Ars asesinandi (o… ¡De Quincey Forever!)

Thomas De Quincey por John Watson Gordon
Día del libro 2025 

El penoso complejo de poltrona o de apoltronados que arrastran los filósofos remite en realidad a los siglos XVI y XVII, pues no fue Don Quijote el único gran lector al que le hubiera gustado correr él mismo las aventuras de sus héroes literarios. Los filósofos que inauguraron la llamada modernidad del pensamiento no necesitaron, de todas formas, ensillar una mula de su establo y lanzarse a los caminos, sino que, casi en su favor, aparecieron por las ciudades que estos frecuentaban misteriosas conspiraciones y sociedades secretas o sectarias, que se multiplicaban en la clandestinidad y que alimentaron el sentimiento de amenaza sobre aquellos hombres de letras que en realidad nunca habían importado nada a nadie, ni siquiera para tomarse la molestia de quitárselos de en medio. No se puede negar, ya hoy, la posición en buena medida regocijante de estos supuestos condenados a muerte: porque que haya elementos varios empeñados en sacarte del planeta significa que tu presencia sobre la tierra es conspicua hasta el punto de que a muchos llega a parecerles un tanto excesiva e incómoda… ¿Y cuándo ha podido gozar la filosofía de tal desmesurada presencia? Según el texto de Thomas de Quincey que vengo a recomendaros aquí, en esta primavera de 2025, de veras que esto sucedió así, lo creáis o no, durante aquellas vetustas centurias, y por ello los gaznates de algunos de los patriarcas de la filosofía sufrieron la velada amenaza de unos cuantos cuchillos afilados que, a ti o a mí, nos hubiesen llevado a vivir corriendo a Nueva Zelanda…

Sir Thomas de Quincey (no se me ocurre otro “Sir” tan merecido, excepto el de The Beatles, que lo recibieron ante la reina más fumados de hierba que el Gran Jefe Sioux), autor del primer romanticismo inglés y de entre los más prometedores, perteneció a la cuerda de grandes literatos como el lexicógrafo Samuel Johnson o su amigo personal el gran poeta Samuel Taylor Coleridge, lo que, para los lectores habituales del tal Jorge Luís Borges, y por tanto también del otro tal Gilbert Keith Chesterton, sin duda será bien conocido, por tratarse de uno de sus autores predilectos. Con el primero compartió la admiración por los grandes sistemas filosóficos -el mismo De Quincey estudió con suma penetración la filosofía kantiana, así como la Economía política antes de Marx….-, y con el segundo el gusto por el ensayo humorístico. Pero yo no soy quién para presentarlo aquí como mi casi favorito, aunque lo sea, ¡casi de toda la vida!, porque no soy como el José Luís Moreno del elogio, aunque me distinga de él mi absoluta sinceridad. Del asesinato como una de las bellas artes está traducido y publicado en varias ediciones distintas, de las cuales la más querida es para mí la de Alianza, por motivos tontamente personales. De Quincey escribió unas cosas con más desgana que otras, porque tenía muchos hijos que mantener y mucho opio que consumir, pero en esta se sobró ampliamente. La primera parte, ensayística, por así decirlo, es buena, muy buena, pero la segunda, más descriptiva y dramatúrgica, es sencillamente superior. Con nosotros De Quincey comparte, en cambio, una de nuestras aficiones más torvas, que sólo tras más de siglo y medio de conocimiento mutuo nos hemos atrevido a compartir con él. Y me confieso, como buen inglés comedor de libros:

El deleite, sin duda morboso y pecador, ante un asesinato bien ejecutado…

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