Era tan pobre, que no tenía más que dinero…
Pobre Cristina, Joaquín Sabina
La concesión del premio Príncipe de Asturias al economista indio Amartya Sen viene a confirmar una vez más, por si ello hiciera todavía falta, que la Weltsanschauung del crecimiento ilimitado (del PIB) está tocada de muerte. Los que aún creen en ella son fósiles, aunque tengan el estupendo aspecto de Isabel Díaz Ayuso al salir de los toros. Y no hay por qué interpretar este hecho abrumador como una suerte de revancha, ya que han sido las circunstancias, y no la moral ni la ideología, las que han perpetrado ese asesinato. Incluso debemos estar en parte agradecidos, puesto que aquella quimera -la quimera de que todo el globo podría llegar a vivir como un ciudadano estadounidense medio, lo cual ahora sabemos gracias a acreditados informes de la ONU que requeriría varios planetas Tierra…- ha espoleado nuestros esfuerzos hasta llevarnos hasta donde estamos ahora, para mal pero sobre todo para bien, al menos en Occidente. Sin embargo, se ha acabado. No sólo los propios estudios de Sen, sino el Decrecimiento, la Teoría de la Economía Circular, la reciente Economía Donut (o Rosquilla, para castellanizar) de Kate Raworth y tantos otros proyectos de pensamiento económico alternativo van cada vez formando una tal montaña de datos, hipótesis y tentativas que pronto ocultarán los rayos del inmisericorde sol neoliberal.
Hasta los nuevos marxistas, esos que más bien habría que llamar poscapitalistas, reconocen la necesidad de practicar una visión que se aleje de los extremos tradicionales, dando lugar a soluciones intermedias y de marcado carácter pragmático. César Rendueles, por ejemplo, en su famoso Sociofobia, escribía no hace mucho que “el cambio político radical es compatible con apuestas de transformación institucional contingentes, de baja generalidad y formalidad” (pág. 169, Capitán Swing). De manera que ese es, en mi opinión, el mundo que estamos empezando sino a construir, por lo menos a pensar, un mundo en que la economía no es ya una religión, la religión del beneficio insaciable -el dios Mammón de la Biblia, y no le he puesto el nombre yo…-, sino sencillamente un dispositivo de racionalidad, precisamente aquel que no se pretende capaz de evidencias predictivas sino tan sólo de aproximaciones argumentales. En esto ha consistido, en su núcleo, la obra teórica de Amartya Sen: en el intento de introducir en la dura mollera del planteamiento economicista (sea de izquierdas o de derechas, y habida cuenta de que ni Adam Smith ni Karl Marx fueron jamás reduccionistas de lo tridimensional social a lo unidimensional económico) la idea de que no vamos a ninguna parte, más que de vuelta a la miseria humana y cultural del feudalismo –feudalismo digital, dice Marta Peirano-, a no ser que ampliemos y enriquezcamos enormemente nuestro concepto de “economía” de manera tal que pueda caber en él toda una pléyade de factores cualitativos y diversos que hasta ahora habían sido considerados accesorios, morralla, letra pequeña o mero folklore …
Creo que fue Keynes quien denominó a la economía la “ciencia lúgubre”, en tanto que desengaña al hombre con respecto a lo que en realidad se puede hacer con la administración de recursos necesariamente limitados. Lo que se premia con este premio, y si es que este premio como tal importara algo, es precisamente la actitud opuesta: la economía no es una ciencia, pero tampoco es triste. La economía consiste en manejar un conjunto lo más abarcante posible de variables, como la salud, el acceso a la democracia, la educación, el debate público, bienes intangibles como la libertad o la justicia (también, por qué no, la posibilidad de no encontrarte nunca con tu ex-, o de que tus vecinos no critiquen tu vida sentimental o tu indumentaria, entre muchos otros rasgos civilizatorios), y un largo etc., para tratar de medir con ellos abstractamente algo así como el Índice de Desarrollo de una zona concreta del mundo en cierto tramo del tiempo. Eso se puede hacer y se hace de hecho ya desde hace treinta años, aunque nadie nos lo cuente, aunque los medios de comunicación estén más ocupados en bobadas anticuadas y frívolas como restregarnos por la cara la Lista Forbes. Sen es el hombre que cogió el sesgo anti-utopista de la Paradoja de Arrow (esa especie de Teorema de Gödel de las humanidades…) y le dio la vuelta, otorgándole un potencial falible pero jovial. Las utopías son regalos envenenados, mentiras de tiranos disfrazados de reyes-filósofos, hagamos un mundo imperfecto pero enteramente nuestro, bajo nuestra total y completa responsabilidad -Sen habla mucho, y con fundamento, de la “rendición de cuentas”. La economía no es un fin en sí mismo, la economía es un instrumento, como ya señalaba Julio Anguita. ¿Y si además fuera una forma de comprensión siempre incompleta, siempre in progress, de la actuación de los hombres en el mundo, ahora que nos hemos tropezado con la terrible y decepcionante constatación de que el mundo es finito? Para los griegos, “economía” significaba la gestión de lo propio, del hogar, del oikos, y allí entraba todo. Con el tiempo, sustituimos ese concepto por el de “crematística”, que en griego significaría más bien la técnica para hacer y controlar la circulación del dinero. Hora es ya, pues, en esto como en todo, de retornar a los clásicos…