La Trilogía de Corfú y la Vida como Cornucopia

Para Juan Manuel Serrano, por su cumple. 

 If we winter this one out / 

we can summer anywhere

Seamus Heaney 

A fines del s. XVIII, Novalis conjeturaba que el Paraíso, si alguna vez existió, no pudo ser destruido completamente por la Ira de Dios tras el pecado original. Sería como si, digamos, pudiese ser borrada con lejía numinosa una mancha abyecta sobre el tapiz de la tierra. No, según el poeta y filósofo (algo así como el John Keats alemán, dado que fueron coetáneos y que vivió muy poco tiempo más que aquel), el Paraíso era también una arquitectura sutil, delicada y preciosa, y a lo más que se atrevió Dios fue a hacerla pedacitos como a una figurita de cristal y a desperdigar por el planeta los fragmentos, de manera que todavía pueden encontrarse por aquí y por allá esquirlas del jardín primigenio. Detectarlas en mitad del caos de la suciedad metropolitana reinante e identificarlas como tales está reservado únicamente a aquellos poetas necesariamente solitarios que conserven la inocencia en su mirada –tal vez Ángel González, entre los difuntos españoles, tal vez miles de fotógrafos profesionales y aficionados de todas las nacionalidades. Detectarlas en mitad de la naturaleza misma ya no es tan arduo, y quizá por eso la gente consagra su tiempo libre a hacer senderismo, patearse una montañita o sentarse a comer junto a un lago. Sin embargo, hemos conservado el viejo término “paraíso” únicamente para las playas turísticas de las zonas tropicales del mundo. Pero una playa es el lugar donde un desierto de arena linda con un desierto de agua, yo no creo que Novalis hubiera pensado mucho en ellas, sobre todo porque en su tiempo no existían los chiringuitos. Y es también el lugar donde las masas, y no los poetas, plantan sus reales y arrojan sobre el légamo de la orilla sus gorras de Gin Larios, sus bañadores de chino y sus sunglasses de actores de incógnito. Novalis, en cambio, seguro que hubiese aprobado el Corfú de Gerald Durrell como aspirante a reliquia del Paraíso -en realidad, el castigo de Dios fue convertir el Paraíso en lo paradisíaco, es decir, el sustantivo en adjetivo…-, porque esa Isla Afortunada era rica en tiempos de la Guerra Civil. Los españoles matándose en una guerra entre hermanos realizada en nombre del atraso secular y la nostalgia del imperio, y mientras los Durrell gastándose sus rentas de huérfanos en una villa en Corfú. Y luego me preguntaréis porque soy anglófilo… 

Mis hijos han visto las primeras tres temporadas de la serie que sigue rodándose sobre las andanzas de la familia. Por supuesto, los guionistas han usado los bellísimos libros de Durrell (léase tan sólo el primer párrafo del primer capítulo del primer volumen: allí, la descripción paisajística no tiene nada que envidiar a Lawrence Durrell, y justo después nos mete en mitad de jaleo) de pisapapeles, y han escrito lo que han querido, en un afán por ser más actuales. Me cuentan los niños que en la serie Leslie embaraza a una chica, que la madre, a quién estaba dedicada la trilogía, es guapa, joven y enamoradiza, que hay tiros de verdad y puñaladas de verdad, que Margo se quiso hacer monja, que Spiros es guapo y pretende a Louise -la grande y apacible madre tiene de repente nombre-, que Larry es un English Lover, y que no hay mudanzas, que se quedan siempre en el mismo sitin de la isla. Son muy libres, si cuentan con el permiso de los descendientes legítimos. Pero los libros siguen ahí, y su tema no es redescubrir el amor, ni hay culebrones que involucren sexo; la madre es débil, bonachona y viuda de por vida, Spiros está casado y es tan feote como palurdo, servicial y hacendoso, etc. El tema, me parece, tal como lo concibió Durrell, era uno típicamente inglés, arropado por otro más inglés todavía: la infancia y primeras excursiones de un naturalista británico (Banks, Maturin, Darwin, y tantos otros), bajo el pretexto de hacer la sátira de la excentricidad de su familia en un contexto foráneo, soleado y casi colonial. ¿Quién es más raro, Larry y los amigos intelectuales de Larry, que se tienen por el centro del mundo civilizado, o los nativos de Corfú, con sus costumbres rurales, su entorno natural de ensueño y su profusión de fauna animal, bichos en el fondo más sensatos que los intrusos ingleses? La película de 2005, que lleva el mismo título que la primera novela, es mucho más fiel al original, pero, claro, también mucho más corta que una serie. No obstante, inventan también bastante respecto de los recuerdos de Durrell, lo que es decir que inventan sobre lo inventado. Corfú como Cornucopia de variedad natural, felicidad culinaria y un sinfín de relatos. Vean la serie, descárguense la película, lean los libros, lo que quieran. A Gerry Durrell su arte de la comedia le valió financiarse el zoo -el “arca inmóvil”- de Jersey; a nosotros puede que pronto sólo nos inspire la pena diabólica del Paradise una vez más Lost… 

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2 Comentarios

  1. says: José Rivero Serrano

    Los Durrell es una serie tan excelente que bien la podría haber filmado Wes Anderson. Sin olvidar el arreglo musical de fondo y unos secundarios excelentes. El paraíso, no sé si sería Corfu, pero viendo los diversos episodios aprendemos a paladear algo parecido.

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