En 1944, Martín Heidegger huyó de la Friburgo bombardeada y visitó la casa de Georg Picht. Su mujer, la pianista Edith Picht-Axenfeld, tocó la Sonata en La mayor de Schubert, obra póstuma, y según dicen Heidegger la miró asombrado y sobrecogido y dijo, con toda sinceridad: “con la Filosofía no podemos hacer eso”. Desde luego que no. Tal vez por eso la música sea la única disciplina humana que se te mete en el cuerpo y te obliga a moverte, algo que no ya la Filosofía o la Arquitectura, sino ni siquiera la Danza sabe hacer mucho sin su ayuda. Han pasado 50 años desde el lanzamiento de The Dark Side Of The Moon de Pink Floyd y, aunque no sea de ese tipo de álbumes que invitan a bailar o cuando menos a menear la cabeza, sin duda se trata de una obra maestra cuya simple portada ya es, creo yo, la portada de disco más célebre del mundo junto con alguna de Michael Jackson (por cierto que nunca supe que hacía ahí un prisma de Isaac Newton, que no guarda relación alguna ni con la temática del álbum ni con su propio título). Yo lo escuché porque mi padre lo tenía en casa, y es que por aquel entonces eran los padres los que intentaban estar al tanto de las novedades musicales y culturales en general, algo que sorprendería a los chavales actuales que consumen música-basura y que además evitan pagarla. El dato no es baladí, porque significa que gente como Pink Floyd sabía muy bien que se dirigían a adultos que iban a escuchar su música y analizar sus letras durante meses con un fino sentido crítico, mientras que ahora -perdóneseme la pataleta- dejarse ultrajar el alma por Bad Bunny tan sólo requiere de unos minutos de lobotomía cerebral inducida por tus contactos del Instagram…
Personalmente, de entre la discografía de los fluidos rosas pongo antes Echoes, Animals y, sobre todas las cosas, Wish you were here, pero eso es como ponerse puntillosos a la hora de elegir entre la Torre Eiffel, el Edificio Flatiron o la Catedral de Chartres: uno tiene sus preferencias pero es como tonto ir aireándolas por ahí. Necesitamos de los tres para habitar la Tierra, y también de toda la discografía de los británicos. The Dark Side Of The Moon ha sido calificado como Rock Progresivo, pero no sé muy bien qué significa eso ni lo voy a consultar ahora. Para mí es algo así como que tienes que escuchar el disco (el vinilo, entonces) todo seguido, pasando por momentos e intensidades muy distintos pero entre los que no existe solución de continuidad, como ya ocurría en la genial parte central del Abbey road de los Beatles. Recorres una suerte de paisaje sonoro cambiante, pero como además hay letra y un cierto adensamiento narrativo te ahorras caer en esa planitud de música de ascensor que -y no lo digo yo, lo dijo uno de los interesados- caracterizó más tarde a Brian Eno, Philip Glass o Arvo Pärt, por no hablar de los músicos que todavía iban de vanguardistas de la gran música clásica. Desde luego que The Dark Side… es un álbum intimista a la vez que reivindicativo, como lo sería The Wall y en la resaca de la Contracultura de los sesenta, pero eso es lo que gustaba entonces, que te hablasen al oído y llamar cerdos a los cerdos al mismo tiempo. ¿Cuándo se nos jodió la música, parafraseando a la ex-pareja de la cortesana? Me temo que, como apuntaron The Buggles cinco años después de la publicación del Dark…, el asesino fue el videoclip y sus secuelas los ritmos y letras de cotolengo que sufrimos ahora. Sin duda hay videoclips excelentes (se me pasa por la cabeza el de Friday I´m love de The Cure, junto con el de Lullaby, o algunos de Michel Gondry), pero eso no tiene nada que ver con la música en sí, los Pink Floyd siempre han sido sinestésicos y un poco expresionistas sin necesidad alguna de imágenes.
La pregunta es por qué los traperos, reguetoneros y demás odian la poesía y la música, qué demonios será lo que les han hecho. ¿Será que ya nadie quiere saber nada de esa música que era casi religión, como aquella tarde de Heidegger, o que zurraba al poder, como en el Lado Oscuro de la Luna (una metáfora que probablemente remita al apagamiento mental de Syd Barret)? ¿O será que el mundo se ha vuelto peliagudamente serio, y por eso ya no soportamos mirarlo de frente? Como decía F. J. Fernandesqu en su Der Zauber der Däfekation, 1, como una reverberación de cuando aún se hacía poesía…
La luna no puede evitar asustarse de los blancos cohetes lanzados
Teme el alunizaje quebrador del aséptico silencio de sus cráteres
La desespectada representación de los reactores
El desgravado paso de los tripulantes
que atruena los oídos del cómplice de la desidia
La luna no se sabe ausencia y se avergüenza
ante los abismos que se acercan riendo