¿En qué instante descubrimos la fragilidad, la duda, la cara del espejo que nos desvela esa realidad de sombras y contradicciones después de la cuál ya no somos los mismos?
¿Cuándo nos adentramos en el desamparo, cuándo nos damos cuenta que los escondites no son más que lugares sin abrigo donde ya no podemos estar mucho más tiempo sin oír alguna de esas voces que nos incitan a buscar una transcendencia que siempre será una ficción?
¿Cómo vivir después de haber conocido el abismo, cómo llegar a desaprender o a interpretar la soledad, la lagrima, la incomunicación, el recelo, sin dejarnos llevar por ese miedo tan cómodo de dar un paso más hacia el fondo, hacía el vértigo?
¿Qué mecanismos tenemos para enfrentarnos a la percepción, a la memoria, al impulso fisiológico, al silencio que no solo es nuestro sino que es humano?
Cuenta Silvia Grav (Vizcaya,1993) que muchas de sus fotografías florecen en las largas noches de insomnio, en aquellas horas desligadas del tiempo que pertenecen a un universo diferente, a una realidad que es solo imaginación y lenguaje, ebullición de todo lo que nos conforma sin apenas intuirlo. En la noche, las palabras, las imágenes, son bisturíes con los que rasgar los entresijos de la consciencia, el silencio que cubre y cobija los anhelos y los símbolos de la identidad personal. Allí, con el escudo de su rostro y de su cuerpo y el amparo de una cámara, Silvia nos detiene, nos aleja del ruido de lo cotidiano, de la calle, de la gente, para ver y buscar el misterio en nuestra propia incoherencia.
A sus 22 años su talento y su pureza de imagen nos devuelven a esa adolescencia que reconocemos en nosotros mismos porque nunca nos termina de abandonar del todo. Siempre hay búsqueda donde todavía se adivina camino. Solo hay que pararse y observar, utilizar la pausa como elemento subversivo y dejarse embargar por la efervescencia de miedos y confrontaciones, de apetencia y represión. Todo para desenmascarar la necesidad final de inventar relatos o de perseguir huellas, de resignarse o quebrantar, de luchar contra los fantasmas propios y los ajenos hasta encontrar en alguna guarida, en algún significado, una suerte de lugar bajo el sol.
Juventud y limites, universo e individuo, belleza y muerte. Decía Scott Fitzgerald que para que una inteligencia fuera realmente adulta debía tener la capacidad de mantener dos ideas contradictoras en la cabeza simultáneamente. ¿Qué es la adolescencia si no el primer acercamiento a la contradicción, a la duda, al miedo, desde la otra orilla, desde la lozanía, desde el vigor, desde la pasión? La primera batalla entre las esperanzas que nos proyectan los que nos aman y los sueños más íntimos, entre la constatación de nuestras debilidades y la curiosidad de nuestra inteligencia, entre la soledad existencial y la manera en la que nos integramos en el sistema, entre la vida que brota cada mañana y la posibilidad de nuestra propia perdida. La adolescencia como metáfora de ese blanco y el negro vital que nos acompañará siempre.
Tal vez, por ello, la diferencia estribe en dominar el contraste, en conocer los polos, como maravillosamente hace Silvia Grav en sus fotografías. Y eso requiere percepción, caída, transgresión, impulso. Jugar entre la niebla con el eco del silencio sosteniendo un universo propio entre las manos. Ausentarse, quizá herirse. Pero sin perder nunca la perspectiva de disfrutar también del mar, de las caricias, del propio viaje.
En el coqueteo de Silvia con las tinieblas podemos ver semillas de la fotografía de Francesca Woodman, de la poesía de Pessoa, de los diarios de Alejandra Pizarnik. Y como con ellos, acompañándolos, nos acercamos a nuestro propio abismo, a nuestro propio desconocimiento, pero a la vez a nuestra propia reconquista. Por que al fin y al cabo, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Cómo alentarnos? ¿Cómo sobrellevar el tedio, la fragilidad, el miedo, el olvido que seremos?
Quizá refugiandonos y gozando de las alegrías efímeras mientras podamos; la del canto, la del sexo, la de la ebriedad, la del rock, la del otro. Quizá perseverando en el intento de conocer el infierno para poder evitarlo, a través de aquellos que lo han intuido y tienen el talento necesario para poder expresarlo.
O, quizá, compartiendo el secreto; aprendiendo a encerrar la emoción en el encuadre, en la rima, en los acordes, en la métrica, en el escenario, en aquella magia sutil que hemos inventado para defendernos del terror al vacío y a los grandes espacios.
Algunas de las fotografías de Silvia Grav junto con fragmentos del diario de Alejandra Pizarnik:
“La verdad no llega por una revelación fulgurante, como tu lo creías. La verdad es este poco a poco, esto que se extingue despacio: tu niñez, tu juventud, tus deseos, tu espera… Todo es lo mismo y es otra cosa. Aceptarlo cada vez con menos dolor porque no importa, no importa”
Alejandra Pizarnik
“Ojalá pudiera hacer el silencio en mi y dejarme invadir por lo que quiera invadirme. Pero estoy tan invadida que nada más puede invadirme. Comprendo la necesidad de distenderme”
Alejandra Pizarnik
“Las horas, las horas. Un largo espacio sin tiempo. Una confusión de soles y lunas. He aquí lo que deseo. Mas, ¿A quien le importa lo que deseo? Una confusión de soles y lunas, una confusión de días y semanas. ¿Que quiero? Quiero mi antiguo tiempo sin horas”
Alejandra Pizarnik
“Lo que deseo es una revelación. Que algo o alguien se abra, mágicamente, y yo pueda, al fin, comprender el sentido de mi espera”
Alejandra Pizarnik
“Noche crucial. Noche en su noche. Mi noche. Mi importancia. Mí misma. La asfixiada ama la ausencia del aire. Memorias de una náufraga. Sueños de una náufraga. Qué puede soñar una náufraga sino que acaricia las arenas de la orilla”
Alejandra Pizarnik
“Intranquilidad nueva, como si el barco o el tren estuviera por partir y yo, con el billete en la mano, aún no he decidido si partir o quedarme”
Alejandra Pizarnik
“Si yo temo a la muerte es por su color. Si me dijeran qué necesito y qué espero responderé: juguetes y pasto verde claro, cajas de música y amantes de ojos azules, velas en forma y color de flores y de aves de corral y de pájaros hindúes, que al alumbrarse dan llamas celestes y rojas y azules y verdes, pero de un tono infantil y sexual a la vez”
Alejandra Pizarnik
* Silvia Grav fue una de las fotógrafas menores de 20 años seleccionadas por Flickr en el fantástico proyecto 20under20.
Es una colección maravillosa, con arte, creatividad, técnica, ilusión, pasión, estilo …. Impresionante.
Gracias por el descubrimiento. El texto es una revelación.
Me parecen maravillosas las imágenes y el artículo. He descubierto esta página y estoy encantada con los artículos. Gracias.