Planteamiento
Antes del virus había un estilo de vida, luego vino el estilo COVID. Durante éste todos los habitantes del mundo hemos padecido al menos dos pandemias, la del virus SARS-CoV-2 y la de la infosaturación. La tercera es la socio-económica, pero no es cosa nuestra.
Entre la pandemia vírica y las personas han mediado distancias, mascarillas y desinfectantes, con sus supuestas virtudes y demostradas carencias.
Entre la pandemia informativa y las personas han mediado las tecnologías de la información y la comunicación (Televisión, radio, TIC, pantallas, APP, redes sociales, mass media…). En esa interacción se han generado efectos negativos (infoxicación) y positivos (que llamaremos, infonexión, y analizaremos en otro post).
Encienda el televisor, le mantendremos asustado
Entre las prótesis que los humanos hemos inventado y que han expandido nuestro fenotipo (herramientas, máquinas), están las pantallas, que ya deberían figurar a la altura, o por encima, de otras esenciales, como el fuego o la rueda. Tras ellas se esconden las tecnologías que sustentan la cibernética, que es la ciencia del control y manejo de la información.
Los humanos actuales somos cibernícolas, habitantes de una gran caverna virtual, formada por los potentes instrumentos informáticos (hardware y software), que soportan una red de información y comunicación que nos conecta a la inmensa mayoría.
Pero quizá nunca hemos sido tan cibernícolas como estos últimos meses. Nunca hemos estado tan aislados en nuestras casas y a la vez tan conectados con el mundo. En consonancia con ello, hemos tenido más riesgo de padecer infosaturación e infotoxicidad.
Pondré sólo un par de ejemplos, que algunos medios han estudiado y yo personalmente he comprobado utilizando mi guía de televisión y las pantallas de mi móvil y tableta. Usted puede añadir sus propios datos.
Primero: Si una persona pretendiera ver de una sentada todos los informativos, tertulias, anuncios, cotilleos… referentes al asunto COVID que se han emitido durante un solo día en su televisor, tardaría una semana en verlos. Si le añadiera los que recibe por el resto de las pantallas, tardaría un mes y acabaría con sus articulaciones, arterias y neuronas, machacadas.
Segundo, este un poco circunstancial, pero muy curioso: El Global Consciousness Project, dirigido por R. Nelson, evalúa la interacción entre sucesos que afectan globalmente a la conciencia humana (p. ej., el campeonato mundial de fútbol) y la actividad de numerosos sensores informáticos ubicados en todo el mundo que generan series continuas y aleatorias de números, para ver si estas se alteran de algún modo. Se trata de aplicar un método matemático, estadístico, a una cuestión casi parapsicológica, la existencia de una especie de conciencia humana colectiva y conectada, algo entre el inconsciente colectivo de Jung y la noosfera de Theilhard de Chardin. Pues bien, los sondeos realizados durante la vorágine del COVID han detectado que la intensa afectación de la conciencia humana global se refleja en fluctuaciones no explicables por mero azar en los registros informáticos del GCP.
En definitiva, no es descabellado proponer que la infosaturación asociada al COVID, puede generar una especie de infotoxicidad, con consecuencias cognitivas y emocionales.
Precedentes
Este asunto, pese a que el momento actual es más evidente, no es nuevo. AlvinToffler en 1970 acuñó el término information overload para denunciar este fenómeno y sus posibles consecuencias, aunque entonces no existía Internet tal y como lo conocemos ahora.
Posteriormente, ya en la era Internet, muchos investigadores han intentado analizar el efecto de la infosaturación sobre la conducta humana.
Por ejemplo, Nicholas Carr, se hizo famoso en 2008 tras publicar en The Atlantic un artículo titulado ¿Está Google haciéndonos estúpidos? Posteriormente (2010) publicó un libro traducido al español como “Superficiales: ¿Que está haciendo internet con nuestras mentes?”. Su hipótesis es que padecemos tantas distracciones, vaivenes e interferencias informativas, y a una velocidad tan grande, que eso afecta al funcionamiento del cerebro, generando problemas de atención, comprensión y memoria, que, de acumularse en magnitudes excepcionales, acabarán afectando al funcionamiento cognitivo y conductual de la humanidad, volviéndonos “stoopid”, que, en sentido estricto, significa pérdida de inteligencia.
Pero hay quien va más lejos, como el psiquiatra alemán Manfred Spitzer, que, en su libro Demencia Digital (2012), sostiene que la irrupción de los sistemas informáticos en las aulas y en la vida, los cambios en los modos de aprendizaje, memorización, trabajo cognitivo, etc., a los que nos llevan las TIC y sus epifenómenos, acabará produciendo un atolondramiento digital generalizado, que, siendo perceptible ya desde la infancia, acabará generando una disminución de la capacidad intelectual y la eficiencia cognitiva global a cualquier edad.
He elegido estos dos autores porque sus trabajos son muy conocidos y ellos son serios y respetables. Pero la verdad es que sus alarmantes teorías no han sido refrendadas por las investigaciones neurocientíficas. Con la ciencia en la mano no podemos decir que ahora seamos más estúpidos que antes de Google, ni que estemos más demenciados que antes de Internet, ni que nuestros hijos son menos inteligentes que nosotros. Puede que sean más ignorantes en materias que antes considerábamos cultas, pero son más espabilados (smarter) en otras funciones más acordes con los tiempos. Dado que son y están más y mejor más ciberdotados, eso les hará ser mejores cibernícolas.
Efectos de la infosaturación
Lo que si sabemos con seguridad es que la infosaturación tiene consecuencias cognitivas y emocionales, que puede generar alteraciones de la atención, comprensión y memorización, y miedo, ansiedad, aprensión o depresión.
La infosaturación que conlleva una hiperactivación de la atención focalizada en un tema concreto, puede producir negligencias (despistes) en otras áreas que requieren su trabajo, como son la percepción del entorno, la adaptación a situaciones de cambio, la memoria procesual y la resolución de tareas sencillas o múltiples. Por el contrario, la infosaturación producida por lo que podríamos denominar ruido de fondo de la vida, promueve la atención difusa y detrae la atención focalizada, necesaria para la correcta comprensión y resolución de tareas complejas o situaciones de compromiso vital. Secundariamente, el agotamiento de los procesos atencionales (proxesia) puede impedir que funcionen correctamente muchos otros procesos cognitivos, como pensamiento, memoria, comprensión, juicio, raciocinio, toma de decisiones, etc.
Luego, en conjunto, las alteraciones cognitivas y la implicación emocional que produce la infosaturación, vendría a ser similar a padecer una intoxicación neuroquímica, que afecta al rendimiento cerebral y perturba el estado emocional, lo cual dificulta la adaptación y superación de situaciones de alta exigencia, y justo cuando más lo necesitamos. Cuando estamos pasando por situaciones de alerta y alarma, mantener los procesos cognitivos y emocionales eficientes es cardinal. Bien es cierto que no siempre activados al máximo, ni todo el tiempo, pues los agotaríamos. En estas situaciones, hablar, charlar, cotillear, distraernos con menudencias, desconectar de lo severo, aligerar nuestros sesudos cabezones, son recomendaciones muy divertidas y saludables. Estar todo el día enchufados a la información, asustados por las noticias, hiperactivados por las alertas y alarmas, es tóxico para nuestros cerebros y agotador para nuestros corazones.
Por otra parte, si el estado de alarma afecta a la salud, y no tenemos seguridades sanitarias suficientes, se genera una especie de infocondría global, que actuando sobre personas aprensivas da lugar a angustias y conductas hipocondríacas, con riesgo de hacer un uso excesivo y peligroso de los recursos sanitarios (doctor shopping).
Desde otra óptica, la transmisión de informaciones sesgadas o malintencionadas, sobre un estado de conspiranoia informativa global, puede generar, en personas vulnerables, suspicacias paranoides o incluso delirios y psicosis paranoides.
Luego, resumiendo, sin intención de acentuar el alarmismo social, ni agobiar a las personas más vulnerables, podemos convenir que la infosaturación puede dar lugar a efectos infotóxicos con repercusiones cognitivas, emocionales y conductuales.
Prevenciones
Dado que no sabemos cuánto va a durar el estilo de vida COVID, protegerse adecuadamente contra la pandemia informacional, es tan recomendable como protegerse contra el virus. En este caso no valen los antisépticos ni las mascarillas, pero si poner cierta distancia entre personas y pantallas, cierta mesura en los tiempos e intensidades de consumo informativo, establecer limitaciones sobre determinadas informaciones cuya calidad sea incierta, protegerse de las conspiranoias que promueven los grupos fanáticos, y no hacerse eco de las razias partitocráticas tan al uso en nuestro país.
Todo eso pasa por hacer una utilización adecuada de las TIC y sus epifenómenos, para lo cual es conveniente desarrollar al máximo ciertas habilidades ciberní, como la ciberprosexia (una atención selectiva y ágil, flexible y múltiple, adaptada a las TIC) y la ticopraxia (habilidad técnica, manual e intelectual, para manejar eficientemente las TIC y sacarles el máximo partido), en cierto modo parecidas a las que ya tienen nuestros jóvenes ciberdotados.
Sin embargo, faltaría desarrollar una ciberética, que dirigiese el uso moral y ético de las TIC y sus epifenómenos, pero esa es harina de otro costal.
No me extiendo, ya que de ellas ya hemos hablado en entregas anteriores , y en un libro (Cibernícolas: Vicios y virtudes de la vida veloz, 2016), que enviaré de forma gratuita a quien lo solicite.
Fantástico Jesús de la Gandara.!!
Original y reflexivo.!!
Gran trabajo.
Me gustaria tener acceso a su libro.
Saludos desde BCS, México
Me encanto la nota , muy provechosa !
Me encantaria tener su libro para mayor aprendizaje .
Saludos