Las más bellas y célebres canciones compuestas o interpretadas (la más característica, su emblema, por así decirlo, no era suya) por Roberta Flack son demasiado lacrimógenas para mi sensibilidad, no porque el que esto suscribe sea un tipo duro, sino al contrario: porque voy y las lloro. Es como dice mi amiga Lola, que no le gustan las películas de miedo porque, efectivamente, logran darle miedo. Un dueto entre Roberta Flack y Paquita La Del Barrio, que murió hace una semana, sería totalmente impensable, sería explosivo, la una echando de menos a su amante con todo el azúcar de una pastelería y la otra mandándole al cuerno con todas las injurias del Averno -al fin y al cabo, la una proviene del gospel, y la otra de la ranchera. Pero son increíblemente buenas, esas canciones, como lo son también en ese mismo estilo melódico las de Lionel Richie o las de Neil Diamond. En todos los géneros musicales brotan auténticas maravillas, y por eso es empobrecedor escoger uno y denigrar al resto, de hecho ya se sabe que los Guns’n’roses cogieron una canción genial de Bob Dylan que nada tenía que ver con ellos, la llevaron a su terreno y les salió (y nos salió a los fans…) la jugada redonda. Roberta Flack fue pianista de garitos y clubes antes de ser famosa, y como nadie disparó a la pianista, llegó a conocer a gente tan destacada como Donny Hathaway, a quien yo tengo por un auténtico genio malogrado, o como Angela Davis, la diosa del activismo negro que sigue viva y a quien los Rolling stones dedicaron Brown sugar. Fue, según parece, vecina también puerta con puerta de John Lennon en el famoso edificio en cuya proximidad apiolaron al beatle, esa mole cuadrangular donde vivió Leonard Berstein y que es limítrofe con Central Park, el edificio Dakota.
Roberta Flack estaba en el repertorio que solía pinchar mi padre en casa los domingos por la mañana, y sólo por eso, y en su memoria, vamos a tratar de recordar y llorar también aquí algunos de sus más resonantes éxitos: