Habíamos convenido en comer Carmen y yo, con Rosario, el pasado día 23 de noviembre, en la Taberna del Alabardero, en Felipe V junto al Teatro Real, tras el trasiego de visitas matinales por Caixa Fórum (Tiempos inciertos. Alemania entre guerras) y por el Museo del Prado (El taller de Rubens y Darse la mano). Nos atendieron y colocaron en el tercer comedor al fondo –el del aparador antiguo recuperado como guarnicionero–, donde aparecían acoplados y con la comida casi concluida, salvo por las copas visibles de cierre, derrota y clausura, Gonzalo Suárez Morilla (Oviedo, 1934) y Javier Cercas (Ibahernando 1961). A los que reconocí con prontitud y con alguna extrañeza por verlos juntos sobre una mesa de comedor sabatino. Y a los que traté –en un primer intento vano– de saludar, como muestra de mi reconocimiento hacia ambos. Parecía una intromisión fatal, interrumpir un almuerzo fraternal por parte de un desconocido de ambos, en momentos de sobremesa relajada y apacible, de la que sólo llegaban a nuestra mesa lindera con la suya, algunas palabras perdidas con fondo literario, que por un momento nos hicieron pensar en algún proyecto compartido que estaba naciendo entre ambos. ¿Un nuevo proyecto cinematográfico de J.C. sobre algún sucedido o imaginado por G.S.?, ¿una nueva película de G.S. a sus 90 años brumosos y aún enérgicos? Por lo que, pospuse el gesto salutatorio pretendido, más salutación a G.S que, a J.C. pese a las edades, más próximas de J.C. conmigo que con G.S.
En ese momento –previo a la lectura del discurso de ingreso de J.C. en la Real Academia de la Lengua –cuya sede habíamos visto por la mañana al salir del Prado por la entrada de Los Jerónimos–, que se produciría al día siguiente, 24 de noviembre, para ocupar el sillón R, sillón nominal que había sido, con anterioridad el ocupado por Javier Marías– no sabía que la tesis doctoral, La obra literaria de Gonzalo Suárez (1991) del académico J.C. en espera y escritor global –como lo denominaba Jordi Amat al día siguiente en El País– había versado sobre el otro comensal, sobre G.S., que este sí que podía ser denominado con justeza y amplitud escritor total. Ya lo hacía Juan Cruz en una entrevista de 2023–, lo cual fijaba de antemano un vínculo entre ambos con la mediación del artificio profundo de la escritura. Y se ampliaba o se cerraba el bucle, cuando se sabe que, entre los miembros del tribunal calificador de la tesis doctoral de J.C., se encontraban Joaquín Marco y José Carlos Mainer –a quien en estos días se homenajeaba en la revista Ínsula, que se había presentado en la Residencia de Estudiantes; igual que lo había hecho en el mes de abril la revista turolense Turia–. Uno escritor global y otro escritor total degustando los postres de la comida y G.S. degustando los postres de la vida a sus magníficos 90 años. Escritor total, como se puede deducir con G.S. y su recorrido verificado por 27 películas, 17 libros y guiones cinematográficos; guiones propios de sus películas y guiones para otros directores –Fata Morgana con Vicente Aranda en 1967; Operación doble dos, con Sam Peckinpah en 1975; y La colmena con Mario Camus en 1980–. Incluso la adaptación de novelas suaristas para guiones diversos, como fuera la citada Fata Morgana, De cuerpo presente y El cadáver exquisito.
Y ello, todo ello y todo lo citado y luego consultado, –como supe después– justificaba la presencia de ambos en un almuerzo del día anterior al subrayado para J.C. en el calendario y en la agenda. Un reconocimiento de G.S. a J.C. o un reconocimiento de J.C. a G.S. Eso lo deberán de decidir ellos, por más que la invitación corrió por cuenta de G.S. como pude comprobar en el momento del pago. Donde puede observar el trato próximo de los camareros, al habitual comensal G.S. Acoplados, como digo, justo en la esquina izquierda de la entrada del saloncito final, que ya aparece en otros retratos de Gonzalo Suárez, como el realizado por Inma Flores, el 13 de agosto de 2022, para el artículo de Babelia, de Javier Rodríguez Marcos sobre las relaciones de las series, el cine y la literatura. Retrato que prolongaba el de Olmo Calvo, del 15 de noviembre de 2021, en la entrevista sostenida por G.S con Juan Cruz en El País, del que se había entresacado “Hay películas cuyo realismo me huele a pies o a sobaco”. Aunque este retrato de G.S. estuviera realizado en el exterior de la Plaza de Oriente –al lado de la Taberna del Alabardero y no en el cobijo gastronómico de la citada Taberna de Alabardero, de la calle Felipe V–, donde cuenta Cruz que fue hecha la entrevista. Cruz repite contenido y entrevista un año más tarde, como si hubiera una querencia por esos territorios, cerca de la casa de G.S, “entre palacios y tabernas”, como cuenta el tinerfeño. Y es que G.S. es alguien que ha transitado por esos territorios enfrentados de “palacios y tabernas”, casi como un Tenorio del siglo XX y XXI, saltando del cine a la literatura y a géneros diversos que lo hicieron y lo hacen, un escritor/director de cine, inclasificable y secretamente de culto. O de culto secreto.
En lo que compone una “dispersión estilística” considerable e importantísima. Nótese que esa expresión –tan lejana como oportuna– procede del año de 1970, de la entrevista que realizara Diego Galán, para el semanario Triunfo –número 426 del 1 de agosto– con el título “G.S. la desesperada aventura de un cineasta”. Donde G.S. –entonces con 36 años– habla de su proyecto de realizar las ‘Diez películas de hierro’ del cine español y donde arremete contra el realismo del cine español. Ese que aún alegaba en 2021 como ‘con olor a pies y sobaco’ y que le hacía compartir con Juan Benet –otro raro y estilísticamente disperso–, aversión a fórmulas de realismo truculento y asobacado. Todo eso, lo recordaba Juan Cruz, en la entrevista de La Nueva España del 15 de agosto de 2023, que llamaba De cuando en cuando. Con la aportación añadida de Julio Cortázar (que, como Eduardo Mendoza, nunca dejó de elogiarlo), explicó así los valores del autor asturiano: “Decía Cortázar que Suárez era uno de esos artistas inclasificables que desaparecen bruscamente de allá donde uno iba a buscarlos (el cine en este caso) para manifestarse en un lugar distinto (la literatura)”. “Gonzalo Suárez es la literatura. Es el autor de Once y uno, donde el fútbol se encuentra con él, De cuerpo presente, “una de las novelas más veloces que he leído nunca”(Juan José Millás), Gorila en Hollywood o Rocabruno bate a Ditirambo… Pura literatura, lo que hace cuando no hace, por ejemplo, puro cine. Dirija cine, arte en el cual es el maestro de algunas obras inolvidables, o teatro, o televisión, o escriba novelas o crónicas, este hombre que nació Oviedo en 1934 y vive en la parte más vieja y menos sobresaltada de Madrid, cerca de las tabernas y de los palacios, es un artista total (total) de la literatura”.
Había leído el año pasado, la pieza memorialística de G.S. La musa intrusa (2019), que daba cuenta de la trayectoria de G.S. entre los viajes primeros, sus estudios en Madrid, sus escapadas parisinas, su estancia posterior en la Barcelona de los primeros setenta, adonde llega en tareas de información y ojeador del entrenador Helenio Herrera. Quien, durante veinte años, fue la pareja de su madre, con el que llegó a tener dos hijos hermanastros, por tanto, de G.S. Ampliando ese recorrido, con sus crónicas deportivas deslumbrantes, que firma como Martin Girard, y que coincide con buena parte de la Gauche divine, donde aparecen Eugenio Trías, Colita, Ana María Moix, Joaquín Jordá. Pero donde se esfuerza por distanciarse de la espuma de los días y saber relacionarse con hombres fundamentales en su vida, como Juan Cueto o Claudio Rodríguez.
Y esa fue la razón –haber leído la Musa intrusa, recientemente– que me llevó a acercarme a saludar a G.S. –aprovechando una salida de J.C. y quedando sólo en la mesa, ya no se podría considerar mi aproximación como intromisión–. Le comenté esa lectura de sus memoria, y me dijo “que con estos años ya no tengo memoria”, en un gesto, no sé si melancólico, irónico o verdadero. Para proseguir en broma, tras la fractura del hielo del espacio de la Taberna del Alabardero que separaba las dos mesasؘ, con la inquisitiva sobre algún nuevo encargo de Pedro Almodóvar como actor –G.S. se había desempeñado, con eficacia y soltura, en la película ¿Qué hecho yo para merecer esto? –. Y me respondió: “Es un ingrato. No contesta mis correos ni mis mensajes”. Por lo que supuse que algo había cambiado desde 1984, fecha de rodaje de la película, hace ya cuarenta años. Me retiré, justo antes del regreso de J.C. al comedor. Y minutos más tarde, cuando decidieron finalizar el encuentro, G.S. se dirigió a nuestra mesa, para extenderme la mano e inclinar –un gesto de salutación tan antiguo como señorial– la cabeza en dirección a Carmen y Rosario, propia de un emperador romano en la verdadera senectud. Iniciando la salida ambos, hacia el horizonte del poniente madrileño de la Plaza de Oriente. Otra paradoja invisible.