Salvador Pániker: el arte de tenerse en pie

Busco el libro de Salvador Pániker que leí entonces sin saber muy bien dónde encontrarlo, en ese equilibrio inestable que es la biblioteca de uno, ya un poco abandonada por los libros electrónicos que están siempre tan disponibles. Lo encuentro al fin entre las biografías, “Segunda memoria” en la edición de Seix Barral de 1988 que compré el 13 de abril y que tengo la sensación de haber leído en verano, cuando fui a Cadaqués y a esas playas por las que él se movió siempre o, al menos en su juventud, como correspondía a alguien de buena familia con buenos amigos inteligentes, con libros y Francia cerca, con algún barco disponible a veces,  con el dinero suficiente como para poder permitirse ser un “bon vivant” en el mejor sentido de la palabra porque la cultura estaba también incluida, además del erotismo.

Salvador Paniker y Francisco Umbral

“El viento del Sur traía olor de sabinas retorcidas, había gaviotas, el verano parecía interminable y un día, inesperadamente, reapareció Isolda. Nos citamos asépticamente en el bar Dominó frente al muelle donde Dieter solía poner un jazz formidable. Casi de entrada, ella planteó la cuestión fundamental.

 Yo hice un gesto vago, como de cansancio o fastidio o tristeza o venganza o desamparo tenía mis pies desnudos encima de sus pies desnudos y el jazz que sonaba era efectivamente formidable.  Pensé, o quizá dije: vienes a inmolarte espiritualmente, a decirme que me amas, a presentarme tus excusas, puesto que no te atreves a vivir,  o no sabes, et voilà. Porque yo no hablo ya tu lenguaje and I am no longer a religious man.

 Más tarde Beatriz comentó que aquel día estuve cruel imposible. ¿Cruel imposible? Digamos que únicamente imposible. Por entonces ya tenía escrito, sí,  eso de “I am no longer a religious man”, o sea, he dejado de ser escolástico y accesible. ( Poco después llegó el gran bache y lo percibí como que jamás deje de ser un hombre religioso, quiere decirse, un animal sin techo fijo poseído por un vago malestar). Por entonces yo quería, ante todo, libertad y paganismo. Bajo los auspicios de la cartaginesa diosa Tanit, pongo por caso, que no en vano era una divinidad lunar aquella historia mía con Beatriz tenía ya demasiado tufillo a Rilke y adolescencia. De modo que anoté: Beatriz asumpta incorruptible plotínica y budista ya no vive, solo in-vive. Declina el compromiso de ponerse una careta, una máscara, una persona,  y a falta de mejor recurso se entretiene resolviendo crucigramas.” Segunda memoria. pag. 78-79.

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El libro trasmitía el peso constante de la religión, como una niebla, que parecía aguarle la fiesta de la vida  y de la que buscaba salidas y nuevos equilibrios agarrándose a la filosofía y explorando su ascendencia india, como buscando otra instancia que lo ayudara a librarse de la culpa o del nihilismo sin abandonar la idea de trascendencia. Para eso acuñó ese concepto de “retroprogresión”, como una forma de integrar la secularidad racionalista de occidente y un misticismo oriental no dualista de raíces advaitas. Algo que pareció darle un nuevo equilibrio y que a mí me quedaba muy lejos. Su hermano Raimundo también exploró ese camino.

“No quería renunciar a mi religiosidad más profunda; pero me sentía libre para nuevas aventuras. Porque ya he dicho que hubo novedades en mi equilibrio endocrino.  La prednisona  atenuó  mis alarmantes caídas de tensión sanguínea, mi vulnerabilidad frente a los shocks emocionales, estimuló las sinapsis más relacionadas con la vida.

 Y así entre la prednisona y la superación de la moral volvieron la improvisación, la risa, el erotismo, el gozo, Peter, Paul and Mary, Blowing in the wind. Se estaba perfilando mi postura, por más que yo siempre he sido lento en mis procesos interiores. Mi postura de entonces pudiera esquematizarse así: rechazo de la religión institucional, no permitir que la fe (experiencia) degenere en creencia, abandono a la divinidad inmanente, superación del fetichismo moral, recuperación de la euforia, no más autopunición ni huida de la muerte, rechazo de la culpa.

La verdadera profundidad religiosa la encontraba yo la trompeta de Miles Davis, no en las prédicas amargadas de los curas.”

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Pero lo mejor del libro era el ambiente que describía de aquella Barcelona de los sesenta, la de la “gauche divine“, donde nació Kairos, la magnífica editorial que dirigió toda la vida y que ahora dirige su hijo Agustín. Por el libro aparecen nombres como Manuel Vazquez Montalban, Salvador Clotas, Terenci Moix, Luis Racionero, Francisco Umbral, Rafael Alberti, Xavier Rubert de Ventós, Edgar Morin, Carlos Barral, Josep Pla, Octavio Paz, Vargas Llosa, García Márquez  y muchos otros que me ayudaron a situarlos o a descubrirlos. Tiempos donde el ambiente cultural era distinto y probablemente mejor que el actual.

Ingeniero y filosofo, interesado por las humanidades y la ciencia, algo muy raro entonces y ahora,  lo he seguido desde entonces por sus artículos y entrevistas, admirando su lucha por una muerte digna a través de la asociación “Derecho a morir dignamente”. Ahora que se habla de nuevo de hacer otra ley que, muy probablemente,  saldrá descafeinada y se aplicará vagamente, como las anteriores, conviene resaltar este empeño profundamente humanista que todo el mundo usará cómodamente cuando se consiga, incluso los que ahora se declaran en contra, como ya ha ocurrido otras veces en este país.

Salvador Pániker. Un gran tipo que siempre persistirá en sus libros a los que volveremos de vez en cuando.

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