no puedo acordarme, y desde luego que resulta machista y explotador a nuestra sensibilidad actual, pero algo como eso formó parte, sin duda, de la felicidad moza y garrula de nuestros antepasados varones más humildes: Hermosos tiempos, cuando para ir a un burdel paseaba por el campo en bicicleta, pedaleando debajo de la luna. Después, comía lo melones en el muro de la carretera, orinaba contra la pared de la casa de los peones camineros. Era hermosa, la juventud. O, más explícitamente, y evocando un encuentro en el puente de la cuidad, al caer la noche, un aquí te pillo/aquí te mato: Y me introduje como una viborilla cálida en su interior, gemí amor, lloví amor dentro de ella. No abrió los ojos, no se movió, quiso confundirme con un sueño y lo consiguió.

Otros autores italianos, quizá más grandes, pero también más circunspectos, han sido menos afortunados. Césare Pavese, por ejemplo, que era piamontés como Alessandro Baricco (mi amigo Stefano, a quien debemos la selección musical que acompaña estas letras, me dice que los piamonteses tienen mucho arraigo a su tierra, y Baricco escribe que la mezcla temperamental piamontesa es mortal de necesidad: “nos mostramos torpes en presencia de la felicidad y dignos en la adversidad”; me declaro piamontés ya mismo), acabó con su vida en 1950, a la temprana edad de 41 años, por varios motivos al tiempo, y por ninguno a la vez, si hay que creer a Natalia Ginzburg (3). Primero, porque siempre había jugado con la idea del suicidio, desde los quince años (hay gente que es así, lamentablemente, que nace tentada por ello, he conocido casos…) Segundo, y esto es una impresión mía, por exceso de celo literario –los ensayos sobre preceptiva poética que acompañan Lavorare stanca, que es una maravilla, son propios de un fanático de la autoexigencia; creo que en la narrativa se movía con más soltura y relajo, véase Ciau Masino o El bello verano. Y, tercero, por puro desamor, por ese mismo no poderse pasar sin la cercanía de las mujeres que es omnipresente, y señaladamente erótico para su tiempo, en toda su obra (4). Pavese era a menudo más melancólico y menos práctico que Bufalino, seguramente por más monógamo y mejor escritor, pero nos dejó composiciones como esta, que parecen apelar a nuestro Argos viejo y ciego…

Vino triste, segunda versión

Lo difícil es sentarse sin hacerse notar.
Lo demás viene por sí mismo. Tres tragos
y regresan las ganas de pensarlo a solas.
Se abre un fondo de zumbidos distantes,
toda cosa se pierde y resulta un milagro
haber nacido y mirar el vaso. El trabajo
(el hombre solo no puede no pensar en el trabajo)
vuelve a ser el antiguo destino de que es bellosufrir
para poder pensarlo. Después, los ojos miran
al vacío, dolientes, como agujeros ciegos.
Si este hombre se levanta y va a dormir a sucasa,
parece un ciego que perdió el camino.
Cualquiera puede salir de una esquina y molerlo a golpes.
Puede surgir una mujer y tenderse en la calle,
joven y hermosa, bajo otro hombre, gimiendo
como en otro tiempo una mujer gemía con él.
Pero este hombre no mira. Se va a su casa adormir
y la vida no es más que un zumbido de silencio.
Desvestido, este hombre mostraría miembrosextenuados
y una cabellera brutal, alborotada. ¿Quién diría
que a este hombre lo recorren tibias venas
donde un tiempo la vida quemaba? Ninguno
creería que en otros tiempos una mujer acarició
ese cuerpo y lo besó, ese cuerpo tembloroso, 
empapado de lágrimas, ahora que el hombre,
en su casa, intenta dormir sin lograrlo y gime.

Por la Luz de la bella Italia, porque es jodidamente real y no literaria o fingida, y por los ahora castigados italianos (e italianas), que la contemplan con admiración y temor desde la ventana…

(1) Nietzsche, después de contraer la sífilis en los antros de perdición de la guerra francoprusiana, fue tristemente célibe el resto de su vida, muy a su pesar. No obstante, le encantaba pasear por los tenderetes de los mercaderes sencillos, a los pies de los Alpes, esos a los que Zaratustra desprecia ferozmente como a borregos, y echar el parrafito con las señoras, dejando caer alguna gentileza. Por carta a un amigo se disculpaba alegando que “había que ser filósofo hasta para eso”…  

(2) Que, por cierto, Valle Inclán, en 1903, le hace nada parco ni alicortado, al menos para la imaginación, la curiosidad y el deseo por ambos sexos, en el siguiente sorprendente párrafo de Sonata de otoño, memorias del marqués de Bradomín:

Leyendo a ese amable Petronio, he suspirado más de una vez lamentando que los siglos hayan hecho un pecado desconocido de las divinas fiestas voluptuosas. Hoy, solamente en el sagrado misterio vagan las sombras de algunos escogidos que hacen renacer el tiempo antiguo de griegos y romanos, cuando los efebos coronados de rosas sacrificaban en los altares de Afrodita. ¡Felices y aborrecidas sombras: Me llaman y no puedo seguirlas! Aquel bello pecado, regalo de los dioses y tentación de los poetas, es para mí un fruto hermético. El cielo, siempre enemigo, dispuso que sólo las rosas de Venus floreciesen en mi alma y, a medida que envejezco, eso me desconsuela más. Presiento que debe ser grato, cuando la vida declina, poder penetrar en el jardín de los amores perversos. A mí, desgraciadamente, ni aun me queda la esperanza. Sobre mi alma ha pasado el aliento de Satanás encendiendo todos los pecados: Sobre mi alma ha pasado el suspiro del Arcángel encendiendo todas las Virtudes. He padecido todos los dolores, he gustado todas la alegrías: He apagado mi sed en todos los caminos: Un tiempo fui amado de las mujeres, sus voces me eran familiares: Sólo dos cosas han permanecido siempre arcanas para mí: El amor de los efebos y la música de ese teutón llamado Wagner.        

(3)Traducido por Stéfano, de la misma sobre el mismo: “también miró más allá de su vida, hacia nuestros días futuros, observó cómo las personas se comportarían con sus libros y su memoria. Miraba más allá de la muerte, al igual que aquellos que aman la vida y no saben cómo separarse ella, y por eso entretanto piensan en la muerte, puesto que se imaginan no la muerte, sino la vida…” Los ensayos de Pavese sobre literatura de su tiempo son excelentes y están publicados en castellano.

(4) Pero no es asunto nuestro. Él escribió antes de morir: “Perdono a todos y a todos pido perdón. No chismorreen demasiado”

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Vielen Dank. A mi me lo contó un berlinés llamado Dieter en un bar de Madrid, mientras se quejaba, en tono de broma, del ridículo tamaño de nuestras cañas nacionales… (también significa lo mismo, por lo visto, Schattenparker, “el que aparca en la sombra”, mi amigo tampoco sabía por qué).

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