Habíamos convenido, Ramón y yo en alguna conversación informal entre copas y crepúsculos, que cada vez más la escritura en Hyperbole era, venía siendo para nosotros, una escritura de obituarios. Un final de partida, como en el mundo escrito de Samuel Beckett.
No es que todo fuera así siempre, ni estuviéramos inventando un género, pero crecían en demasía los textos onomásticos sobre personas relevantes y/o próximas que nos habían dejado, y nuestra reacción era fabricar un texto elaborado por ellos y para ellos. Había épocas en las que no dábamos abasto a tanto texto conmemorativo, al juntarse fallecimientos de escritores, pintores, cineastas, arquitectos, periodistas, futbolistas, músicos o filósofos. Y aquí pueden expurgarse un buen puñado de esas oraciones laicas, diseminadas como el grano en la besana.
Incluso había tramos temporales en que desatendíamos el ruido de la vida imparable y hecha jirones. Este verano mismo –tan cálido como insoportable e interminable–, sin ir más lejos, se nos habían juntado –y quedado sin respuestas por nuestra parte– las muertes del dibujante Ibáñez, de Jane Birkin, de Tonny Bennet, de Sidnea O ‘Connors o de Marc Augé, como demostración del imparable ritmo de la vida de los vivos y del imparable ritmo de la vida de los que se van yendo.
Escritura de obituarios como reflexión de una obra, de una vida o como el relato de las influencias centrales que supusieron en nosotros esos nombres propios, esas negritas umbralianas que a veces, se tornan más oscuras y pesadas. Escritura de obituarios como pago de la vida y como precio de la existencia. Ya saben esas piezas –no estrictamente funerales– que se producen cuando alguien próximo y querido nos abandona. Y nos deja una rara sensación de orfandad y de extrañeza. Defendíamos, desde el valor de esa escritura de la ausencia que son los obituarios, el carácter de género literario como ocurre en la prensa inglesa, al tiempo que nos permitía en las breves líneas capturadas analizar aspectos que a veces quedaban ocultos.
Todo eso venía ocurriendo con personas por lo general mayores que uno y algo distantes en lo físico que no en lo emocional. Por ello, dar forma a un obituario de Conchi Sánchez Hernández –parte de este proyecto de Hyperbole y nacida en 1972– incumple esos dos criterios de edad y de distancia. Y supone un esfuerzo de incredulidad. Conchi es y ha sido, más joven que nosotros y más próxima –con alguna excepción– que todos los retratados en esos vericuetos de los obituarios publicados. Sería –o debería de haber sido ella– la encargada de trazar nuestros obituarios en un día venidero e imprevisto. Pero ha ocurrido, justamente, al revés.
Desde los lejanos días de La Tribuna –donde la conocí, primeramente, donde colaboraba con Para/lelos y luego con Doble dirección, desde 1995– entre 2003 y 2006 como directora, hasta los encuentros posteriores, ya como parte de Hyperbole, y luego desde 2020 como directora de Lanza hemos trazado unas redes de encuentros y complicidades que pivotaban en diversos asuntos tan locales como universales. También conocimos los preparativos del 80 aniversario del diario Lanza que se publicó en mayo de este año.
Preparativos anticipados del aniversario, porque desde su nombramiento como directora en 2020 ya venía madurando el proyecto. Al que me ofrecí con una reflexión sobre las cartas que conservaba del director San Martín para poder capturar el espíritu de unos años grises y aplanados. En ese intervalo de encuentros y desde la publicación primera de un texto sobre Alberto Oliart (Oliart íntimo y olvidado, Lanza, 16 febrero, 2021), se produjeron las publicaciones de varios textos centrales y cruciales –con extensiones superiores a los formatos medios– que componen la espina de un cuerpo de escritos capitalinos, como los llamo con ironía y distancia. Desde las cuatro muestras de Experiencias modernas –entre enero y febrero de 2022– a la pieza sobre las memorias de José María Barreda (Tal como fuimos, Lanza, 17 de mayo, 2022), para cerrar con Décadas plúmbeas (30 de marzo, 2023) y el ya referidos Las cartas de San Martín y la memoria provincial (Lanza, 19 de mayo 2023), este ahora con una extensión prolongada, que sólo la generosidad y la complicidad de Conchi fue capaz de acoger en el número extraordinario del mes de mayo. Una memoria provincial, pues, que ya quedara, indefectiblemente, unida a la memoria de Conchi Sánchez en un obituario escrito tan temprano.