En 1973, Luis Carandell y Eduardo Barrenechea, realizaron un largo recorrido viajero, de cerca de 600 kilómetros, por las sierras y estribaciones andaluzas. Que lo plasmarían por escrito, al año siguiente, en la colección ‘Los suplementos’ de la editorial ‘Cuadernos para el Diálogo’ con el número 45, bajo el nombre de ‘La Andalucía de la sierra’. Un trabajo enjaezado a caballo de la literatura viajera y a lomos de cierto reporterismo de denuncia o de crónica del subdesarrollo, al que tan aficionado era Barrenechea; quien el año anterior, junto con Antonio Pintado, ya había realizado otro viaje-denuncia, que publicaría, igualmente, en Edicusa como fuera ‘La raya de Portugal. La frontera del subdesarrollo’. Ahora la nueva raya andaluza no se firmaba como si fuera frontera alguna del subdesarrollo, aunque algunos relatos sueltos y deshilvanados por esas malezas y serrazos, dejaban ver madera parecida a la descubierta en la ‘Raya portuguesa’.
Una literatura viajera o de viajes, que cuenta entre nosotros con los precedentes de Azorín y su trabajo ‘La ruta de don Quijote’ de 1905; incluso con el viaje poco conocido, de Larreta y Prieto de 1923, denominado ‘La vuelta a la Mancha a pie’, como forma de turismo ecologista ‘avant la lettre’. De esa estirpe del turismo lento (‘slow’, como dicen ahora), debe ser la ubicación de lejana foto de los años cincuenta de Aldecoa y Ferlosio, ante un molino dormido de la sierra de Criptana.
Más cerca en el tiempo y años atrás del viaje de Carandell y Barrenechea por Sierra Morena, se había inaugurado una nueva sensibilidad viajera a manos de Dionisio Ridruejo, Miguel Delibes, Josep Pla y Camilo José Cela, que daría lugar a trabajos variados y de enorme solvencia literaria y con aristas, en ocasiones, de denuncia social. En esta sistemática onda de la Literatura de viajes, habría que fijar la fecha determinante de 1948, en que Cela publicó su ‘Viaje a la Alcarria’. Continuidad de propósitos visibles además, en sus posteriores vagabundeos gallegos y andaluces de los años 50, que se plasmarían en libros diversos y añadidos al talego del género viajero. El interés por la fórmula viajera, llevó a Cela a inaugurar un formato librero, creando por ello la colección ‘Las botas de siete leguas’, en la editorial Alfaguara; donde en poco tiempo verían la luz títulos tan ejemplares, como ‘Caminando por las Hurdes’ de Antonio Ferres y Armando López Salinas, en 1958; o el que nos interesa retomar aquí, como fuera ‘El Valle de Alcudia’ de Vicente Romano y Fernando Sanz, del año de 1967.
Texto este que, por cierto, citan Carandell y Barrenechea en su paseo actualizado de 1973, por los serrazos y crestas andaluces. Aunque la pretensión viajera de Romano y Sanz, se acomodara, estrictamente, al Valle de Alcudia, con miradas leves sobre las sierras refulgentes de Los Pedroches. El trabajo de Romano y Sanz, da pie a Carandell y Barrenechea, para su cita y recuerdo; merced a alguna incursión que realizaron éstos en predios de Solana del Pino o en terrenos montaraces de Fuencaliente.
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El precedente viajero alcudiano más próximo, lo encontramos en un texto atravesado y un poco raro, como fuera el pregón de la feria de Puertollano, de 1955, de Víctor de la Serna. Quien años atrás había verificado el viaje a la germanofilia más recalcitrante y atrabiliaria, consistente, en ser asiduo y habitual de los encuentros del restaurante madrileño Hörcher; donde coinciden gente como Pierre Daye, Adalbert Laffon, Charles Lesca y Eugenio D´Ors, entre otros germanófilos y nazis declarados como Hans Lazar. Y que redondea luego, con viajes sucesivos a Berlín en 1941, con prolongación obligatoria al frente divisionario de Wolchow, en compañía del Conde de Mayalde, director General de Seguridad. Y que repite nuevamente, en 1943, como séquito de Arrese, secretario general de Falange. Esos viajes dan pie para sus crónicas en ‘Informaciones’ bajo la rúbrica de ‘Cartas berlinesas’ que pueden ser leídas como un ‘Cuaderno de viaje’. Crónicas en competencia con las producidas, desde Lituania y Noruega por otro fascista como Agustín de Foxá, que publica en ABC. Y que también tienen un poso de ‘Crónicas viajeras de guerra’. Una muestra del tono de combate de De la serna, se puede observar con la pieza de agosto de 1943, celebrando la inauguración de la Casa del Partido. “Una época de confusión mental precede en esta materia a la generación de la Falange. La industrialización, las oligarquías financieras, el marxismo, la decadencia intelectual, producen los monstruos de hierro, cemento y mármol, que convierten las nobles perspectivas en campos de alucinación”. Aunque los monstruos, no siempre son identificados por el escritor, capaz de escribir el 2 de mayo de 1945, al conocerse la noticia de un Hitler ya muerto y rociado de benceno de automoción, en el búnker de La Cancillería: “Pero Adolfo Hitler ha nacido ayer a la vida de la Historia con una grandeza humanamente insuperable”.
Un de la Serna que se ha baqueteado pues, a modo y manera; y que ahora en los cincuenta atipla la voz y suaviza el gesto y se nos quiere presentar como ‘pácífico viajero’ de cordeles y veredas, de suaves atardeceres rurales que olvida el olor del keroseno quemado en la Europa en llamas. Texto, el de Puertollano, que en parte es una reelaboración decantada del capítulo dedicado a ‘El Real Valle de la Alcudia’ [sic] en su versión del viaje calatraveño de 1953. De la Serna, que ya, en esos primeros años cincuenta, venía ensayando propuestas viajeras, tan ambiciosas como la de concebir un proyecto que se llamaría ‘Nuevo Viaje por España’, retomando el ilustrado ‘Viaje por España’ de Antonio Ponz, producido entre 1772 y 1794. Y así, De la Serna, adelantaría en ese proyecto los trabajos correspondientes de 1953, como ‘La ruta de los foramontanos’ y ‘La vía del calatraveño’, editados por Prensa Española en forma de libro. Materiales que habían sido antes, crónicas periodísticas del ABC madrileño. Crónicas que dieron lugar, por cierto, a una réplica memorable de García Pavón, a propósito de las exageraciones manchegas de ‘Don Víctor’, en junio de 1953, bajo el rótulo de ‘Breves escolios a don Víctor de la Serna’. Y es que De la Serna era capaz de denominar a sus crónicas con llamativos títulos, como ‘Una Ucrania entre dos Prioratos’ o ‘El gauchaje del Campo de Calatrava’ y con llamativas exageraciones, como se puede leer en el antetítulo del capitulo alcudiano. “La cabeza del ‘tótem’. La mansedad de la oveja, esa ‘animalia tan inocente’. Lo que puede vigilar una niña hilando. La casa del liberto. Curro Barba”, entre otros estertores y voces llamativas. De tal suerte que tras el exceso de las denominaciones, se despliega el silencio mineral y, tal vez, moral. “Te dije que iba para el Valle Real de Alcudia, una de esas inmensas soledades que quedan en España. Soledad agitada por un vida tremenda que casi no se percibe desde lejos…” Un Valle que ya no es Mancha, que fuera de la Corona y luego de Godoy; un valle que a veces identifica, estrambóticamente, con Texas y en otras ocasiones con parameras australianas muy alejadas. De igual forma que al arribar al Puertollano mineral, el polvo del camino y la fatiga le hace decir que “Puertollano es alegre y, de noche, y en sábado parece una ciudad del oeste americano. Sólo que en bueno”. Proyecto global viajero, de De la Serna, que deja inconcluso, al morir en 1958, tres años más tarde de su pregón de Puertollano, y de su loa prolongada al Valle de Alcudia, del que nos llega a decir que “una alcudia, es eso, una cuenca”. Merced a la extrañeza atareada de “darle un río al Guadiana y otro al Guadalquivir”. Una cuenca que ¿da reflejos metálicos o que recibe el espesor de las aguas lustrales?
Citar, además, en esa clave del descubrimiento literario de las ciudades menores y mudas, el texto extraño, de Paco García Pavón sobre Puertollano de 1955, ‘Puertollano la ciudad mestiza’. Un texto que, en alguna forma, se contrapone a las consideraciones copetudas de De la Serna y pugna por otro sentido viajero. Por ello las dudas pavonianas al faldón de las ‘Agrias y dulces aguas’ sernianas, en su ya referido trabajo ‘La vía del calatraveño’. Aunque aún haya más. Y al año siguiente, y por mor del gobernador provincial Utrera Molina, en una rara edición, revisada y con yugo falangista en las contraportada, viera la luz el segundo de los citados trabajos viajeros sernianos, con pie de imprenta del ‘27 de junio de 1959’. Aunque ahora lo fuera con el nombre cambiado y trabado, y llamado de forma diferente. Ideando un nuevo viaje imposible, producido por la novedosa ruta de ‘Por tierras de La Mancha’. Que no deja de ser un invento de estirpe azoriniana, que antepone el peso de un nombre señero, a la realidad estricta del viaje. No todo en ese trayecto sentido por los colores, es Mancha vibrante o colores dormidos; de igual forma, que no todo fuera Campo de Calatrava, en los sueltos diarios de ABC ni en la edición de Prensa Española. Pero a ello se acomodan los títulos no muy ejemplares, de confundir el Campo de Calatrava con el Real Valle de Alcudia, de atravesar La Mancha por los vericuetos del Campo de Montiel y los rebosaderos lagunares de Ruidera. Como si la geografía respondiera a otras razones que las puramente físicas.
Trabajo hermético, el producido en Ciudad Real y en su imprenta Provincial, con planos viajeros muy elementales, resueltos con premura; y con ilustraciones del pintor puertollanero Fernando Gómez Cuadra, que había triunfado en París (según las crónicas locales) y se disponía a descerrajarse un tiro en la cabeza, sin aparente explicación. Y de ello, daba cuenta el tono agrio y duro de las ilustraciones capitulares, como he tenido ocasión de contar en un relato menor denominado ‘Tierras metálicas, telas de araña’. Que da cuenta, por parte de la crítica que Josita Hernán verificara sobre una exposición de Gómez Cuadra, no menos rara y sonámbula. La ilustración del citado capitulo de ‘El Real Valle de la Alcudia’, aparece orlada por un planillo tricolor, donde los ríos azules (Ojailén, Montoro, Alcudia, Jándula o Zújar) se amalgaman con un severo trazado ferroviario y una enrojecida red de carreteras, haciendo legible el enlace entre el Valle de Alcudia y Los Pedroches, merced al ferrocarril de Bélmez a Puertollano
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De igual forma que los referentes posteriores a todas estas crónicas y atributos de los viajes, serían la pieza de Benet de 1985 ‘Los Pedroches’, publicada en ‘El País’, y la más reciente acotación de Eugenio Blanco, en 2013, sobre el Valle de Alcudia, que llamó ‘Un hermoso lugar de paso’, para el suplemento de ese diario, ‘El viajero’.
De ese mismo año de 1967, del trabajo de Romano y Sanz, es el largo serial de Alfonso Carlos Comín, sobre Andalucía, publicado inicialmente en cuatro entregas en el mes de julio en la revista ‘Triunfo’ y que más tarde se presentaría como libro bajo el nombre de ‘Noticia de Andalucía’ en 1970. Noticia que no dejaba de ser una severa denuncia de los males de esa comunidad, en la línea que tres años después retomarían los referidos Luís Carandell y Eduardo Barrenechea, en el citado trabajo ‘La Andalucía de la sierra’.
La Alcudia es eso: una Alcudia, es decir, una cuenca. Tiene el valle sus buenos noventa kilómetros de Este a Oeste, por una anchura media de unos treinta. Pueblos, lo que se dice pueblos, sólo hay tres o cuatro, y pequeños. Veredas, que es acaso el más chico, es, por lo que hemos dicho, el más modernizado. De su estación, que es la única del valle, salen todos los años cincuenta trenes de ganado que van a las veranizas (ahora casi toda abitan la Alcudia unas veinte mil personas, distribuidas en quintos (el quinto es la extensión de pasto que puede alimentar quinientas ovejas, o, como decía con su seria gracia lusitana el caballero Ponz, “la extensión de terreno que puede vigilar una niña hilando”, tierna y humana medida hecha a escala de ojos de niña). Hay un quinto que se llama “del torero”: es de mi casi homónimo Victoriano de la Serna. No sé si habrá un quinto que se llame “del Señor”: debiera haberle, y entonces sería de Antonio Pérez Tabernero, merinero, caballista y galán.
Margarito, eso es justamente lo que escribe De la Serna, en el repetido trabajo “Por tierras…”. Cuya procedencia es obligatoria citar, bajo la capa del capítulo ‘La cabeza del tótem. La mansedad de la oveja esa ‘animalia tan inocente’.Lo que puede vigilar una niña hilando. La casa del liberto. Curro Barba’.