Habíamos hablado R. y yo a propósito de Xavier Rubert de Ventos (Barcelona 1939- Barcelona 2023) no hace ni una semana, diez días si acaso, como un gesto premonitorio de su desaparición, aún sin saberlo. Habíamos hablado de sus tempranos trabajos orientados, sobre todo y fundamentalmente, en el campo de la Estética y sus derivadas posteriores, complejas y plurales, por más que luego su escritura fuera más poliédrica que focalizada en el devenir de las artes y su filosofía. Y produciendo un temprano libro, posterior a la pieza de 1963, El arte ensimismado, que abriría la puerta a esas reflexiones deudoras de Umberto Eco, sin reconocerlo tal vez. La Teoría de la sensibilitat –creo que tan raro como poco leído– que publica primero en catalán en 1968 –en Edicions 62, de la mano de Castellet– y luego en 1969 en español, en ediciones Península, me refiero al volumen de 584 páginas, acogido aquí como Teoría de la sensibilidad. Que, entre otras particularidades notables, cuenta con un prólogo de José Luís López Aranguren –extractado en la contraportada– que da cuenta del grado de relación estrecha que mantienen ambos en ese tramo temporal de la biografía formativa de XRV. Más cerca de López Aranguren que de José María Valverde o de Manuel Sacristán –que habría sido lo lógico por próximo–, lo que serviría de primera referencia formativa.
Incluso, Aranguren que tras ser expedientado de la Universidad Complutense de Madrid recala en California e inicia otra trayecto en su propia biografía, abriría puertas al posterior viaje de XRV, primero a Berkeley y luego a otros centros universitarios estadounidenses como Harvard. Y ello, le da a XRV información de primera mano de la revolución –antes de Silicon Valley– que se está produciendo en los campus americano–entre el rock, las drogas blandas y el primer antiautoritarismo– y que acabará produciendo otra inflexión, ahora en la biografía intelectual de XRV. Esa experiencia la vive junto a Luis Racionero y María José Ragué, entre otros universitarios españoles, procedentes del área catalano-balear y con trayectorias divergentes. Llegando, más tarde, a ser catedrático de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Donde se organiza un departamento sobresaliente, en el que llega a coincidir con Eugenio Trías, Félix de Azúa, Juan José Lahuerta, Ignasi Solá-Morales y Pedro Azara.
La vía americana de XRV –creo que fue él único de tan memorable departamento en hacer las Américas– no impedirían el giro ideológico que se advertiría en su trayectoria, a partir de la publicación en 1987, de El laberinto de la hispanidad –que juega al equivoco nacional con el nombre de la obra de Gerald Brenan, El laberinto español–. Fecha, la de 1987, en que XRV está metido de lleno en política de la mano de Pascual Maragall y de su pasado militante en el FOC: fue diputado del PSC a Cortes por Barcelona entre 1982 y 1986, y parlamentario europeo entre 1986 y 1994 por el PSOE-PSC. Fechas corridas por la política ¿vana?, de la que daría cuenta con esa suerte de memorialismo sorprendente con El cortesano y sus fantasmas (1991), en donde cuenta su decepción de la política ¿españolista? del PSOE y el descubrimiento –otra inflexión– del continente del nacionalismo catalán, por más que lo hubiera tenido debajo de la mesa camilla familiar desde los primeros tiempos. Memorialismo, pues, interesado en avisar de la caída del caballo, que anticipaba su otro ejercicio de memorias de 2012 como fuera los Demonios íntimos, cuya lectura me produjo una decepción tan notable –en el fondo y en la forma– como la deriva ideológica e intelectual del XRV memorializador.
Hay que decir que, concluida la estadía política por cuenta de la socialdemocracia catalana –no olvidemos su pertenencia a la más solida burguesía catalana, enriquecida en Indias, por cuenta del abuelo paterno–, XRV llega al lugar de origen, por más viaje americano verificado a finales de los sesenta. Es decir, llega al meollo del Nacionalismo en un viaje a los orígenes familiares y al descubrimiento de la mesa camilla, en alguien que había planteado cuestiones ajenas a esa estripe reflexiva desde su observatorio californiano. Con independencia de que en ese trayecto XRV hubiera producido trabajos destacables como Moral y nueva cultura (1971) y sobre todo Ensayos sobre el desorden (1975), donde anida una sorprendente reflexión sobre el mundo del turismo en Hawái y Waikiki como metáforas del desorden contemporáneo. Ahora el desorden al que llegaría XRV, tendría forma de nueva moral y de otro orden. Llegando a ser, merced a su trabajo de 1991 Cataluña de la identidad a la independencia, el asesor áulico del presidente de la Generalidad Artur Mas. Texto visto y leído por la II–Inteligencia independentista– como el Nuevo testamento de la dogmática nacionalista/independentista. Por eso la rareza del obituario realizado a medias en El País, por Jordi Gracia y Jordi Amat, para trazar un retrato elíptico que denominan Muere a los 83 años XRV, la ironía del pensar. Que no deja lugar a dudas de algunas coordenadas, por más piedad que se despliegue. “Ha sido R uno de los pocos ensayistas y pensadores de la modernidad desde los sesenta que ha escapado de la autoprotección atrincherada y rencorosa contra los cambios de vida de Occidente, y de los poquísimos que ni ha hecho de la quejumbre una forma de vida degradada. Quizás ayudado por un patrimonio familiar descomunal nació como escritor contra los cascarrabias hace 60 años y de ahí ya no se movió más”. Por más que se aprecie –yo al menos, así lo veo– su ética de la infidelidad –como la desplegada por Castellet en su memorable entrevista de Triunfo, aunque aquí fuera de estirpe literaria y no de naturaleza política–. Ética de la infidelidad, que el mismo Amat recoge el mismo día que estampa el obituario de XRV en su reseña del libro de David Jiménez Torres, La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019). Cuando al citar a Ramiro de Maeztu, dice que “Maeztu era ejemplar para comprender como se producen estas mutaciones ideológicas”. Dejando el caso de XRV en un rincón apartado, ya que como reseñaba antes: “de ahí ya no se movió más”.
El motivo de la conversación aludida al principio entre R y yo, había sido la entrevista que le hacían a su hija, Xita, novelista temprana y doctoranda en literatura en Princeton, en una serie rara de El País Semanal, denominada La última cena. Que no es que fuera un desarrollo pictórico, sino sentimental. Donde Xita Rubert era requerida a fijar sus filias y su fobias, sus lenguas habituales –entre el gallego materno de Luisa Castro y el catalán paterno de Rubert de Ventos– para descubrir un arrebato de comida basura que llama bazofia comestible. Donde la estudiante americana nos habla de su primera novela Mis días con Kopp, publicada en Anagrama en marzo de 2022, editorial donde se gradúan las hijas de la burguesía ilustrada catalana.
En esa entrevista con Jacobo Bergareche, Xita Rubert no habla del estado final de su padre Xavier, por lo que su muerte ha constituido una sorpresa. Similar a la sostenida en su día, cuando XRV viró de posiciones socialdemócratas a posiciones nacionalistas y luego independentista.
Decía el mismo XRV, en un texto recogido del blog El lagarto en tu laberinto, denominado Hipermetropía teórica, que viene perfecto como colofón. “Es al estar despiertos cuando lo vemos todo oscuro. O, lo que es lo mismo, que cuanta más luz y concentración ponemos sobre algo, menos claro lo vemos. Como si padeciésemos una especie de hipermetropía teórica, cuanto más nos acercamos a un objeto que queremos conocer, más desenfocado y borroso se nos presenta”.
Ideologías, sí, filias y fobias, también, aguda introspección y escritura, sin duda alguna, pero mi pregunta, José, es que tiene que ver nada de esto con la filosofía…