Cuarenta años con Don Corleone

“Vamos al cine para acceder a un mundo nuevo y fascinante, para suplantar virtualmente a otro ser humano que, al principio, nos parece muy extraño, pero que en el fondo es como nosotros, para vivir en una realidad ficticia que ilumina nuestra realidad cotidiana. No deseamos escapar de la vida sino encontrarla, queremos utilizar nuestra mente de un modo estimulante y experimental, flexibilizar nuestras emociones, disfrutar, aprender, aportar profundidad a nuestros días”, dice Robert McKee y, si esto es así,  El Padrino es el ejemplo de película que lo consigue totalmente, que hace que los espectadores, durante el tiempo que están en la sala, sientan y perciban las situaciones y los personajes que la conforman con una intensidad  y una verosimilitud que ya darán forma a sus vidas para siempre.

 

 

Es inspirador imaginar a un joven de 31 años, Francis Ford Coppola, en 1971, escribiendo el guión en el café Trieste de San Francisco a medias con el autor de la novela, Mario Puzzo, que estaba en Los Ángeles. Admira pensar en la cantidad de coraje y sabiduría que había acumulado ya en aquella época para ser capaz de dirigir, a lo largo de cuatro años, un guión tan complejo, tan matizado, con tantas historias paralelas que encajan como un reloj y crean en cada secuencia un entramado fascinante de rasgos humanos significativos.

La epopeya de los inmigrantes llegando en barco a Nueva York y contemplando la Estatua de la Libertad; los perfiles básicos y brutales del mantenimiento del poder, encarnados en el mafioso siciliano que quiere eliminar al niño para que no ejerza con el tiempo la venganza; el dilema y el precio de sobrevivir en ciertos ambientes donde impera la ley de la selva y hay que matar o morir, en la escena del mercado y el mafioso del abrigo blanco; el poder del chantaje representado en una cabeza de caballo sangrando en una cama; la dificultad de cambiar aunque se desee honestamente, en un ambiente que conspira en contra, personificado en la relación de Pacino y Diane Keaton. Todo unido por una música que parece mecerse justo al ritmo de las emociones.

 

 

El Padrino, en sus tres partes, es sobre todo la historia contemporánea que probablemente más ha determinado la imagen que tenemos del funcionamiento de la mafia o de cualquier poder que utilice sus métodos con mayor o menor sutileza, lo que terminan haciendo todos,  tarde o temprano. Pero no solo eso. La película nos obliga a preguntarnos cómo nos hubiéramos comportado nosotros en circunstancias parecidas a las de los personajes o cómo nos podríamos comportar todavía cuando una decisión lleva implícito un riesgo vital o un dilema moral relevante. La película inquieta, y quizá también consuela a muchos, porque avanza una respuesta de lo que suele ocurrir en términos generales. Y no es muy agradable descubrirlo, aunque lo hayamos sabido desde siempre. Porque, en general, todo el mundo suele tener su precio. Y eso lo sabía muy bien Don Corleone.

Tras 40 años, tras verla tantas veces, hyperbole  propone disfrutar de las tres películas juntas, quizá en un fin de semana. Olvidarse del tiempo, de las obligaciones, entrar en la fiesta de la boda a la que hemos sido invitados y dejarnos transportar arrullados por la música de Nino Rota …

 

 

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