El soñado tesoro de Antón Castro

Un hombre camina despacio entre viñedos. El pétreo horizonte acaricia el descendente baile de la luz que, tamizada en el cierzo, agita los penachos de agua cristalina hasta desvanecerlos en el abandono de la noche. Frente a él, las últimas columnas de humo se entremezclan en el ambiente, dibujando el característico aroma de la serranía. Y, de pronto, el hombre distingue las razones que enmudecen el tiempo y a los seres humanos: el latido de las castañas al chisporrotear entre las brasas candentes, la frágil conversación bajo el silbido del aire helado, el cianurónico sabor de las almendras todavía crudas, el embriagador dulce olor del melocotón maduro y el denso vino, rebosante de tono y color, capaz de encender la mirada y desentumecer los placeres olvidados.

Antón Castro visitó Cariñena por primera vez hace más de cuarenta años. Allí, rebosante de juventud, alborozado de una adolescencia que abría lentamente el paso hacia la serena madurez, exploró el deseo, la sensualidad, el placer del vino y la compañía de los amigos, pero, ante todo, saboreó la libertad que concede en sencillo hecho de vivir y su rutilante proceso. Es este paseo a través de los sentidos, de la memoria y de la extraordinaria sensibilidad del autor el que Antón Castro nos sugiere a lo largo de los poemas que edifican Vino del mar, recientemente publicado por Olifante Ediciones de Poesía. Como lector de la prolífica y extensa obra de Castro, en la cual les recomiendo que buceen con avaricioso desenfreno, no puedo abstenerme de vincular Vino del mar con su novela Cariñena, reeditada en 2018 por Pregunta Ediciones. Ambas obras, prosa y verso, dialogan entre sí sin eclipsarse la una a la otra, formando un corpus temático de una elocuencia admirable. Y es que Antón Castro es, ante todo, un narrador, un apasionado amante del relato y de la confidencia. Sus textos deslumbran por la sencillez de su tono, sin mayor pretensión que deleitarnos con una historia preñada de experiencias, de recuerdos y de sucesos en muchas ocasiones reales, aderezados, eso sí, con el seductor cariz de la imaginación, imprescindible en toda creación literaria. La pasión de Antón Castro por el arte de narrar se manifiesta en sus característicos poemas, habitualmente endecasílabos, extensos y no por ello carentes del pulso poético que requiere toda pieza lírica. Vino del mar es una manifestación de esta cualidad exuberante.

El poemario transita entre dos territorios, la Cariñena sentimental, que emana de sus recuerdos y experiencias, y la Cariñena formal, aquella que se constituye en el paisaje natural y humano que la conforma. Es de la unión de ambas dimensiones del relato sobre el que se construye el libro, y el vino, como símbolo y como personaje, se convierte en el hilo catalizador que en su costura concilia ambos mundos. El vino evoca el desembarco en la edad adulta, la exploración de los placeres y la excusa, siempre irresistible, que posibilita el encuentro y la conversación sosegada. Ya nos lo advierte el autor en los primeros versos del poemario: «Entre los guijarros brota un tesoro. / Cariñena, el viñedo de un milagro. / El vino de un territorio que sueña. / Cariñena, surco, mar y oleaje: / el vino que hace estremecer la tierra». Antón Castro nos invita a un caldo que sabe al mar de su Galicia natal, pero también al océano de piedra y viña que constituye el campo de Cariñena. Desde la ascendente falda de la Sierra de Algairén, al igual que desde los acantilados coruñeses, el poeta contempla un infinito de galopante oleaje donde todo es posible. Las sirenas, que manifiestan la sensualidad y el deseo descorchado, pasean en su desnudez entre las cepas; los tractores y remolques sustituyen a los barcos de pesca en su cosecha de la fecunda uva. Incluso los marineros, en su rudeza, hacen presencia en secano, como nos demuestra el peculiar personaje de Navarro. 

Sin embargo, el viticultor no es el único habitante del libro. La Cariñena de Antón Castro es un poliedro de múltiples rostros que se manifiestan en diversas localidades: Paniza, Aguarón, Cosuenda o Almonacid de la Sierra son algunas de ubicaciones que pululan en el imaginario del autor. Y vinculados a ellas y a través de la anécdota aparecen conocidos personajes de su acervo cultural y sentimental, como el escritor Ildefonso-Manuel Gil, la pianista Pilar Bayona, la filóloga María Moliner o el poeta Ángel Guinda, maestro en las letras y en el arte de vivir.

Vino del mar es, en resumen, un homenaje a una tierra y un hermosísimo viaje poético a las entrañas de todos aquellos elementos que configuran nuestra condición humana ejecutado con brillantez, belleza y amor sincero por la literatura. Un libro que les hará disfrutar sin estridencias y descubrir, si no lo han hecho ya, a una de las más destacadas voces de la alta poesía y literatura españolas.

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