2022: panorámica musical

Otro año se nos ha pasado en medio de un panorama que parece condenado a la turbulencia eterna. Frente a eso, la música continúa siendo uno de los mejores revulsivos, empeñada en resistir sobre sus propias dificultades: las de tantos artistas que lo dejan porque seguir resulta inviable, las de su pérdida de popularidad en favor de los podcasts, las de su mutilación en fragmentos de 15 segundos para tik tok y las de su propio volumen. Completar la escucha de un disco requiere menos tiempo que terminarse un libro o una serie y además se puede hacer paralelamente a otras actividades (bendito oído), pero el ritmo de llegada de novedades es tan frenético que solo acaba entrándose en profundidad en aquellos discos que consigan conectar con nosotros de un modo inmediato y clamen que les demos más de una pasada. Los afortunados varían tanto de una persona a otra que, más allá de tres o cuatro superestrellas que concitan atención por sí mismas, cualquier clase de conversación musical a día de hoy difícilmente pasa de monólogo. Aun así, artistas de toda índole siguen intentando encontrar, ampliar o fidelizar un público. Y algunos oyentes intentamos devolverles el mérito esperando que se incorporen al monólogo de otras personas.

Los mascarones de proa

Badbunny

Es obvio que muchas figuras de la élite mainstream entienden que si mantenerse arriba pasa por entregar miles de canciones nuevas y remixes de vida efímera, no serán ellos quienes hagan lo contrario. Alguna, de hecho, consigue desmarcarse y alcanzar la longevidad (que se lo digan a Quevedo y Bizarrap). Lo que es verdaderamente difícil es lograr que no sea un tema sino todo un disco el que semana tras semana rompa los índices de escucha. Bad Bunny ha hecho ese disco. En español y con 23 pistas, Un verano sin ti es el indudable triunfador del año a nivel global. Despacharlo sin más como menudencia de reggaeton y latineo urbano es obviar que el portorriqueño maneja lo suyo mejor que nadie, impulsando el género mucho más allá de los límites que su pléyade de imitadores no consigue traspasar, y todo ello sin perder el gancho que convierte sus temas en éxitos inmediatos y duraderos. Numerosos medios especializados se han rendido a la evidencia y han terminado, un poco desmesuradamente, de elevar el disco a los altares.

Está por ver si el Midnights de Taylor Swift consigue algo semejante. De vuelta a un registro más ligero pero reiterativo dentro del canon de la cantante, esta colección de nocturnos resulta tan agradable como inofensiva. De hecho, no pocas voces se lamentaron de que su lanzamiento eclipsara el de otros iconos del pop como Tove Lo (Dirt Femme) o Carly Rae Jepsen (The Loneliest time), que llegaron casi a la vez, aunque más allá de destellos puntuales ninguno de ellos sea tampoco especialmente notable. Sí lo es, en cambio, el mucho menos prodigado The Gods we can touch, de la noruega AURORA, moderno y artie en su producción sin descuidar las esencias del pop de toda la vida. Hablando del cual: en la primera mitad del año fue Harry Styles quien dominó la escena con su Harry´s House, en gran parte gracias a la pegada de su single As it was.

Taylor Swift

Dentro del R&B, el madrugador The Weeknd inauguró con fuerza la temporada en su viaje radiofónico Dawn FM, y Lizzo ha intentado sin mucho tino revalidar su estatus con Special, pero a ambos se los ha merendado una imperial Beyoncé, que plantea Renaissance como una sesión de house de principios de los 90 con una primera mitad para enmarcar y una apuesta decidida por la comercialidad elaborada, lujosa y calculada, sí, pero también exigente consigo misma y con el oyente.

Si nos quedamos en España, digno de estudio es el caso de Rigoberta Bandini, cuyo particularísimo universo alejado de lugares comunes ha calado en amplios estratos de la sociedad a través de unos singles extrañamente atractivos que han acabado recopilados dando forma a La emperatriz, su debut oficial. Ojalá lleguen a recibir una difusión semejante otras que han hecho lo propio con sus delicias naif, las irresistibles Adiós Amores de Sus mejores canciones.

Beyonce

Mirando al pasado

2022 ha sido especialmente generoso en lo referente a los continuadores de la mejor tradición de los 60 y 70, lo que demuestra que ambas décadas siguen manteniendo una enorme vigencia a pesar de su cada vez mayor lejanía en el tiempo y de la tendencia general a despreciar todo lo que huela a boomer.

Pero ahí están los Arctic Monkeys, reafirmando en The Car la senda iniciada con su anterior disco, y a pesar de ser éste un punto menos fascinante (que no menos bueno), lleva la maduración de su propuesta a nuevas cotas líricas, conceptuales y sobre todo instrumentales.
Las más puras esencias americanas despliegan todo su encanto en discos como los de Father John Misty (Chloë and the Next 20th Century), Angel Olsen (Big Time), Hurray for the riff raff (Life on earth) o Julianna Riolino (All blue), pero donde más han brillado es en los maravillosos Heartmind, de Cass McCombs; This is a photograph, de Kevin Morby; y sobre todo un Palomino de First Aid Kit que eleva los juegos vocales de las hermanas Söderberg a una dimensión celestial con su delicado y precioso envoltorio.

Los Estanques y Anni B Sweet

Más dignos sucesores, en este caso del pop-rock barroco y lisérgico, los encontramos en An in the darkness, heart aglow, de una Weyes Blood que por momentos casi parece Enya, Mattiel (Georgia Gothic), Mystic Braves (Panic Afterglow), The Soundcarriers (Wilds) o en varios momentos del Last night at the Bittersweet con el que Paolo Nutini ha vuelto a escena, pero el mejor homenaje al género lo ha dado la unión de Los Estanques y Anni B Sweet para un Burbuja cómoda y elefante inesperado que reparte dureza, dulzura y extrañeza a partes iguales dentro de su secuencia unitaria perfectamente engranada.

Junto a todos estos nombres están además los clásicos en sí mismos, artistas y bandas muy veteranas que, fieles a sus estilos consolidados y sin nada que demostrar, este año han hecho aditamentos a su catálogo que no envidian para nada a sus mejores momentos, desde los Death Cub for Cutie de Asphalt meadows, los Yeah Yeah Yeahs de Cool it down y los Calexico de El mirador al enérgico Elvis Costello de The boy named if, desde los regenerados Porcupine Tree de Closure / Continuation o los perennemente noventeros Spiritualized (Everything was beautiful) y Suede (Autofiction) a los fructíferos Wilco y Red Hot Chili Peppers, grupos que funcionando más compenetrados que nunca han desparramado su buen hacer y toda la experiencia adquirida en discos satisfactoriamente larguísimos, repletos de rincones familiares pero atractivos que explorar con calma. Las 21 pistas de Cruel Country y las 34 que suman Unlimited love y Return of the dream canteen así lo atestiguan.

Los que siempre han sido infalibles pero esta vez se han pasado el juego son los Spoon del maravilloso Lucifer on the sofa. Quién les iba a decir que a la altura de su décimo disco iban a sublimar sus virtudes para conseguir algo tan redondo, tan vivo, tan incontestable. Chapeau por ellos.

Spoon

Mirando el presente

Con un pie en la tradición pero una propuesta menos apegada a ella, tampoco se han quedado cortos en minutaje ni Beach House en Once twice melody ni Big Thief en Dragon new warm mountain I believe in you. Dreampop y folk etéreo que rechazan los caminos más obvios y se revisten con aire de constituir el big statement de sus respectivos grupos, pero que cuesta abrazar en su totalidad a menos que se sea muy cafetero. Otro que ha optado por lo kilométrico, pero con resultados más armónicos, ha sido Sondre Lerche, que se ha puesto el traje de Sufjan Stevens para un inesperado y estupendo Avatars of Love.

En la misma línea art-pop pero con menores pretensiones se han desenvuelto muy bien tanto la Katy J Pearson de Sound of the morning como la Soccer Mommy de Sometimes forever, a quienes acompañan las asentadas Let´s eat Grandma de Two ribbons y unos Alvvays extraordinarios que aúnan exactitud y efectividad en las tremendas canciones que componen Blue Rev.

Alvvays

Desde posiciones cercanas al declinante rock han llegado algunos de los trabajos más atrevidos y con más personalidad de la temporada, en una línea que comenzaría por el más ortodoxo Expert in a dying field de The Beths, pasaría por la fiesta post-punk de Yard Act (The overload) y Fontaines DC (Skinty fia), el músculo industrial de Nova Twins en Supernova, y terminaría en la abstracta complejidad y el difícil equilibrio entre la calma y la furia que se despliegan en el Hellfire de Black Midi y el Ants from up there de Black Country, New Road.

Pasando a la órbita del rap y el hip-hop, Kendrick Lamar ha vuelto a llevarse casi todos los elogios con Mr. Morale and the big steppers, pero en esta ocasión tanto Denzel Curry (Melt my eyez see your future) como Billy Woods (en Church y sobre todo en Aethiopes) han hecho un trabajo más remarcable, y mucho más agradecido es el de Danger Mouse y Black Thought jugando con las bases retro en Cheat Codes. También el tardío No Thank You de Little Simz da continuidad a su brillante catálogo, pero es Hugo, de Loyle Carner el disco más esmerado y brillante de la colección, especialmente en esos momentos donde su templada voz dialoga con unos extasiados arrebatos de góspel.

Loyle Carner

Mirando al futuro

En el ADN de determinadas bandas y solistas está impreso un rechazo hacia el acomodo que les lleva a buscar sonidos y planteamientos que expandan sus propios límites, o por lo menos los desdibujen. Sus movimientos resultan además completamente libres e imprevisibles.

Es el caso de Richard Dawson, practicante de una clase de folk deformado y esquivo que, con una apariencia más adornada que de costumbre, brilla en The Ruby Chord. Y es el caso, por supuesto, de Björk, quien desde hace mucho se mueve en parámetros más cercanos a la música clásica-contemporánea que a la art-pop. Y en Fossora prosigue su particular y poética exploración de sí misma envuelta en hongos, raíces, clarinetes bajos y accesos de techno gabber. La islandesa probablemente no vuelva a alcanzar nunca unas cotas artísticas como las de su eclosión, pero su espíritu sigue creando escuela que diversas continuadoras transportan a sus respectivos ambientes, como hace la colombiana Lucrecia Dalt en ¡Ay!, sucinta deconstrucción de géneros latinos en clave digital.

Si atendemos a la ficha oficial de The Smile, nos dirá que A light for attracting attention es su debut, pero todo el mundo sabe que son los dos cerebros de Radiohead (Thom Yorke y Johnny Greenwood) los que se esconden tras el alias junto al músico de jazz Tom Skinner. El disco suena de forma inconfundible a la banda matriz, pero en cierto modo liberado de su enorme peso. Haciendo lo contrario, regresar a sus casas después de haberlas tenido cerradas o desatendidas un tiempo, es lo que han hecho los Animal Collective de Time Skiffs (en su más desconcertante medio camino entre el encanto psicodélico y lo inaprensible) y The Mars Volta, que han titulado con el nombre del dúo el disco que más se aleja del rock delirante que los caracterizaba, y se han decantado por temas cortos y estructurados que sin embargo están tan llenos de su personalidad como todo lo que hicieron antes de sumirse en el silencio durante 10 años. 

Hubo un tiempo en el que Arcade Fire parecían tener la clave de la actualización constante de su sonido sin perder la esencia. Pero si en Everything Now había tanta grandeza como bochorno, en WE, ya su sexto disco, lo que hay es dejadez. Para una banda cualquiera sería un álbum más que decente. De ellos cabe esperar mucho más.

Por suerte, los que han hallado un punto de equilibrio muy interesante son alt-J, a quienes les sienta bien no estar tan en el punto de mira de lo cool como cuando debutaron. Mantienen el atractivo de su excentricidad pero no se salen del tiesto en The Dream.

Bjork

Y también hay colectivos que hacen de lo espontáneo su razón de ser. El dúo noruego Röyksopp ha repartido en tres entregas el largo viaje de pop electrónico de Profound Mysteries, basado en la combinación de canciones al uso en boca de numerosos colaboradores y secuencias más atmosféricas y progresivas.

Sault comenzaron la temporada lanzando de forma normal una especie de banda sonora llamada Air, pero a los pocos meses volvieron a la carga con 5 discos simultáneos que pivotan en torno al góspel, el funk y el soul con todas las etiquetas añadidas que se quieran. Sus títulos: Untitled (God), 11, Aiir, Earth y Today and Tomorrow.

Por segunda vez en su carrera, King Gizzard and the Lizard Wizard también han alcanzado la marca de 5 discos en un año. El simpático experimento Made in Timeland, basado en dos jam sessions de 15 minutos sobre el tic-tac de un reloj con aderezo electrónico, fue replicado de forma más ortodoxa en Laminated Denim. Por su parte, tanto Ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava como Changes son también largas improvisaciones de rock ácido al modo de los últimos 60 y primeros 70, que estando bien empiezan a resentir un catálogo demasiado extenso al que a estas alturas ya no aportan demasiado. Al menos nos queda ese doble y estupendo Omnium Gatherum donde tanto se apuntan a una montaña rusa de 18 minutos como al heavy más enfurecido, al jazz suave o al rap. Y funciona.

De todas formas, quien quiera una buena ración de psicodelia pesada y post-rock con un punto de misticismo y folclore profundo, que acuda al impresionante Axenxan, espreitan de los gallegos Moura, que no por haber pasado inadvertido por los radares es menos esplendoroso.

Moura

Lo que hasta hace no mucho se hacía grabando instrumentos reales y pasándolos por producción hoy se hace de forma digital en no pocos casos. Hay músicos que viniendo de un concepto más clásico toman total o parcialmente este camino, como el Benjamin Clementine de And I have been, y otros que habiendo nacido ya en un medio digitalizado consiguen hermanarlo con melodías de corte retro o tradicional. No por casualidad hay ahora mismo una explosión de folclore regional revisitado y modernizado. Una de sus abanderadas es Natalia Lafourcade, que extiende sus composiciones basadas en la canción melódica mexicana con insertos de jazz y música de cámara que les dan una personalidad exquisita.

El belga Stromae ha tirado también por ese camino en Multitude, su disco de regreso tras 9 años. Y lo ha hecho de forma precisa, cruzando la chanson francesa con su espíritu pop y envolviendo todo en una capa de world music que tanto se pasea por África como por Lejano Oriente y Sudamérica.  A la manera del mejor Paul Simon, todos los elementos encajan gracias a la esmerada labor de producción que lo cocina todo en su justa medida, pero sobre todo gracias a unas melodías clásicas, bellas y efectivas.

Stromae

Hay otro trabajo que ha logrado algo similar pero exacerbando la modernidad y elevando todo a la enésima potencia. Hablamos de Motomami, consagración absoluta de Rosalía para quien aún tuviera dudas, y clarísimo disco del año.

Cierto es que sus adelantos fueron desconcertantes por separado, dando a entender que el disco seguía una dirección que muchos no deseábamos. Pero escuchado en su totalidad se reveló que era mucho más serio y ambicioso de lo que parecía, y que atrapa el espíritu de la actualidad como ningún otro, saliendo triunfante del todo vale que mete en su batidora reggaeton, flamenco, trap, bachata, bolero, samba, electrónica, balada, r&b, spoken word. Con todo, lo mejor de Motomami no es que lograra por sí mismo acallar todas las críticas que recibió antes de su salida, sino que con el tiempo se haya crecido mucho más. Escuchado con atención, parece casi milagroso que una apuesta tan arriesgada suene tan coherente, que atrape tanto como cuando se mueve en un registro desenfadado y cómico como cuando se pone intenso o experimental. La clave de la grandeza siempre ha sido conseguir aunar lo complejo y lo accesible, y Rosalía lo ha hecho con aplomo e inteligencia, sin miedo a dejar a atrás lo que tan bien había construido en El mal querer pero dejando que las coordenadas por las que destacaba aquel álbum (su voz como columna vertebral, su fortaleza melódica y su voluntad transformadora) sean también las que sostienen éste. Ahora que ya tiene todas las puertas abiertas, solo nos queda desear que los próximos umbrales que cruce sean para ella y para nosotros aún más gratificantes.

Rosalía
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