No Los verdes campos del Edén, primeriza obra de teatro de un Gala en la treintena de la vida –1963–, que marca cierta precocidad para la escritura teatral, sobre todo teatral, cuya continuidad serían ya, varias piezas exitosas a lo largo de la década de los años setenta, escritas en el parteaguas del final del franquismo. Los buenos días perdidos –1972– y, sobre todo, Anillos para una dama –1973 con la inseparable María Asquerino y la anécdota de Barcelona con Amparo Rivelles de sustituta–, también la interrogativa del miedo ¿Por qué corres Ulises? –1975–. Obra a la cual dedica un artículo á cléf en sus colaboraciones semanales de Sábado Gráfico –la revista de Eugenio Suarez que modula un paso difícil: de revista del corazón a revista del cerebro–, que denomina Ulises 75, en respuesta a una crítica formulada por un tal Copérnico embozado, y que Gala firma el 9 de noviembre de 1975. Y es que estamos en noviembre de 1975, con el parte “del equipo médico habitual” desde el mortuorio de El Pardo y desde los últimos estertores del franquismo en el pudridero de la historia. Por más que todo ello –ese proceso de cierre y final de ciclo– apenas se note, o no se note si quiera, leyendo las páginas escritas esos días que hablan de Baraja española y de Desentendimiento. Será ya el artículo del 3 de diciembre –pasado ya el cierre de parte de la reciente historia española– Adiós y hola, donde se desvele la situación verdadera del misterio de noviembre. “Dejé un Madrid expectante. He regresado a un Madrid expectante y monárquico, en el más recto sentido de la palabra, es decir a un Madrid con un Rey”. Años de metal y piedra que se dan por concluidos ya, aunque no lo parezca.
Años de popularidad televisiva con series de fortuna comercial, como Si las piedras hablaran –1972-1973– y Paisaje con figura –1976 y 1980– Y esos son los años en que Gala se explora y nos explora y trata de diagnosticarnos, desde la plataforma de la revista semanal Sábado Gráfico –de corte intelectual, si se la compara con la más generalista La Actualidad Española, pero menos progresista y quizás menos comprometida y sancionada, que las coetáneas Triunfo o Cuadernos para el diálogo–, donde se codea con gente razonable como Julian Marías, Juan Rof Carballo o Miguel Fisac. Pero no con el rojerío –muchos colores de rojo posibles: rojo soviet, rojo República o rojo berlinés– de los Haro Tecglen, Carlos Elordi, Nicolás Sartorius o Vázquez Montalbán–. Por más que Haro había llegado a Triunfo, procedente de Sábado Grafico, donde coexistió con Pepe Bergamín, Álvaro Cunqueiro y Dionisio Ridruejo. Por eso la rareza postrera de que un Gala –¿radicalizado? – afrontara años después de todo ello, la presidencia de la Sociedad de Amistad España-URSS, organización subvencionada por el Gobierno soviético en 1981, y después la presidencia de la Plataforma Cívica del No a la OTAN –1985 y 1986–.
Una suerte de intelectualidad la de aquel Sábado Gráfico de los años setenta –no diré que antifranquista– sino discrepante de cierta normalidad opositora y discrepante. Como muestra la antología de artículos publicados por la Fundación Mapfre, en 2005, dentro las prolongaciones que realizan en torno al legado del articulista –tan punzante como oblicuo– González Ruano. Y esa colección de textos recorren la obra periodística galiana entre 1973 y 1978, bajo el nombre de Texto y pretexto y con una faja en el libro que alude a “Los años de la libertad”. Un anuncio más descriptivo que explicativo, en la media en que esa lucha por las libertades no fueran la línea editorial preferente de Sábado Grafico. Un grueso volumen de más de ochocientas páginas, donde se puede recorrer desde esa panorámica que proporciona el paso del tiempo, las posiciones diversas adoptadas por el articulista Gala en esos seis cruciales años.
Articulismo central que pasaría en 1978 y hasta 1995 a El País –con lugar de privilegio en el suplemento dominical– con Charlas con Troylo primero, y luego con las colaboraciones A los herederos y A quien conmigo va. Ejercicio que completaría en El Mundo con La Tronera, entre 1988 a 2015. El destilado de la escritura de Gala, asomándose al balcón de la actualidad que incomoda y a veces perjudica, permite conocer mejor su propio mundo más que su íntima y personal poesía –¿quién lee hoy la poesía de Gala? –, su teatro varado y selecto –no pude soportar la pieza neo hippy de 1985, Samarkanda y tuve que regresar al aire libre exterior– en algún lejano mar de Sirtes, cachalotes y náufragos, y sus aproximaciones narrativas, como la exitosa pieza La pasión turca (1993) – que proseguía el éxito comercial de El manuscrito carmesí (1990), y tan exitosa, como para llevar su adaptación al cine, de la mano del máximo adaptador –exceptuando a Mario Camus– Vicente Aranda y con una Ana Belén de reclamo publicitario y ejerciendo el mismo influjo que María Asquerino con los Anillos para una dama: Anillos para una dama en Estambul–.
Fui de los que realizaron el viaje inverso de la película adaptada –pasiones eróticas de una española adormecida y despertada al son de Santa Sofia y del palacio Tokapi, rumor de 007 en la ubicación geográfica de Desde Rusia con amor– a la novela. Con la mala fortuna –para Antonio Gala– de realizar la lectura en paralelo con la pieza de Javier Marías, El siglo. Pieza de Marías –que acabaría ocupando el trono de Gala en sus sesiones semanales de El País, con un cometido tan relevante como el de Gala, pero con mas gasolina literaria– poco conocida y de una escritura tan compleja como influida por el magisterio magnético de Juan Benet. La lectura paralela de La pasión turca con El siglo acabó cerrando mis inclinaciones literarias sobre el mundo de Antonio Gala. A pesar de ello, el verano de 2019 acabé comprando en un puesto de saldo playero de Zahara de los Atunes, el repetido volumen Texto y pretexto, el cual me he dispuesto a hojear con la finalidad de captar alguna idea para están notas y como recuerdo a su autor.
“Imagino las verdes cosechas venideras cuando yo ya no esté”, es el corrido completo de la frase desplegada por Gala. Esa es la descripción del paisaje del Sur, que realizara el escritor cordobés –o torteño– en su semanal artículo del Sábado Gráfico del 18 de octubre de 1975, que denominó –como una anticipación de otra serie de artículos, ya en la época de El País – “A quien conmigo va”. Texto sabatino galiano que retoma tanto el verso de Antonio Machado “Españolito que vienes/al mundo de guarde Dios”, para prolongarlo con “Yo no digo mi canción/ sin a quien conmigo va”. El carácter de ‘escritor total’ con que ha sido glosado y despedido Antonio Gala Velasco (Brazatortas, 1930- Córdoba, 2023), conviene matizarlo, sobre todo en el campo poético y narrativo. Incluso la paráfrasis homenaje de Luis del Val, de verlo como el, Benavente de nuestros días, no debe de hacernos ver lo que no hay. Otra cosa será su labor como articulista. Por más que su popularidad teatral haya definido justamente esos años que recorre el memorial de artículos citados antes. Comenzó su dramaturgia con la citada, Los verdes campos del Edén (1963), luego Noviembre y un poco de hierba y Los buenos días perdidos (1972); más tarde Anillos para una dama (1973), y Las cítaras colgadas de los árboles (1974). Finalmente, en un declive de éxitos y vanidades, la comedia ¿Por qué corres, Ulises? (1975), Petra regalada (1980), El hotelito (1985), Séneca o el beneficio de la duda (1987) y ya en los finales de su dramaturgia, en 1989 da el libreto de la ópera (¡…!) Cristóbal Colón. Ha colaborado en las series argumentales televisivas citadas –otro mundo de aproximaciones sucesivas a sus intereses–Y al final esperanza (1967), Si las piedras hablaran (1972-1973), y sobre todo Paisaje con figuras (1976 y 1980). La amplia obra teatral de Gala, pese a todo, ha sido más apreciada por su público que por parte de la crítica. Por ello, no es fácil ver representaciones dramáticas de ese universo encabalgado en el recuerdo que se desvanece. “Imagino las verdes cosechas venideras cuando yo ya no esté”.