Rafael Moneo: Piedra y Agua

La resolución del jurado de la Bienal de Venecia de 2021, que ha decidido otorgar la Medalla de Oro, al arquitecto español Rafael Moneo (Tudela 1937), fija en dos conceptos la razón del distintivo: Destreza poética. Junto a ello, junto al binomio resumido de su trayectoria, el repetido jurado determina en Moneo el carácter trasformador de su trabajo.

Y ese carácter transformador de su trabajo da cuenta de la denominación adoptada de Piedra y Agua, para enmarcar la concesión de la medalla veneciana a Moneo. Que cuenta con una diversidad de distinciones y de condecoraciones: desde el Premio Pritzker de 1996, al Premio Mies van der Rohe de 2001, desde el Príncipe de Asturias de las Artes de 2012 al Premio, Nacional de Arquitectura de 2015 y el último Doctor Honoris Causa de la Universidad de Navarra en 2019. Por más que Moneo este por encima de toda la espuma mundana y su obra y su personalidad mantengan otros intereses y perspectivas diferentes. Un recorrido somero a sus realizaciones nos permite entender el legado fundamental que se inicia tempranamente en 1972, con el edificio Bankinter de Madrid y llega hasta el Kursaal de San Sebastián de 1990, con paradas tan significativas como la dedl Museo de Arte Romano de Mérida (1980), la Fundación Miró de Palma de Mallorca (1987), la ampliación del Museo del Prado (1999), el Museo de Bellas Arte de Houston (2000) o el Museo de Navarra (2012).

Museo de Arte Romano de Mérida

Piedra que permanece, como buena parte de la mejor arquitectura –en herencia de la Firmitas vitruviana– y Agua que fluye y se modifica –en una metáfora heraclitiana y justa de la realidad construida de Venecia–, alterando los criterios formales del estatismo circundante o del estilismo unidireccional querido por algunos santones de la critica. Piedra y Agua que podrían ampliarse a otro binomio constructivo, como Hormigón y Vidrio para enfrentar la visión de Moneo y sus lecturas posibles. Esta dualidad, material y conceptual es, por otra parte, rastreable en buena parte de los textos publicados a propósito del trabajo de Rafael Moneo, en estos últimos años. Textos que, casi siempre, han barajado como base interpretativa esa suerte de disyuntiva sobre el haz y el envés de una misma realidad, al enunciar alguno de los aspectos –visibles u ocultos– de la obra de Moneo. Así la insistencia de Edificios con ideas (Luís Fernández Galiano a propósito del Kursaal en 2001); Legado de luz (Carlos Jiménez en 2000 sobre el Museo de Houston); Campo de estrellas (Fernández Galiano de nuevo, sobre la Fundación Miró en 1997) y El Claustro y el Hoyo (repitiendo LFG sobre la ampliación del Prado en 1999). Y todo ello, no es casual ni circunstancial. En la medida en que late en el pensamiento de Moneo un doble carácter: de estudio del pasado y de rigurosa anticipación de lo venidero.

Museo de la Universidad de Navarra

Esas dualidades en Moneo se desdoblan si analizamos tanto su obra como su pensamiento, sus escritos y su docencia. Todo ello amalgamado para formar una única sustancia de sabiduría tranquila y de formalización pausada, en una suerte de intemporalidad construida. Como se hace visible en una obra, poco citada y poco reflejada, como fuera la ampliación del Banco de España (1978-1982), que mereciera las palabras entregadas de Fernández Galiano, La maestría inadvertida (Babelia, 1 abril, 2006), donde deja claro algunas de las inquietudes centrales de Moneo. “La lección esencial de esta pequeña gran obra de Moneo es que no es imprescindible emplear el lenguaje de nuestro tiempo para ampliar un edificio histórico…Visto en perspectiva, es posible que sean las obras más silenciosas las que acaben teniendo mayor reconocimiento crítico”. Y ese carácter silencioso de los trabajos, se traslada a uno de los textos más bellos y precisos de Moneo, como fuera La soledad de los edificios (1994), que compuso su lección-conferencia de despedida de la GDS de Harvard.

Texto que originó un debate –con gaitas destempladas– con el historiador William Curtis (La idea de un ‘Modernismo’ unificado es de hecho un mito, 2009) que veía en las obras de Moneo las referencias anteriores de la historia más como un defecto que como una virtud. “Moneo dice una cosa, pero hace otra. De hecho, es uno de los revivalistas modernos más eclécticos, asaltando arquitecturas del siglo XX y anteriores como una urraca. Con Bankinter rebotó en Sullivan; con Logroño, Grassi; con Mérida, Rossi, ruinas romanas, la Mezquita de Córdoba y la iluminación de la nave de la Capilla Funeraria Turku de Blomstedt; con la estación de Atocha en Madrid, Asplund y Soane; con el Auditorio de Barcelona, el Centro Yale Mellon de Kahn; con el Kursaal en San Sebastián, la auditoria de la Ópera de Sídney y las esculturas de Chillida y Oteiza; con la Fundación Miro en Mallorca, fue una fusión de dos modernos ‘tropos’ que combinaban un volumen oblongo con extrusiones curvas o angulares : las bibliotecas de Corbusier La Tourette y Aalto; con el museo de Estocolmo, los pabellones Trenton Bath House de Kahn; con el ayuntamiento de Murcia, el Gobierno Civil de De la Sota, los muelles de Staccato de Sáenz Oiza y el Ayuntamiento de Søllerod de Jacobsen. Un estudiante me sugirió que Moneo no sabe olvidar. Por supuesto, no son las fuentes las que cuentan tanto como la capacidad de sintetizarlos. Pero si los empréstitos son demasiado conscientes de sí mismos, los resultados pueden ser de madera, incluso académicos”. Para concluir tal ejercicio de solemnidad vacua y fundamentalismo rigorista, en una metáfora del agua: “La situación puede compararse con un sistema fluvial con varios canales: algunos se han secado, otros han encontrado nuevas salidas, otros fluyen con fuerza renovada. Mientras tanto, se nutre de profundos manantiales del pasado. La invención de la arquitectura moderna hace más o menos un siglo fue una gran ‘revolución’ a escala histórica”. Las Aguas varias y diversas –ya que hay tantas y tan diversas– de William Curtis no impiden ver la Piedra fundamental levantada por Moneo, cosa que Curtis omite.

Baste realizar la comparativa de dos textos centrales de Moneo como Inquietud teórica y estrategia proyectual en la obra de ocho arquitectos contemporáneos (2004) y La vida de los edificios (2017) para comprender la doble mirada de Moneo y el centro de sus intereses visibles desde 1963, que publicara en la revista Arquitectura, su Visita a Poissy, como un homenaje matizado a Le Corbusier. En el primero de ellos, la pieza de 2004, realiza un ejercicio de aproximación e interpretación crítica notable, a los arquitectos más relevantes –nada que objetar a la lista, salvo alguna ausencia opinable, como Zumthor, los Smithson, Hadid o Foster– del siglo XX (siete de los ocho seleccionados, han  sido Premio Pritzker en diferentes años entre 1981 y 2001), y en el segundo de los trabajos verifica una mirada a tres edificios históricos ejemplares: la Mezquita de Córdoba, la Lonja de Sevilla y el Carmen Rodríguez Acosta de Granada. Con ello, con ese carácter rezagado y anticipado, se explicitan buena parte de los intereses estratégicos de uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XX.

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