La socialización no explica las diferencias sexuales

Me parecía claro que cualquier diferencia entre los sexos en las capacidades de pensar eran debidas a las prácticas de socialización, artefactos y errores en la investigación y a sesgos y prejuicios. Después de revisar una pila de artículos de revistas que ocupaban varios pies de altura y numerosos libros y capítulos de libros que hacían enana la pila de artículos, cambié de opinión.

Diane Halpern, Sex differences in Cognitive Abilities

Las diferencias entre los sexos en sus temperamentos y sus capacidades cognitivas apreciables, por ejemplo, en las elecciones de carrera o en las diferencias en el mundo del trabajo, son generalmente aceptadas aunque hay una falta de consenso acerca de sus causas. La explicación más aceptada actualmente es la basada en una orientación sociológica y sostiene que las diferencias que observamos son puramente una creación social. La sociedad, se nos dice, crea esas diferencias al tratar a individuos funcionalmente idénticos de forma diferente. Los hombres son más competitivos y tendentes al riesgo y las mujeres más cooperadoras y con más aversión al riesgo  porque han aprendido estos rasgos desde pequeños debido a una diferente socialización por parte de padres, maestros e iguales. Por otra parte, no se pueden refutar estos argumentos porque se asume que cualquier demostración de la existencia de influencias sociales en las diferencias sexuales implica la inexistencia de influencias biológicas. En este artículo voy a presentar las razones por las que la socialización es una explicación insuficiente de las diferencias entre los sexos. Lo voy a hacer siguiendo a Kingsley R. Browne en su libro Biology at Work.

La cuestión que voy a tratar no es si existen las influencias sociales en los roles sexuales; es evidente que existen y son importantes. Por ejemplo, hay estudios en los que se hace creer a adultos que un bebé es una niña y éstos dicen que es “dulce” mientras que si creen que es un niño dicen que es “fuerte”. La cuestión es si la existencia de esas influencias sociales son toda la historia y si su mera existencia significa que debemos descartar las influencias biológicas porque no son relevantes. El argumento nuclear, por tanto, de la socialización es que padres, maestros e iguales tratan a hombres y mujeres de forma diferente desde la cuna reforzando estos estereotipos durante toda su vida. Desde el mismo momento del parto niños y niñas son adoctrinados en las expectativas de la sociedad  acerca de sus conductas apropiadas a su sexo. Vamos a ver los problemas de esta postura.

Aparición temprana de diferencias sexuales

La aparición temprana de muchas diferencias sexuales hace que sus orígenes sociales sean dudosos. Los niños generalmente no pueden identificar su sexo hasta los dos años y medio o los tres años de edad y en los siguientes dieciocho meses a dos años aprenden a identificar el de los demás. No es hasta los cinco años de edad que los niños empiezan a modelar su conducta según la de los otros niños de su mismo sexo. Pero muchas diferencias sexuales son anteriores a estas edades. Algunos niños aparentemente discriminan entre caras de adulto de hombre o mujer a los cinco meses de edad y para los doce meses algunos pueden distinguir entre hombres y mujeres incluso cuando se altera el peinado y la ropa para hacerlos más similares. También parece que prestan más atención a otros de su mismo sexo en la infancia.

Con un año de edad las niñas muestran más rechazo a separarse de las madres y más deseo de retornar tras ser separadas. Incluso a esa edad, los niños son más exploradores, más independientes y más activos. Los niños tienen un nivel de actividad mayor desde el primer año de edad y esta diferencia se mantiene durante toda la infancia. Diferencias en la elección de juguetes existen incluso en niños de un año de edad. En un estudio de niños de 1-5 años de edad el tamaño del efecto de las diferencias iba de 0,54 a 1,92. La revisión sobre las diferencias sexuales en la elección de juguetes, de Noviembre de 2017, encuentra que influyen tanto factores innatos como sociales.

A los dos años de edad, los sexos difieren, además de elección de juguetes, en agresividad y en miedo. Niños de dos años tienden a alejarse más en sus juegos, juegan más fuera, al aire libre, y muestran más agresividad que las niñas. La temprana aparición de estas diferencias ha llevado a la psicóloga Anne Campbell y colegas a sugerir que “los substratos neuroanatómicos y neuroquímicos de la búsqueda de estatus de los hombres pueden estar establecidos realmente muy pronto”. 

Como decíamos, las diferencias en la elección de juguetes tiene un componente de aprendizaje pero eso no es toda la historia. Los niños pueden exhibir preferencias sexuales diferentes de juguetes incluso antes de poder identificar qué juguetes son “apropiados a cada sexo”por sí mismos. Cuando llegan a los 3-4 años de edad, los niños justifican las elecciones de juguetes de otros niños en base a estereotipos de rol sexual pero no justifican sus propias preferencias en esos términos. Más bien, justifican sus preferencias en base a lo que el juguete hará o a otras características del juguete. También sabemos que las niñas con hiperplasia adrenal congénita tienen elecciones de juego, y conductas en general, más parecidas a las de los niños. Asimismo, monos y primates muestran las mismas diferencias de elección de juguetes que los niños y en este caso es muy difícil atribuirlas a la socialización.

La preferencia por jugar con niños del mismo sexo aparece en el tercer año en niñas y en el cuarto en niños pero estas preferencias a menudo se desarrollan antes de que los niños puedan identificar de forma fiable qué niños son del mismo sexo que el suyo. Como Eleanor Maccoby ha señalado, un sesgo innato a jugar con el mismo sexo es posible ya que esta misma segregación por sexos aparece en primates no humanos entre los que la transmisión cultural de estereotipos de género es seguramente mínima.
Las tres influencias primarias más importantes que actúan sobre los niños son los padres, los maestros y los pares/iguales, es decir el conjunto de niños de su misma edad con los que tienen relación. Estas fuerzas pueden tender a exagerar o minimizar las tendencias naturales de los niños. Hay razones para pensar que en muchos casos -especialmente en el de las escuelas y maestros- la influencia es hacia minimizar y no a aumentar las diferencias sexuales. Vamos a verlo.

Padres

Los padres son considerados los grandes culpables de la socialización sesgada en cuanto a los roles sexuales. Pero hay que empezar por darnos cuenta del tremendo error que es considerar que la relación causal entre conducta paterna y conducta de los hijos sólo va en una dirección, es decir, en la de que la conducta de los padres causa la conducta de los hijos. Nos olvidamos de que la conducta paterna puede ser debida a preferencias preexistentes por parte de los niños y que esas preferencias previas dan lugar a un tratamiento o a una respuesta diferente por parte de los padres. Este fallo en tener en cuenta que los padres responden a diferencias en los niños y que la causalidad va en las dos direcciones conduce a sobreestimar el impacto de la socialización. Por ejemplo, se han atribuido diferencias en necesidades emocionales a la mayor frecuencia con la que los padres tienen en brazos a sus hijas creando así en las mujeres un mayor deseo y necesidad de intimidad emocional. Este argumento implica que la conducta paterna es la que crea la necesidad de intimidad emocional y es muy probable que sea al revés. Un estudio de sujetos ciegos al sexo del recién nacido encuentra que las niñas eran mucho más “mimosas” que los niños con unos tamaños de efecto  de 0,69 y 0,80 para los experimentadores femeninos y masculinos, respectivamente. Estos hallazgos hacen problemático concluir que las diferencias emocionales posteriores son causadas por el diferente trato de niños y niñas. La explicación más probable es que los padres son más mimosos con niños o niñas más mimosos.

Pero es que el tema de la importancia de los padres en la inteligencia, personalidad y conducta de sus hijos tiene otros problemas como argumenta Judith Rich Harris, el Mito de la Educación. Los datos de estudios de gemelos y de genética de conducta nos dicen que es mucho menor de lo que nosotros pensamos. Los hermanos gemelos idénticos criados juntos no son más parecidos que los criados por separado y dos hermanos adoptivos criados en la misma familia no se parecen más que dos personas al azar. Gemelos a los que sus padres visten igual no son más iguales que lo que son vestidos de forma diferente ¿Por qué son tan diferentes los hermanos? Creo que es importante para el tema que estamos tratando la conclusión de Nancy Segal, experta en el estudio de gemelos, con respecto a los gemelos idénticos: “el parecido  en personalidad y autoestima de los gemelos idénticos procede de sus genes, no de ser tratados de la misma manera por los demás”. Es decir, su similar tratamiento procede del hecho de que provocan similares respuestas en los demás, basadas en su conducta. Los genetistas llaman a este proceso correlación gen-ambiente activa o evocativa: el concepto de que respondemos a la gente basándonos en nuestras percepciones  de su ánimo, acciones y talentos. Cuando los padres responden animando a un niño tímido a ser más social o conteniendo a un niño travieso para que no hable cuando no le toca o cuando los padres apuntan a clases de natación a un niño que disfruta con el agua, están personificando una correlación gen-ambiente. Los padres educan a los hijos pero los hijos también educan a los padres. Los padres saben muy bien que la forma en que responden a un hijo obediente no funciona con el hijo rebelde y -consciente o inconscientemente- adaptan sus prácticas de crianza de acuerdo con el temperamento y los talentos de cada hijo. Como decía Morton Zuckerman: “todos los padres son ambientalistas hasta que tienen su segundo hijo”.

Escuela

A la escuela también se le culpa de la crianza sexista de los niños. Se dice que los maestros refuerzan los roles de género específicos de cada sexo. De nuevo, hay poco apoyo para esta idea. Una visión más acertada es que las maestras (el 95% de los maestros de educación infantil son mujeres) refuerzan positivamente conductas femeninas tanto en chicos como en chicas y refuerzan negativamente conductas masculinas en los dos sexos. Por ejemplo, Burke encuentra en este estudio que cuanto más femenina es la conducta de niños y niñas mejores son las notas en todas las materias independientemente del sexo del profesor.

Hubo un estudio del año 1991 de la American Association of University Women que alimentó mucho esta percepción de la socialización sexista porque decía que los maestros prestaban más atención a los niños que a las niñas. Lo que no explicó la prensa es que los niños se ofrecen más como voluntarios que las niñas, preguntan más y que la mayor parte de la atención que recibían los chicos era negativa, es decir para reprenderles y para castigarles. Tampoco hay que olvidar que el hecho de que las niñas saquen mejores notas a todos los niveles no encaja con esta supuesta discriminación o menor atención. Por otro lado, el grado de segregación por sexos en las escuelas es inversamente proporcional al grado de control que ejercen los maestros. En clases en las que deciden los maestros, hay menos segregación en clase que en los recreos. Pero cuando los maestros dejan que los niños escojan libremente los asientos, los niños se suelen sentar con niños y las niñas con niñas. Así que parece que las fuerzas culturales lo que intentan es contrarrestar una tendencia natural a la segregación más que crear una segregación de origen social.

Pares

Probablemente la influencia más potente en los niños son sus iguales. Esto es lo que sostiene también Harris. Hacia los cinco años aparece en los niños la presión del grupo para no parecer “mariquita” o afeminado o hacer cosas de chicas. Se suele mantener que estas expectativas de roles son más perjudiciales para las chicas pero no parece que “marimacho” y “mariquita” sean términos igual de peyorativos: muchas mujeres presumen de haber sido “marimachos” de niñas y de haber jugado con chicos a juegos de niños pero pocos hombres presumen de haber sido “mariquitas”.

Las conductas de juego de niños y niñas, que suelen ser muy sexistas, no son enseñadas por los padres o maestros sino que, más bien, son aprendidas en la cultura del niño. Y esto nos lleva a una pregunta muy interesante: ¿Por qué están los niños tan predispuestos a marcar esos límites de sexo? Muchos padres y maestros se esfuerzan en proveer un ambiente no diferenciado por sexos y los niños en las sociedades actuales no ven a sus padres interactuando solo con personas de su mismo sexo. Abundan las anécdotas de padres que no querían que sus hijos jugaran con armas pero se encontraron con que sus hijos buscaron alternativas como palos, plátanos o incluso muñecas Barbie. Uno debe preguntarse por qué padres que intentan conscientemente evitar los estereotipos acaban con niños que tienen en el fondo las mismas ideas acerca de los roles de sexo que los demás. Y esto nos lleva ante una cuestión muy interesante:

Instinto frente a Aprendizaje

La aparente facilidad de los niños para asimilar los roles de sexo y su atención a los miembros de su propio sexo requiere una explicación. Una explicación puramente sociológica da por sentada la respuesta. Los padres intentan con el ejemplo y la enseñanza conseguir que los niños arreglen sus habitaciones, coman vegetales, cierren la puerta, no dejen todo tirado, hagan sus deberes y se porten bien con sus hermanos. Y sin embargo, la mayoría de estas cosas son difíciles de conseguir. ¿De donde viene entonces que la norma “actúa como un chico” o “actúa como una chica” sea tan fácilmente asumida? La respuesta más probable es que los niños están biológicamente predispuestos a internalizar los roles de sexo de la misma manera que están predispuestos a aprender una lengua.

La evidencia de que la conducta está influida por el aprendizaje no desacredita una explicación biológica. El psicólogo Isaac Marks dijo: “todas las especies aprenden unas cosas más fácilmente que otras, una facilidad moldeada por la selección natural según sus ambientes particulares. Lionel Tiger también señala que una de las maneras más fructíferas de conocer la psicología humana o la de otros animales es preguntarnos qué es lo que aprenden fácilmente. Por último, Martin Seligman habla del “aprendizaje preparado” (prepared learning) para referirse a lo mismo, a que unas asociaciones se aprenden más fácil que otras. 

La psicóloga Linda Mealy lo expresa de la siguiente manera: ”el aprendizaje de los roles de sexo puede ser considerado un tipo de aprendizaje preparado biológicamente: los chicos y chicas parecen estar biológicamente predispuestos a mostrar atención a las diferencias de género de los demás y a preocuparse por la idoneidad de su propia conducta”.

Conclusión sobre el efecto de padres, maestros  e iguales

Cuando la gente dice que padres, maestros e iguales actúan de una manera sesgada hacia el niño, asumen generalmente que estas conductas de padres/maestros/iguales influencian la conducta y personalidad del niño. La gente asume que si le dices a un niño: “no seas agresivo” entonces el niño no va a ser agresivo; y si los padres le dicen: “sé más agresivo”, que el niño será más agresivo. Como se asume que se dan mensajes diferentes a niños y niñas pues entonces la diferencias en agresión serían consecuencia de estos diferentes mensajes. Pero este enfoque simplista sobrevalora el poder de estas influencias (como sabe cualquier padre) y no tiene en cuenta la selectividad con la que cada niño responde a los mensajes que recibe. Niños diferentes responden de manera diferente a los mismos mensajes.

Como hemos visto, lo que parece ser un tratamiento diferente basado en el sexo es a menudo un reflejo de rasgos temperamentales preexistentes que evocan diferentes conductas paternas. Para aquellos casos en lo que existe un tratamiento diferencial la pregunta sigue siendo cómo es de potente la influencia paterna en los hijos. Y la respuesta es que es muy débil. Los padres intentan controlar los valores, intereses y personalidades de sus hijos con muy poco éxito. Como decíamos antes, a partir del segundo hijo los padres ven que tienen que abandonar la idea de que el ambiente de casa es el que moldea la personalidad de los hijos porque ven que las diferencias entre sus hijos son mucho más grandes de lo que se puede explicar por cualquier tratamiento diferente que puedan haber recibido. Los padres pueden desviar algún grado la personalidad de su hijos pero por supuesto no pueden cambiar los rasgos básicos de personalidad de sus hijos.

La posición sociocultural más fuerte cree que las influencias ambientales son determinantes en la personalidad y preferencias. Pero esta visión no encaja con el hecho de que la personalidad es bastante estable a lo largo de la vida. Si la personalidad  fuera tan sensible a los cambios en el ambiente y al construccionismo social deberíamos esperar que la edad, los cambios de circunstancias vitales y los sucesos vitales dieran lugar a cambios dramáticos en la personalidad a lo largo del tiempo. Pero parece que este no es el caso. Y sabemos que los rasgos de personalidad tienen una heredabilidad media del 50%, así que todo no es el ambiente.

La suposición  de que todo refuerzo es igualmente efectivo subyace a mucha de la literatura en este área, pero la realidad es más compleja ya que los niños son muy selectivos en la respuesta al feedback que reciben. Sus respuestas dependen del tipo de conducta de que se trate y de la identidad de la persona que provee el feedback. El refuerzo para actuar de una manera más femenina afecta a las chicas más que a los chicos mientras que el refuerzo para actuar de forma más masculina afecta más a los chicos. Los dos sexos reciben un feedback negativo en cuanto al nivel de actividad en clase pero los chicos tienden a ignorar ese feedback. También ambos sexos reciben un refuerzo negativo con  respecto a la agresión pero con frecuencia ese feedback resulta en una intensificación o continuación de la agresión en los chicos. Todos los niños (y especialmente los chicos) se ven más influidos por el feedback que reciben de los de su mismo sexo que de los del sexo opuesto.

Implícito en las teoría sociales, al menos en las versiones más duras, está la noción de que si los niños fueran criados como niñas y las niñas como niños sus mentes y sus comportamientos serían inversos. Por supuesto, sabemos que esto no es así. Tenemos los casos de David Reimer y los niños afectos de extrofia vesical o los casos de los guevedoces, el déficit de 5-alfa reductasa que nos muestran que esto no es lo que ocurre.

Para acabar, voy a referirme a un experimento muy elocuente. Me refiero al caso de los kibutz de Israel, lo más parecido a un experimento de laboratorio que tenemos. El movimiento socialista de los kibutz se basó en una ideología igualitaria de género y se establecieron con el objetivo especifico de reparar “la tragedia biológica de las mujeres” que causaba que las mujeres fueran dependientes de los hombres y supeditadas a la esfera doméstica. En los kibutz los niños ya no vivían con los padres, las cocinas eran comunitarias y se esperaba que hombres y mujeres compartieran los puestos de trabajo y el poder político. La versión fuerte de esta ideología duró aproximadamente una generación y se acabaron reproduciendo los roles sexuales, por deseo de las propias mujeres.

Referencia:
Kingsley R. Browne. Biology at work. Rutgers Univesity Press 2002

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1 Comentarios

  1. says: David

    Lo que incide en la definición de roles sexuales, no es sólo lo social, sino también los aspectos biológicos.
    Lo expuesto en el artículo y su evidencia científica, es negado, no aceptado, por movimientos con pensamientos dogmáticos y que lamentablemente se toman la agenda política, social y comunicacional, generando divisiones carentes de comprobación científica.

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