Conchita Velasco: la vida de una cómica de su tiempo

Mi padre siempre la llamaba Conchita asumiendo que él era mayor, mucho mayor que ella, nada menos que 18 años, lo que es casi una generación y mucho más en aquellos años donde los jóvenes parecían más mayores, después de una postguerra muy tétrica y muy larga que ya, al filo de los sesenta, parecía arribar a un horizonte más despejado, con un solecillo de esperanza que se iba filtrando no solo por las películas y las canciones que venían de fuera sino por las que se iban produciendo dentro, para adecuar el tono del país a los nuevos aires de los Planes de Desarrollo y el pacto con Eisenhower. Veinte años tenía cuando interpretó en 1959 “Las chicas de la Cruz Roja”  con esa cancioncilla pegadiza que cantaba a menudo mi madre, todavía años después, cuando yo era debía ser muy pequeño, mientras ella hacía sus haciendas interminables por la casa que se llenaba de un aroma dulce de alegría y de sueños azules. Me entero ahora de que la canción la compuso Augusto Algueró, probablemente hijo, aunque los derechos de autor se inscribieron en la SGAE al 50% entre padre e hijo y la interpretó Ana María Parra, hoy olvidada, pero a la que puede encontrarse en spotify. El erotismo de esas chicas en el coche descapotable con el aire de la juventud en la cara, novias de la primavera que en Madrid habían florecido como por sorpresa, abriendo sus corazones, cantando y cantando, regalando sonrisas y encontrando amores, eran ya el contrapunto moderno y lleno de erotismo al país cutre que representaba la banda de la Cruz Roja desfilando por Cibeles o al novio cerril que interpretaba Toni Leblanc. Un cambio de expectativas y de estética había comenzado y ya sería imparable menos de veinte años después.

Conchita Velasco tenía entonces 20 años y ya había hecho muchas cosas según cuenta ella misma en la entrevista que hizo para “Imprescindibles”. Había estudiado danza en un colegio de la Sección Femenina; a los 15 años ya hizo su primera película (“La reina mora”, 1954) y comenzó a trabajar en la compañía de Manolo Caracol, como Lola Flores y luego, durante un año, con Celia Gamez en la revista “El Aguila de Fuego” (1956) de la que reconoce que aprendió mucho y la trató muy bien. Hizo cuatro películas hasta “Las chicas de la Cruz Roja” dirigida por Rafael J.Salvia En 1960 conoció a Jose Luis Saez de Heredia 29 años mayor, con el que tuvo una relación sentimental durante diez años y, con un talento y un capital erótico indudables, consiguió acceder al star system de la época y convertirse en una cara muy conocida en todo el país teniendo acceso, además, a un grupo de amigos que eran la flor y nata de los cómicos y creadores del momento: Jose Luis Ozores, Mingote, Toni Lebanc, Lopez Vazquez, Edgar Neville, Tono, Alfredo Landa o Jose María Forqué. Gente que hacía ese cine popular y de consumo que fue tan criticado por Barden en “Las conversaciones de Salamanca” (1955) como politicamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo y estéticamente nulo. Pero que, sin embargo llenaba las salas, lo que dejó de suceder cuando fue desapareciendo.

En 1965 interpreta Historias de la televisión” también dirigida por Saez de Heredia que había auspiciado Manuel Fraga, entonces ministro del ramo para potenciar el nuevo medio de comunicación. Augusto Algueró se ocupaba de la música y compuso “Una chica ye-ye” que en principio iba a cantar Luis Aguilé pero durante el rodaje se cambió el guion para que la cantara ella. Y de pronto una canción que tenía una letra pensada para reivindicar las virtudes de las mujeres españolas tradicionales frente a las chicas ye-ye, francesas sobre todo, se transformaba con su actuación en un manifiesto corporal de lo contrario, como si estuviera cantando en inglés y lo que se imponía era la estética de su cuerpo dejándose llevar por la música, el movimiento de las caderas de los jóvenes que salían a bailar con el deseo y el placer a punto de liberarse frente a la mirada atónita de los mayores que ya no entendían nada. De nuevo el contraste entre los valores auspiciados por el Régimen y los nuevos aires de libertad que comenzaban a barruntarse y que se presentían más apetecibles incluso para sus cachorros. Y ella tuvo la habilidad de convertirse en icono de la mujer moderna a la vez que también era, para otro público, la Susana en “La Verbena de la Paloma”. En este enlace de rtve puede verse la película que tiene un interés sobre todo sociológico de aquellos años.

A través de Toni Leblanc consiguió el papel que interpretaba Nati Mistral en “Te espero en el Eslava” donde conoció a Luis Escobar que considera otro de sus mentores con el que colaboró muchas veces e hizo, años después, un Tenorio con Guillermo Marín. A partir de ahí comienza una carrera teatral realmente esplendorosa que terminó hace solo dos años y que fue adaptándose a los nuevos tiempos que ella, probablemente iba anticipando. En 1971 interpreta con Juan Diego “La llegada de los dioses” y comienzan una relación sentimental que le supondría un giro a la izquierda en el terreno político y un cambio de época, que luego la comprometería con la huelga de actores de los años setenta. En los siguientes años vendrían los éxitos con la obra de Marsillac (“Yo me bajo en la próxima ¿y usted?“), con las de Antonio Gala ( “Las cítaras colgadas de los árboles” 1974, “Carmen, Carmen” 1988 o “La Truhana” 1992). También con “Mamá quiero ser artista” (1986) y “Hello Dolly” (2001) (que la arruinó porque la producía junto con su marido) pero también “Hélade” (2012) y “Hécuba” (2013) o “La reina Juana” 2016, donde hacía un monólogo largo y difícil que tuve la oportunidad de presenciar en Torralba de Calatrava con autentica admiración por su talento y su entrega incluso en un escenario no demasiado importante. También trabajó para televisión destacando su interpretación en “Teresa de Jesús” (2013).

Ha sido una artista de su época, transversal, capaz de adaptarse, sobrevivir y triunfar en el franquismo y también en la democracia por mucho que ahora se la quiera patrimonializar, incluso en su funeral, en unos tiempos estúpidamente polarizados. Es muy interesante escuchar en el documental, que puede verse al final del artículo, cómo relata su vida y cómo integra los distintos afectos y valores de los distintos tiempos con naturalidad, sin aparentes contradicciones, como hizo mucha gente en la realidad: el padre militar franquista, la madre maestra muy religiosa a los que, por supuesto quería mucho y no los cambiaría por ningunos; la admiración por Celia Gamez, Saez de Heredia, Luis Escobar o Edgar Neville figuras muy disonantes con lo que luego representó el PCE de Juan Diego, su campaña de “la ceja” a favor de Zapatero o su posterior desencanto final donde solo defiende un sistema democrático donde se pueda “vivir” y no solo sobrevivir; su religiosidad de las vírgenes en los espejos del camerino, como los toreros, y la necesidad de santiguarse tres veces antes de salir a escena. También su vida sentimental que tuvo la manga ancha que, incluso en una dictadura, se permite a los artistas, aunque su matrimonio con Paco Marsó, que considera el gran amor de su vida, fue especialmente tormentoso y la arruinó literalmente, obligándola a hacer programas en televisión que probablemente no hubiera querido hacer en otras circunstancias.

Una vida larga e intensa en la que yo la he visto siempre por ahí, acompañando mi biografía y mis recuerdos, en la que se ha mantenido siempre muy joven y bella hasta el final, muy lúcida, muy simpática, pagando el precio fastuoso y cruel (como la protagonista de “Las zapatillas rojas” esa película que le gustaba tanto) de haberle dicho a su mamá aquel día: “quiero ser artista”.

Entrevista en rtve play “Imprescindibles”: Concha Velasco memoria viva.

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