Contemplo de nuevo su intervención TED cuando tenía 76 años y parecía, todavía, un hombre enérgico y lúcido, con una sabiduría que era inevitable que no tratara de aplicar a modular sus emociones y a la toma decisiones en su propia vida. Un conocimiento que, en el lenguaje de su libros, siempre parecía un poco distanciado, risueño, como si tratara de aportar una cierta levedad a una existencia que para él no fue fácil, sobre todo en sus comienzos cuando, como judío perseguido, se libró por poco del Holocausto, una experiencia crucial que quizá, por su intensidad, ha pesado de forma significativa en la memoria de su vida. Cuando vi el video, hace aproximadamente un año cuando murió, no sabía cómo murió, y leer hace unos días el artículo de Jason Zweig en The Wall Street Journal donde cuenta su final me resulta muy significativo con respecto a la vida que él quiso vivir. Por eso aquel obituario creo que merece una adenda.
Según parece a mediados de Marzo de 2024 Daniel Kahneman decidió viajar de Nueva York a Paris con su pareja Bárbara Tversky (que había sido esposa de su gran amigo y colaborador Amos Tversky) para allí reunirse con su hija y su familia. Pasaron unos días disfrutando de la ciudad, yendo a museos, al ballet o degustando buenas comidas, riendo y llorando, escribiendo. El 22 de Marzo, cuando acababa de cumplir 90 años hacía unos días, comenzó a mandar un correo electrónico varias docenas de personas de las que se sentía cercano. El mensaje decía:
“Esta es una carta de despedida que estoy enviando a mis amigos para decirles que estoy de camino a Suiza, donde mi vida terminará el 27 de marzo. He creído desde que era adolescente que las miserias y las indignidades de los últimos años de vida son superfluas, y estoy actuando sobre esa creencia. Todavía estoy activo, disfrutando de muchas cosas en la vida (excepto las noticias diarias) y moriré como un hombre feliz. Pero mis riñones están en sus últimas piernas, la frecuencia de los lapsos mentales está aumentando, y tengo noventa años. Es hora de ir. No es sorprendente que algunos de los que me aman hubieran preferido que esperara hasta que sea obvio que no vale la pena extender mi vida. Pero tomé mi decisión precisamente porque quería evitar ese estado, por lo que tenía que parecer prematuro. Estoy agradecido a los pocos con los que lo compartí desde el principio, que a regañadientes vinieron a apoyarme. No me avergüenzo de mi elección, pero tampoco estoy interesado en hacer una declaración pública. La familia evitará los detalles sobre la causa de la muerte en la medida de lo posible, porque nadie quiere que sea el foco de los obituarios. Por favor, evita hablar de ello durante unos días. Descubrí después de tomar la decisión que no tengo miedo de no existir, y que pienso en la muerte como ir a dormir y no despertar. El último período realmente no ha sido difícil, excepto por presenciar el dolor que causé a otros. Así que si estabas inclinado a sentir pena por mí, no lo estés. Gracias por ayudarme a hacer mi vida buena.
El 26 de Marzo dejó a su familia y voló a Suiza. El 27 de Marzo tomó el zumo de naranja en un centro de suicidio asistido en Suiza.

Jason Zweig expone sus dudas sobre la decisión del mayor experto mundial en toma de decisiones. Kahneman estaba todavía aparentemente bien, con una insuficiencia renal que todavía no indicaba la diálisis, sin signos evidentes de deterioro cognitivo y aún colaborando en algunos trabajos de investigación. ¿Por qué no siguió viviendo más tiempo cuando parecía tener muchos motivos para seguir haciéndolo? ¿Por qué no pensó más en los sentimientos de todos los que lo apreciaban y quizá no entendían del todo su decisión? Pero quizá Kahneman todavía recordaba la demencia vascular de su mujer, Anne Treisman, que murió de ictus en 2018 y también la demencia de su madre. Quizá recordaba que, a cierta edad, todo se precipita y de pronto nada está en nuestras manos,ni da tiempo de nada cuando la catarata final nos arrastra. Quizá era consciente de que nunca es un buen momento para morir pero, como dijo su amigo, Philip Telock psicólogo de la Universidad de Pensilvania, pudo pensar que sentía que estaba a punto de desmoronarse física y mentalmente y que elaboró un cálculo hedónico de cuando las cargas de su vida iban a superar a los beneficios y creyó que esto iba a suceder a principio de sus 90 años. Y quizá quería poner un final feliz a su existencia, tener la “regla del pico final” en sus manos para salvaguardar su vida de la catástrofe de devastación que, a veces, acompaña a la muerte.
Nunca lo sabremos, pero eligió hacer lo que hizo y, un año después, resulta algo muy coherente con lo que fue su vida, con lo que es el legado de todo lo que dejó escrito, con una de las posibilidades de la libertad humana.