A veces pienso que si, pasado el tiempo, alguien quisiera percibir cómo eran realmente aquellos años del final del siglo XX y principios del XXI sólo tendría que verse unos cuantos episodios de los Simpson sentado cómodamente en un sofá, a ser posible, con una cerveza a mano. De pronto, sería factible sumergirse en los sueños, las estupideces, las contradicciones, la ambición, el sinsentido, la sabiduría, la ingenuidad, los peligros, los placeres y las esperanzas de lo que podría llamarse nuestra civilización.
Esta serie lo contiene todo y además lo ofrece en muchos niveles de disfrute. Puede simplemente distraer, disolver el mal genio o el tedio sólo con ver un fragmento, más o menos largo. Puede azuzar el espíritu crítico o la empatía contemplando reflejadas, de una forma muy precisa, muchas de las situaciones que vive el mundo o nosotros mismos con una asombrosa dosis de inteligencia y de distancia. Es una vacuna segura contra los peligros de cualquier puritanismo y también una posibilidad de visualizar la paradoja de que, a veces, la salvación anida en la aparente vulgaridad de los instintos más básicos. Puede confortarnos por identificación, quitando hierro a esas cosas tan trascendentes que nos preocupan tanto, porque al final resulta tranquilizador darnos cuenta de que somos tan frágiles y estamos desorientados como esos muñecos amarillos que, sin embargo, no dejan de gozar de las cosas buenas de la vida y de intentar salir adelante.
Y es que al fondo siempre está el humor, como una fragancia tan inteligente, que diluye los miedos más profundos. Ya se sabe: tenemos una breve vida y nacemos, crecemos, nos multiplicamos y morimos. En ese proceso somos más listos o más tontos; tenemos un oficio, se nos cae el pelo o engordamos, nos invaden deseos cambiantes; cometemos errores que no siempre producen desgracias irreparables; convivimos de forma irremediable con todo tipo de gente que nos da y nos quita, a veces a la vez, porque nunca salimos del todo del patio del colegio donde casi siempre ganan los malos, pero también están los que nos aman o los que nos soportan. Y siempre necesitamos un bar donde refugiarnos de vez en cuando y también una familia, aunque nunca sea perfecta del todo y sea tan diversa como la que forman Homer, Marge, Bart, Lisa y Maggie.
La vida tal como es, donde representamos papeles que a veces nos son ajenos y donde el azar suele ser el único dios que existe, aunque a veces podemos faltarle un poco, sólo un poco, al respeto. Donde no nos damos cuenta de todo lo que necesitamos hasta lo que no nos hace ninguna gracia o el daño que nos hace una china en el zapato hasta que no nos la hemos quitado de encima.
Aplaudo lo tuyo, e insisto en lo mío:
http://revistatarantula.com/queremos-tanto-homer/
O la Banda Sonora Original de La misión de Morriconne