Aquel agosto en Creta, con tanto calor y el sonido frenético de las chicharras. Los viajes en autobús donde el catedrático de Granada hablaba de mitología y era muy difícil seguirlo por la complejidad de las historias de los dioses que contenían todas las posibles pasiones y conductas humanas, con todas las versiones posibles que se iban haciendo progresivamente sinuosas como meandros. La fascinante historia personal de Schliemann que supo hacerse rico para perseguir su sueño infantil de descubrir Troya. La huella de Evans en aquel Cnosos parcialmente reconstruido y lleno de color donde reinó Minos que prometió a Poseidón que le sacrificaría lo primero que saliera del mar pero no fue capaz de cumplirlo con el toro tan hermoso que emergió y que incorporó a sus rebaños. El castigo del dios en forma de inducir el apasionamiento de Pasifae, su mujer, por aquel animal. Dédalo que la ayudó a construir una vaca hueca de madera donde el toro pudiera cubrirla y el monstruoso Minotauro que nace de esa unión, para el que tiene que inventar un laberinto del que no pueda salir. El rey Minos que atacó Grecia indignado por la muerte de su hijo Androgeo por el toro de Maratón. La humillación que Atenas tuvo que aceptar en forma del tributo de enviar cada año siete hombres jóvenes y siete doncellas para que fueran devorados por el Minotauro en el laberinto. La intervención de Teseo (el único hijo de Egeo, el rey de Atenas) que se mete en una de esas expediciones y llega a Creta, enamorando a Ariadna, la hija de Minos, que apeló a Dédalo para que Teseo pudiera salir de laberinto gracias a una madeja de hilo después de matar al monstruo. Ariadna abandonada en Naxos porque Dioniso la quería por esposa y las velas blancas que Teseo no izó a tiempo para que las viera su padre anunciándole, acercándose por el cabo Sunion, que había triunfado lo que le hizo tirarse al mar y morir.
El furor de Minos contra Dédalo y su hijo por la ayuda prestada a Teseo. Las alas que supo construir, con plumas y cera, para escapar por el cielo. La advertencia a Ícaro de que no volara ni demasiado bajo ni demasiado alto. La atracción insaciable, en la juventud, de seguir subiendo, de traspasar los límites, de acercarse a las estrellas como si fueran dioses. Las alas derretidas por el sol e Ícaro cayendo al agua hasta desaparecer en ella. Justo lo que capta “Paisaje con la caída de Ícaro” (1583) atribuído con ciertas dudas a Pieter Brueghel el Viejo y que está expuesta en los Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas. Frente a la densidad del mito, de las construcciones de la mente de los hombres para dar significado a la vida y crear formas de cooperación, la implacable realidad del mundo. Ícaro queriendo superar los límites humanos, creyendo acercarse al sol con la fuerza de su voluntad que mueve sus alas y la intensidad de sus emociones que parecen refrendar la grandeza de sus creencias. Sus piernas, al fin, cuando cae al agua, justo antes de morir, apenas un brillo en el mar, invisibles para los pastores o los marineros que siguen haciendo su vida cotidiana en el paisaje que lo rodea aunque él haya desaparecido. La pequeñez de la vida y el destino humanos frente al gran plan divino o la inmensidad de un universo y un mundo ciego que nos ignora.
Aquella sensación existencial que captó W.H. Auden por 1940 en “Musée des Beaux-Arts” (versión de Jose Emilio Pacheco)
Acerca del dolor jamás se equivocaron
Los Antiguos Maestros. Y qué bien entendieron
Su función en el mundo. Cómo llega
Mientras alguno cena o abre la ventana
O nada más camina sin objeto.
Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes
El milagroso Nacimiento, habrá siempre
Niños sin mayor interés en lo que ocurre,
Patinando
En el estanque helado a la orilla del bosque. No olvidaron jamás
Que el eterno martirio ha de seguir su curso,
Irremediablemente, en sórdidos rincones,
Donde viven los perros su perra vida
Y la yegua del verdugo se rasca
Las inocentes grupas contra un árbol. Por ejemplo, en el Ícaro de Brueghel:
Con qué serenidad
Todo parece lejos del desastre.
El labrador oyó seguramente
El rumor de las aguas y el grito inconsolable.
Pero el fracaso no lo conmovió:
Brillaba el sol como brilló en el cuerpo blanco
Al hundirse en las aguas verdes. Y la elegante y delicada nave
Debió haber visto lo inaudito:
La caída de un niño que volaba.
Pero el barco tenía un destino
Y siguió navegando en calma.
Musée des Beaux-Arts//About suffering they were never wrong,/The old Masters: how well they understood/Its human position: how it takes place/While someone else is eating or opening a window or just walking dully along;/How, when the aged are reverently, passionately waiting/For the miraculous birth, there always must be/Children who did not specially want it to happen, skating/On a pond at the edge of the wood:/They never forgot/That even the dreadful martyrdom must run its course/Anyhow in a corner, some untidy spot/Where the dogs go on with their doggy life and the torturer’s horse/Scratches its innocent behind on a tree.//In Breughel’s Icarus, for instance: how everything turns away/Quite leisurely from the disaster; the ploughman may/Have heard the splash, the forsaken cry,/But for him it was not an important failure; the sun shone/As it had to on the white legs disappearing into the green/Water, and the expensivedelicate ship that must have seen/Something amazing, a boy falling out of the sky,/Had somewhere to get to and sailed calmly on.
Ante lo que quizá convenga refugiarse en eso que intuye Miguel D´Ors en su poema “Capricornio en el Paseo Marítimo” (perteneciente al libro “Es cielo y es azul) y descansar un poco, distanciarse de los dioses feroces que con tanta facilidad nos poseen y disfrutar de los placeres cercanos de la vida posible. Quizá lo que también supo hacer Pieter Brueghel el Viejo cuando buscaba la compañía de los campesinos y le gustaba mirarlos mientras se divertían y bebían vino y bailaban gloriosamente antes de caer al mar.
Mira la tarde, mira qué canción
multicolor: las mobylettes felices
como estrellas fugaces, quinceañeras
azules con bermudas y suspensos, gaviotas
acariciando el tiempo,
la playa allá como una bienvenida…
¿Cuánto le habrá costado
al Universo, cuántos siglos, abrazos, guerras…
este momento?
Apiádate.
No sueltes
en medio de esta hora
el paquidermo mustio de tu filosofía.
“Metamorfosis” Ovidio. (Fragmento)
“En cuanto a Dédalo, aborrecía Creta y su largo exilio y sentía nostalgia de su tierra natal, pero el mar le cerraba la huida. «Puede que me obstruya los caminos de la tierra y del mar, pero desde luego el cielo está libre: ¡iremos por allí! Puede que lo posea todo, pero Minos no es también dueño del aire». Así dijo, y vuelca su atención en una ciencia desconocida, y revoluciona la naturaleza. En efecto, dispone unas plumas por orden, empezando desde la más pequeña, y coloca tras una más corta otra mayor, de forma que parecía que hubiesen crecido en una pendiente: de igual forma va creciendo poco a poco la flauta rústica, hecha con cañas desiguales. Después las une por el medio con hilo y en el fondo con cera, y una vez dispuestas de esa forma las dobla ligeramente, para que imiten a las de las verdaderas aves.
El pequeño Ícaro estaba junto a él, y sin saber que manejaba su propio peligro ahora cazaba con rostro risueño las plumas que arrastraba la brisa inconstante, ahora ablandaba la cera con el pulgar, y con sus juegos estorbaba el prodigioso trabajo de su padre. Cuando hubo dado la última mano a su obra, el propio artífice elevó su cuerpo sirviéndose de dos alas, y batiéndolas permaneció suspendido en el aire. Aprontó unas también para su hijo, y le dijo: «Recuerda, Ícaro, has de moverte a una altura intermedia, para que la humedad no haga pesadas las plumas si vuelas demasiado bajo, y para que el sol no las abrase si vuelas demasiado alto. Mantente entre los dos. ¡Y te lo advierto, no te pongas a mirar a Bootes, o a la Hélice[14], o la espada que empuña Orión: sigue el camino por el que yo te conduciré!». Y mientras le imparte las instrucciones para volar acopla a sus hombros esas alas nunca vistas. Mientras trabajaba y daba consejos sus viejas mejillas se llenaron de lágrimas, y sus manos paternales empezaron a temblar. Dio a su hijo besos que no volvería a repetir, y elevándose sobre sus alas vuela delante y teme por su compañero, igual que un pájaro que hubiera hecho salir del alto nido a su tierna prole, y exhortándole a que le siga e instruyéndole en esa peligrosa arte, mueve sus propias alas y se vuelve a mirar las del niño.
Alguno que pescaba peces con una trémula caña, algún pastor apoyado en su bastón o un campesino apoyado en la esteva del arado los vio y se quedó pasmado, y puesto que podían moverse por el aire, creyó que eran dioses. Ya habían dejado atrás por la izquierda Samos, consagrada a Juno, junto con Delos y Paros, y por la derecha Lebintos y Calimne, fecunda productora de miel, cuando el niño empezó a disfrutar con el audaz vuelo, abandonó a su guía, y atraído por el cielo se abrió camino a mayor altura. La proximidad del sol abrasador ablandó la cera perfumada que mantenía unidas las plumas. La cera se derrite: él agita sus brazos desnudos, y privado de plumas con que aletear ya no siente el aire, y mientras gritaba el nombre de su padre se hundió en las aguas azuladas, que de él tomaron su nombre.
El infeliz padre, que ya no lo era, «¡Ícaro!», exclamó, «¡Ícaro! ¿Dónde estás? ¿A qué lugar iré a buscarte?». «¡Ícaro!», llamaba: entonces vio las plumas sobre las olas, y maldijo su ciencia. Enterró su cuerpo en un sepulcro, y aquella tierra tomó su nombre del sepultado”
Brueghel pintor memorable. Capaz de registros diversos, desde la cotidianeidad a la mitología, desde el laicismo nórdico a las construcciones ilusorias. ‘Altes meister’, es también un título de Thomas Bernhard. Pueso eso, maestros antiguos pero vigentes y permanentes.