Entre 1961 y 1966 el dibujante francés Jean Jacques Sempé, famoso por sus libros sobre El pequeño Nicolás con guion de Gosciny (ahora que recordamos al desaparecido Uderzo), publica cuatro trabajos sorprendentes, referidos a lo que Freud había llamado antes como psicopatologías de la vida cotidiana, en la naciente ola de los años sesenta y del primer esplendor francés del estado del bienestar. Justo antes de la eclosión del Mayo-68 y en coexistencia pacífica con el optimismo de la Nouvelle Vague que tantos colorines introdujo en la vida de los franceses, por más que el grueso de sus películas fueran en fulgurante blanco y negro.
Los dibujos de Jean Jacques Sempé, de los años cincuenta y sesenta en Paris Match primero, luego en Punch y más tarde en otras muchas revistas, entre nosotros en el primerizo Triunfo, en colosales páginas con dibujo a toda plana, daban buena cuenta del mundo presente, acelerado, incipientemente mecanizado y en donde el confort doméstico se abría hueco entre sonidos de lo que se llamaba, no ya Chanson Française, sino más bien del incipiente rock-and-roll de Silvie Vartan, Johnny Holiday, Richard Anthony y Michael Polniareff. Un mundo del color amarillo de Kodak, como la canción de Kodakchrome de Paul Simon y como las incipientes piezas de los que llegaría ser conocido, años después, como Pop-Art. No un amarillo gafado, sino triunfal.
Un mundo de una burguesía educada y de un proletariado bien alimentado que, aun votando al PCF, tiene gustos conservadores, o quizás por ello mismo no se perciba ese conservadurismo que encubre un votante a la izquierda de la burguesía liberal por más que leyeran L`Humanité. Un mundo en el que los plásticos comienzan a desplazar a muchos otros viejos materiales. Baste recordar que la fábrica del señor Arpel en la recordada Mon oncle, de Jacques Tati, es una fábrica de novedoso material plástico para tubos. Y el mundo de los Arpel es, justamente, un universo que podría constituir una viñeta o una historieta del Sempé de los agobios. Máquinas que no funcionan, vecinos indómitos, ruedas que se desinflan, duelos domésticos, objetos que se rebelan de su función y niños que se ríen de los adultos.
Y es que Sempé dibuja con detalle de entomólogo y con paciencia de cirujano en enorme planchas concebidas donde el blanco de la página no utilizado en la composición, es parte del relato mismo que despliega la historia del agobio, en composiciones deudoras de buena parte de la historia de la Pintura. Sempé capta un presente en transformación acelerada, merced al protagonismo de los medios de comunicación de masas, al comic que importado de los USA traza nuevas mitología y de los balbuceos de la primera televisión. Todo ello coetáneo como hemos dicho de las primeras películas de la Nouvelle vague; e intercambiable los dibujos de Sempé, por los primeros planos anatómicos de Jen-Luc Godard o los planos americanos de François Truffaut y por los sones ahumados de la Greco o por las salpicaduras ácidas de las canciones de Georges Brassens. Incluso los agobios de algunas situaciones confusas y enredadas son las señaladas, igualmente, por el cine del referido Jacques Tati.
Un presente salido de toda la reconstrucción de postguerra y de toda la prosperidad insuflada por el crecimiento económico de los primeros sesenta con un Presidente De Gaulle tan paternal y cristiano, como nacionalista galo. Donde ya se barruntan los problemas urbanos de las grandes aglomeraciones ciudadanas, la lógica implacable de la habitación vertical y densificada y la epifanía de la serialidad y la repetición que imponía la técnica prodigiosa.
Con placer, se abrían sus personajes a las nuevas avenidas refulgentes e iluminadas de los nuevos Paraísos Artificiales como otros Campos Elíseos; pero también con un temor que se resiste a desaparecer de la escena móvil. Por eso lo llamativo de sus títulos, preocupados y quebrados. Nada es fácil (1961), traducción de Rien n`est simple; Todo se complica (1962), o Tout se complique; Sálvese el que pueda (1964) Sauve qui peut; o, finalmente, El gran miedo (1966), traducción aproximada de La grande panique. Ignorante Sempé de la enorme actualidad de esos títulos en plena crisis de la pandemia del COVD-19. Que explicitan el progreso de la dificultad inicial, la complicación consiguiente, el salvamento selectivo y el terror concluyente. Pese al agobio final, se puede leer esa maestría del humor como suprema muestra de la inteligencia.