La conocí cuando ya se llamaba a sí misma “conchispa” en la dirección del correo electrónico y pronto me di cuenta que no era un alias exagerado. A veces nos reíamos cuando le decía que era “intensa de más” y que se tomaba todo demasiado en serio, con mucho entusiasmo, que tenía realmente un apetito fáustico inconcebible para cualquier cosa que deseara. Y le gustaban muchas cosas. No solo amaba a su familia, con dos hijas ahora en la adolescencia en las que tenia puestas tantas esperanzas, sino también el periodismo, donde se tomaba su trabajo de directora en un periódico local como si dirigiera el New York Times, como si perteneciera a aquella estirpe de Tom Wolfe, Talese y compañía a los que tanto admiraba. Pero también le interesaba la moda y el arte y los viajes y sobre todo leer, no solo literatura sino cualquier cosa que le sirviera para aumentar su conocimiento y por tanto poder sacar más disfrute y partido a la vida.
En los últimos días estaba leyendo “Los idus de Marzo” y estuvimos comentando ese discurso que Thornton Wilder pone en boca de Clodia y que es muy difícil no recordar ahora cuando la vida se desvela desnuda, sin ninguna poesía que pueda iluminarla:
“Ni el sol ni la condición humana permiten que se los mire fijamente; al primero, tenemos que mirarlo a través de gemas; a la segunda, a través de la poesía. Sin poesía, los hombres marcharían a la batalla, las novias entrarían en el matrimonio, las mujeres se convertirían en madres, los hombres enterrarían a sus muertos y ellos mismos morirían; mas, ebrios de poesía, todos esos hombres y mujeres corren hacia esas ocasiones con no sé qué esperanzas ilimitadas.”
Sin embargo ella quizá no estaba del todo de acuerdo con esto: creía de veras en la virtualidad de la poesía, en la belleza, en el poder de los abalorios y en la “joie de vivre”, ese daimon secreto, que siempre fue capaz de moverla incluso en los momentos más difíciles de su vida. Era la energía interminable de esta revista que nos divertimos tanto haciendo durante tantos años y que ella nunca dejó de alentar incluso cuando estaba muy metida en otros proyectos y el tiempo no le sobraba demasiado. Le gustaba Epicuro y creía que la única manera de eludir a la muerte, de vengarla por anticipado, era vivir con intensidad mientras se viviera dedicándose a las cosas que realmente se aman.
Ella lo consiguió sin duda. Era bella, verdadera y buena. Una mujer realmente hyperbólica que se ha ido súbitamente muy joven, como los elegidos de los dioses en los que no creíamos.
https://youtu.be/5WybiA263bw?si=bdayhhYrulIa_s_p
“Cuando llegue la hora de mi muerte, no sentiré haber vivido en vano.
Habré visto los crepúsculos rojos de la tarde, el rocío de la mañana y la nieve brillando bajo los rayos del sol universal; habré olido la lluvia después de la sequía y habré oído el Atlántico tormentoso batir contra las costas graníticas de Cornualles”.
Bertrand Russell
Mi muy querida Conchi:
Años diciéndome que te debo un artículo para tu querida Hypèrbole, no hubiese querido pagar mi deuda por este motivo. Así que, aquí me tienes, escribiendo a calzón sacado para decir que eras, qué dolor ese pasado, la maravillosa persona y estupenda profesional que tú nunca te creíste del todo. Que cuando te decía que escribes como dios siempre te daba la risa floja, esa risilla de duende travieso, escandalosa, contagiosa, que te llenaba los ojos de estrellas y que tanto voy a echar de menos.
No quería escribir de tu faceta profesional pero es imposible separarla de ti, enamorada del periodismo hasta las trancas y pese a todo. Con qué respeto a las personas y las historias, con cuánto mimo te sentabas ante las letras, colocándolas y descolocándolas igual que si de un puzzle se tratase. Y es que tú sabías de la magia y el poder de las palabras, era uno de tus encantos, a veces sabio como venido de tiempos antiguos, a veces tan inocente que daban ganas de abrazarte.
Siempre has sido una persona buena, llena de luz, de curiosidad, chispeante como ese apodo que tanto me gusta, divertida, cariñosa, inflexible con la injusticia, generosa con cualquiera, pudorosa y extrovertida, tierna, enormemente culta, coqueta, echá p’alante y fuente de inspiración. Pura vida, nena.
Voy a añorar infinito nuestros buscados “punto pelotas”, siempre cuadrando agendas para un café y, como concluíamos a veces, “es que la vida se nos lleva por delante, jajaja” ; los mensajes de whatsapp a deshora, llenos de emoticonos, solo porque te has acordado de mi; las llamadas jadeando mientras corres hacia el periódico o, feliz, a casa con Adri y las niñas; las historias que nos podíamos contar emocionadas como adolescentes, desde la música más peculiar al cuento más hermoso, del artesano de un pueblecito perdido a cierta filosofía trasnochada que merecía la pena discutir.
Esta noche me prepararé un té en la taza más bonita y repasaré nuestras anécdotas muertas de risa, fuera del día a día y que se apague el mundo. Y lloraré agradecida por lo compartido. No puedo recordarte de otra manera.
Que la tierra te sea leve, amiga.