El S.XXI suma una segunda década con una única nota dominante en lo cultural: la diversidad sin estratos. Nada se considera menor ni queda a la retaguardia si se formula de la manera precisa y encuentra el público que lo aprecie. Por mucho que sigan existiendo profundos ejercicios de análisis y crítica, hoy generalmente más enfocados hacia cuestiones políticas que meramente artísticas, la relevancia de una obra no tiene ya tanto que ver con su trascendencia sino con su capacidad para mantenerse presente en unos tiempos donde emociones y acontecimientos se atropellan y sustituyen continuamente, cada cual tiene sus filias muy personalizadas, y existen siempre múltiples argumentos para defenderlas. Distinguir entre la inabarcable oferta las obras con la madera de lo perdurable es una tarea cada vez más ardua, pero algunos no podemos resistirnos a seguir haciéndolo año tras año y compartir el resultado tras un continuo proceso de destilación.
Veamos qué tal ha ido esta última hornada musical.
Rosalía 2.0.
Hace un año, cerraba el resumen que ofrezco desde hace ya 6 hablando de “La Rosalía”, y como en la temporada que ahora nos ocupa no solo no nos hemos librado de ella sino que nos hemos pegado un empacho monumental, empezaré justamente donde lo habíamos dejado:
El mal querer vio la luz al completo a principios de noviembre de 2018. Para consolidar el éxito que merecidamente le reportó, Rosalía nos ha bombardeado con singles periódicos de lo más variopinto, que pueden enterderse de dos formas: como una segunda línea editorial desenfadada e imprevisible que complementará la de unos álbumes anclados al flamenco y conceptualmente muy desarrollados, o como una nueva era donde lo flamenco con toques urbanos será plenamente sustituido por lo urbano con toques flamencos. Su álbum previsto para 2020 nos dará la respuesta.
El 18 de enero se lanzaba Barefoot in the park, una delicada pieza junto a James Blake como parte del último álbum de éste (Assume Form); el 28 de marzo despegaba Con Altura, el bombazo de reggaeton con J Balvin y El guincho; el 26 de abril hacía una contribución llamada Me Traicinonaste a un álbum lanzado a rebufo del final de Juego de Tronos; el 30 de mayo tomaba el relevo la imponente Aute Cuture; el 3 de julio daba un golpe de timón y se pasaba a la rumba catalana con Milionària; el 15 de agosto volvía al reggaeton con Yo x Ti, Tu x Mí, esta vez en forma de medio tiempo con Ozuna; y tras un “descanso” de casi tres meses, el 7 de noviembre recibíamos la potente e industrial A palé. Rosalía se ha consolidado demostrando inteligencia y versatilidad, esperemos que todos los pasos que ha dado para ganarse el mercado los dé también para conducir su propuesta musical y escénica hacia nuevas cimas.
Otras divas del mainstream
Por mucho que nos congratule (o nos enerve) la actual omnipresencia de Rosalía, la gran irrupción del año a nivel internacional ha sido la de Billie Eilish, improbable estrella nacida en 2001 que con un pop tan siniestro y por momentos desolador como su propia apariencia, ha conquistado el mundo en el primer asalto. When we all fall asleep, where do we go? es la piedra de toque de su generación, y da buena muestra de un potencial que Eilish no tardará mucho en madurar y perfeccionar si gestiona bien su fama.
No han quedado sin lanzar material nuevo ni Taylor Swift (Lover), ni Ariana Grande (Thank you, next), ni Carly Rae Jepsen (Dedicated), ni Charlie XCX (Charli), ni Lizzo (Cuz I love you), cada una buscando su particular evolución dentro de los estrictos cánones del mercado.
Caso aparte es el de Madonna, a quien su estancia en Portugal le despertó las ganas de recoger en un álbum tintes de fado, música angoleña, brasileña y latina y mezclarlas con su habitual electropop noventero, de lo que resulta Madame X, su última y muy interesante entrega.
También hay que comentar, desde luego, el caso de Amaia Romero, que zafándose del destino que ganar Operación Triunfo le reservaba pero aprovechándose de ello, ha podido completar con calma Pero no pasa nada, debut donde su inocente y luminoso pop encuentra su horma y le deja abiertas para el futuro las puertas de su verdadero medio natural, el indie, donde algún día (cuando sus letras estén al mismo nivel que su música), podría llegar a hacer cosas parecidas a las de, por ejemplo, Annie B Sweet en Universo por estrenar, Cristina Quesada en Think I Heard a Rumour o el muy refrescante EP debut de Ginebras, Dame 10:36 minutos.
Encanto indie
Los álbumes de grandes pretensiones conceptuales no están de moda. En el actual contexto creativo, el indie de pequeño formato es un medio de expresión más ajustado para muchos artistas. Y eso hace que no dejen de florecer trabajos que desde la premisa de lo sencillo esconden una o varias gemas. Tenemos a la francesa Pi Ja Ma en Nice to meet U y a su compatriota Requin Chagrin en Sémaphore. Tenemos a The Ballet consolidándose como herederos de The Magnetic Fields en Matchy Matchy, a Ages and Ages con el delicado Me You They We, a Fruit Bats volviendo a sus mejores tiempos en Gold Past Life, a C Duncan ofreciendo su versión más intesamente sincera en Health, a los infalibles Capitão Fausto en A Invenção do dia claro, a Purple Pilgrims, a medio camino entre el folk envolvente y el dream pop en Perfumed Earth, que guarda cierto parecido a lo que Cigarettes After Sex proponen en Cry, a Devendra Banhart en otro de sus refinados bocados llamado Ma, a la unión de Conor Oberst y Phoebe Bridgers que ha resultado en Better Oblivion Community Center.
Otro que se ha decantado por lo escueto es Max Jury, que ha llenado su segundo disco, Modern World, de medios tiempos sin melodías ni estribillos claros, y aun así ha logrado que sea extrañamente atractivo. De edad y espíritu parecidos, Morten Myklebust recoge el testigo del primer disco de Jury en el frágil romanticismo de Break Up, tocado en su producción y coros por la varita mágica de Susanne Sundfør.
Puede parecer que las 18 canciones que componen Father of the Bride apunten a un conjunto más pretencioso, pero si son tantas es por la cantidad de material que Vampire Weekend tendrían acumulado después de 6 años en barbecho, ya que su hechura es tan esencial y certera como de costumbre en esta banda.
Altos vuelos
Junto a todas las perlas mínimas, también hay un sector del indie que aboga por las canciones de estructura e instrumentación más complejas, aunque su objetivo solo siga siendo armar buenos discos con ellas.
Es lo que hacen Sharon Van Etten en Remind Me Tomorrow, Angel Olsen en All Mirrors y Weyes Blood en Titanic Rising, tres nombres femeninos consagrados que siguen afianzándose con trabajos sólidos, intensos, personales, futuros clásicos.
Podríamos haber incluido a Richard Hawley en el apartado anterior, ya que en Further ha entregado canciones de rock breves y sin aditivos. Sin embargo, ninguna de ellas es ligera, todas adquieren enorme profundidad gracias a la siempre templada voz de Hawley, su maravilloso don para la melodía y la instrumentación elegante y perfectamente ajustada.
En su estela se mueven solistas como Nick Waterhouse, discreto en su álbum homónimo, o Jack Savoretti, autor del muy apreciable Singing to Strangers, y también grupos con solera como los camerísticos Tindersticks de No Treasure But Hope.
Otro paladín de la elegancia y el estilo personal es Neil Hannon, juguetón y ácido en Office Politics. Aunque la finura nunca haya ido con él, desde luego tenemos que alabarle a Liam Gallagher haber conseguido entregar en Why me? Why not lo mejor que cualquier miembro de la “fraternal” Oasis ha creado desde bastante antes de la disolución de la banda.
Acompañada del inconfundible productor Danger Mouse, Karen O ha apostado por un álbum de temas largos y serpenteantes llamado Lux Prima. Igualmente majestuosos y prolijos son los temas que componen el primer y maravilloso largo en solitario del portugués Afonso Cabral, Morada.
Por su parte, Justin Vernon sigue moldeando Bon Iver, su proyecto principal. i,i se deshace de la voz tratada y la producción áspera de su disco anterior y busca explotar su faceta más colorida en canciones accesibles pero llenas de su habitual galería de detalles y requiebros inesperados que las fortalecen con cada escucha.
Cierro esta sección con un artista difícil de encuadrar, puesto que es de esos cuyos movimientos resultan imprevisibles y no responden ante nada ni nadie. Niño de Elche se lanza esta vez a la fusión iberoamericana, y no le ha ido nada mal, a tenor de lo que puede escucharse en el exigente Colombiana. Para redoblar la apuesta, también se ha unido a Los Planetas dándole una vuelta de tuerca conceptual a lo español en el álbum titulado (muy a propósito) Fuerza Nueva.
Largo recorrido
Un buen número de veteranos han sacado a la luz trabajos notables esta temporada, empezando por un Bruce Springsteen que ha recuperado no poco respaldo de la crítica con Western Stars. Mark Lanegan, liberado de la gravedad de sus últimos álbumes, ha presentado el efectivo Somebody´s Knocking. Nick Cave hace tiempo que abandonó su faceta más descarada para abrazar la íntima y reflexiva, donde Ghosteen junto a sus Bad Seeds se recrea en la belleza como antídoto del dolor. Su belleza particular buscan también mitos contemporáneos de Cave en la recta final de sus carreras como Kim Gordon (No Home Record) e Iggy Pop (Free). Aún más incombustible que éstos sigue Neil Young, que remata en Colorado su enésima entrega junto a Crazy Horse. Ya de forma póstuma nos ha llegado Thanks for the dance, que pone el primer broche al impagable catálogo de Leonard Cohen.
La carrera que parecía amortizada pero encuentra un nuevo aliento con cada disco es la de Swans, que en un registro más amable y menos demoledor que sus anteriores propuestas han construido otro monumental compendio de belleza desquiciada llamado leaving meaning. No menores pero igualmente gratificantes son el desafío de folk progresivo de Lankum en The Livelong Day, el de psicodelia étnica a cargo de 75 Dollar Bill en I was real y el de fusión entre ritmos afro-latinos y música tradicional japonesa de Echoes of Japan, a cargo de Minyo Crusaders.
Más de medio siglo abarcan ya las carreras de The Who y la Electric Light Orchestra (más bien Jeff Lynne, lo que queda de ella). Parecen haberse puesto de acuerdo para darles continuidad rayando ya el fin de año (la campaña navideña, vamos). Nada nuevo que ofrecer, tampoco nada que demostrar. Ahí están Who y From out to Nowhere.
Aun tratándose de dos tótems que llevaban bastante tiempo sin publicar, ninguna de estas bandas ha levantado tanta polvareda como Tool durante los últimos 13 años, a santo de un disco que nunca acababa de llegar. Los gigantes del metal progresivo han certificado al fin su regreso con Fear Inoculum, que no por adscribirse a un estilo lejos de sus tiempos de mayor gloria y popularidad, deja de ser un álbum cuidadosamente trabajado y a la altura de las expectativas.
Trabajo en equipo
2019 ha traído consigo un ligero repunte para los discos de grupo, en cuanto a la atención recibida y el resultado de esos discos. Repunte que además ha venido acompañado de un espíritu de retorno al pop/rock de toda la vida, que es una cantera inagotable.
Caso paradigmático ha sido el de Foals, alcanzando por fin la excelencia con su indie rock pentatónico en un disco doble cuyas mitades han publicado por separado, Everything Not Saved will be lost, Part 1 & 2.
The Black Keys, dando por terminado su hiato de 5 años, están en ese momento en que la crítica los acusa de acomodo y falta de ideas pero a ellos, afortunadamente, les da igual. Porque Let´s Rock contiene lo que han hecho siempre, canciones tremendas rebosantes de energía, solo que ya no vienen en espartano lo-fi sino puestas a punto para conquistar los estadios. Y donde otros grupos se despeñan en la gran escala, ellos siguen manteniendo una envidiable velocidad de crucero.
Con todo, el disco de guitarras más delicioso del año lo firman Twin Peaks, tirando de los hilos del glam y el power pop en Lookout Low. No tan brillantes esta vez pero dignos de mencionar son Foxygen, sin las locuras esperables pero con siempre con gancho en Seeing other people.
En un registro más melódico y folk se desenvuelven Whitney, como una especie de Woods menores pero igualmente estimables en Forever Turned Around. Algo parecido, pero decididamente valiente y esencial han explorado Big Thief en sus dos magníficos álbumes para este año, U.F.O.F y Two Hands, que han supuesto la cara y cruz de su consagración definitiva. Siguiendo en su dinámica plácida y sin complicaciones, Wilco han recuperado su toque e inspiración en Ode to Joy, que se nota trabajado a conciencia en sus arreglos marca de la casa y despeja las sombras de irrelevancia que se cernían sobre ellos.
El garage y la psicodelia siguen inmunes al paso del tiempo y de las modas. Todos los años tienen algún puntal como el que The Mystery Lights han creado en Too much tension!, eficaz y brillante colección de disparos retro que habrían quedado perfectos en la última de Tarantino.
Con base fija en esta clase de sonido, pero escorándose hacia donde les pida el cuerpo en ese momento, King Gizzard and the Lizard Wizard siguen en su montaña rusa de lanzamientos llevándonos esta vez hacia el boogie bluesero en Fishing for fishies y hacia el thrash metal en Infest the Rats Nest. Otros que siguen la dinámica de entregar, al menos, un disco por año son Oh Sees, muy progresivos pero también entretenidos en Face Stabber.
En la psicodelia más sucia nacieron Wand, pero se han desmarcado con un disco tan extraño y desconcertante como digno de desentrañar. Laughing Matter se acerca en gran parte a los Radiohead de los 90. En una dirección parecida a la de los anteriores Wand caminan Yak, que han entregado su muy versátil Pursuit of Momentary Happiness.
También con base psicodélica pero más orientados al pop vienen Temples, decididos a destronar a Tame Impala como el grupo a seguir en un tercer largo llamado Hot Motion.
Y desembarcando en el terreno de la electrónica encontramos el regreso triunfal de Hot Chip, A Bath full of Ecstasy. Instalados en una madurez muy fructífera, los Chemical Brothers han recuperado su espíritu de sesión de los 90 adaptándolo al beat de la actualidad en el inapelable No Geography.
Ya en el pop pero sin salir de la órbita electrónica, toda una institución, los Pets Shop Boys, a quienes el brexit y el circo político actual han dado la firmeza que necesitaban para acometer Agenda, su estupendo EP de este año, y el largo que desembarcará dentro de poco.
Hablando, ahora ya a secas, de pop/rock, no podemos pasar por alto el disco con el que Novedades Carminha han coronado su forma hedonista y festiva de entender la música. Ultraligero es, efectivamente, ligero, pero también intachable, susceptible de escucharse una y otra vez sin agotarse.
Quedándonos en el panorama patrio, hay dos discos que no deben quedar sin mencionarse. Uno es el debut homónimo de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, en la mejor tradición del rock flamenco. El otro es el ya quinto disco de Manel, que siguen dejando crecer sus posibilidades sonoras sin traicionar nunca el espíritu de sus encantadoras melodías y sus letras floridas en Per la bona gent.
De la actitud descarada y gamberra del punk en todas sus vertientes participan grupos como FIDLAR en Almost Free, Spielbergs en This is not the End, o los debutantes Fontaines D.C. de Dogrel.
Black Power
A nadie se le escapa que la música negra sigue teniendo un enorme peso global como fuente de grandes álbumes, por cuanto conjuga la urgencia de sus mensajes con el talento que exhiben sus artistas tanto en la vanguardia (rap y trap) como en el clasicismo (soul) o entre ambos (r&b).
De los primeros, nombres como Loyle Carner (Not Waving, but drowning), Earl Sweatshirt (Feet of Clay) o Common (Let Love) siguen refinando el rap en su encaje natural con el jazz y la música de raíces, pero la que ha llegado más allá esta vez es Little Simz, con la extraordinaria mezcla de flow, potencia, clase y buen concepto musical que ha reunido en Grey Area.
De los segundos, junto a leyendas como Mavis Staples (We get by) encontramos impagables recogedores del testigo de esas leyendas como Black Pumas (y su maravilloso álbum homónimo) o Michael Kiwanuka, que con su apellido como título del disco ha dado un paso adelante con una producción atrevida y una estructura difícil, manteniendo, eso sí, su esencia retro.
Y en el tercer grupo se han destacado Jamila Woods con LEGACY! LEGACY! y el mestizaje de FKA Twigs, tirando de producción espectacular para MAGDALENE.
Entre los que van a lo suyo, Solange ha montado en When I get home otra colección de retales r&b que de tan retales apenas forman algo coherente, pero presentados como minimalismo exquisito no han dejado de encontrar su parroquia.
Aunque para parroquia la de Kanye West, a quien es difícil tenerle fe a estas alturas. Hacernos esperar más de un año para reconventir su anunciado Yandhi en un disco de gospel de pleno derecho, que pasó a llamarse consecuentemente Jesus Is King, hubiera merecido la pena si el resultado hubiese sido la catarsis y la iluminación, no 27 minutos de buenas ideas sin desarrollar. La reciente devoción de West no le daba derecho a la pereza.
Del rey y su corona
Nació como fenómeno en redes (sobre todo youtube, antes de que Instagram la desbancara), gracias a un trío de canciones (Blue Jeans, Video Games y Born to Die) que acabarían convertidas en el patrón por el que cortó todas las que vinieron después. 4 discos, todos ellos muy próximos en el tiempo, con abultados tracklists y un alarmante parecido entre todos sus temas, dejaron a Lana del Rey en la difícil tesitura de ser considerada una autora de singles bonitos y aparentes con un concepto muy claro, pero incapaz de armar un disco consistente con ellos.
Y en esas ha llegado Norman Fucking Rockwell!, un salto a la madurez de tal calibre que invita a reconsiderar toda su discografía anterior. Porque lo que Lana sabe ofrecer lo ha elevado a unos niveles de perfección desarmantes: su voz nunca había sonado tan cristalina, sus letras nunca habían llegado al nivel desplegado aquí en belleza lírica, profundidad sentimental y capacidad para retratar su tiempo desde la nostalgia por el pasado, sus melodías nunca habían resultado tan penetrantes, tan hermosas, tan tristes y esperanzadas a la vez, y la producción, donde el piano navega entre capas envolventes de mellotron que podrían haber firmado Yes en los 70, remata una colección (nuevamente generosa) de baladas atemporales.
Porque Norman Fucking Rockwell!, de largo el mejor disco del año y de Lana del Rey, está llamado a permanecer como la mejor actualización de aquellos clásicos de Carole King, Joni Mitchell y todos los referentes de una época que aparece aquí evocada desde de su completa asimilación, un disco perfecto que sin duda ha engrandecido este final de década.
Mil gracias. Procedo…