Los Simpson: cuando 25 años han dado para tanto

A veces pienso que si, pasado el tiempo, alguien quisiera percibir cómo eran realmente aquellos años del final del siglo XX y principios del XXI sólo tendría que verse unos cuantos episodios de los Simpson sentado cómodamente en un sofá, a ser posible, con una cerveza a mano.  De pronto, sería factible sumergirse en los sueños, las estupideces, las contradicciones, la ambición, el sinsentido, la sabiduría, la ingenuidad, los peligros, los placeres y las esperanzas de lo que podría llamarse nuestra civilización.

Esta serie lo contiene todo y además lo ofrece en muchos niveles de disfrute. Puede simplemente distraer, disolver el mal genio o el tedio sólo con ver un fragmento, más o menos largo. Puede azuzar el espíritu crítico o la empatía contemplando reflejadas, de una forma muy precisa, muchas de las situaciones que vive el mundo o nosotros mismos con una asombrosa dosis de inteligencia y de distancia. Es una vacuna segura contra los peligros de cualquier puritanismo y también una posibilidad de visualizar la paradoja de que, a veces, la salvación anida en la aparente vulgaridad  de los instintos más básicos.  Puede confortarnos por identificación, quitando hierro a esas cosas tan trascendentes que nos preocupan tanto, porque al final resulta tranquilizador darnos cuenta de que somos tan frágiles y estamos desorientados como esos muñecos amarillos que, sin embargo, no dejan de gozar de las cosas buenas de la vida y de intentar salir adelante.

 

 

Y es que al fondo siempre está el humor, como una fragancia  tan inteligente, que diluye los miedos más profundos. Ya se sabe: tenemos una breve vida y nacemos, crecemos, nos multiplicamos y morimos. En ese proceso somos más listos o más tontos; tenemos un oficio, se nos cae el pelo o engordamos, nos invaden deseos cambiantes; cometemos errores que no siempre producen desgracias irreparables;  convivimos de forma irremediable con todo tipo de gente que nos da y nos quita, a veces a la vez, porque nunca salimos del todo del patio del colegio donde casi siempre ganan los malos, pero también están los que nos aman o los que nos soportan. Y siempre necesitamos un bar donde refugiarnos de vez en cuando y también una familia, aunque nunca sea perfecta del todo y sea tan diversa como la que forman Homer, Marge, Bart, Lisa y Maggie.

La vida tal como es, donde representamos papeles que a veces nos son ajenos y donde el azar suele ser el único dios que existe, aunque a veces podemos faltarle un poco, sólo un poco, al respeto. Donde no nos damos cuenta de todo lo que necesitamos hasta lo que no nos hace ninguna gracia o el daño que nos hace una china en el zapato hasta que no nos la hemos quitado de encima.

 

Matt Groening creó esta serie hace hoy 25 años y, leo uno a uno, el perfil de sus guionistas para no olvidar la felicidad que me han dado y que hay mucha gente inteligente por el mundo. Por mi parte, incluiría a los Simpson en esa lista de cosas que hacen que valga la pena vivir la vida, como Groucho Marx, el segundo movimiento de la sinfonía Júpiter, la educación sentimental de Flaubert, Louis Armstrong … Y espero tenerlos muy a mano cuando me esté despidiendo de ella, como la morfina o los buenos recuerdos.


 

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