Francisco Umbral: si hubiéramos sabido que triunfar era esto

Francisco Umbral fue, sobre todo, un escritor. Un cierto tipo escritor, que pretendió vivir siempre como el escritor que imaginó ser, contemplar y soportar la vida a través de la escritura, construirse y trasformarla con las palabras para poder deslizarse sobre ella, siempre a tientas, siempre a punto de caerse en algún sitio con sabor a soledad, a derrota o a muerte. Justo el pozo del que siempre había pretendido salir. Y esto, su escritura, es lo que ahora, diez años después de su muerte, nos importa, cuando ya el ruido de su imagen pública, que él tanto se encargó de llenarla de aristas, ha casi desaparecido y es posible relacionarse con él solo a través de sus libros, de sus palabras, esas que a veces sabía elegir tan mágicamente, para exponerse y ocultarse, para juzgar y ajustar cuentas, para buscar ámbitos de intensidad y sentirse a salvo, para tolerar el dolor o justificarse, inventando lo que hubiera que inventar de su pasado o de su presente, que daba la sensación de vivir siempre un poco desde lejos.

Porque Umbral siempre hablaba de él, solo le interesaba hablar de él, sus libros son casi un monólogo interior interminable de su flujo de conciencia, su construcción del mundo, su mirada. Justo esa sensación de intimidad que a veces tanto necesita el lector: descubrir en el momento adecuado un cómplice que te anima a subir a su caballo y parece verlo todo desde arriba, que te hace reparar en ciertos detalles que aportan una extraña intensidad, que se atreve a juzgar e incluso a ser despiadado, alguien con el que es posible identificarse de alguna manera para atreverse a algo o simplemente sobrevivir en tiempos oscuros. Al menos por un tiempo.

 

Francisco Umbral y Maria España

Francisco Alejandro Perez Martínez, su nombre verdadero, el niño que se siente fuera del mundo pero que, desde el principio,  siente el frío del mundo, el pobre niño miope y olvidado en algún sitio de la España profunda de la postguerra, sin padre (o peor con un padre que sabe que quiso ausentarse) y con una madre evanescente a la que nunca pudo llamar mamá a tiempo, que además murió joven, tan herida  en el recuerdo que es un peso en el corazón que casi lo asfixia. Huérfano con padres. No ser nada y sentirse solo pero dándose cuenta de todo. La visión precisa tras las gafas del miope que no se pierde un detalle,  que observa sin parar hasta lo escondido en cualquier gesto o en los lugares donde cree que no está. Las vidas de las mujeres que lo sacan adelante, los primos, el abuelo que detesta, el frío de los inviernos tan largos, la forja de un carácter, de un rebelde a su manera.

El niño solo y aterido acumulando miedo y resentimiento. Lamiéndose las heridas reales o irreales, todas las heridas, que serán su alimento durante toda la vida, lo que nunca perdonará, y serán la propulsión de su arte, lo que nutrirá su aluvión de palabras que todavía no salen de su boca pero que se acumulan como el agua que se enlentece justo antes de la catarata.  Solo sufre y odia. Se sufre y se odia. Odia y comienza a reconocerse.  Acumula carburante para el despegue, para ascender por esa cucaña que ya imaginaba Cela, alguien que después fue tan importante para él. Despuntar o morir. Sobresalir, ser alguien socialmente para sentirse alguien. Compararse y ganar. Ser el primero. Acabar siento el único. No tener nunca suficiente.

Muy pronto, a los catorce, botones en un banco por gestión del padre que desconocía pero que, a lo lejos, operaba de algún modo. Y también  el temperamento que le permitió intentar esas cosas heroicas que antes se podían hacer en la España de la postguerra para tratar de ascender desde abajo. Boxeador o torero. También escritor. Maletilla en las redacciones de los periódicos o en las emisoras del “Movimiento”.  Chico para todo. Un cuento, una entrevista, una crónica deportiva que nadie quería hacer. Algo que a veces le pagaban. Algo para mostrar algún brillo en el que alguien pudiera fijarse.

 

Su padre, Alejandro Urrutia y su hermano, Leopoldo de Luis

Descubrió su don, su facilidad y su capacidad de trabajo. No tenía estudios pero no paraba de leer lo que caía en sus manos. Y de asimilarlo con una peculiar lucidez y memoria.  Buscaba modelos, técnicas, espejos, referencias desde las que encontrar una cierta perspectiva, un estilo. Encontró a Miguel Delibes en el “Norte de Castilla”, tan distinto a él pero con paladar para la buena literatura, encontró a Larra, a Rimbaud, a Baudelaire, a Cesar González Ruano. Se propuso ser sublime sin interrupción, ser un escritor a tiempo completo.

A pesar de lo que dijera después no era un rojo en aquella época (cuando ya había rojos que se jugaban el tipo), ni tenía una especial conciencia política. Al contrario se dedicó a explotar los contactos que tenía con el régimen existente (su cuñado fue fundamental). Los periódicos y las emisoras eran de quien eran y a veces había tipos que valoraban a un buen escritor. En León, ya casado con María España su mujer de toda la vida, consiguió una voz y un prestigio hasta que encontró una excusa (un cineforum sobre una pelicula de Cocteau donde le abuchearon) para saltar a Madrid, el centro del mundo para un escritor como él. Un territorio a conquistar desde la profundidad de las pensiones con olor a col y bombillas en el techo que no alumbraban nada.

La noche que llegó al café Gijón”, uno de sus mejores libros. El gafotas que al poco tiempo lo capta todo, conecta todo, el que hace los bocetos más afilados de cualquiera que es alguien o se cree alguien que pasa por allí. El que hace amigos y enemigos, el que persigue mujeres posibles e imposibles, el que sabe lo que ocurre en el café a cualquier hora, el que comienza a descubrir los mecanismos para prevalecer, el que manda crónicas a Valladolid contando lo “mondaine”de la capital, el que trata de escribir en cualquier sitio. El que tiene un hijo que por un momento parece rescatarlo del frío. Pero a veces la vida es “Mortal y rosa” y los niños mueren a los seis años, y el corazón se hace trizas de nuevo, cuando aún no había acabado de comenzar a latir con esperanza.

Aquel año en que estuvo tambaleándose, en que su boca sabía solo a muerte y a pasado, cuando estuvo a punto de abandonar. Pero ya escribir lo era todo para él, no podía dejar de hacerlo, era su aliento, su impulso, lo único que podía y sabía hacer. “Las ninfas” aquel verano de 1977, el Nadal, las negritas de “Diario de un snob” en El País, el poder y la gloria, los kioskos rebosantes de revistas que publicaban sus artículos. La fama. El personaje Umbral que mastica manzanas en la televisión y trata de epatar al burgués, que siempre ha querido ser.

 

 

El traje a medida. El comunista que nunca fue que toma cervezas con el padre Llanos y la musa de la transición (aquella Carmen, también herida y con un padre evanescente). El que va a comprar el pan y se encuentra a Pitita Ridruejo o a cualquiera al que le apetezca alabar o meter el dedo en un ojo, todo ya con una técnica muy depurada el mil artículos, pura prosa poética y contrastes con un sabor muy intenso, al borde del chismorreo, que casi se sube a la cabeza, en el diario de la transición.

El escritor puro que escribía como meaba (esa crítica de Delibes que se convirtió en un halago), el que en 1978 publicó nueve libros además de escribir en todas las revistas y estar en todas las fiestas. La fantasía hecha realidad. El éxito casi total. Y sin embargo nunca tuvo bastante. Siempre le faltaba algo. Los premios que no valían nada mientras no se los daban él,  la Academia que siempre se le escapaba por la conspiración de los mediocres, el Cervantes que por fin le dieron demasiado tarde y no disfrutó en absoluto. El pataleo del niño que ya se creía con derecho a todo por haber sufrido tanto, el que ya se estaba ahogando y agotando en todo lo que había conseguido.

Lloró en Bocaccio el despido de El País por un artículo sobre el Nobel a Octavio Paz. Se pasó a “El Mundo” de Pedro J que le pagó más del doble, se fue agriando su carácter mucho más allá del “vengo a hablar de mi libro”, unió su destino a un Cela ya muy barrigón al que dedicó un libro póstumo y ambivalente (“Cela, un cadáver exquisito“) xen el que mataba al único padre que había reconocido tener. El hipocondriaco al que al final le muerde de verdad un tiburón y todo se acaba como siempre un poco por sorpresa, demasiado deprisa, como si fuera mentira que ya hubiera pasado la vida.

 

 

Miro muchos de sus libros, los picoteo de nuevo, leo alguno entero, cabalgo emociones intensas y a veces ambivalentes, releo la biografía que le dedicó Anna Caballé del que están sacados algunos datos que he comentado y que es imprescindible para conocerlo mejor, para conectar sus palabras y su vida. Reviso el artículo de Manuel Jabois y la respuesta de Anna Caballé,  donde desvelan el nombre de su padre, Alejandro Urrutia, y de su hermano, Leopoldo de Luis al que había dedicado un perfil, en el Café Gijón cuando quizá no sabía que era su hermano de padre. “(…) el mínimo y dulce Leopoldo de Luis», se llegó a decir en la tertulia— era de ojos pequeños y maliciosos, nariz grande, boca inexistente, rostro un poco rojizo, fácilmente alegrado y subido de color por la risa, y venía de sus oficinas de seguros lleno de versos, de cultura, de conversación, de chistes malos y poemas buenos. Escribía una poesía en la música de Miguel Hernández, hecha de humanidad y socialismo, con gran sentido del verso, gran ductilidad lírica y una melodía grata y honda, monótona y cierta, que daba gran calidad a todo lo suyo”

La nostalgia de la literatura en los periódicos, de esos articulistas que ayudan a dar sentido a las mañanas o a dotarlas de una vaga excitación, a abrir los candados de la memoria de los buenos sueños o de las cosas que de verdad nos importan, para que tiren de nosotros todo el día. Echo de menos esos estímulos que ayudan a organizar la experiencia cotidiana y lo sacan de esa repetición de sucesos grises o estúpidos. Recorrer los periódicos, ahora que podemos hacerlo desde la cama con tanta facilidad, es a menudo un paseo melancólico en busca de un artículo bien escrito que nos abra una ventana a otros mundos posibles, a otras formas de interpretación o de recuerdo, a otros tiempos,  a otras posibilidades de juicio, a personajes que se nos ofrecen a otra luz que también nos ilumina a nosotros, a una buena historia que de pronto desvele posibilidades nuevas de comprender o experiencias que apetezca vivir. Para encontrar argumentos inteligentes con los que no estamos de acuerdo.

Francisco Umbral el hombre que fue un escritor sin interrupción, que vivió, casi literalmente, para contarlo.  El cronista de una época que tenía, a veces, una maravillosa capacidad para encontrar las palabras exactas. El que seguimos leyendo diez años después, a sorbos, como si no hubiera pasado el tiempo, …

 

 

“Cuando Francisco Umbral llegó a Madrid procedente de Valladolid, recién casado, apuesto de esqueleto y vestido con una altanera elegancia, acorazado tras una sinceridad brutal a la que las gentes amedrentadas solían llamar cinismo, y ocultando bajo su juventud arrogante una decepción irreparable, pero aliviada con los ungüentos de una especie de ternura devastadora, todos supimos que acababa de irrumpir en la capital un escritor de raza. Venía a comerse el mundo, pero no sólo para hacerse «un nombre», sino también porque traía desde su infancia una voracidad maldita, un hambre clamorosa de poesía y de venganza y unos colmillos jadeantes como los de un poeta barroco flagelado por el romanticismo. Su bulimia de justicia y sosiego, su glotonería de amistad y de carne de mujeres, su desazonado apetito de belleza y de fraternidad, nacidos en una conciencia viajera por los farallones del abismo y experta en la cartografía de la fatalidad, lo empujaban todos los días a acariciar las tetas y las nalgas de las oraciones gramaticales y a untar con su saliva a las palabras después de haberlas excitado con las dentelladas del deseo.”

FELIX GRANDE Prologo a “Mortal y Rosa”  1974

 

“Hay algo más falso que una calavera? Es lo que mejor nos disfraza. Por dentro de la calavera está el personaje mirando el mundo, y la calavera nos mira con ojos de antifaz, porque la calavera no es la verdad de un rostro, sino la máscara última. «Rosa, sueño de nadie bajo tantos párpados», escribe Rilke. La calavera es máscara de nadie bajo tantas máscaras.

Lo que nos aterra de la calavera es descubrir que es también una máscara, la máscara que se pone la nada, el disfraz con que nos mira nadie. Que no me conoces, que no me conoces. Y no hay a quién conocer. La calavera se ha utilizado mucho como máscara en el carnaval y en la pintura. Llevamos la verdad por fuera, la carne, y la máscara por dentro, como no queriendo dar la cara en el más allá. Todo cementerio es una reunión de enmascarados. El esqueleto tiene cara de ladrón, usa antifaz y por eso no nos inspira ninguna confianza. Los muertos no son de fiar, y los esqueletos son muy de temer.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

 

“Si no hay transparencia no hay escritura. Puede haber un trabajo de amanuense, pero nada más. El hombre, el escritor, tiene que elegirse transparente o pendolista. Casi todos optan por el pendolista, porque tienen voluntad de poder y porque les parece más lucido. Escribir es una prestidigitación en cuanto que consiste en desaparecerse, como los ilusionistas del cabaret. Hay días en que el ilusionista no está en forma, se encuentra opaco, se queda en el sitio. El escritor tiene que dejar pasar la luz del mundo sobre la cuartilla, el sol sobre la escritura. Casi todos los escritores estorban a su obra, están delante de ella, echan su sombra de sombrones encima de la prosa.

La prosa es prosa porque tiene sombra, la sombra del tío que está encima. Si no tiene sombras es poesía. El que luego le reconozcan a uno por lo que escribe es otra cosa, entra ya en la mera profesionalidad, en la anécdota cultural. ¿Y el estilo? El estilo es la modulación: que toma el lenguaje al pasar por nosotros, como la curva que adopta el agua en una jarra. Sobre todo, no echar sombra. Si no se encuentra usted transparente, no escriba. “Váyase a la compra y hágale los recados a su esposa. El mundo se hace lenguaje en ti, en mí. Peor que echar borrones es echar sombras. El mundo se describe a sí mismo, como vemos funcionar a los teletipos. No hay más que pasar de vez en cuando y arrancar la hoja.

Escribo por el placer de desaparecer. Es mi forma de transparencia. Todos hemos querido ser invisibles alguna vez. El éxtasis, la levitación. El mundo y la escritura se intercambian reflejos, luces, y yo estoy en medio, entre dos fuegos, desaparecido, sin peso. Escribir ausentarse. Escribir es perder peso. Un adelgazamiento súbito. Qué insoportables, luego, mis setenta u ochenta kilos.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

 

“La sangre de la herida, el dolor vagando por el cuerpo como un murciélago gris y ciego, la fiebre, el miedo, el miedo, eso soy yo, eso eres. ¿Qué otra cosa, si no? Llegamos a generar una sustancia de consistencia variable, más bien mediocre, que es la imaginación, la literatura, la estética, el lirismo, el bien, la fe en el hombre, la Historia, la libertad, la justicia. Pero basta esa gota de sangre, ese quejido mudo de mi cuerpo, ese goteo rojo de la vida, para que todo se borre y yo me reduzca a mi dolor. Se contrae el ser como el gusano amenazado. Yo no soy mi dolor, decía el poeta. Ya lo creo que sí. El dolor, la sangre, la fiebre, el miedo, los heraldos negros de la muerte, tan lejana, tan distraída, ahuyentan en un momento todos los pájaros de la cabeza.

Miro mi gota de sangre, la miseria que doy de mí, y observo con, una repugnancia apasionada, con un amor sórdido de animal por su, animalidad, la efusión de la vida en la muerte, de la muerte en la vida. Qué presto a desanudarme en la nada, qué flojo por todas partes el saco de mi vida. Soy agua en una cesta, fardo de lluvia que gotea muerte por todas partes.

¿Y el suicidio? Hace falta mucha fe en la vida para suicidarse. El suicidio es la máxima afirmación de la vida. Si alguna vez me suicido, no será por falta de fe, sino todo lo contrario. Sólo hay suicidios apasionados. De momento, resido en el escepticismo. Resido hasta que una gota de sangre, un tiburón de miedo me corre por el cuerpo. El cuerpo es una máquina de vivir y resulta inútil advertirle continua mente que la muerte no importa. El cuerpo no tiene más que una dirección. No se puede persuadir a la flecha en el aire de que cambie de orientación.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

“Quizás, en el túnel lluvioso del invierno, el pesimismo y la humedad retienen el tiempo, alargan la vida. Tenemos entonces conciencia de ser desgraciados, o de ser inútiles, y nuestra inutilidad nos hace eternos. Inútilmente eternos. Pero en cuanto asoma la dicha, canta la luz o rueda el sol, el tiempo se deshiela, digamos, el gran iceberg se desliza y se deslíe. Es cuando los días se desprenden de mi cuerpo como la carne de los leprosos. Y son pústulas de oro, vetas enteras de mi vida, geografías de mi cuerpo que entierro para siempre. A veces se consigue la sensación óptica de que el tiempo está quieto, y se da con el fenómeno o el espejismo de lo circular, y un día es igual al otro, y entonces se tiene la angustia de la circunferencia, pero no hay transcurrir, no hay arrastre hacia la muerte.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

“De muy pequeño la literatura fue para mí lo que luego he sabido que se ha llamado la novela familiar de los neuróticos, la epopeya del niño expósito o del bastardo, una configuración ideal del mundo, un alejamiento de la realidad. Luego, a medida que la literatura se realizó en mi vida y yo me realicé en ella, creí que era, por el contrario, mi instrumento de posesión del mundo, la espada de mis conquistas. Ahora, con mi media vida consumada en la literatura, ésta vuelve a ser para mí lo que fue en la infancia y lo que realmente ha sido siempre: mi manera de no estar en el mundo, mi repugnancia hacia la sociedad de los adultos, hacia sus trámites, sus compraventas y sus transferencias. Ahora compruebo complacidamente que no he vivido. El sueño del niño expósito, la novela familiar se ha realizado en mí, se ha hecho verdad. Gracias a la literatura he podido mantenerme al margen de los mercados del hombre, e incluso cuando más de cerca parece que toco el mundo con mi prosa, estoy salvado y lejano en el mero arte de escribir, en el mundo cerrado que es la literatura.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

 

“ABRIL. Abril es una huella encharcada en la hierba. Abril es una niña devorada por los tallos. La cintura escueta de las muchachas remite a no sé qué mundo de esbeltez. De dónde vienen las muchachas, ciudadanas de una música. No es posible que sólo para la reproducción y la fecundidad disponga así sus armas la especie, afile sus filos la naturaleza. Cuerpos forjados para algo más, raíz pura del cabello, cosecha par de los senos, álamo de la cintura, sosiego leve de las caderas, velocidad de las largas piernas. De dónde vienen, cada abril, las huestes femeninas y ligeras, qué paraíso traen entre todas, adónde van. Una esbeltez perdida y errante por el universo, se recuerda en ellas. Algo que la humanidad no ha conocido. Abril, espuma verde bajo los pies breves de mi hijo, cadera femenina del mundo, costado pálido, idioma salvaje de la lluvia, lenguaje de todas las primaveras, caligrafía torrencial que deja dicho en el aire el secreto simple del universo. Abril, esfuerzo de la luz hacia la dicha, verdor a pesar de todo, mano infantil que se abre de golpe, llena de cosas claras, un mar errático por el  cielo. Abril le opone su único color verde a la muerte. Sencillo como una barca, como una lanza, como un hijo, abril ignora mi dolor, se mece entre las frondas de la muerte, propaga una sola tinta, una sola palabra indescifrable y verde, y no escucha, porque no tiene oídos, mi queja. Abril, palabra de lluvia y flauta que también en otros idiomas —april— suena llena de atriles, añiles, perejiles. ¿Qué es lo que abre abril?

A mí —ay— ya no me abre nada, ni me cierra.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

“EL frío, hijo, el frío, compañero helado de la infancia pobre, gato sucio y arañador que fue mi única amistad durante tantos años, el frío, que toda la vida ha ido haciendo crecer su yedra por mi cuerpo invernal, y que ahora, más vencido yo hacia la sombra, me atenaza la garganta con una fijeza triste, o canta en mis bronquios con el metal turbio de la noche, o ciñe mi vientre, lo traspasa como un filo invisible, como un frígido cuchillo de pescado, hasta dejarme doblado, encogido, indefenso. Ropas lentas, fuegos, estufas, calores con que arropo mi soledad, y el frío dentro de mí, como un jarrón venenoso, como la entraña inhóspita de mí mismo.

El frío es más que el frío, el frío es lo que de enemistad tiene la vida para conmigo, el gesto hosco que me pone, una agresión repetida a lo largo de los años, serpiente de cristal, hoguera helada que me consume. Para el frío tomo cosas, bebidas calientes, medicinas de media tarde, pero noto cómo el frío me va sustituyendo el alma, cómo voy teniendo una conciencia de frío y sólo frío. Ya no es que me enfríe por dentro, sino que mis adentros son de frío, y un corazón de témpano que va pesando como no debiera. Esto debe ser, hijo, el ir viviendo, un pasar del sol a la sombra, del calor al frío, del verano al invierno, un irse quedando del lado del invierno, una residencia en noviembre que antes creíamos transitoria y que ahora se va haciendo definitiva. El frío era una visita inoportuna. Ahora viene a quedarse o, peor aún, el frío soy yo. Antes pasábamos por noviembre como por una estación de transbordo. Ahora me veo condenado a vivir para siempre en el frío ferroviario de las estaciones. El frío va siendo mi manera de experimentar el tiempo, mi vivencia más metafísica, mi único comercio con lo otro.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

 

 

“HIJO, un día vi un pato en el agua. Quería habértelo contado. Hacía sol, estábamos en el campo, y el pato estaba allí, al sol, en el agua. Era blanco y no muy grande, ¿sabes? Nada más eso, hijo. Sé que es importante para ti. Para mí también. Te escribo, hijo, desde otra muerte que no es la tuya. Desde mi muerte. Porque lo más desolador es que ni en la muerte nos encontraremos. Cada cual se queda en su muerte, para siempre. La muerte es distancia, sólo distancia. Y sólo de mí puedes vivir ahora, de tanto como en mí habitaste, hijo. Y sólo de ti puedo vivir. Sólo está vivo de mí lo que está vivo de ti: el recuerdo. Sólo vivo, estando vivo, en lo que tú vives, estando muerto. Toda la locuacidad del mundo me habla en tu silencio. Todo el silencio del mundo habla eternamente en tu adorable locuacidad. Un ser tan oral, tan dotado de palabra, no puede callar para siempre. Tu prodigiosa capacidad de decir, de nombrar, todo lo que habrías dicho, sigue diciéndose solo, sin ti, pero toma la forma de flor de tu boca.

Y por eso sigues hablándome siempre, y este libro no se cierra, sino que queda eternamente abierto entre tú y yo, porque seguimos dialogando noche y día, y la sustancia de mi vida no es ya otra cosa que este diálogo. Si supieras, hijo, desde qué páramo te escribo, desde qué confusión de lágrimas y ropas, desde qué revuelta desgana. Estoy viviendo muerte, porque la muerte hay que vivirla en la vida. Luego, en la muerte ya no hay muerte. Desvelado, dolorido, cansado, cobarde, solo, enfermo, herido, estoy entre tus cosas, hijo, ni vivo ni muerto, sin decidirme por ninguna de las soledades que me esperan, dudoso entre tantas ausencias, horrorizado del sol que hoy ha salido en el cielo, y que nada significa y sólo es como un inmenso estorbo entre tú y yo.”

FRANCISCO UMBRAL . “Mortal y Rosa.” 1974

Yo estuve primero en pensiones de la calle de la Madera, estrechas y torcidas, todas de olor a cocina y al paso fugaz de los viajantes de comercio, y luego en pensiones burguesas de la calle de Ayala, con criadita de cofia almidonada y sopa servida en las habitaciones. Yo estuve también en las pensiones estudiantiles de Argüelles, llevadas por unos argentinos que decían «bochinche», «pileta», «macanudo» y «chiquilines», y en pensiones familiares de Sáinz de Baranda, con el baño lleno de niños que no se bañaban y el comedor lleno de boxeadores tristes.

Por las mañanas salía con mis cartas de recomendación, con mi cartera, con mis cuatro cosas, a visitar oficinas, redacciones, sitios donde me pudieran dar trabajo, y comprobaba que la vida madrileña estaba hecha de compadreo y comida de compinches, de llamada telefónica y caja de puros compartida. Comprendía que el régimen político había generado una burocracia literaria, periodística, vagamente ideológica, que se movía entre la oportunidad y el halago, entre el negociete y el apaño. Yo tenía el pelo apaisado y las gafas escasas, yo tenía un traje provinciano y un foulard sudado que era mi punto de distinción, yo tenía un reloj de bolsillo, unos zapatos que se habían olvidado ya de la zapatería y una cartera negra, como de cobrador de algo por las casas, en la que llevaba periódicos, recortes, fotos, direcciones, cartas de recomendación, anuncios del «Ya» y un antibiótico para las amígdalas.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al cafe Gijón” 1977

 

 

Creo que era la primera vez que veía yo a Cela personalmente. Le encontré muy alto y muy seguro.

Cela leyó un anticipo de «Toreo de salón», libro que por entonces preparaba, y que reunía una serie de fotografías comentadas. Se proyectaron las fotos en diapositivas. Cela leyó con voz fuerte, grave, impostada, segura y agresiva, y dijo algunos tacos que pusieron un halo eléctrico y momentáneo en el solideo morado de los cardenales.

Por primera vez tuve una visión directa, rica, importante y variada de la gloria literaria. Cela salió de allí muy seguro, casi rápido, rodeado de gente, y comprendí que todo lo que hacían los demás —versillos para amigos, florecillas naturales de pueblo, critiquitas de ocasión— no era más que una inocente y necia manera de perder el tiempo. Y no porque creyese yo en aquella gloria oficial de Cela, sino porque me parecía que tampoco él creía, pero había que chulear a toda aquella gente para vengarse de lo egoísta, casera, miserable, cursi e hipócrita que es la burguesía española de derechas.

Y me parecía a mí que Cela lo había hecho. También tenía yo ganas de hacerlo.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al cafe Gijón” 1977

 

“Me compré al fin la Olivetti portátil que yo quería, una máquina como una pluma. Ahora era cuando realmente no tenía un duro para pagar la pensión, tomar el Metro o pedir un café.”

“Pero me senté furioso y feliz a mi máquina ligera y nueva. No fallaba nunca. Sin duda, la gran industria italiana, los diseñadores industriales, las obreras españolas y los niqueladores cualificados habían trabajado para mí. Aquélla era mi máquina y sólo aquel día comencé a sentirme seguro, lamentando no haberla comprado o robado mucho antes. Era sólo una pequeña máquina portátil (que me ha durado tantos años y es la mejor de las que tengo), pero me llenaba el mundo y me justificaba la vida.

Escribí artículos, reportajes, entrevistas, pies de fotos, cosas que tenía pedidas y cosas que iba a ofrecer a todas partes. Escribí cuentos nuevos y pasé a limpio otros viejos. Con el ruido de lluvia de la máquina, con el chaparrón alegre de las letras llenaba el silencio de la pensión y el vacío de mi vida. Algunas de aquellas cosas salieron en seguida publicadas, y otras fueron saliendo con el tiempo. La revista «Triunfo» había convocado un concurso de cuentos”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al cafe Gijón” 1977

 

 

“Gerardo (Diego) tenía algo de pobre de pedir soso, que no pide nada, una sequedad de santo de sacristía, desmentida por la pelambrera interior que le salía por las orejas y un poco por la nariz, como la abundancia de versos —versos para los conversos y para los reversos— que habían llenado varias épocas de la vida española. A Gerardo le veía yo y le veo un poco como el surrealista dominical que puede llevar a casa, con el paquetito de la pastelería, un puñado de imágenes enceguecedoras, un ramo de palabras festivas, fluviales y enamoradas.

En la tertulia se estaba quieto, clerical y profesor, fraile de paisano, catedrático de rezos laicos, con las piernas muy juntas y las manos también juntas, y a veces el mar de Santander le pasaba por los ojos, pero Gerardo incurría en parpadeo y el mar se le volaba.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al cafe Gijón” 1977

 

 

“El Ateneo de aquellos años era una cueva “alta, suntuosa y polvorienta. Una gruta cultural con anchas escaleras, oscuros desnudos, viejos ujieres, letárgicas bibliotecas, insospechados despachos, frías exposiciones de arte, coruscantes bares y cancerosas peluquerías.

Los felpudos estaban comidos de tedio, las tertulias estaban dormidas de inutilidad, los retratos de la galería de socios ilustres estaban bostezantes de pintura mala y nombres olvidados, y los teléfonos de ficha estaban averiados. Todo lo que se escribía, se hablaba, se leía, se peroraba y se estudiaba en aquel Ateneo estaba transido de las frituras del bar, de modo que las sombras perdidas de Unamuno, Valle-Inclán, Gómez de la Serna y Azaña se habían refugiado en la carbonera y de vez en cuando gemían como gatos por los patios secretos, malolientes y criminales de la enorme casa antigua. El perfil escueto y curtido de Pepe Hierro cruzaba todo aquello, siempre veloz e irónico, subiendo y bajando escaleras, como no queriendo contaminarse de algo, no se sabía bien de qué.

Opositores alopécicos, bibliotecarias menstruales, músicos sin suerte, andaban por los salones, las aulas y el bar, y entre toda aquella flora melancólica y encenizada era posible y difícil salvar de pronto al ser humano ejemplar: Rafael Sánchez Ferlosio, sombrío y sonriente, rodeado de chicas, o Gustavo Fabra Barreiro, jovencísimo, maduro ya de ciencia, el último retoño rubio, galaico y cordial de un liberalismo de izquierdas, sabio con una sabiduría que tenía los ojos claros. Gustavo moriría muchos años más tarde trágicamente, ahogado en el baño. Era el hijo natural, rubio y barbado de aquel triste Ateneo. Su hijo más niño y puro, al que le quedaba la barba efectivamente graciosa, como a un niño.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al cafe Gijón” 1977

 

Con miguel Delibes y Manu Leguineche

 

Visitando las casas de los escritores descubrí o corroboré que la literatura es una cosa pequeño burguesa, y este descubrimiento desanima mucho, claro, de modo que es mejor no ir a las casas de los escritores.

Por eso yo quería hacer mi casa de sitios más literarios  líricos, como un café o un Ateneo, pero el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid tenía una cosa fría, catarral y polvorienta que echaba para atrás, con sus traspatios y sus entrecocinas, y aunque fui mucho al Ateneo, lo cierto es que mi sitio —hay que hacerse siempre la ilusión de que uno tiene un sitio— estaba en el Café Gijón. Se ha dicho que el español va al café huyendo de un hogar mediocre. Yo creo que el escritor español va o ha ido o iba al café huyendo de la verdad de la literatura, que es una verdad de clase media y comedorcito heredado. Buscando esa nave épica, política y lírica que es el café, donde él se juega cada día su prestigio de conversador, su aureola política y su biografía. Muchos que me habían parecido dignos en el café, casi grandes, importantes, muy personales, me los encontraba luego por la calle, un día, y en la calle no eran nadie, sólo un peatón gris y tenue. Hace muchísimos años que el escritor perdió su grandeza social. El romanticismo “fue el último intento exasperado por recuperarla. Y en España el 98. Sabíamos que en la calle de Madrid no éramos nadie e íbamos al Café Gijón para sentirnos algo. Alguien.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al cafe Gijón” 1977

 

“Yo he conocido una Rita/florete que se me ha clavado en el sexo (siendo como era a la inversa), con voluntad de posesión y alegría de sangre. Yo he conocido una Rita/araña que ha tejido por la noche su tela, en torno a mí o a otro, y la ha retirado por la mañana, como las arañas. Yo sé lo que la mujer tiene de arácnido y a pesar de eso las amo. A La estrategia de la araña, de Borges y un italiano, le falta más mujer (cosa que siempre le faltó a Borges y a su literatura), le falta estudiar la última estrategia de la última y más fascinante araña, la mujer (y no quisiera caer en el viejo tópico extra/boom de la mujer/araña).

Uno ha conocido muchas Ritas, uno ha conocido muchas mujeres en una, o una mujer ¿la mujer? (queda cursi) en muchas. Uno sabe que ella, o ellas (quedémonos en Rita, de momento, que estoy convaleciente de nada y se me va la cabeza), puede ser todo eso y mucho más. Nos tiramos a una tía y no pensamos más en ella.”

FRANCISCO UMBRAL . “El día que violé a alma Mahler” 1988

 

 

“Ovales y ojivales, los delfines, con sus dieciocho letras o palabras, los amigos de Enedina, navegantes, inteligentes, inquietantes, los delfines, el delfín navegando por las aguas del dormir surrealista (Breton y Nadja en la plaza Dauphine, de París), delfines de piedra y bronce entre las columnas de agua y los circos de sol rojo, allá en el fondo, delfines como embarcaciones de combate, apolos de fondo, grecias sumergidas, odontocetos heráldicos, delfínidos carnívoros, con su espalda negra y su vientre blanco, su cortesanía, su urbanidad, su gracia templada y tropical, sus saltos, sus saltos, instantáneas ventanas góticas a la espalda del viejo. El viejo estaba allí.”

FRANCISCO UMBRAL . “El día que violé a alma Mahler” 1988

 “Las cabras no suelen volver. Las amantes tampoco. Adentro tengo a la muerte. Me quedo en la verja de madera de mi casa, tranquilo, viendo cómo Alma Mahler se aleja, de huerto en huerto, de prado en prado. Libre, loca, feliz. ¿Y quién se va a comer ahora mis libros indeseables? Alma Mahler es ya, sólo, un esbelto garabato en el paisaje suburbano de los huertos.

Noviembre está nublado, frío y sano. Me borra el soplo. Respiro todo un mes respirando hondo. A lo lejos, desvaría una niña en su bicicleta. Quizá sea Enedina, hacia más norte.

Quizás no.”

FRANCISCO UMBRAL . “El día que violé a alma Mahler” 1988

 

“BUENAS NOCHES, NOCTÁMBULO

Buenas noches, noctámbulo, amigo de la luna bohemia y el gato luciferino, interlocutor de serenos locuaces y farolas pensativas, buenas noches.

Quiero saludarte hoy porque vas siendo ya un poco el último noctámbulo, emparentado con esa raza a extinguir de «últimos», raza melancólica y malparada. Y tienes, por lo tanto, algo del último romántico, del último bohemio y hasta del último mohicano. Qué tiempos aquellos, noctámbulo, tú los recuerdas porque los viviste, y yo también los recuerdo, sin haberlos vivido, en que toda Europa trasnochaba, en que la noche europea, de Viena a París era una gran ópera, una inmensa, alegre y confiada ópera. Pero todo eso ya pasó, ya se ha acabado, del mismo modo que se acabó, un buen día, el grueso paño de donde se cortaban las capas de los noctámbulos castizos. Perteneces a otra época, a un tiempo más lejano en el sentimiento que en el calendario, del que tú eres un resto nostálgico y desvelado. Sales, cada noche, a recorrer tu itinerario sentimental y equívoco, a envenenarte de café negro y confidencias, a revivir sombras de Emilio Carrere y Eugenio Noel, hasta el alba sucia de los tejados y el sabor malo del tabaco apagado.”

FRANCISCO UMBRAL.”Diario de un noctámbulo” (Crónicas de la radio) 1958

 

 

“BUENAS NOCHES, AMIGO

Buenas noches, amigo, camarada del tabaco prestado y la esperanza a medias, buenas noches.

Eres, un poco, como otro yo que uno pudo haber sido, como una versión mejor y peor, idéntica y distinta, de uno mismo. Naces ya con el alma de amigo, con predestinación de amigo, y no eres exactamente el amigote de los buenos tiempos y los consejos terribles, ni tampoco el conocido de la relación selecta y apretón de manos. No, a ti no te hemos dado nunca la mano, seguramente, porque eres como de la familia, como un vago hermano que no sabe uno cuándo ha empezado a tener, y estás en nuestra vida, de uno u otro modo, con tu hermoso e indeterminado parentesco de confidencias a deshora y entrañables ratos perdidos.”

FRANCISCO UMBRAL.”Diario de un noctámbulo” (Crónicas de la radio) 1958

 

“El éxito no existe. Yo sigo siendo el niño solo que estudiaba para nada en aquella cocina apagada, que releía sin fe una vieja enciclopedia escolar. Yo hago mis deberes después de que todo el mundo se me ha muerto. Me han dejado solo, como en aquellas mañanas, pero ahora para siempre, y esta sensación de intemporalidad no se cura con el pequeño éxito ni con la compañía del teléfono, que canta de vez en cuando y me trae la política del mundo, la margarita de las voces, cada persona con su pétalo de voz.

He dicho millones de palabras, las he escrito, me las han leído, me las han comprado, pero mi palabra sigo sin decirla. La tristeza simple, la soledad sencilla e inconsolable que me habita, aquella cocina apagada que llevo en el pecho: eso sigue ahí, callado, nunca dicho. Trabajo a la máquina, hago artículos, hago libros, estoy solo en la habitación, rodeado del rumor de mi batalla con el tiempo, contra el tiempo y a favor del tiempo y de la muerte.

Me gustaría oír desde fuera, a través de tabiques, el rumor de mi trabajo, el tableteo de mi vida, este trajín tenue en que consiste lo que hago, un bisbiseo de ideas y nombres. Quisiera ser el que escucha el cernedero de mi trabajo cerniendo vida, minutos, muerte, como aquel cernedero de la carbonería que, también en la infancia, acompañaba mi soledad de niño sin escuela. Aquí estoy otra vez, a los cuarenta y tantos años, echado de la escuela, expulsado para siempre y todavía, como a los once o doce. Y escribo.”

FRANCISCO UMBRAL “Diario de un escritor burgués” 1979

 

 

“Escribo, escribo. Escribir es una manera obsesiva, en mí, de prolongar el hilo de la cotidianidad, de ir desenredando la madeja del tiempo en la hebra de la prosa. Cuanto más inminente es que se corte el hilo, con mayor fiebre escribo. Escribir ya no es en mí un acto vil de afirmación personal (lo cual tampoco me importaría confesar), sino un acto de afirmación del mundo en su costumbre. Publicar también.”

FRANCISCO UMBRAL “Diario de un escritor burgués” 1979

 

“Madrid. Reencuentro con el hogar, con uno mismo. Recupero sin ganas lo poco que tengo, lo poco que soy. Retorno triste a lo mismo, toma de posesión, secretamente melancólica (y por melancólica casi solemne), de los plenos poderes sobre la nada que tiene uno en su casa.

La mecedora, las estufas, libros y cartas atrasadas, papeles, periódicos, halagos, anónimos, cartas entusiastas, cartas de amenaza, toda la resaca de una popularidad que me es indiferente y que en cuanto la abandonas unos días se acumula como en un vertedero en el que andan joyas de amistad entre los escombros de la rutina. Una señora me envía veinte duros para que le devuelva y certifique un libro mío firmado.

¿Es esto el éxito? Esto no es nada”

FRANCISCO UMBRAL “Diario de un escritor burgués” 1979

 

“UMBRAL (Francisco). Nace en Madrid, 1935, y se cría en Valladolid, donde pronto destaca en el arte de sacar arañas de la hura, con un palo, cazar lagartijas, faltar a clase, robar el lazo a las niñas y hacerse pajas, peras, gallardas y gayolas. También aprende a mear muy lejos y remar en el Pisuerga, columpiar niñas (las mismas del lazo, porque las niñas son tontas o masocas), para verles las braguitas.

Tanto en Valladolid como en Madrid, Albacete, Nueva York, Londres, París, Zurich, Berna, Roma, Estocolmo, Copenhague, Munich, Santander y el Tercer Mundo, dedica su vida, ocios y trabajos a pasear y mirar el culo de las señoritas, por lo que estaría en condiciones de escribir un tratado al respecto: la española, a saber, antes tendía a culibaja y paticorta, que era el tipo franquista, aunque ahora, con la gimnasia y el blevitt cinco cereales, se dan unas piernas muy largas y unos culos altísimos.

La sueca (de París para arriba todas son suecas) es de culo firme, pero demasiado ancho, y además suele tener los tobillos gordos, lo cual es síntoma de cerrazón mental, de buena cocinera y de tener un lío con el del butano. La yanqui presenta los mejores culos del mundo, altos, esbeltos, gimnásticos y siempre jóvenes. También ha practicado Umbral el magreo de autobús a mano tonta, el progresismo de derechas, la cola de los grandes estrenos, el cortejo a las marquesas, el llevar el chal a la mujer de otro y la amistad del whisky sin hielo, que queda más Bogart. Además de todo esto, ha escrito algunos libros y artículos”

FRANCISCO UMBRAL“Diccionario de Literatura.” 1995

 

 

“Y el tema nos lleva a Cela. Ya he dicho que a Cela no acabó de irle nunca la literatura de periódico, y ésa es una de sus pequeñas frustraciones. El artículo diario resuelve muchas cosas, literaria y económicamente, pero tiene que enganchar, y los directores saben cuándo engancha, no hay manera de engañarles. Cela no enganchó nunca por demasiado literario, por demasiado original o por demasiado banal. El artículo es banalidad, pero lo baño y lo vano, con be y con uve, han de esconder una acidez de verdad, una miel de revelación que Cela nunca puso en este género.

   Porque el artículo hay que hacerlo con amor, aunque sea para 24 horas, y un crítico, quizá el propio César, había dicho una vez:

   —Camilo no ama a sus personajes, por eso se le mueren enseguida.

   Un joven escritor/periodista recogió la frase como propia en una revista, quizás Punta Europa, de los Oriol —¿Opus?—, y desde entonces Cela le odiaba, sin saber que no era más que un plagio cuyo original estaba en su amigo Ruano, a quien no había querido regalar esmeraldas de Venezuela, siquiera una para Mery.

   Podríamos añadir que Cela no amaba a su público, por eso no podía hacer artículos que se acercasen a la entrañabilidad del pueblo. Para eso hay que ser un emotivo que principia haciendo la farsa del llanto y acaba llorando. En los artículos de Cela no hay una progresión emocional, sino una losa de palabras en latín y castellano viejo, más algún chiste erótico, porno o disolvente. 

Aparte defectos de forma, los artículos de Camilo presentan esta deficiencia emocional que requiere el lector de periódico, que no tiene tiempo más que para los impactos: el impacto del gol, el impacto del KO, el impacto del fusilamiento, el impacto de un artículo corto, violento y sentimental, como su propia vida.

   CJC nunca ha dado eso en un artículo —sí en sus libros, curiosamente—, y de ahí que los artículos, crónicas o columnas se le vengan abajo solos. Una columna es una pequeña gran historia, donde a Cela le sobra y le falta por todas partes. Ya digo que el dinero del artículo —tal como un Nobel podía cobrarlo— debía haberle resuelto muchas cosas, pero he visto cómo varios directores le despedían: Cebrián, Pedro J, Ramírez, y puede que hasta el ABC, que lo intentó.”

FRANCISCO UMBRAL “Cela, un cadaver exquisito”2002

 

“MIRANDO estoy tus ojos desatados, la violenta belleza que te mata, lo que de niña tienes, y de muerta, el cuchillo en que cifro tu tristeza. Mirando estoy una candente niña que se me va en los fuegos de la luna, lo que tanto he querido, esa penumbra que el día siguiente teje, cuando pasas. Mirando estoy, amor, como una tapia, el trayecto que dejas ante el tiempo, y llorando en lo dulce de la piedra el pedazo de sombra que me quitas.

Estaba yo escribiendo este poema a Mozart, en su cuarto de baño, puesto de abrigo y bufanda, sentado en la taza, con Cocaína, la gata, mordiéndome las botas, mientras la muchacha se bañaba lentamente, dulcemente, suavemente (hace treinta años hubiera podido escribirse voluptuosamente), con mucho lujo de geles y una levísima armonía de sus piernas largas y claras al nivel del agua, donde la raíz negra y despeinada de su sexo ponía un loto de luto (loto/luto, qué juego para Bretón) entre la espuma y el aire.”

FRANCISCO UMBRAL “A la sombra de las muchachas rojas.” 1980

 

 

“Mamá entre los zarzales, entre moras, los reinos de Felipe, el hombre de la finca, monarca con blusón de los domingos, mamá entre aquel frondor de espacio en oro, cogiendo moras, recolectando moras, ilustrada de perros que ladraban como el verano ladra de alegría, mamá con blusa blanca, con vestido blanco, como siempre —cómo vestía de blanco—, manchándose de moras, te reñirá la abuela, creo que le dije, hija mía en un momento, o mi hermana mayor, pero alocada, dependiente (quería yo, quizá) de la sensatez viril, mamá entre los morales, las moreras, grandes hojas con extensión de pubis verde, y la mancha de moras en su blusa, sangre en su seno derecho, afrenta inexplicable de la tarde, tragedia del color sobre lo blanco, tragedia de otra cosa, de otras cosas, quién sabe, yo no sé, tragedias interiores traducidas de pronto a colores intensos de la hora.

Cómo vestía de blanco, ya lo he dicho. Vestidos blancos de los años treinta, moda, quizá, que venía retrasada de los veinte, del principio de siglo, yo no sé, vaga marinería del blanco y el azul, pero sus trajes blancos, un piqué de fijeza, sus chaquetas, sus blusas, repetida blancura subrayada que doblaba en blanco sobre blanco. Otras vestían de blanco. Ella vestía lo blanco.”

FRANCISCO UMBRAL “El hijo de Greta Garbo” 1981

“Heráclito es una hoguera blanca en el sol de Grecia. Quevedo es un retablo de iglesia barroca que de pronto mea por el pito de todos sus angelotes. Proust es una raqueta de tenis elegante que por las noches se metamorfosea en violín y canta. Juan Ramón es un árbol de acequia herido por el sol como por el rayo. Baudelaire es una vitrina enjoyada y polvorienta en el interior oscuro de una casa fría y noble de París. Gómez de la Serna es un cacharro de verbena madrileña en el que se puede beber mistela y champán surrealista. Valle-Inclán es medio paseante que se ha dejado en casa el otro medio escribiendo prodigiosos versos en prosa. Larra es un maniquí de sastrería antigua que tiene puesto un chaleco de tisú de oro, chaleco que espera a que venga a recogerlo el señor Larra.

Estaba claro que yo me perecía por los escritores oblicuos a la cultura y a la Historia, por los que le habían entrado transversalmente a la vida. El pensamiento frontal, racional, me parecía casi siempre demasiado rígido para adaptarse a la verdad cambiante de las cosas. Prefería a los escritores de pensamiento irónico, sesgado, porque tenía la sensación de que éstos sabían sorprender mejor las verdades escapadizas del mundo y del hombre, repentinamente. O a los de pensamiento lírico, que también acertaban por elevación, mirando el mundo como lo ven los chopos. Un chopo ve más mundo que un tintero aplastado y triste de biblioteca de erudito.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al café Gijón” 1977

 

 

“Casi siempre, en la visita a estos grandes mitos literarios, ese lamentable e inevitable descenso a su realidad cotidiana, el descubrimiento ya previsto de que no se trataba de un ser solar que habitaba esbeltamente paraísos de oro, sino sencillamente de un señor soltero que vivía con una hermana y un perro, hacía versos, recibía amigos y puede que tuviese alguna pequeña renta, porque los libros dan poco —aun vendiendo mucho, como Aleixandre—, y sobre todo lo dan inseguro.”

FRANCISCO UMBRAL “La noche que llegué al café Gijón” 1977

“La metáfora es una iluminación no deliberada, pero que se viene gestando entre la pupila y la imagen. Las metáforas se hacen con los cinco sentidos más ese sexto sentido del poeta que es el sentido de la sinestesia. Cuando empecé a escribir este libro, como confesión inútil y definitiva que nada confiesa, ya sabía que me iba a salir un libro metaforizante. Puedo escribir plano, pero mi dialecto interior para decir las cosas es la metáfora. Creo que las personas y los objetos, las miniaturas del mundo, los frutos y las monedas, quedan mucho más dichos mediante metáfora. La metáfora dice más las cosas y dice más cosas. La filosofía es la iluminación hacia adentro. La metáfora es la oscuridad hacia afuera. Metáforas nocturnas y metáforas diurnas. No encuentro la metáfora para acabar este capítulo, pero sigo abierto, como debe estar siempre la escritura, a la más inesperada metáfora, a la más intolerable imagen, a esa sola palabra que nos asfixiará de belleza si la pronunciamos.”

FRANCISCO UMBRAL “Un ser de lejanías” 2002

 

“CÓMO se agradece un septiembre a cierta edad. Tarde de sol frío, naufragios silenciosos por el cielo, un viento como una música que no suena, pero emociona las mejillas, un sol redondo y fuera de órbita como una luna equivocada. Las lluvias voluptuosas de este año han puesto verde lo verde, de un verdor intenso y sólido, de un verdor como yo nunca había visto por aquí. O ha nacido un verde nuevo o a determinada altura de la vida se descubren colores, se alcanza al fin la intensidad de la vida, el rubor del planeta, que es verde.”

FRANCISCO UMBRAL “Un ser de lejanías” 2002

 

“Envejecer, María, no es ir dejando cosas, sino ir viendo cómo las cosas nos dejan. La vida se aleja del que ya apenas está vivo.”

FRANCISCO UMBRAL “Carta a mi mujer”

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2 Comentarios

  1. says: JOSE RIVERO

    ¿Se puede ser buen escritor con ideas torcidas sobre la literatura y lo literario? Me refiero, claro esta a Paco Umbral. Y a su ensayo “Diccionario de literatura. España 1941-1995. De la posguerra a la posmodernidad”, lleno de torpezas, tropelías gruesas, visiones torcidas, despropósitos y muchas fobias explícitas. Sé que F.U. tiene seguidores vibrantes, pero que rara vez han aportado razones de la valía literaria. Aportan como eje de su estima, circunstancias laterales, como su popularidad, su bufanda perpetua, sus negritas, su ubicuidad social y festiva y sus orígenes difíciles. Otros destacan el desgarro de Mortal y rosa, incluso valoran su habilidad para titular textos periodísticos, sus famosas columnas, que tanto emularon a otros escritores de periódicos. No he vuelto a su lectura, ni en la conmemoración de su muerte que ahora conmemoras. Sospecho que sería tan arbitrario en su lectura como lo fue el con el citado trabajo de1995 con que abría esta nota.

  2. says: JOSE RIVERO

    Incluso en alguien tan distante y diferente como Caballero Bonald (“Examen de ingenios”, 2017), se produce el efecto duplicado y duplicador sobre F.U. “Libro poliedrico, MYR realza muy notablemente la singularidad estilística de U. Aquí están integrados en efecto los más inconfundibles modales expresivos de un escritor que nunca dejó de ser el mismo artífice de una lengua literaria propia, reactivada en todos los casos por lo que más de una vez he llamado técnica de la imaginación. Ya se trate de novela, poesía, ensayo , crónica periodística, critica literaria, la información estética que recibe el lector procede un identico foco de sugestiones “. Efecto duplicado, porque líneas después, advierte JMCB sobre la personalidad difícil de U, que tantas desavenencias suscitó no sólo en la sociedad literaria .”Pero la persona y la escritura no tienen por qué entrecruzarse en este caso “. Pero, fatalmente, se cruzan.

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