Jean-Louis Trintignan: el tiempo de toda una vida

En 1956. AGIP; .

Si lo pensamos bien, en algunos periodos de nuestra existencia, hemos vivido más a través de las películas o inspirados por ellas, o sobre todo por sus protagonistas, que en la realidad que inciertamente estabamos experimentando en ese momento, quizá percibida como estancada o transcurrida en ese periodo de la juventud en que se quiere echar a andar hacia algún sitio no muy definido y se precisan modelos y estímulos que empujen la esperanza de que existen otros mundos posibles en algún sitio, lejos de todo lo que no nos gusta, que nos harían felices, porque estarían llenos de personas con las que podríamos compartir gustos, sueños, fiestas y amores. Quizá se piense que los adolescentes miran más a los chicos de su edad, y a veces es lo que ocurre, pero a menudo también miran a gente mucho mayor, que vive muy lejos, que ya han conseguido hacer muchas cosas que ellos desearían y los buscan en las películas o en las revistas ilustradas de sus padres donde los encontraron algún día por causalidad. Entonces los convierten, de alguna manera, en héroes o mitos aunque realmente no sepan casi nada de ellos o imaginan que nunca envejecerán ni serán derrotados.

con Brigitte Bardot

La Francia de los años sesenta y setenta donde la guerra parecía estar ya tan lejos y donde había tanta diferencia con la España de esos años. No solo la nostalgia del Boul’ Mich sino también de los veranos “bon vivant” en Saint Tropez; no solo los intelectuales que especulaban y se exhibían en el Flore o la Coupole sino la playa del deseo bajo los adoquines de aquel Paris donde hombres como Jean-Louis Trintignan podian relacionarse con bastante éxito con mujeres como Brigitte Bardot, Jeanne Moureau, Romy Sneider, Fanny Ardant, Catherine Deneuve o Anouk Aimée mientras sonaban musicas de Francoise Hardy, Gainsbourg o Juliette Greco en medio de todo un mundo lleno de creatividad y de talento, que parecía maravilloso, aunque luego supiéramos que no era exactamente así, y los de “LesTemps modernes” justificaban tiranías mientras besaban nínfulas azules y los desamores seguían siendo tan dolorosos que Romy quiso irse muy pronto (¡que bella estaba en “El tren“!, que acabo de ver ahora mismo) y las sonrisas se fueron helando con el tiempo de muy diversas maneras hasta acabar convirtiéndose en rictus justo a la medida de Haneke o de Kieślowski o de ese Lelouch crepuscular que se empeña en vislumbrar el final del amor de “Un hombre y una mujer” entre la desmemoria y el geriátrico de lujo donde solo las viejas imágenes que él no sabe siquiera si recuerda compensan los malos diálogos y el viaje a ninguna parte donde solo habita el olvido.

“Un hombre y una mujer”

Debo reconocer que prefiero volver a verlo interpretar al joven tímido de “Il sorpasso” dejándose tentar por el vividor Gassman y perdiéndose, con el Lancia Aurelia B24, en las playas de Castiglioncello, corriendo el riesgo de seguir su instinto dionisiaco entre todas las dudas y toda la inexperiencia aún al precio de perder la vida; contemplarlo perder la cabeza por la fuerza del deseo que desencadena el cuerpo glorioso de la joven Brigitte Bardot aunque tenga todas las de perder; hacer tan conscientemente el amor a Romy Shneider en el clamoroso silencio de aquel tren lleno de gente que se agarra a la vida y quiere tocarla con las manos antes de que escape; correr al encuentro de Anouk Aimée en aquella playa donde los perros danzan felices al ritmo de la música de Francis Lai o conducir el coche a toda velocidad para volver a tener una segunda oportunidad en la estación de tren, con aquella mujer que se había cruzado en su camino y podría estar yéndose en lugar de llegando; encarnar a  Marcello Clerici enredándose diabólicamente en un presente marcado por un pasado que quizá no existió en El conformista; o al juez justo y fuerte aunque no lo pareciera de Z. Debo reconocer ahora, mientras observo algunas de sus películas en Filmin que no veré: ni Tres colores: Rojo, ni Amour, ni Happy End ni debería haber visto Los años más bellos de una vida y que prefiero con mucho ver, aunque sean supuestamente peores Mi noche con Maud, Las relaciones peligrosas, El trepa o Vivamente domingo.

“El conformista”

Ya sé que hay gente que piensa que no conviene engañarse, ni evitar nada y que el arte verdadero consiste, sobre todo, en mostrar preferentemente, muy minuciosamente, la cara oculta de la luna, justo la que puede deslumbrarnos más cuando la vida es muy larga y “todo aquello” queda tan lejos que casi se ha olvidado y perdido toda emoción placentera ante la gravedad existencial que adquiere, con los años, la decrepitud del cuerpo y el impacto de todas las cosas malas, sobre todo la muerte de los amores, de los amigos, y a veces la de los hijos, incluso el desmantelamiento de los sistemas de creencias o las relaciones que alguna vez creímos tan significativas y estables y realmente fueron tan frágiles. Pero confieso que, personalmente, ya veo las calamidades en vivo y en directo cada día, ya sé que siempre caminamos por un campo de minas y, precisamente por eso considero que, al menos a cierta edad, no está mal poder escaparse otra vez, como en la adolescencia, a esos paraísos que propiciaba el cine, donde los personajes (que podíamos ser nosotros) conducían descapotables rojos por la costa azul o conversaban tan animadamente en un café de Montparnasse, en primavera, con chicas como Brigitte o Romy o Fanny o Catherine o Anouk mientras el cielo era una canción preciosa que cantaba Juliette y todas las posibilidades creativas y vitales parecían abiertas.

Lo que siempre representará, para mí, Jean-Louis Trintignan que ha tenido una vida tan larga y redonda como la luna. Espero que al final pudiera todavía gozar emocionalmente de los destellos de luz de aquellos tiempos en que parecía que no iba a envejecer nunca, ni nunca sería derrotado.

Para seguir disfrutando de Ramón González Correales
Relatos de la realidad
Escribir un relato puede ser también una forma de pensar sobre algo...
Leer más
Participa en la conversación

1 Comentarios

  1. says: Oscar S.

    Y acaso fue derrotado? En Amour, precisamente, su anciana mujer pasa y acaricia las hojas de un álbum se fotos de su familia mientras suspira a “qué larga es la vida”, como tú mismo escribes aquí dos veces, y pienso si eso no es ya en sí mismo una victoria…

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *