El punk mató al rock progresivo”. Es lo primero que se escucha cuando comienza a estudiarse la Historia musical de nuestra era y se llega al capítulo “Segunda mitad de los años 70”. Esta afirmación tan sobada, como tantas otras de su clase, deja de ser verdad a poco que se hayan superado los conocimientos básicos y se tenga algo de bagaje. Lo que sí es cierto es que el cambio de paradigma cultural donde el punk cristalizó como mejor exponente, arrinconó al rock progresivo y lo condenó para los restos a militar en la segunda o tercera liga de la cultura, cuando no más abajo, dejándole colgada la etiqueta de elitista, autocomplaciente, y para colmo, friki. Lo que no impidió que los grupos de neoprog proliferaran como setas. De todas formas, nadie con un mínimo de aprecio por la diversidad estilística y que sepa dar a cada cosa su valor debería seguir defendiendo esa etiqueta a día de hoy.
El caso es que hubo un tiempo donde el público se moría por escuchar discos cada vez más retorcidos y complejos, dando quizá demasiadas alas a unos creadores que no tardaron en alumbrar mamotretos tan pesados que la cosa no tardó en desmoronarse. Y de ahí surgieron el punk y la new wave para reivindicarse como la necesaria vuelta a lo directo, lo básico, lo instintivo. Aunque la cosa duró dos telediarios porque poco después esos mismos grupos responsables del cambio se lanzaron a probar cosas más ambiciosas y, ejem, más complejas.
Lo más curioso de todo este fenómeno es que la vieja guardia del progresivo de los 70, formada por músicos de un talento y una técnica excepcionales, no supo adaptarse y durante la década de los 80 fueron pereciendo uno a uno, perdidos en álbumes de pop y AOR insustancial o sepultados por su incapacidad para manejar los sintetizadores sin resultar ridículos. Salvo en el caso de Genesis, las ventas fueron también cayendo en picado. Sin embargo, hubo un grupo que sí supo hacer la transición, y además de forma brillante.
King Crimson, comandada desde siempre por Robert Fripp y con una formación cambiante prácticamente en cada disco, no agonizó como las demás bandas de su clase porque ya estaba muerta en 1974. Desde la disolución, Fripp tuvo mucho tiempo para empaparse de las corrientes innovadoras que ya se desarrollaban fuera de la esfera del progresivo, y siete años más tarde estaba listo para montar un nuevo grupo, para el que recuperó a su antiguo compañero baterista Bill Bruford y reclutó a dos potentes músicos de apoyo: Adrian Belew, para la segunda guitarra y la voz principal; y Tony Levin para el bajo. Discipline era el nombre de la criatura. Mientras grababan el que sería su primer álbum, Fripp supo que lo que realmente estaba haciendo era resucitar su auténtica marca, y para cuando finalizaron las sesiones, Discipline era oficialmente el regreso de King Crimson. Y qué regreso.
Ya desde el mismo inicio de Elephant Talk se despliegan todas las coordenadas sonoras del renovado proyecto, recogiendo el testigo del inmenso abanico que abrió un año antes el Remain in Light de los Talking Heads (con quienes había colaborado directamente Adrian Belew): estructuras repetitivas de percusión de base tribal, líneas de bajo funk, adornado todo por extrañas florituras vocales y de guitarra que superpuestas en varias capas terminan por armar un conglomerado tan esquivo como absorbente, y desde luego, radicalmente distinto a lo que hacían por entonces las bandas de progresivo, o lo que quedaba de ellas.
Si le sumamos además la sobrada inteligencia musical de Fripp y su férrea actitud para no caer en ningún esquematismo comercial y mantener su propuesta siempre desafiante y vanguardista, se entiende que el disco volara por encima de sus contemporáneos y hoy se considere el mejor de 1981.
Y es que contiene algo parecido a un single (la espléndida Frame by Frame) y algo parecido a una balada (la delicada Matte Kudasai), pero también dos puñetazos de rock duro del más exigente, uno desquiciado y brutal (Indiscipline), y en oposición otro absolutamente cuadriculado (llamado consecuentemente Discipline), además de una magnífica pieza atmosférica (The Sheltering Sky) y la explosión de ritmo y color de Thela Hun Ginjeet. Una verdadera joya de disco.
Un año después, King Crimson tenía lista una continuación para su nueva vida, y al contrario que en los 70, donde variaba notablemente el carácter de cada disco respecto al anterior pero no el estilo, aquí mantuvieron ambos. Por mantener, hasta permanecieron al mando los mismos músicos. Pero Beat no es para nada una copia de Discipline sino un complemento. Menos sorprendente porque se mueve conscientemente en un registro más reposado, pero igualmente elaborado y satisfactorio.
Lo inician Neal and Jack and me y Heartbeat, más próximas en espíritu a lo radiable y pop pero sin caer nunca en su terreno. Les sigue Sartori in Tangier, instrumental rítmico y envolvente que gracias a la cuidadísima producción todavía suena fresco, y cierra la cara A Waiting Man, otro tema árido y cubista en sintonía con la propuesta general. Entonces llega la cara B y empieza el delirio, con canciones con un alto nivel de abstracción y deconstrucción que tanto cuando son enérgicas (Neurotica, The Howler), como calmadas (Two Hands, gran parte de Requiem) resultan siempre difíciles pero inapelables, puramente crimsonianas.
Y para cerrar el círculo, en 1984 llegaría Three of a perfect pair, ya desde su mismo título un broche para este periodo, y que al igual que Beat, reparte el material más directo en su cara A (esta vez con canciones mucho más melódicas y amables pero todas realmente estupendas, tanto la titular como Model Man y la dupla Sleepless y Man with an open heart), pero cuando se cierra con la muy plástica Nuages regresa a lo oscuro y retador. Y la cara B eleva la apuesta en los paisajes sórdidos y desolados de Industry, Dig me y No warning. Como colofón, una mirada retrospectiva y un guiño a una de las piezas más celebradas de los primeros King Crimson, Larks Tongues in Aspic, aquí con una tercera parte que conocería aún más secuelas ya en los 90, pero cuyo tono quedaba bastante encaminado para lo que sería el futuro de la banda. Aunque eso tardaría unos cuantos años en llegar, ya que tras Three of a perfect pair Fripp disolvía de nuevo la formación y no saldría otra vez a flote hasta 1994.
Discipline, con su portada roja y su símbolo tribal; Beat, con la suya azul con una corchea; y Three of a perfect pair en amarillo con su monumento megalítico, quedaron así como tres hermanos indisolubles que demostraron que los desafíos (y recompensas) que proponía el rock progresivo de los 70 sí podían encontrar un hueco en la década que los siguió si se planteaban de la manera correcta. Obviamente, ninguno de estos tres discos es tan famoso como sus descomunales primeras obras, y para cuando se hicieron King Crimson ya era una banda de culto con una audiencia más bien específica y no demasiada atención mediática, pero eso da igual, porque consiguieron ganarle el pulso a su época para permanecer en lo inmortal.
Puedo comprender lo de cubista, pero me pregunto por qué árido… Escucharé todo.