Los oscuros ojos del mal
“Al cabo de los años se puede afirmar hoy que la historia de los Lager ha sido escrita casi exclusivamente por quienes, como yo, no han llegado hasta el fondo. Quien lo ha hecho no ha vuelto, o su capacidad de observación estuvo paralizada por el sufrimiento y la incomprensión».”
Primo Levi “Los hundidos y los salvados“
Cuenta Antonio Muñoz Molina en su magnífica introducción a “Trilogía de Auschwitz” que recopila los ensayos de Primo Levi sobre su experiencia en Auschwitz, que contra lo que pudiera parecer, terminada la guerra, la opinión pública no tenía demasiado interés en saber lo que había pasado en los Campos de Concentración. Incluso los familiares terminaban, muy pronto, no soportando las historias que necesitaban contar, casi compulsivamente, los que estuvieron alli dentro que, a su vez, tenían la sensación de no saberlo todo, porque se sentían privilegiados y culpables por haber sobrevivido y eran conscientes de que ignoraban lo que sucedió más allá, en el horror dentro de las cámaras, cuando los cuerpos desnudos caían destruidos por el Ziclon-B y nadie volvió para contarlo. Es en ese sentido donde coinciden Primo Levi y Claude Lanzmann en que “lo que ocurrió de verdad nunca podrá saberse.”
Primo Levi, un químico que amaba una profesión que le ayudó a sobrevir de muchas maneras, no solo porque le permitió no ser enviado de forma directa a las cámaras de gas, sino porque le supuso un refugio intelectual donde seguir cultivando un compromiso con la claridad y precisión de la ciencia frente a la ideología falaz que trataba de destruirlo, tuvo la necesidad de contar su experiencia. Y ya en Turín, cuando casi había recuperado su vida anterior, tras su trabajo en una fábrica de pinturas, comenzó a quedarse allí, por la noche, para escribir su experiencia. El resultado fue “Si esto es un hombre” que terminó en 1947 y envió a la editorial Einaudi, pero el manuscrito fue rechazado y terminó siendo publicado en una editorial pequeña, menos conocida. De una edición de 2500 ejemplares, 600 permanecían todavía sin vender veinte años más tarde.
Y es que la cultura de la postguerra en Italia y Francia estuvo muy marcada por los partidos comunistas que habían participado en la Resistencia y su linea oficial, muy influida por Moscú, era no aceptar que lo ocurrido en los campos tuviera algo que ver con la ideología antijudía de los nazis. Lo correcto era resaltar el heroismo de la resistencia comunista y su victoria pero no que los judios que murieron en los campos lo hicieran por ser judios. Curiosamente quien emitió el informe negativo en 1947 en Einaudi sobre el libro de Levi fue Natalia Ginzburg, comprometida judia antifascista y esposa de un deportado judío. Por fin el libro se publico en Einaudi en 1957 y conoció un éxito muy grande.
Sin embargo Albert Speer en su memorias afirma que en para hitler el exterminio de los judios exterminio “significaba más que la victoria o la supervivencia de la nación alemana“. Y aunque es verdad que muchos colectivos murieron en los campos, seis millones de judios perecieron en ellos por ser judios. Por cierto Speer, un hombre inteligente, describe como cayó en la fascinación por Hitler del que fue a despedirse a Berlin al final de la guerra con riesgo de su vida y quedó frustrado por la frialdad con la que recibió su visita. En sus memorias escribe “Yo consideraba a Hitler, sobre todo, como el preservador del mundo del siglo diecinueve contra aquel perturbador mundo metropolitano que, me temía, estaba en el futuro de todos nosotros. Visto así, quizás en realidad estuviera esperando a Hitler. Además —y esto lo justifica aún más— me comunicó una fuerza que me elevó muy por encima de los límites de mis capacidades. Si esto es así, entonces no puedo decir que me apartara de mí mismo: por el contrario, a través de él encontré una identidad realzada».” Lo que hace pensar en la terrible facilidad con la que grandes cabezas cayeron los años 30 en la tentación totalitaria quizá fruto de una situación social y un pensamiento filosófico capaz de captar a los jóvenes en crisis de identidad y, también, a los menos jóvenes con un sistema cerrado de creencias que se defendía y se alimentaba y, además, justificaba todo, desde la delación más infame al crimen, con grandes palabras y bellas melodías e himnos.
Cuenta Harari en Sapiens que en la Segunda Guerra Mundial se enfrentaron tres formas de humanismo o de religiones humanistas que se basan en la creencia de que el Homo Sapiens tiene una naturaleza sagrada que es fundamentalmente diferente a la de todos los demás animales y a todos los otros fenómenos: el humanismo liberal (la naturaleza sagrada de la humanidad reside en todos y cada uno de los Homo Sapiens individuales); el socialista ( que creen que la “humanidad” es colectiva y no individualista y consideran sagrada no la voz interna de cada individuo sino la de la especie en su conjunto) y el evolutivo (consideraban que la humanidad no era algo universal y eterno sino una especie que podía evolucionar hacia el superhombre o degenerar hacia individuos que consideraban subhumanos, lo que consideraban un riesgo del que pretendían proteger). La guerra fue terrible y el humanismo evolutivo fue vencido. Luego comenzó la “guerra fría” entre los dos que quedaban uno de los cuales era abiertamente totalitario y absolutamente indistinguible en sus métodos del que había sido vencido. Esa guerra fue tambien ideologica e incluyó el cuestionamiento de que las llamadas “democracias formales” fueran realmente libres y no otra versión más opaca y peligrosa del fascismo que se identificó con el capitalismo depredador que expoliaba el mundo. También, por el otro lado, el negacionismo del holocausto o su banalización, haciendolo similar a cualquier otra forma de violencia y dejando latir, al fondo, la culpa que los judios presuntamente tuvieron en él o su responsabilidad, luego, en otros episodios similares por parte del Estado de Israel.
75 años después de la liberación de Auschwitz parecen haber renacido los viejos fantasmas. Nuevas formas de nacionalismos suprematistas parecen surgir en Europa así como nuevas formas de los humanismos vencidos (el socialista se desplomó con el muro de Berlin y la evidencia de su fracaso) en forma de populismos que aprovechan las nuevas posibilidades de propaganda que propicia la tecnología en medio de una crisis del humanismo liberal que parece acosado desde muchas perspectivas. Primero los presupuestos ideológicos en los que se apoya no parecen demasiado sostenibles en base a lo que la ciencia sabe hoy En día (el libre albedrío, la mente, la perspicacia de los sentimientos para elegir lo mejor). Segundo, su deriva económica, propiciada por la globalización, hacia un capitalismo financiero sin límites políticos está llevando a un aumento de la desigualdad que crea las condiciones sociales y económicas para su cuestionamiento y también a una grave crisis ecológica. Tercero, contra lo que había sido un axioma durante décadas el libre mercado puede funcionar en sociedades tiránicas sin aparentes contradicciones y sin generar cambios poíticos hacia sociedades abiertas: China es el ejemplo doloroso que, además, parece predestinada a ser la próxima potencia mundial.
Se duda de si Primo Levi se suicidó o simplemente sufrió un accidente al caer desde un tercer piso. Se sabe que estaba muy desolado por cómo estaba evolucionado el mundo, por la propia política del estado de Israel (fue muy crítico con las matanzas de Sabra y Chatila). Escribió una frase lapidaria: “Ha sucedido (el nazismo), y por consiguiente, puede volver a suceder; esto es la esencia de lo que tenemos que decir».” No solo el nazismo sino similares matanzas en un entorno totalitario. Una amenaza real a la que quizá ya nos estamos enfrentando agravada por el magnifico poder de control social de las nuevas tecnologias. Cuando viejas ideologias con otros ropajes y la misma tentación totalitaria estan arraigando en los jóvenes y creando peligrosas equidistancias: capitalismo es igual a fascismo e igual a estalinismo, todos son identicas caras del mal que deben de caer. Y quizá hay que recordar que el capitalismo puede gestionarse de muchas maneras, incluida la opcion socialdemócrata que tanto bienestar trajo a Europa tras la guerra en sociedades que, además, eran abiertas, en las que podían vivir (y viven) incluso los que las cuestionaban radicalmente.
En un pais como España quizá cabe, además, recordar que los dos bandos predominantes de la guerra civil eran, sobre todo, antiliberales: la democracia solo era un pretexto para alcanzar una sociedad nueva (y totalitaria). Quizá por eso hay que recordar el horror de Auschwitz para no volver dejarse fascinar por ideologias que promuevan la exclusion, la tiranía (siempre adornada de “verdadera libertad” y el enfrentamiento. La paz y la convivencia pacífica (aunque no sea perfecta y siempre sea mejorable) ha sido algo muy rara en la historia de la humanidad. Y deberiamos haber aprendido a detectar los huevos de la serpiente antes de que sea demasiado tarde. Leer a Primo Levi , a Isaiah Berlin , a Raymon Aron (que tanta razón acabó teniendo frente a la tropa arrogante de los “Temps Modernes“), a Stefan Zweig, a muchos más, puede ser una buena forma de hacerlo.
De Auschwitz como reducción al absurdo
Por Oscar Sánchez Vadillo
Una tradición ya con cierta raigambre histórica y oriunda de las altas esferas de la cultura judía (Theodor Adorno, por ejemplo, era judío) obliga a aquel que roza el tema de Auschwitz o, más en general, del Holocausto, a algo así como la mudez por decreto, ya que se entiende que lo que allí sucedió no tiene parangón en los Anales de la Humanidad y representa algo así como la epifanía pavorosa del Mal Absoluto. Naturalmente, esto no sólo no es así, si no que es imposible que sea así. Los seres humanos, condicionados o amparados -cada uno distinga en este punto según su humor, yo prefiero pensar lo primero[1], pero seguramente ocurran las dos cosas- por los constructos abstractos de los que se ha dotado, han cometido atrocidades igual de radicales desde tiempos inmemoriales, sin ir más lejos Leopoldo de Bélgica aniquiló casi a título personal (puesto que la compañía de explotación era propiedad suya y no de su reino) a una mayor cantidad de gente que la Alemania nazi en sus peores años de exterminio calculado y no bajo unas formas menos crueles precisamente. El horror es el horror, y no viene al caso ponerse a medir un mayor o menor grado de horror en diferentes momentos de la historia o en diversos sujetos nacionales de carnicerías; cuando un pueblo determinado se ha visto en la posibilidad de ejercer una fuerza desmesurada sobre otro para lograr un objetivo material concreto y ha logrado persuadir a sus miembros de que tal cruzada era justa, pocos se han puesto límites éticos en lo que a destruir al prójimo se trata, y, lo que es aún más horrible: probablemente las víctimas hubieran hecho lo mismo de haber tenido la ocasión. El periplo del hombre sobre la tierra no ha sido ningún camino de rosas precisamente, y si hoy pensamos que hemos alcanzado cierta cota de civilidad, o eso nos parece a la zona rica del mundo, es debido a que esa cota está muy bien protegida por armas otrora inimaginables y por campañas de propaganda audiovisual cuyo alcance y penetración jamás hubieran podido concebirse en el pasado (en comparación, el pobre Augusto, primer emperador de Roma, creía el hombre que para ser querido bastaba con poner su cara en las monedas, hacer juegos y repartir trigo…)
La diferencia, pues, entre el complejo de Auschwitz y los crímenes masivos anteriores que ha registrado la historia no reside en el horror, ni en la cantidad, ni en la maldad del régimen nazi, ni en nociones religiosas como la del Mal Absoluto. Reside, en mi opinión, en el carácter industrial, fabril, del exterminio. Eso es, creo, lo tremendo. Los nazis cogieron a polacos, rusos, bielorrusos, romanís, homosexuales y poco más tarde judíos y los sometieron a un proceso enteramente racional de aprovechamiento humano. Quiero decir que sí, que se les asesinaba de modo horrendo, a hombres, mujeres y niños considerados no arios o anti-arios, como los judíos, pero no sin antes robarles hasta las muelas de oro, vender su ropa y pertrechos, ponerles a trabajar hasta la extenuación, experimentar con ellos como cobayas y, aunque muy minoritariamente, obtener jabón de su cadáveres. Las SS llegaron a cobrar a los judíos por el viaje en tren hasta los campos, a administrar sedantes a los recién llegados para que no gritasen o escuchasen los gritos, y a poner en marcha potentes motores mientras funcionaban las cámaras de gas para tapar el sonido de los estertores de la muerte. Se oye muchas veces decir que todo esto, todas estas técnicas puestas al servicio de los fines megalómanos del Reich constituyen la mayor irracionalidad de la historia del mundo, y por eso ante ellas sólo cabe la reacción del silencio. Pero en realidad es un poco al contrario: desde la misma construcción de Auschwitz, pasando por la Conferencia de Wannsee donde se decidió la Solución Final (existe una excelente película alemana sobre aquello que es obligatorio ver), y hasta el mismísimo momento del abandono nazi de los campos, todo fue de una racionalidad extraordinaria, si es que lo que deseas es exprimir hasta el fondo a unos prisioneros a los que vas a acabar gaseando[2]. Para cuando el último paso se hace ineludible -lo que los gerentes de los campos llamaban un “musulmán”: un hecho polvo o un enfermo-, la lógica de la sobreexplotación del hombre por el hombre ha llegado tan hondo que lo que lo que ejecutas ya no es nadie, ya no es nada, sólo un desecho corporal esquelético que arrojar a una fosa común y que posee menos valor que el simple jabón.
Por eso me parece que Adorno y Horkheimer, después de todo, tenían razón en ese aspecto. Auschwitz fue algo así como -lo digo con mis palabras- la reducción al absurdo más espantosa y bestial del Occidente moderno. Capitalismo tanto como comunismo han exigido por igual del ser humano que dé todo lo que pueda de sí mismo en beneficio de su empresa, o de su negocio, o de su estado, o de su país. “Trabajar duro” es un orgullo del que aún se jactaba George W. Bush, el lema de cualquier marca o asociación que presuma bien sea de competitividad o bien de altruismo. Debes deslomarte por lo que sueñas, hijo mío, a mí nadie me ha regalado nada. Veo esta mañana a la hora del telediario el anuncio de un programa que por lo visto vuelve esta noche, Maestros de la costura, donde los concursantes corren de un lado para otro a toda mecha para terminar antes, hacerlo mejor, ser seleccionados y lograr colocarse en donde sea. Arbeit macht frei, el trabajo os hará libres: esta era la leyenda que estaba inscrita en el forjado de la entrada de Auschwitz. Menos mal que es universalmente conocida como divisa de la infamia, porque si no montones de corporaciones la querrían para sí mismas. El ejemplo, o contraejemplo, de Auschwitz siempre nos sirve para recordar el crimen descomunal que no puede volver a ocurrir (en Alemania, de hecho, conservan alambradas y torretas que se pueden ver desde la autopistas; los alemanes son un pueblo profundamente arrepentido[3], y no es para menos), pero también, a mi juicio, de que el trabajo no nos hace nada, ni libres ni felices, si es otro el que te coacciona a hacerlo y si no encuentras satisfacción alguna en ello. Hace dos meses, un compañero mío se jubiló, y dejó escrita una cosa graciosa, algo así como: “¡ay, cuantos años de servicio hacen falta para llegar a ser inservible!” La lección de los campos de concentración, exterminio y -ahora lo podemos decir- trabajo y aprovechamiento del “capital humano” cuyo máximo exponente fue Auschwitz debe ser también esa, más allá de la reducción al absurdo también de la guerra, del odio racial y de la pesadilla xenófoba: que una persona inservible no es lo mismo que una persona muerta, que no vivimos para formar parte del engranaje técnico de ningún proyecto grandioso de un grupo de visionarios dementes, y que un ser humano nace al mundo y a su vida propia y peculiar, no a secundar los sueños faraónicos de los que nos preceden o coexisten –por cierto, que ahora sabemos que incluso los esclavos que levantaron las pirámides a latigazos no eran tales, como nos han enseñado Hollywood celebrando la Semana Santa cristiana, sino trabajadores contratados.
Al final, hay que dar siempre la razón en todo a Hannah Arendt, pese a lo impopular de lo que dijo en su época. El Holocausto fue horrible, Auschwitz el infierno sobre la tierra, una mancha indeleble en la reputación de la humanidad, pero en el fondo lo peor es que fue banal. El régimen nazi, en aquellos campos tan milimétricamente planeados, en los que no se desperdiciaba nada, lo que hacía era abastecerse de recursos para ganar la guerra y de paso sentirse superior a sus adversarios, reales o inventados. Hubo escaramuzas y episodios por parte de rusos y aliados tan horrorosos como esos campos, aunque a menor escala y mucho menos célebres, que no voy a contar aquí (léase el no muy formal pero sí entretenidísimo La SGM contada para escépticos de Juan Eslava Galán). La diferencia, ya lo he dicho, es el carácter de fábrica, de matadero ingente de seres humanos en el que metes por un lado un hombre y sacas por el otro una boñiga y rentabilidad. Esto, me temo, sigue ocurriendo, a veces delante de nuestras narices, pero más frecuentemente en tierras lejanas. Como versificaba la poetisa rusa -que fueron los que vencieron a los nazis…- Anna Ajmátova en “Último brindis”, Bebo por la casa destruida /por mi vida terrible / por la soledad entre los dos / y por ti yo bebo. /Por la mentira de los labios traicioneros / por el frío mortal de los ojos / por el mundo brutal y tosco / por lo que Dios no salvó.
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[1]Al decir esto me asemejó a Rousseau, y a los muchos roussonianos que han existido después de él (los anarquistas, por ejemplo), pero lo cierto es que, como siempre con Rousseau, hay mucha trampa conceptual. No se puede, en efecto, decir que amas al ser humano pero aborreces sus producciones institucionales, que sería como admirar a la araña pero no las telas de que se vale para subsistir. ¿Cómo se puede entender cabalmente la idea de que los humanos somos dos cosas, lo que empíricamente somos, que incluye el régimen nazi pero también Amnistía Internacional, y lo que deberíamos ser, que nunca ha tenido lugar exactamente pero que es a lo que debemos tender? Esta dualidad, esta disociación, o es religiosa -el hombre es un ángel caído-, o es psicoanalítica -el malestar de la cultura- o es un bello desiderátum pero no un faktum.
[2]Detalles espeluznantes en esta descuidada pero directamente informativa página
[3]Imaginad por un momento que de España se hiciese una película, una serie o una novela cada año de un gran éxito internacional que tratase de nuestras vergüenzas en la conquista de América, haciéndonos aparecer como salvajes que ladran en vez de hablar. No sabríamos donde meternos, y eso es justamente lo que les ocurre a los alemanes actuales. No obstante, mi madre estuvo hace poco y me contó que la guía de su visita en autobús por tales siniestros lugares no se cortaba en hacer el elogio de Hitler en lo que tuvo de gran reanimador de Germania, pese a sus conocidos errores…
Auschwitz: construcción y muerte.
por José Rivero Serrano
En el muy reputado texto de W.G. Sebald Sobre la historia natural de la destrucción, donde se relatan los bombardeos aliados verificados sobre 131 ciudades alemanas –del Reich, en esos momentos culminantes de fuego y plomo– pudiera echarse en falta algunas líneas sobre el proceso de construcción de la otra destrucción, como fuera la de los campos de concentración. En un proceso de destrucción simétrico al verificado desde el aire por la tecnología de la aviación, al verificado a pie de tierra por el entramado de instalaciones mortuorias y finales, que eso eran finalmente los Konzentrations Lagers. Con algunas salvedades notables en medios y resultados. Pero en ambos casos tecnología de la muerte.
Proceso de realización de Konzentrations Lagers, que no fue improvisado y que se ejecutó con una planificación construida desde la lógica de la Solución final, la Endlösung der Judenfrage, suscrita en la conferencia de Wansee. Con anterioridad a la modalidad del exterminio sistematizado, se había concebido un universo carcelario y concentracionario en la modalidad de los llamados Konzentrations Lagers, como campos de concentración y de trabajo esclavista, donde se recluía a los judíos y a todos los opositores y disidentes del III Reich y se los sometía a un trabajo sin contrapartidas en carreteras, minas, canteras, armamento, munición y diversos utensilios menores.
Caracterizados estos campos por una población homogénea de barracas y barracones de madera elemental y con cubierta a dos aguas, realizada con tablero de fibrocemento, incapaces para el aislamiento térmico y con problemas de humedades. Elementos concebidos con una fuerte provisionalidad de uso y con unas condiciones constructivas tan deficientes como incapaces para cualquier establecimiento penitenciario. Y esa elementalidad constructiva choca, si la comparamos con la pericia sustentada por la edilicia e ingeniería alemana, en Memoriales y Mortuorios y choca con la otra tecnología de muerte de los grandes bombarderos aliados citados antes.
Que en paralelo a la chapuza constructiva de los Konzentrations Lagers, llama la atención que las autoridades nazis, hubieran propuesto una fastuoso proyecto totalitario que sería llamado globalmente como Festung Europa, para designar el concepto de Fortificación Total que prolonga la misma visión de ‘Guerra Total’, proclamada por Goebbels, el Gauleiter berlinés y RMVP Reichminister für Volksaufklärung und Propaganda; retomando ideas y conceptos previos elaborados anteriormente por Clausewitz y de Lüdendorf y más tarde por Jünger en lo que llamó ‘Zona de aniquilación total’. Zona de aniquilación total “que es creada por el acero, por el gas, por el fuego o por otros medios”. Más aún, prosigue Jünger en su texto ‘Der Arbeiter. Herrschaft und Gestalt’: “en la guerra total cada una de las ciudades, cada una de las fábricas es una plaza fortificada; cada una de las naves mercantes un buque de guerra; cada uno de los alimentos, contrabando; cada una de las medidas activas o pasivas, algo que tiene sentido bélico”. Una ‘Guerra Total’, que Goebbels sistematiza a lo largo de 1943, aunque ya hubiera utilizado tal concepto en 1939, extraído del uso que verifica Lüdendorf en 1935, al referirse a la visión de la guerra basada en la visión espiritual del Volk; una visión que anuda la herencia racial y la fe prusiana. Aunque en ese escalón del idealismo bélico, no se paren a comentar cómo deberían ser los Konzentrations Lagers.
Bien diferentes son las imágenes procedentes de los desafíos bélicos del III Reich, no sólo toda la secuencia del Atlantikwall, y las líneas fortificadas del Festung Europa, los Kriegsgräberhaine y los Kriegerfriedhöfe mortuorios, y los Ordensburgen formativos del NSDAP y no menos tanatológicos que los repetidos y desplazados Konzentrations Lagers. Esta proximidad casi familiar de lo bélico y de lo tanatológico, no pasa tampoco inadvertida para Rodríguez de la Flor, quien formula que “el proyecto global de una ‘Fortaleza europea’, tal y como fue diseñado en los años 40, es hermano ideal de la concepción de los más vastos espacios funerales con que el siglo haya soñado”. Más aún, nos advierte que “estas mastabas erigidas para albergar a los soldados de todas las guerras, [son] auténticas fortalezas de los muertos”, casi como un anticipo de los Konzentrations Lagers, aunque en sentido inverso: no son ya fortalezas de los muertos sino fosas comunes, pozos terreros y hornos crematorios.
Fortalezas de los muertos y memoriales de los caídos, que se programan en 1941 con el nombramiento de Wilhelm Kreis como Generalbaurat für die Deutschen Kriegerfriedhöfe. Un Kreis que, en buena lógica, asume los precedentes del Kriegsgräberhaine, diseñado por Willy Lange en 1915 y que se prolongará más tarde con toda la secuencia conmemorativa de los Heldenhaine, que rememoran a los caídos de la Primera Guerra, en un rosario emblemático de edificaciones mortuorias y de enclaves simbólicos que nutren el territorio de la memoria y los territorios de la vida truncada. Enclaves que han sido vistos por Jost Hermand como prolongaciones de las visiones románticas de Gaspar David Friedrich. Fortalezas, programadas por Kreis y previstas para bordear, del Atlántico a los Urales y de Noruega a Grecia, las fronteras de la nueva Europa que ilumina el Reich milenario. Fortalezas como ciudades mortuorias, que en palabras del citado Kreis, recogidas por Éric Michaud, no son sólo “lugares para honrar a los muertos”, sino símbolos que dotan de sentido al ‘gran giro histórico’ que comporta el nazismo, y que constituyen “el recuerdo eterno de la unificación de Europa bajo la dirección de su pueblo central, los alemanes”.
Y ese es el punto crucial de las proximidades advertidas entre las líneas fortificadas del Festung Europa, los Kriegsgräberhaine y los Kriegerfriedhöfe mortuorios, y los Ordensburgen formativos del NSDAP y no menos tanatológicos, con los Konzentrations Lagers y con los Vernichtungs Lager. En unos la piedra exaltada como memoria del Heimat, en otros las cenizas humanas que se sacaban de los crematorios como olvido programado del polvo de la historia vulnerada. Proximidades que, pese a todo, no impiden apreciar los diferentes criterios formales que rigen la elaboración del discurso mortuorio en su manifestación edilicia; un discurso mortuorio que se hace patente desde la Gleischsaltung como sincronización de tiempos y espacios que formula la inmovilidad y el estatismo de la piedra y que anticipa su destrucción venidera por el fuego y el gas. Una inmovilidad de la piedra eterna, que en palabras de Hitler compone lo que ya se llama en el Reich como “das Worte aus Stein”, o la Palabra de Piedra que se opone a la carne tumefacta y golpeada de los penados de los Konzentrations Lagers. Piedras parlantes que más allá de su vocación por el infinito del tiempo, formulan el discurso imparable del sueño de la raza y el nudo central del sueño del Volksgemeinschaft. De tal suerte que esa fusión de lo diverso edificado y esa yuxtaposición del tiempo y del espacio, son vistas por Michaud como un movimiento vertiginoso y motorizado que “aportando continuamente la sangre necesaria para marcar las fronteras, que ahora permitían que adquiriera forma el Lebenstraum, o Sueño Vital, primordial que se realizaba en el Lebensraum”. Un Sueño Vital que busca y formula su propio Espacio Vital y su propio Espacio Mortuorio.
Cuando la población reclusa fue creciendo, merced a las deportaciones masivas practicadas desde múltiples rincones de la Europa sometida al Reich milenario, la capacidad de los Konzentrations Lagers se vio superada y hubo necesidad de pasar al escalón siguiente: los Vernichtungs Lager. Que ya no eran campos de trabajo y de explotación del trabajo esclavo, sino simplemente campos de exterminio provistos por galerías de hornos crematorios y sus correspondientes salas de espera, formadas por sinuosas cámaras de gas alimentadas por Zyklon-B. Donde lo importante en las nuevas instalaciones era, justamente, hacer desaparecer a sus ocupantes y a los recién llegados en innumerables vagones de mercancías y de ganado, justo a las puertas de entrada en las que se anunciaba la libertada prometida por el trabajo redentor. Como contrapartida de la exaltación de la memoria de los Kriegsgräberhaine, el olvido programado del polvo geológico de los Vernichtungs Lager.
Un trabajo programado, desempeñado serenamente, por Hans Friedrich Karl Kammler, dentro de las estructuras edilicias del Tercer Reich y del NSDAP. Kammler que acumula experiencias tempranas en Berlín y Bochun, que llega a ser en 1928, Regierungsbaumeister o Maestro Constructor del Gobierno, más tarde consultor del Reich para la construcción de viviendas y consultor de investigación del Ministerio de Trabajo o Reichsarbeitministerium y consultor mayor del Förderung von Bauforschungen, Fundación para la Investigación de la Construcción. Y todo ello, se visualiza, finalmente con su desempeño entre 1931 y 1933, como consultor del Ingenieurtechnischen Abteilung del NSDAP para el Gran Berlín. Y todo ello se agranda y se ensancha ya con su afiliación posterior a las SS-Schutzstaffel, donde llega a ser responsable del diseño y construcción de los campos de concentración, como jefe de Grupo del Amtsgruppe C. En una carrera ascendente e imparable dentro de las SS Schutzstaffel, que desde el grado de Untersturmführer en 1936, llega ya en 1945 a desempeñar el cargo de Obergruppenführer und General der Waffen-SS. No tanto, pues Troost ni Speer, más bien y de forma destacada Hans Friedrich Karl Kammler; aunque de él se hable menos, como inductor de formas y construcciones que dan sentido al Reich y que conforman todo el universo del Konzentrations Lagers y del Vernichtungs Lager.
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