La felicidad desesperadamente

Fotografía de Jacques Henri Lartigue

La vida humana no persigue un objetivo final, no tiene un propósito último. La vida, entendida en su globalidad, no es un proceso teleológico que nos lleva a la felicidad, aunque en ella sí que busquemos conseguir ciertas metas. No existe un lugar, un momento, una meta final, un objetivo último que vaya a otorgarnos un estado superior de bienestar. La vida no es eso. Y creo que mucha gente se pasa la vida esperando o buscando desesperadamente no sé sabe qué tipo de felicidad, mientras se pierde la auténtica vida.  Veamos unas cuantas ideas al respecto.

La felicidad está en la antesala de la felicidad: leí esta idea en un libro del famoso divulgador catalán Eduard Punset y lo profundicé en el fantástico libro de Robert Sapolsky ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?. Creo que es una gran verdad. Recuerdo que cuando era muy pequeño y quedaba un mes para Navidad, me sentía tremendamente feliz con solo pensar en los juguetes que me iban a traer los reyes magos. Luego, cuando me los traían me lo pasaba bien jugando con ellos, pero el grado de felicidad era ya menor que el de la espera. Se es más feliz con la esperanza del regalo que con su posesión. Creo que esto es uno de los éxitos de Amazon: gusta mucho la espera hasta que llega el paquete y el unboxing. Pero, también aquí está el infierno: la espera ante ese día que tenemos que hablar en público, pensar en el día del encuentro con esa persona a la que no queremos ver, imaginar lo mal que se nos va a dar ese difícil examen… ¡Eso es la infelicidad! Luego resulta que nada es tan malo como lo anticipamos. El discurso salió bien, la reunión no fue tan terrible y el examen no nos salió tan mal. Todo era mucho peor en nuestra mente. Saber esto me ha ayudado siempre mucho.

Fotografía Jacques Genri Lartigue

La felicidad es lo contrario a la esperanzala idea de esperanza, ese sentimiento tan difundido por el cristianismo, es, en muchas ocasiones, una mala idea. En este sentido Nietzsche dio en el clavo: vivir siempre esperando hará que te pierdas el presente, es decir, que no disfrutes de tu vida esperando fantasmagorías que nunca van a llegar. No esperes a que las cosas lleguen, ve tú hacia las cosas.

La felicidad está en no perseguir la felicidad:  leí esta idea en La conquista de la felicidad de Bertrand Russell y ahora la vuelvo a leer en En la mitad de la vida de Kieran Setiya. Dicta así: estar centrado en uno mismo, evaluando qué cosas te hacen feliz o si has conseguido ya la felicidad, te va a traer infelicidad. Lo que tienes que hacer es centrarte en actividades, proyectos, ocupaciones, etc. sin pensar expresamente en que te van a hacer feliz. Sencillamente haz lo que te guste o lo que quieras, y tampoco esperes que de ahí vaya a emanar la felicidad. Russell ponía el ejemplo de un jardinero que estaba todo el día pensando en cómo evitar que los conejos se colaran y destrozaran su jardín, y cómo esa actividad lo llenaba de felicidad. Si el jardinero se hubiese parado a analizar si vigilar jardines lo hacía feliz, seguramente le hubiera parecido que no y hubiera empezado a sentirse mal. Quizá esta es una causa de que una sociedad tan brutalmente narcisista como la nuestra sea una sociedad muy infeliz.

Fotografía de Jacques Henri Lartigue

La felicidad no es el final de un camino: a pesar de que puedas mejorar tu gestión emocional mediante terapia o entrenamiento, la felicidad no es el final de un camino iniciático que te llevará al autoconocimiento o a la armonía final con el cosmos. Eso es basura new age. No hay nada mágico dentro de ti que debas descubrir y que será la fuente de un estado superior de felicidad. Hay mucho mito también con respeto a la idea de autoconocimiento. En términos generales, si no somos demasiado imbéciles, nos conocemos bien, sabemos cómo somos, qué se nos da bien o mal, qué nos gusta y que no. No hay nada profundo y misterioso dentro de ti que debas descubrir después de pasar por siete pruebas.

Distinción entre hedonismo y eudaimonía:  podría también expresarse como la diferencia entre placer y satisfacción. Aunque es difícil hacer un cómputo preciso, si medimos nuestra felicidad como el grado de placer obtenido en nuestra vida, el balance parece negativo: la mayor parte del tiempo no estamos sintiendo placer, es más, la mayor parte del tiempo seguro que estamos en situaciones displacenteras: preocupaciones, inquietud, aburrimiento, estrés, hastío, pereza, enfado, mal humor… El placer sólo se da en momentos más concretos y puntuales: orgasmos, comidas, descansos, fiestas, etc. A lo mejor hay gente que consigue un balance positivo y está siempre en un estado placentero, pero creo que no es mi caso. Sin embargo, esto no me hace especialmente infeliz, porque existe la eudaimonía entendida como un estado de satisfacción por lo que haces. Puedes sentir sufrimiento pero aún así estar contento. El ejemplo claro es el de alguien que va al gimnasio: ha pasado una hora sufriendo pero le merece la pena. Sale contento de esa tortura. En este sentido soy bastante kantiano: puedo soportar mucho sufrimiento si creo que lo que hago es lo que tengo que hacer. Y creo que podría soportar una vida entera con mucho más sufrimiento que placer si estuviera conforme con lo que hago.

Fotografía de Jacques Henri Lartigue

La felicidad es un hábito: de esto hablaba mucho el gran Aristóteles. Es así: somos animales de costumbres, nos gusta llevar rutinas y nos disgusta cuando tenemos que romperlas. Por eso es importante el antiguo y tópico consejo de crearse unos hábitos saludables. Al principio, generar cualquier hábito es costoso y desagradable, pero conseguir una buena rutina diaria me parece una excelente receta para la felicidad. ¿Cuáles serán los mejores hábitos? Obviamente aquí dependerá de cada uno y de sus posibilidades, pero desde mi experiencia personal creo que las actividades de aprendizaje son muy buenas: aprende un idioma, a tocar un instrumento, estudia, lee, práctica un deporte… Me gustan especialmente los hábitos que proporcionan premios a largo plazo porque son muy satisfactorios. Cuando, por ejemplo, dominas magistralmente un instrumento musical después de muchos años de sacrificio, debe ser increíblemente satisfactorio dar un concierto ante un público que reconozca tu virtuosismo.

La felicidad es aceptar la disonancia: un fuerte desajuste entre cómo vives y cómo crees que deberías vivir te hará infeliz. Es lo que llamamos disonancia cognitiva. Sin embargo, eso siempre va a ocurrir. Si analizas tu vida y la comparas con cómo habías soñado que fuera siempre saldrás perdiendo. La imaginación pinta las cosas muy bonitas y la realidad siempre es mucho más cruda. Si yo pensara cómo me gustaría estar ahora mismo podría imaginarme viviendo en un ático en New York, dando clases en la universidad y escribiendo bestsellers, siempre de fiesta con artistas e intelectuales muy cool, viajando a lo largo del mundo… Obviamente, si comparo mis fantasías con mi anodina vida de profesor de instituto y padre de familia… ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ¿Cómo he acabado aquí? Tranquilos, hay que ser conscientes que esa disonancia siempre estará allí y quizá deba ser así debido a que eso te anima a mejorar. Quizá la disonancia es un mecanismo cognitivo para impulsarte a actuar. Si fuera fácil estar conformes no haríamos nunca nada. Entonces el consejo está claro: se consciente de que tu fecunda imaginación va a estar jugándote malas pasadas y que la realidad siempre será muy distinta. Acepta eso.

Fotografía de Jacques Henri Lartigue

La felicidad es saber diferenciar entre macrosentido y microsentido: una cosa muy clara: tu vida no tiene ningún sentido especial prefijado antes de tu nacimiento ni tienes ninguna misión sobrenatural ni nada por el estilo (no tienes un macrosentido). Existes solo porque tus padres decidieron tener un hijo más (o te tuvieron accidentalmente), no hay nada más. Pero eso no hace tu vida absurda en un sentido shakesperiano, eso no tiene por qué condenarte a sufrir. En cualquier caso, si todo es absurdo, tan absurdo será ser bobamente feliz como sufrir inútilmente. Pero es que que no exista un sentido absoluto o sobrenatural de la vida, no quiere decir que no puedas dar un sentido a lo que haces. Una vida dedicada a hacer felices a los demás no parece absurda por mucho que Dios no exista (Esa vida tiene un microsentido). Hay muchas formas de dar sentido a lo que haces, y la experiencia de absurdo o de falta total de sentido de la que tanto habla la filosofía es solo un problema psicológico que no obedece a un análisis real de la vida. Yo he sentido muchas veces esa sensación de sinsentido que antecede a la depresión, esa sensación de no tener ganas de absolutamente nada, esa anhedonia, y, creedme, no es la consecuencia de un análisis sosegado y objetivo de tu existencia. Estando muy inmerso en esa angustia (náusea la llamaba Sartre), yo pensaba una y otra vez en que mi vida no era, para nada, absurda, pero aún así no conseguía quitarme la sensación de vacío, porque, insisto, ese vacío no es algo racional, sino más bien un estado psicológico que, seguramente, roza la neurosis o es síntoma de ésta.

La felicidad es vivir en un lugar habitable: hay que construirse un lugar cómodo, agradable, habitable en el que pasar la vida. Hay que construir un nido. A mí, concretamente, me ha gustado siempre hacerme un despacho donde tener un buen lugar para trabajar, un sillón cómodo para leer, mi biblioteca, mis cosas, objetos que me recuerdan momentos felices o que, simplemente, me gusta observar o manosear… Hay que construirse un buen nido, un buen refugio. Luego, aunque reconozco que esto es mucho más difícil, hay que hacer lo mismo con tu entorno laboral: establecer relaciones sanas, o al menos llevaderas o soportables, con compañeros, jefes y subordinados. Es decir, hay que esforzarse por hacer habitable tu mundo. Resulta curioso ver, tantas veces, como hacemos el esfuerzo inverso: creamos constantemente problemas con otras personas por minucias, complicando nuestras vidas sin la más mínima necesidad.

Fotografía de Jacques Henri Lartigue

Post data (I): hace once años escribí este artículo también sobre la felicidad. Hoy suscribo todo lo dicho allí.

Post data (II): En la serie Bojack Horseman, el equino protagonista dice: «Aquí está el secreto para ser feliz: solo finge que eres feliz y, eventualmente, olvidarás que estás fingiendo». No es mal consejo.

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