Cuando el Conde de Vozmediano y Tres-torres, llegó al Círculo de Propietarios y Labradores de la Plaza Real, aún se afanaban los camareros, ordenanzas y bedeles por organizar las piezas alteradas del salón, tras la reunión larga y ahumada de la pasada noche: remover mesas, cambiar butacas, limpiar veladores, airear estancias, ventilar cortinas, vaciar ceniceros.
Comenzaba un día nuevo y comenzaban a removerse veladores, butacas, sillas y ceniceros atestados de restos del tabaco consumido la noche anterior. Al tiempo que las limpiadoras habían oreado las salas de juego y fregoteado las tarimas envejecidas, en una tarea que pretendía otorgar el brillo perdido durante la noche.
Con esos aires, pegados aún, de los vahos de la noche pasada, el Conde de Vozmediano y Tres-torres, con una agilidad impropia para su edad y también impropia para esas horas de la mañana, se deslizó casi sin ser advertido y sorprendió las musarañas que enturbiaban al camarero mayor del Círculo
“Julián, llamó el Conde al camarero mayor, ¿han llegado ya Sandoval y Recio?”.
-“No señor Conde, aún no”.
-“Bueno cuando lleguen los haces pasar. Mientras tráeme un carajillo y un farias. ¡Ah y tráeme también ‘El Heraldo’, a ver qué mentiras cuentan hoy los plumillas de la capital”.
Casi de forma simultánea concurrieron los mencionados Sandoval y Recio, con la bandeja en que Julián portaba el café con una botella de brandy terciada en su contenido. Mientras don Eulogio, el Conde de Vozmediano y Tres-torres, encendía el cigarro que había palpado con morosidad, mandó sentar a los comparecientes, mientras ya los interrogaba con los ojos.
-“¿Qué hay de nuevo señores?”.
Un estirado Federico de Sandoval, administrador de las tierras, fincas y heredades del Conde, trataba de mostrarle lo interesante y beneficioso de aplicar a sus cultivos y labores los principios de la mecanización agraria, como si de un nuevo dogma de fe se tratara. Para ello, se hacía acompañar de Fernando Recio, el único industrial de la capital vecina Villamagna, que representaba a fabricantes del extranjero, promotores de máquinas agrarias y de otros artilugios mecánicos de nombres raros y de presencia no menos rara. Capaces esos ingenios mecánicos, de sustituir con ventaja la mano de obra tradicional y mejorar los rendimientos productivos de las tierras y labores.
No es que el Conde de Vozmediano y Tres-torres fuera un innovador de la aventura maquinista que se anunciaba en el horizonte intrépido de esos años tras las revoluciones avivadas y las guerras apagadas. Pero había sido uno de los primeros prohombres provinciales que se había agenciado un auto-turismo de la marca americana del norte, Ford. Con todo lo que ello supuso, de maledicencia y de diatribas en las mentes adormecidas de sus iguales; intoxicados como estaban por el tradicionalismo más polvoriento y rancio o por la religión más caduca y timorata. Apegados como estaban aún a la tracción de sangre, frente al espasmo de la tracción mecánica; y aherrojados aún, a una visión del mundo y de la Historia como algo que transcurre con dosis altas de estatismo, frente a la leve velocidad que ya imprimía la técnica novedosa e invisible. Aún en estos lares y lugares.
¿Cómo alguien de ley y perteneciente a un ‘familia de toda la vida’ podía optar por artilugios extranjeros que expelían humo y velocidad mecánica, y que podrían aún ser pecaminosos? En alguna ocasión mosén Jacinto, había dejado de ver las dudas que sobre la Sagrada Curia despertaban las máquinas. No es que fueran, fatídicamente, cosas del infierno; pero en ellas, en las máquinas que iban llegando y transformando vidas, haciendas y paisajes, anidaba la misma soberbia que había desplegado Luzbel en su rebelión temprana contra Dios Todopoderoso. Cuando bien a las claras, la propia condición del Conde y su propia madera familiar, estaban reñidas con esos versos amantísimos y ambiguos del progreso. Más aún, señalaban los clericales obedientes de las predicas del arciprestazgo, ¿no había un fondo pecaminoso y atormentado en toda la insidia de la máquina?, ¿no había sido condenado el maquinismo, por el papa León XIII, como algo resueltamente inmoral y perverso? ¿Por qué -se preguntaban estos sectores próximos al mundo del Conde de Vozmediano y Tres-torres- jugar con fuego en los tiempos que corrían?
Y esta condición de patricio mecanizado y un poco diabólico, le dieron un aire moderno por más tradicionalismo agrario que corriera por sus venas caciquiles y carpetovetónicas. Y esa condición de ‘chauffer’ intrépido hacía albergar en Recio y en su patrón Ahler, algunas esperanzas en la posibilidad de que se ensancharan sus intereses maquinistas y acabara Vozmediano y Tres-torres por adquirir alguna de las piezas que decía representar Recio, de la casa francesa Guyot.
Para ello, Recio portaba el número atrasado de la revista ‘Vida manchega’ en que Pedro del Llano, al escribir sobre el ‘Desfonde de tierras’ hacía representar y emerger las virtudes de la máquina de forma sostenida y prolongada, como una suerte de encíclica laica. Unas virtudes nuevas que contraponer a las viejas gañanías y jornalías. Así, pudo leerle al Conde de Vozmediano y Tres-torres las líneas de sus virtudes eméritas. “Esta máquina tiene diversas aplicaciones; roturar tierras aún cuando tengan raíces de árboles, juncos o palmitos, preparar tierras para plantaciones de árboles, pues el terreno queda mejor preparado y el coste es más económico…y que resulta por su coste por hectárea doscientas cincuenta pesetas aproximadamente; precio inferior en un cincuenta por ciento al realizado a brazo”.
-“Ese es el secreto oculto, prosiguió Recio, las ventajas económicas que se derivarán en el futuro próximo, aún cuando en el presente haya que acometer una inversión económica. Pero lo que conviene señalar es, justamente, ese futuro venidero, cuando la mano de obra y los jornaleros sean puramente testimoniales. Un maquinista del arado Guyot y un peón de auxilio, son capaces de sustituir con ventaja a cinco cuadrillas de jornaleros”.
-“Como verá señor Conde, anotó un obsequioso Sandoval, no es poco el beneficio que se deriva. ¡Prescindir de tanto jornalero en los tiempos que corren! Tenga presente señor Conde, que cada vez crece más la afiliación sindical de los labriegos, jornaleros y similares y todo ello dificulta la contratación por libre que veníamos haciendo de antiguo. Ya se juntan todos ellos y exigen unas peonadas y jornales elevados; que si no se pagan por parte del propietario conducen a la negativa de los trabajos de laboreo, de siembra, de preparación y de recolección. Con el consiguiente quebranto económico que se produce en los intereses del propietario, que ve desasistidas sus tierras y propiedades”,
-“Ya sé y entiendo los beneficios de la máquina que promocionan los talleres Guyot. Yo mismo, con auxilio mi fiel Diáscoro, soy usuario de un auto-turismo marca Ford, que me permite llegar a las Pedroñeras en una jornada de viaje. Cuando antes, ese trayecto exigía en el Cabriolet familiar hasta cuatro días y sus noches. Se y entiendo que la ganancia del tiempo es considerable en manos de la máquina. Pero igual que a mí, en puridad no me haría falta ganar tiempo- ¿para qué quiero más tiempo, si me sobra todo el tiempo del mundo?- tampoco las clases campesinas necesitan acelerar su existencia con trabajo menguante”.
-“No menguante, don Eulogio, no menguante. Trabajo inexistente”.
-“Bueno, inexistente si ustedes lo dicen. ¿Pero qué va a ser de todas esas familias, una vez que no puedan cobrar jornal alguno?”.
-“Que vayan al Sindicato de Jornaleros, a ver si les resuelven algo”, alegó Sandoval ya crecido ante la deriva de la conversación.
-“Si, si. Pero convendrán conmigo que ese panorama de paro absoluto y de miseria consecuente, es la antesala del desorden social y del conflicto en el campo”, adujo el Conde. “Y vean, vean los acontecimientos de la Rusia zarista, desolada por una revolución que ha juntado las revueltas del campesino, con los motines de la soldadesca. Y que ha acabado con las cabezas imperiales rodando por los suelos”.
-“Para eso están los guardias civiles, y si es menester los carabineros”, redondeó Recio.
-“Pero sin son estos individuos, clase de tropa y soldadesca sin grado, de los primeros promotores de las revoluciones que vienen. Ya me dirán ustedes ¿Qué orden ni que gaitas van a defender?, si están enemistados con sus superiores en el mando, a los que ven de igual forma como conmigo lo hacen los jornaleros”.
-“Don Eulogio, le puedo decir desde mi conocimiento de la situación, añadió Sandoval, pues tengo un cuñado comandante de Infantería, que nuestro ejército carece de pretensiones revolucionarias y es un garante firme del orden y la paz”.
-“No sé yo, agregó el Conde. Después de Cuba, hemos tenido Anual y los cuarteles se agitan con rapidez”.
Ya por la tarde y tras el almuerzo y el cigarro, se habían reunido en el Salón Regio del Círculo de Labradores y Propietarios algunos de sus más destacados prohombres. Junto al Conde de Vozmediano y Tres-torres, compartían velador y licores, el Diputado conservador Luís Bravo de Laguna y el Gobernador Civil Fernando Pedroso Fuertes. Ambos habían recibido los comentarios del Conde, relativos al complejo maquinista aplicado al campo. Comentarios que combinaban la información técnica recibida por la maña de boca de Fernando Recio, con notas sueltas de la prensa conservadora como ‘El Heraldo’ y ‘Vida manchega’.
-“Señores, les puedo confirmar que en unos breves años y con la aplicación del ingenio mecánico a las tareas agrícolas, desaparecerá parte del problema social de los labriegos y jornaleros”.
– “Más bien será al contrario”, adujo Bravo de Laguna. “Al desaparecer la necesidad de mano de obra, por mor de la máquina, ¿a qué se dedicará toda la población agraria, ahora desocupada?”.
– “Pero Luís, ese será un problema del Gobierno, no de los propietarios”.
– “Bueno don Eulogio”, matizó el Gobernador Pedroso, “seamos justos. No es cuestión de tirar la piedra y esconder la mano”.
– “Aquí nadie esconde la mano. Sólo expongo que acabado el problema social del campo con la llegada de la máquina; a quién le tocará resolver la situación abierta será a las autoridades civiles y militares mayormemte”.
– “Bueno Eulogio, vayamos por partes”, sumó Bravo de Laguna. “Bien cierto es lo que comentas; pero no es menos cierto que una vez que se inicia el desorden social, a quien le afecta finalmente es a los propietarios. Las autoridades y el Gobierno, sacarán a la calle a la Guardia Civil y al Ejército si fuera menester. Pero las consecuencias quien las terminarán pagando sois vosotros, los hacendados y propietarios”.
– “Entonces, si los propietarios, no podemos mecanizar nuestras propiedades, no podremos competir con lo que ya ocurre en otros países. Y nos tendremos que quedar apegados a viejos oficios de gañanía y guardería. ¡Tanta máquina para tener que volver al arado de vertedera!”,
– “Justamente ese es el problema Eulogio. El justo término medio”, apostilló Bravo.
– “Comenzar poco a poco, con la mecanización; pero no de un golpe. Y poner a todos los jornaleros en la calle de un solo manotazo”.
Justamente ocho meses más tarde de esa conversación de Casino tuvo lugar la entrega de la Cosechadora Guyot a Eulogio Vozmediano y Tres-torres. Capaz la máquina de verificar la siega del cereal, separar el grano de la paja y empacar los haces. La entrega, a la que no faltaron notables de Villamagna, como el propio Gobernador Civil Fernando Pedroso Fuertes y algunos parientes del Conde de Vozmediano y Tres-torres, contó con la bendición del artilugio, por parte del Vicario de la Diócesis de Villamagna. Rara imagen la de oficiar con hisopo y agua bendita, ante un montón de tornillos y chapones, como si de un ser animado se tratara. El acto concluyó con un almuerzo servido por la repostería del Círculo de Propietarios, en el Patio Grande del cortijo. Y a los postres no faltaron los brindis y parabienes usuales en tales celebraciones.
- “¡Por el Conde benemérito!”.
- “¡Por la máquina inaugural!”.
- “¡Por la fraternidad de propietarios y máquinas!”.
Y esa misma noche de tales fraternidades, en un incendio fortuito de las cocheras de poniente, donde se había aparcado el armatoste de la casa Guyot, la fenomenal maquinaría quedo abrasada, como muestra de la distancia que comenzaba a abrirse entre jornaleros y propietarios.