Lo que no se dice de este cuadro –más allá de su reducido tamaño de 165 por 128 centímetros– es la celeridad de su ejecución en unos tiempo igualmente veloces y sangrientos. El asesinato de Jean Paul Marat –mientras apacienta sus problemas de epidermis, comido por úlceras y llagas, tomando baños interminables mientras toma notas para ser leídas en la Convención a la que ha dejado de asistir en los últimos días– tuvo lugar el 13 de julio de 1793 –Termidor del II Año triunfal– de manos de Marie Anne Charlotte Corday.
Lo cuenta con detalle en su novela François-Henri Désérable, Muestra mi cabeza al pueblo. Un relato que vuelve a hurgar de manera insistente en los orígenes de la Revolución francesa, como ya lo hiciera Éric Vuillard en la obra 14 de julio. Aunque Vuillard se concentre en la toma de la Bastilla de los instante iniciales y Désérable opte por moverse en la plenitud del Terror, entre 1793 y la Reacción termidoriana de 1795. El periodo de plenitud de Robespierre y Saint Just, con el uso sistemático de la guillotina como arma política. Por eso la denominación pactada de Terror Rojo, para contraponerlos al Terror Blanco de 1795 y de 1815. Guillotina por la que pasa la citada Charlotte Corday el 17 de julio de 1793, sólo cuatro días después del asesinato del ciudadano Marat, en una muestra de la celeridad de los procedimientos sumarios de la Revolución en curso. Recién llegada de Caen, consigue Charlotte Corday contactar con el domicilio de Marat– Hôtel de Cahors, 30 Rue de Cordeliers– tras el envío de una carta previa que pretende prevenirle de los desafectos –realistas y prusianos– a la Revolución en Caen, que quiere denunciar y señalar. Al segundo intento tras un rechazo previo de la portera, consigue pasar a la recamara donde Marat se sumerge en su consuelo de agua y raros vapores. “Marat estaba en la bañera con el torso desnudo y un pañuelo mugriento en la cabeza. Creo que sufría una grave enfermedad de la piel y el dolor de las llagas supurantes sólo se calmaba dentro del agua. De aquella bañera emanaba un hedor tan nauseabundo–mezcla de azufre y vinagre– que decidí respirar sólo por la boca. Quizás por ese motivo no me demoré”. Eso es lo que propone Désérable en su ficción aproximada pero muy rastreable por los recovecos de la historia.
Cuando estalló la revolución de 1789, Marat se zambulló en la arena política como si fuera otra agua balsámica, dejando atrás su carrera como científico y filósofo. En septiembre fue aún más lejos, lanzando una revista radical que apareció primero bajo el título de Moniteur public, luego Publiciste Parisien, y finalmente L’Ami du Peuple. Este nombre mordaz e intrépido fue la base de una expresión inmortal y pesada, ‘enemigos del pueblo’, destinada a todos aquellos de quienes Marat sospechaba de intenciones reaccionarias. En mayo de 1790, Marat regresa a París para continuar la publicación de L’Ami du peuple, condenando de manera cada vez más vehemente al gobierno, la aristocracia y la monarquía. Se opuso a la decisión de la Asamblea Nacional de vender la propiedad de la Iglesia para consolidar la deuda del estado. La revolución dio un giro decididamente a la izquierda en 1792. Tras su fallido intento de fuga el año anterior, cuando fueron reconocidos y capturados en Varennes, la familia real fue puesta bajo arresto domiciliario en el antiguo Palacio de las Tullerías en París.
Sus perspectivas para el futuro se ensombrecieron con la llamada del duque de Brunswick a las potencias europeas para aplastar la revolución, la proclamación de la República Francesa en septiembre de 1792 y las masacres de septiembre de realistas y moderados que siguieron. El mismo mes, Marat fue elegido miembro de la Convención Nacional y transformó L’Ami du Peuple en el Diario de la República Francesa. Siempre deseoso de anteponer sus principios a cuestiones pragmáticas, la actitud de Marat durante el juicio del Rey enfureció incluso a sus colegas revolucionarios. Declaró que era injusto acusar a Luis XVI de cualquier cosa antes de que aceptara la constitución revolucionaria en 1791, y no permitió que el consejero de Luis XVI, el venerable Malesherbes, fuera atacado en las páginas de su diario. A pesar de la posición defendida por Marat, el rey fue declarado culpable y guillotinado el 21 de enero de 1793. Tras la muerte del rey, Marat se opuso firmemente a los girondinos, el partido revolucionario moderado que se alejaba cada vez más del feroz radicalismo de Marat, Robespierre (1758-1794) y Hébert (1755-1794). Liderada por los girondinos, la Convención ordenó que Marat fuera juzgado ante el tribunal revolucionario, pero fue absuelto allí y regresó a la Convención como un verdadero héroe. Los días de los girondinos estaban ahora contados y sus líderes huyeron o fueron enviados a la guillotina durante el mes de junio.
Lo que sigue al cuchillo clavado en el pecho de Marat es lo que propone Jean Louis David (1748-1825) en su conocida pieza realizada con celeridad. Por más que la cuchillada proferida por la mano diestra de Charlotte Corday, sólo alcance a la parte derecha del tórax de Marat, en una herida aparentemente menor e incapaz para infringirle la muerte de forma tan rápida. Marat moribundo no ha soltado la pluma de su escritura, que aparece en proximidad del cuchillo manchado de sangre que acaba de arrojar al suelo Charlotte Corday. Contrasta la frialdad de los paños blancos traseros –ya manchados de sangre fresca y rojiza– con el verde esperanzado de la toalla o toquilla que cubre la parte anterior de la tina, que se ha convertido por el golpe del cuchillo, en un ataúd de agua y sangre. Donde un prisma de madera elemental se erige ya como conmemoración del prohombre muerto. La pieza y el fondo continuo verde, es una excepción en todas las obras anteriores de David desde su desembarco en Roma en 1775. Baste comparar La muerte de Marat, con otras muertes pintadas por David – como la de Sócrates en 1787 o con la de los hijos muertos de Bruto, de 1789– para apreciar el salto experimentado en esta obra. Otro saltos de David serán después al servicio del Emperador, como antes habían sido al servicio de la Convención Nacional y de los jacobinos, donde llegó a adquirir un indudable prestigio en la organización de desfiles, paradas y celebraciones revolucionarias.
La continuidad de la historia pintada sobre la muerte y asesinato de Marat, nos la proporciona otro pintor posterior como fuera Paul Jacques Aimé Baudry con su pieza de 1860, Charlotte Corday, donde la continuidad temática es la de los paños verdes y blancos y la del bloque de madera como pequeño memorial de muerte. La continuidad de telas y maderas, como armazón del cuadro del cuadro real sobre el que se pinta. Lo demás en los 67 años transcurridos entre ambas pinturas es diferente, es la meditación de Corday mientras espera ser apresada y llevada al Comité de Salvación Pública. Otras formas de continuidad de la historia pintada del asesinato de Marat se producen desde el canon de una imagen dotada de alto simbolismo. Capaz de influir esa imagen, desde fotógrafos sorprendentes, hasta autores de Teatro como ocurriera con Peter Weiss y su obra de 1964. Tambien el cine con la pieza “The Persecution and Assasination of Jean Paul Marat as Performed by the Inmates of the Asylum of Charenton under the Direction of Marquis de Sade” (1967) de Peter Brooks. Incluso entre nosotros, la adaptación de Alfonso Sastre para la CDN y la Compañía Animalario; la adaptación de Marsillac en su Marat Sade. También dentro de la propia pintura, las piezas de Aimé Baudry, de Jean Joseph Weerts (1880) y de Rebull (1875), se repiten y se diferencian.