Más positivismo lógico y menos claro de luna

Aunque entre mis colegas del gremio de filósofos no gusta mucho, a mí me simpatiza lo que se conoce como el Círculo de Viena. En la década de los felices años veinte del siglo pasado, un grupo de intelectuales de diversa índole se reunían en Viena en torno a la figura de Moritz Schlick. Su proyecto filosófico consistió en encontrar un criterio de demarcación entre auténtica ciencia y lo que denominaban pseudociencia. Grosso modo, y con muchas matizaciones, sostuvieron que una proposición era científica si era susceptible de verificación experimental, es decir, si existiera un método tal que se pudiese contrastar dicha proposición y comprobar si es verdadera o falsa. Con esto arremetían directamente contra toda la tradición metafísica occidental. Y es que conceptos como Dios, mente o realidad, los tres grandes temas de la metafísica desde Descartes, distan mucho de ser objetos empíricos. Independientemente de que este proyecto resultara fallido en gran medida (No es tan fácil la drástica separación: al final dejaban fuera de la ciencia gran parte de la ciencia tradicional), me parece un estupendo toque de atención contra tanto desmán y tanta charlatanería. Creo que en nuestra época, en donde el exceso de información es el gran problema, necesitamos herramientas para limpiar, purgar, esclarecer entre tanta y tanta basura.

La herencia contemporánea de esta idea la llevaron a cabo Sokal y Bricmont con sus célebres Imposturas Intelectuales que, aunque, al final, no tuviera tanto alcance como ellos hubiesen querido, sirvió para  sacar a la palestra los abusos de esta inflación de verbosidad que asola tantas aulas, librerías y seminarios. Cada vez pienso que la filosofía contemporánea se parece mucho, en el peor sentido entiéndase, al arte contemporáneo (de hecho, muchos de estos impostores conciben que la filosofía y el arte están muy cerca): igual que te venden una tortilla deconstruida una cama deshecha por un dineral, Byung-Chul Han vende millones de libros sin, prácticamente, elaborar un solo argumento. Pero es que, igual que el plátano de Cattelan, Han es muy cool, tiene flow. Llamadme carca, pero a mí la provocación por la provocación en el arte hace mucho que ya no me dice absolutamente nada. Y en Filosofía, la continua denuncia a la deshumanización de una sociedad contemporánea materialista, narcisista y vacía, debido al tecno-capitalismo me aburre mucho, no por otra cosa sino porque ya se ha dicho hasta la saciedad (¿No hace ya casi un siglo de la Escuela de Frankfurt?). Quizá sea porque me voy haciendo viejo, pero creo que hace falta una nueva filosofía que se salga de estos caminos tan sudados, más cuando a pesar de esa concienzuda crítica al sistema, el propio sistema parece gozar de más salud que nunca.

Moritz Schlick

El simpar Raymond Smullyan (“5.000 años a. de C. y otras fantasías filosóficas)”) una fantástica anécdota para ilustrar la idea:

“En el sentido más bonito del término, creo que el pianista Artur Schnabel debe haber sido una de esas personas [positivistas lógicos que lo eran sin saberlo]. Hace tiempo asistí a tres conferencias fascinantes que Schnabel pronunció en la Universidad de Chicago. En el coloquio que siguió a una de las conferencias, alguien de preguntó qué pensaba de sus últimas críticas.

«No leo mis críticas», replicó Schnabel, «al menos no en América». El problema de los críticos americanos es que cuando me hacen una observación, nunca sé qué hacer con ella. Sin embargo, en Europa es diferente – por ejemplo, una vez di un concierto en Berlín. El crítico escribió: «Schnabel tocó el primer movimiento de la sonata de Brahms demasiado rápido.» Reflexioné sobre el tema y me di cuenta de que aquel hombre tenía razón. Pero sabía lo que podía hacer al respecto; ahora, simplemente toco el movimiento más despacio. Pero cuando los críticos americanos dicen cosas como: «El problema de Schnabel es que no pone suficiente claro de luna en su interpretación», ¡entonces sencillamente no sé qué es lo que debo hacer!».

Y esta es la moraleja: hay que aprender de Schnabel y aplicar un poquito más el positivismo lógico del Círculo de Viena. No hay nada más saludable, ya no para abordar un problema filosófico, sino para tu quehacer diario, que transformar cualquier obstáculo en algo, al menos, abordable, algo sobre lo que cabe realizar una acción para corregirlo.

La vida es muy corta para perder tantísimo tiempo.

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