La revolución darwiniana

165 años de la publicación de "El origen de las especies"

En casa tengo varios insectos palo. Del orden de los fásmidos (Phasmatodea, del griego antiguo φάσμα: «aparición» o «espíritu». De ahí «fantasma») son unos insectos fascinantes tanto por la espectacularidad de su sistema de camuflaje, como por la parsimonia de su vida. En el terrario decorativo donde los tengo, pasan el tiempo agarrados a las ramas de zarza (las hojas de esta espinosa planta son su único alimento) sin hacer absolutamente nada. Rara vez veo que se muevan (lo poco que lo hacen es por la noche) y nunca los he visto comer (solo sé que lo hacen porque veo los mordiscos en las hojas). Solo hacen una cosa: si detectan una leve brisa, hacen un simpático zarandeo, simulando ser una rama mecida por el viento. Hay que tener mucho cuidado si los queremos coger, porque uno de sus mecanismos defensivos consiste en desprenderse de la pata de la que han sido agarrados. Si son jóvenes, esa pata les volverá a crecer, pero si son adultos no, y si pierden varias patas no podrán moverse para alimentarse, por lo que morirán. Por eso hay que cogerlos exclusivamente del abdomen. Cuando van creciendo mudan la piel varias veces, dejando macabras fundas tiradas por ahí para susto de su cuidador, pues parecen sus cadáveres. Para la reproducción no necesitan machos. Si no hay (yo tengo solo hembras) no importa, ya que, igualmente, pondrán huevos fértiles (lo que se llama partenogénesis). Las crías serán entonces copias idénticas o clones de sus madres. Su esperanza de vida rara vez supera los diez meses.

Y ya está, esa es todo lo que hacen estos seres. Su objetivo, su telos que diría Aristóteles, es pasar completamente desapercibidos, que nadie sepa nunca de su existencia. Nada más ¿Qué tipo de vida mental tendrán? Seguramente casi ninguna ¿Serán conscientes? Seguramente que la baraja de sensaciones que serán capaces de sentir de algún modo será muy reducida. Seguramente que no sufren demasiado, ni tampoco estarán muy contentos. Me imagino que vivirán en una especie de tenue limbo mental ¿Para qué valen unos seres así? ¿Para qué existen? Para absolutamente nada. No, podríamos objetar. Los fásmidos comen las hojas más altas de los árboles, creando huecos que dejan pasar la luz a las zonas más bajas, donde la aprovechan otras especies vegetales de menos altura. Sin su actuación, esas especies no existirían, de modo que la biodiversidad de su ecosistema sería menor, lo que lo haría más frágil. Así que sí que aportan su granito de arena para el buen funcionamiento de su nicho ecológico, son una parte funcional de un todo orgánico.

“HBS Beagle” por Conrad Martens

Error: estamos pensando en términos teleológicos, estamos suponiendo que en que el mundo biológico las cosas ocurren siguiendo una finalidad, que hay un propósito último, en este caso, la conservación de un ecosistema dado. Nada más lejos de la realidad: los fásmidos no existen para que sobrevivan las plantas de menos altura, sino que las plantas de menos altura existen porque hay fásmidos. Si no hubiera fásmidos, esas plantas no existirían y habría un ecosistema muy diferente. Nada más. Los fásmidos existen, solo y únicamente, porque tienen una serie de cualidades que han posibilitado su supervivencia a lo largo de la historia de la vida. Si los fásmidos fueran de otro modo, o los ecosistemas donde viven cambiaran, de modo que su notable capacidad de camuflaje ya no les sirviera, se extinguirían sin más, como tantos otros millones de especies lo han hecho desde el origen de la vida.

El concepto de selección natural de Darwin es una de las ideas más disruptivas de la historia del pensamiento humano. Y no me canso de repetir que aún no la hemos comprendido bien. Todo lo que existe en biología tiene que ver con la adaptación a un ecosistema local. Mis insectos palo ponen huevos. Entre todas las crías que nazcan de ellos, algunas lo harán con algunas variaciones con respecto a la madre. Si esas variaciones les otorgan alguna ventaja de supervivencia o reproducción en el ecosistema en el que viven, será más probable que sus genes, en los que están inscritas esas variaciones, pasen a la siguiente generación. Repitiendo este proceso cientos de miles de veces, es muy probable, que los fásmidos que terminen por surgir ya no se parezcan demasiado a sus lejanos ancestros, tanto que sea imposible la reproducción entre ambos. Habrá nacido una nueva especie ¿Será mejor, más perfecta que la anterior? No, es absurdo preguntarse eso en términos absolutos. Seguramente estará mejor adaptada a su ecosistema, nada más.

Viaje de Darwin con el “Beagle”

¿Y eso que tiene de tan disruptivo? Antes del darwinismo, se pensaba, o bien que todas las especies habían sido creadas tal y como son en la actualidad desde el principio de los tiempos, por lo que no habría evolución alguna (el fijismo), como pensaban Cuvier o Linneo; o bien que las especies evolucionaban de forma dirigida hacia un fin o objetivo final (lo que se llama ortogénesis), como pensaban Lamarck o Spencer. La selección natural rompe con todo eso: las especies evolucionan, pero sin un director de orquesta, avanzan en un proceso ciego, lento, estúpido y completamente amoral. No hay un sentido último en la evolución biológica y, nuestra especie, el engreído homo sapiens, ha surgido por un larguísimo vaivén de azares y necesidades, no por un plan divino. Si rebobináramos la historia de la vida a sus inicios y pusiéramos otra vez en marcha toda la evolución, es casi seguro que nuestra especie, tal y como es ahora, no hubiese aparecido. No somos la especie elegida.

El darwinismo fue (y es) tan controvertido porque barrió de un zarpazo un territorio por el que campaba a sus anchas la teología natural. La explicación más lógica e intuitiva que cualquiera tenía sobre la vida era la creación divina ¿De dónde habría salido toda esa biodiversidad si no? ¿Cómo podría explicarse la complejidad y sofisticación de cualquier organismo biológico si no era apelando a un diseñador? ¿Cómo un mecanismo tan preciso como el ojo humano podría haber surgido sin un inteligentísimo demiurgo? Pues no señor William Paley, hay un mecanismo muy simple capaz de crearlo todo, por lo que Dios ya no es necesario, podemos sacarlo de la ecuación. Y esto es muy grave, porque la cosmovisión en la que se basa toda la cultura occidental gira en torno a Él. El darwinismo representa un duro golpe a la metafísica tradicional al desterrar a Dios de la biología.

Jean-Baptiste de Monet Chevalier de Lamarck” por Charles Thevenin

Profundicemos un poquito más y vayamos hacia algo más emocionante: la selección sexual. Lo que nos dice Darwin es que en la naturaleza sobreviven los más aptos, y ser más apto no es solo ser hábil para sobrevivir, sino también, e indisolublemente, ser hábil para reproducirte. Si consigues llegar a viejo (cosa que rara vez ocurre en la naturaleza salvaje) y no te has reproducido, tu linaje genético terminará allí. Tus genes «quieren» pasar a la siguiente generación a toda costa, así que, aparte de luchar contra tu entorno, tendrás que luchar contra tus congéneres por el favor de las hembras (claro está, solo si eres un macho y te reproduces sexualmente, no si eres una hembra partenogenética como mis fásmidos). A causa de esto surgió un nuevo tipo de adaptaciones no orientadas a la supervivencia, sino a la reproducción. El ejemplo más citado es el de la cola del pavo real ¿Vale de algo para sobrevivir tener una enorme cola de vistosos colores? No, solo vale para que las hembras de tu especie se fijen en ti.

Pensemos en la actriz más bella que se nos venga a la cabeza. Pensemos en Ana de Armas. Imaginemos sus ojos, su expresión, su sonrisa, su cuerpo, sus curvas. Durante muchos siglos de la historia de Occidente, se pensó, en términos neoplatónicos, que la belleza de una dama se debía a que participaba de la ideal belleza de Dios. Así, cada ser bello que nos encontráramos, era una muestra de la belleza y grandeza del Altísimo. La existencia de Ana de Armas sería una prueba de la existencia de una divinidad buena, verdadera y perfecta. Sin embargo, la revolución darwiniana nos muestra que la belleza de esa mujer no es más que el fruto de eones de una carrera armamentística biológica por la atención de los machos. Ana de Armas no es una manifestación de la belleza en sí, de un eidos platónico, sino un sofisticado sistema de reclamos para machos de un tipo de homininos muy concreto. Su atractivo se desvanece completamente ante los ojos de un chimpancé o de cualquier otra especie. Para un fásmido macho, Ana solo sería una extraña e incomprensible mancha en su tosco campo visual. Ana solo es bella para nosotros. Y esa belleza no es algo grandioso, divino o sagrado, sino algo tan vulgar y ordinario como un mecanismo de maximización reproductiva.

Existe una especie de escarabajo australiano, el Julodimorpha bakewelli, con un grave problema. Cada año, durante la época de apareamiento, los machos vuelan en busca de las hembras, las cuales se arrastran lentamente por el suelo. Para que se fijen en ellas, la evolución les ha dotado de un lomo de un marrón brillante muy vistoso (lo cual da el nombre común a la especie: escarabajo joya). El macho ve ese color brillante y aterriza con la sana intención de copular. El grave problema está en las botellas de cerveza de tamaño «stubby» (355 ml): tienen un color parecido al de las hembras, pero más brillante y seductor. Así, los machos se sienten mucho más atraídos por las cervezas que por las hembras (cosa, dicho sea de paso, que también ocurre, a veces, en los sapiens). Entonces, el acto sexual no se realiza por lo que la población de estos escarabajos está disminuyendo drásticamente ¡Por favor australianos no tiréis botellas de cerveza por el campo! El brillo de las botellas es lo que se llama un estímulo supernormal, un estímulo que, alterado artificialmente, consigue ser más efectivo que el natural. Lo mismo nos pasa a los machos humanos con los pechos de silicona, las pestañas o las uñas exageradamente largas, o con las nalgas de la Kardashian. El porno es un estímulo supernormal, un conjunto de mecanismos de maximización reproductiva superdesarrollados, diseñados específicamente para ser más eficaces que los delineados por la propia naturaleza. Los reality shows son lo mismo: si por naturaleza nos encanta el cotilleo, pues parece evolutivamente muy eficaz saber de quién nos podemos fiar, la tele nos ofrece cotilleo elevado a la enésima potencia. En términos generales, cualquier espectáculo ofrecido por las factorías creadoras de entretenimiento usan la misma lógica: coge un reclamo biológico y multiplícalo por mil. Desde luego, los que piensan que todo es una construcción socio-cultural y que la biología no tiene nada que decir de la conducta humana, andan un poco perdidos.

El darwinismo también ha sido muchas veces muy mal comprendido y peor interpretado. Se ha dicho que solo es aplicar el capitalismo decimonónico a la evolución de las especies, una ideología burguesa propia de la clase dominante que venía a justificar plenamente la supremacía del hombre blanco de la Inglaterra victoriana sobre el resto del mundo. El burgués londinense sería el culmen de la evolución, el hombre superior destinado a dominar el planeta. El darwinismo sería la ideología propia del colonialismo, que serviría para justificar el racismo, la esclavitud y el expolio de los recursos de los países colonizados. En estos tiempos, cómo no, el darwinismo también justificaría el machismo. Esta interpretación confunde groseramente el darwinismo con lo que luego se ha denominado darwinismo social, confunde el ser con el deber ser (la falacia naturalista de toda la vida). Una cosa es describir la realidad y otra cosa es dictar lo que la realidad debe ser. Una cosa es decir que en la naturaleza el pez grande se come al pez chico, y otra cosa, muy diferente, es defender que el pez grande debe comerse al pez chico. De hecho, lo que intentamos con cualquier legislación es lo contrario: la ley intenta que el que es, por naturaleza, fuerte, no pueda abusar del débil. Es lo que llamamos igualdad ante la ley. Los neodarwinistas solo defienden una teoría sobre el funcionamiento de la naturaleza, no una teoría ética o política sobre la sociedad. Incluso el propio Darwin, hombre con los prejuicios propios de su época, a pesar de creer, por ejemplo, que los habitantes de Tierra de Fuego, pudiesen ser seres humanos inferiores, nunca sostuvo que eso justificara hacerles ni el más mínimo mal. Darwin nunca se metió en política. Que un nazi diga que la raza aria es superior y que, por tanto (obsérvese el non sequitur), hay que exterminar a las razas inferiores, no tiene absolutamente nada que ver con el darwinismo.

Lynn Margulis. Fotografía Javier Pedreira, 2005

Y es que esta interpretación también comete otro grave error: confunde contexto de justificación y contexto de descubrimiento. Una cosa es en qué se inspirara Darwin para idear su teoría (que bien pudo ser en Adam Smith o en Malthus, si bien también se inspira mucho en la geología de Lyell), y otra cosa es que su teoría sea correcta o no. En ciencia, lo que importa es lo segundo, no lo primero. No importa nada que Darwin se inspirara en los prejuicios del funcionamiento del mundo de los aristócratas británicos del diecinueve si, realmente, el mundo biológico funciona así. Y así es: la teoría de la evolución cuenta con una impepinable cantidad de pruebas a su favor. Ese fue otro de los méritos de Darwin. En su momento, ya había muchos defensores de la evolución, solo que faltaban evidencias para que creacionistas, catastrofistas y demás fijistas no pudieran objetarla. El Origen de las Especies fue esto: una enorme cantidad de pruebas desde diversos cambios científicos: paleontología, embriología, anatomía comparada… Después de 1859, ya era muy difícil no ser evolucionista.

Esto, por supuesto, no quita que el darwinismo esté exento de problemas y anomalías. Toda gran teoría científica los tiene. Ya desde sus comienzos, hubo críticas que ni el propio Darwin supo resolver: ausencia de tipos intermedios en el registro fósil, la falta de tiempo para el cambio evolutivo (recordemos que muchos decían que la Tierra no podía tener más de seis mil años) o incomprensión de los mecanismos de herencia (desgraciadamente Darwin nunca conoció a Mendel). Más adelante se atacó mucho la falta de gradualismo que, a veces, vemos en los fósiles, por ejemplo, con la aparición de la célula eucariota o con la explosión cámbrica. Por eso se creó la teoría de la endosimbiosis serial de Lynn Margulis o la teoría del equilibrio puntuado de Stephen Jay Gould y Niles Eldredge. El darwinismo también ha sufrido con el neutralismo de Mooto Kimura o con la nueva epigenética. Sin embargo, todavía se considera como la mejor teoría para explicar la evolución y, en cualquier caso, sus defectos e imprecisiones han de entenderse como acicate para un apasionante debate científico más que como algo negativo. Vuelvo a insistir: no hay teoría científica que no tenga problemas porque la ciencia trabaja esencialmente así. Pretender que una teoría con tanto poder explicativo como el darwinismo funcione como un reloj suizo es no entender la ciencia. Y, por supuesto, no confundir la teoría de la evolución con el darwinismo. La evolución de las especies no es una teoría, es un hecho científico con un nivel de certeza similar a que la Tierra gira en torno al Sol. Otra cosa es la teoría de la evolución por selección natural, el darwinismo propiamente dicho, la cual sí puede estar sujeta a debate y controversia, si bien sigue gozando de buena salud.

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8 Comentarios

  1. says: Carlos Muñoz Mendoza

    Contrariamente a la Física de Newton o de Laplace, hoy sabemos que en la naturaleza no todo lo existente tiene una causa, el dogma de un mundo donde todo sería mensurable y predecible se derrumba en los años 20 con la llegada de la física cuántica y abre la puerta a la idea de que hay muchas cosas sin causa, y la ciencia deja de regirse por el principio rector de la causalidad absoluta para transformarse en una ciencia más bien probabilística donde la noción de azar adquiere una posición esencial.
    Esa impredecibilidad significa una puerta abierta a la libertad de la Naturaleza, algo que
    Newton ni Galileo habrían imaginado.
    La naturaleza necesita a la vez esas dos patas: la primera es la determinación aportada por las leyes de la física y la segunda es el azar impredecible. Así lo explica Hubert Reeves. El astrofísico pone el ejemplo del cristal de nieve, determinado físicamente por sus seis puntas, pero aparte de eso, los cristales pueden conformarse de mil maneras diferentes, es decir hay una parte determinada y otra parte casual, la naturaleza se sirve de la combinación de una estructura determinada, las seis puntas, y de una variedad y libertad sin límites, un “ejercicio libre” dentro de otro obligatorio, por hacer un símil con algunos deportes, algo que alguien llamó “la evolución creativa” (Bergson).

    La línea evolutiva que conduce a la especie humana sería un ejemplo de ese azar creativo. Nuestra aparición no estaba escrita ni se la esperaba, tanto como no está escrita nuestra desaparición, aunque sea probable. Si, como la belleza de Ana de Armas, es una casualidad más que “destierra a Dios de la biología” también podemos interrogarnos sobre cómo pudo realizarse una probabilidad tan sideralmente improbable. Dice Reeves que las posibilidades de la aparición del hombre en la tierra son estadísticamente las mismas que si ponemos a un chimpancé delante de una máquina de escribir durante cientos de millones de años y esperamos que un día, tecleando por casualidad, acabe escribiendo la Biblia.

    1. says: Óscar S.

      Estoy contigo, Carlos, con una salvedad. Decir “azar” es no decir nada, es lo mismo que “y yo qué coños sé”. Por tanto el problema de la causa consiste en lo opuesto: hay tantas que es por eso que el resultado es impredecible. Eso, justamente, era lo que apuntaba el gran Bergson, al que no sé a qué esperamos para revindicar muy seriamente…

    2. Carlos: los argumentos de probabilidad son siempre muy engañosos y hay que tener mucho cuidado. Te explico éste en concreto. Si somos un jugador de golf y y lanzamos una bola en un amplio campo sin apuntar a ningún lugar concreto, la probabilidad de que caiga en un lugar muy específico, pongamos una marca de unos centímetros dibujada con pintura roja, es muy, muy, muy pequeña. Sin embargo, la probabilidad de que la bola caiga en un lugar cualquiera el campo es casi del 100%. Este es el razonamiento que hay que usar para entender la llegada del hombre en la evolución. Si pensamos en él como en el fin de todo, la probabilidad es bajísima, pero si pensamos en él como otra especie cualquiera, la probabilidad es muy alta. Claro, ¿qué probabilidad habría de que apareciera una especie muy concreta de hormiga entre los, quizá, diez millones de especies de insectos que existen? Si pensamos en la hormiga como en la “especie elegida” la probabilidad es nula, pero si pensamos en ella como en otra entre millones, la probabilidad es alta. Utilizando el argumento que explicas de Reeves, la aparición de cualquier especie sobre la faz de la Tierra es un milagro. Es más, cualquier acontecimiento del mundo, el hecho de que yo esté escribiendo estas líneas o tú leyéndolas es de una probabilidad infinitesimal.

      1. says: carlos munoz mendoza

        “ME GUSTA”
        Lo que escribes me gusta, es irreprochable y fino, expresas lo mismo que Reeves diciendo lo contrario, es como coger un calcetín y darle la vuelta: todo está al revés y el calcetín no ha cambiado un átomo.

  2. says: Óscar S.

    Estoy contigo, Carlos, con una salvedad. Decir “azar” es no decir nada, es lo mismo que “y yo qué coños sé”. Por tanto el problema de la causa consiste en lo opuesto: hay tantas que es por eso que el resultado es impredecible. Eso, justamente, era lo que apuntaba el gran Bergson, al que no sé a qué esperamos para revindicar muy seriamente…

  3. says: Óscar S.

    O sea, sí esperas algo mal, si no lo esperas bien. Carajo, así no hay manera ni de ganar la quiniela ni de conocer a tu media costilla!!!

  4. says: Óscar S.

    No es tan “fino” como parece. Cosmólogos han calculado qué constantes cosmológicas serían las precisas para que originarán vida. Resulta que estás que habitamos hasta el punto de quinquagesimo decimal. Como se explica ese, llamado, “ajuste fino”?

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