I’d ask my friends / To come and see
An octopus’ garden / With me
Ringo Starr
Anillarse da suerte. Richard Starkey sin duda tuvo una desproporcionada ración de ella cuando ingresó en The Beatles tras ser reclamado por personalidades tan exigentes como John y Paul tan sólo un segundo antes de que la banda de Liverpool tocara el Cielo. Conocido como Ringo Starr -según se cuenta en Wikipedia, él decía que era nombre de perro, y que le encantaban los perros…-, además de ser un baterista dotado de un sentido del ritmo digno de la bóveda celeste de Aristóteles, el cuarto miembro de los Fab Four debió ser, y tal vez aún es, el tipo más afable del mundo, un verdadero “Simón el simpaticón” como el de la memorable serie Superagente 86. Debemos apreciar al señor Starkey como ese tipo de personas que, como no son demasiado atractivas físicamente (como lo eran en mayor medida George, Paul o John, e incluso el anterior batería del grupo, Pete Best), aprenden a serlo humanamente, y conquistan a todo el mundo con su bonhomía y diplomacia. Porque Ringo era, visto desde lo que hoy ya se denomina el “Espacio de Todas la Imágenes Posibles de una Inteligencia Artificial”, una suerte de mixtura entre Rosendo Mercado y Mario Bros., al menos en sus mejores tiempos de mostacho y casaca. Con todo, las y los fans amaban especialmente a Ringo, tal vez por su aparente modestia (que no lo era tanto, puesto que hizo que elevaran su batería sobre un estrado para que también se le pudiera ver a él, nada menos que el de en medio de The Beatles y el que defendía el logo característico del grupo en su tambor), o tal vez por ser el miembro que apaciguaba y limaba las aristas de los egos de sus compañeros cuando las rencillas salían a relucir. Llegó a ser tan querido, Ringo, que lejos de ser el verso suelto, el “perro” de compañía o el último mono de The Beatles durante un tiempo se vendía merchandising del cuarteto con el lema “Ringo For President” (teniendo en cuenta que a la sazón el Primer Ministro del Reino Unido de la Gran Bretaña era un tal James Harold Wilson, que hizo las cosas bastante bien -y precisamente por ello no es recordado-, no parece hoy tan buena idea, pero considerando que Lyndon B. Johnson acababa de ocupar el puesto repentinamente vacante de JFK a fin de servir de puente a Richard Nixon, casi como que se hubiera agradecido esa curiosa forma de revertir la Guerra de Independencia Americana…)
Sin duda la simpatía ablanda corazones y abre puertas, más todavía en el mundo artístico, repleto de envidias y puñaladas. Tras la ruptura más dolorosa de la historia de la música popular, Ringo siguió tan amigo de todos, y realizó y sigue realizando colaboraciones como anillos de alianza imperecederos hasta con Yoko Ono. A Ringo le he visto yo por sorpresa en una película loquísima y surrealista de los sesenta dirigida por Frank Zappa, divirtiéndose mucho antes de su protagonismo en la afamada Cavernícola. Es cierto que su contribución compositiva en The Beatles es escasa en comparación con el triunvirato de genios con los que tenía que lidiar (prácticamente Don´t pass me by y Octupus´s garden…), pero sus pasajes de batería engalanan con maestría e imaginación piezas como A day in the life o The End. Los feos tenemos además una ventaja, y es la de que el paso del tiempo nos estropea poco, y así el Ringo Starr de la ochentena luce un aspecto de mafiosillo de barrio macarrilla y sonriente que le sienta muy bien.
El ejercicio de la historia acaba de cobrar, gracias al Deepfake y a la propia Inteligencia Artificial, el papel más importante que jamás haya adquirido en la Historia de la Humanidad. Antes de nuestra década, el estudio de la historia solía servir para retocar convenientemente las acciones cruentas de los vencedores, para qué nos vamos a engañar, pero ahora en cambio la necesitamos más que nunca, porque mis nietos querrán saber cuál fue el verdadero rostro de los miembros de The Beatles (si es que para entonces el reguetón no lo ha arrasado todo, como una suerte de banda sonora de la película Idiocracia de 2006), y no ese totum revolutum que circulará en las redes gracias al mencionado “Espacio de Todas la Imágenes Posibles de una Inteligencia Artificial” -que es, por cierto, exactamente lo opuesto al espacio eidético de Platón- y que los solapará con las caras de los One Direction, por ejemplo. Pero con respecto a Ringo eso no será problema, porque siempre nos quedarán los mil y un retratos que con devoción le pintó Marge Simpson…
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