Un hospital triste

"La visita al Hospital" Luis Jimenez Aranda

Nadie sabe bien de donde viene la palabra tristeza, según algunos su origen linda con el de pereza, en el sentido de desgana, apatía o flojera. Pero todos sabemos qué es y cómo se siente. Pena, melancolía, nostalgia, morriña, saudade… una emoción universal que cada uno siente a su manera. A veces aflige por dentro y otras gime por fuera. Puede ser individual o colectiva, normal o patológica, un afecto o una afección. La diferencia entre estos es que el afecto es un estado de ánimo modificable y no deteriora la vida, mientras que la afección es una turbación duradera, un humor que abruma la existencia. Si este estado es persistente e intenso se llama depresión, y lo que mejor lo define no es tanto el estar triste, sino el “no-poder-ponerse-alegre”, que nada ni nadie te saque del hoyo. Si estás triste y nada te alegra, nada te estimula, nada de nada, entonces la vida deja de tener sentido, acude la desesperanza y el desconsuelo, se complica con el pesimismo y la culpa, y se sufre mucho, y se siente una enorme incapacidad para afrontar la existencia, para resolver los problemas, para disfrutar de la vida. La tristeza depresiva es patológica, y como estamos enfermos necesitamos ayuda, acudir a un médico, a un psiquiatra, y que te ponga tratamiento, normas de vida y psicoterapia, y, ahora la buena noticia, con ese tratamiento la mayoría de las personas depresivas mejoran o incluso se curan.

Pero qué ocurre cuando la tristeza es colectiva, cuando afecta a una familia, a un grupo, institución o empresa. Cómo se resuelve, qué antidepresivo, psicoterapia o normas de funcionamiento prescribirles. Pongamos un hospital, un centro sanitario, que quizá ahora sean las instituciones más afectadas por la tristeza colectiva. Ya sea por una mala gestión, por carencias de recursos y personal, por demandas excesivas o inapropiadas, o por la tan manida pandemia, ese pretexto que todo lo justifica, lo cierto es que hay hospitales que se han ido inundando de tristezas. Primero suelen ser las ansiedades de algunos, los más débiles o vulnerables, luego se extiende un estado emocional de tensiones y pesimismos, y finalmente acude una afección persistente y colectiva, y el hospital, el centro de salud, se vuelve triste, una institución deprimida.

“La visita de la madre al hospital” de Enrique Paternina García Cid

Cuando eso sucede flaquean los métodos de trabajo, friccionan los procesos y las técnicas, merman la eficacia y la eficiencia, aumentan las reclamaciones y se alargan las listas de espera. Y el mal humor se acaba proyectando sobre los usuarios del sistema. Lentamente va aumentando el cansancio, el agotamiento de los trabajadores, padecen eso que muchos, con cierta imprecisión conceptual, denominan burnout o síndrome del quemado. Esa quemazón, poco a poco, va calcinando el ambiente colectivo, acalorando el clima emocional del sistema, languideciendo el rumor de los pasillos, desafinando el rigor de los instrumentos. Todo se tiñe con una melancolía oscura que todo lo enturbia. Pero donde más se percibe es en las actitudes de los trabajadores, en su lenguaje pesimista, en sus quejas permanentes, en sus despotriques en el rato del café. Más desgana y menos energía, más desidia y menos compromiso, más lamentos y menos bromas, menos salud y más bajas. Hasta la estética de las personas y los espacios se ensombrece, se desluce el lustre de la profesión y se marchita la virtud del trabajo.
Mas ¿cómo resolverlo?, ¿cómo impedir que la empresa, el hospital, la institución, se vaya a pique?, ¿cómo evitar que los profesionales acaben quemados y los trabajadores abandonen sus oficios?
Obviamente no es fácil, pero, ahora la viene la buena noticia, si es posible.

Hay empezar por analizar a los dirigentes, su capacidad de liderar con implicación y empatía al grupo, su habilidad para manejar el estrés y la tensión, para recobrar el espíritu profesional y la energía laboral del colectivo. Eso no suele ser factible, pues si se ha llegado a esa situación bajo su égida, es difícil que ellos mismos lideren el cambio. Por lo tanto, casi siempre es mejor cambiarlos, buscar líderes más influyentes, con más prestigio profesional y más experiencia en el manejo de grupos humanos.

También hay normas para las condiciones del trabajo, mejorar las dotaciones, las técnicas, los horarios, las comodidades e incluso la estética. Y también las hay para los trabajadores, más descansos, más formación, más participación en actividades profesionales o científicas, mejores sueldos, cambios de puestos o tipos de trabajo, etc.

“Le Jour de la visite à l’hôpital” de Jean Geoffroy

Todo eso está bien, pero en el fondo ni es muy realista ni es muy efectivo. La clave del cambio está en la protección de la profesión, en recuperar el sentimiento de profesionalidad. Esta palabra, tan vanamente usada tantas veces, es muy importante, profesional no es el que sabe hacer una cosa, sino el que sabe hablar de ello. Los profesionales profesan (vid. el fateri, confesar, y el gr. phemi, declarar, hablar), declaran públicamente lo que son y lo que hacen, lo protegen, lo mejoran y lo comparten. Por eso hablan de ello con orgullo y mesura, e igual se bajan a la arena del oficio como se suben al estrado o al micrófono. En la actualidad la palabra profesional se suele equiparar a la de experto, es decir personas que tienen buenos fundamentos teóricos, sobre los que desarrollan buenas técnicas y obtienen buenos resultados prácticos.

Pero este matiz es irrelevante ahora, lo realmente importante es que la potenciación de la profesionalidad de las personas repercute en el funcionamiento y resultados de las organizaciones, como son las empresas o los hospitales. Se nota que se habla más y mejor, que se despotrica menos, se percibe más alegría, más brillo, menos fricción en los procesos y más orgullo por los resultados. Ese estado de ánimo lentamente se va contagiando a otros que sintonizan con la virtud profesional.

Obviamente en todos los colectivos hay algunas personas que son meras trabajadoras, que nunca alcanzarán la excelencia profesional, pero incluso a ellas el ambiente mejorado mejora sus cometidos, alivia la rudeza de sus oficios. Y también las hay imposibles de mejorar, simples currantes, que desentonan cuando hablan mal de sus trabajos, cuando eluden tareas o negligen responsabilidades, y, que cuando cogen bajas laborales de dudosa justificación, los demás se… bueno, digamos que al menos no se molestan.

Lo dicho, mi hospital está triste, pero mi hospital no es malo, ni tampoco mis compañeros, lo que pasa es que aquí nadie vine con alegrías y nosotros no estamos para muchas fiestas. Alguien ha dicho que al café de las máquinas le han añadido antidepresivos. ¿Será por eso por lo que han aumentado tanto las visitas?

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1 Comentarios

  1. says: Javier g

    Has definido mis tres últimos de trabajo, no supieron manejarlo y terminó siendo otra empresa. Y …. mantuvieron los mismos directivos y trajeron otros nuevo fotocopia de estos…. y creo que es cuestión de tiempo un nuevo fracaso humano-profesional.

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