Juliette Gréco: la muerte de un mito de la canción francesa

Juliette Greco y Miles Davis

El sueño de Paris de los adoquines mojados en las calles;  del olor a pan de las mañanas luminosas; de los colores de las floristerías y las tiendas de fruta; del art nouveau de las marquesinas de las estaciones de metro y las noches llenas de conversaciones interminables y de amores posibles e imposibles (y, sobre todo, libres); de la mística de la rive gauche y los bohemios del barrio latino; del Pont des Arts y los pintores de la Place du Tertre;  de las tardes de lluvia en la librería Shakespeare y las chicas que cantan en las escaleras del Sacre Coeur; de los paseos de primavera por los Campos Elíseos entre teatrillos de titeres y tiendas de lujo.

El sueño del Paris de la postguerra lleno de fuego y furia pero también de esperanza y deseo. El de los editoriales de Camus en Combat; el de las noches locas de la liberación; el de la división Leclerc donde algunos españoles, que nunca dejaron de luchar ganaron, al fin, una batalla esencial; el de los francotiradores y las venganzas;  el del café de Flore o la Coupole y de Temps Moderns; el de Piaf y Montand, el de Sartre y Beauvoir, el de Aron y Merleau-Ponty, el de Brel y Miles Davis. Ese Paris de luces y sombras cuya memoria se trasmuta con el tiempo pero intensamente vivo, que puede imaginarse leyendo a Beauvoir en “Los Mandarines”, a Antony Beevor en París después de la liberación, 1944-1949” o a Tony Judt en “Pasado imperfecto”.

Juliette Gréco (lean este hipervínculo de la wiki francesa para vislumbrar la densidad de una vida) la niña sola y perdida en ese Paris; la niña torturada, escapada de la Gestapo y del campo de concentración; la que amparó su profesora de francés, la única persona que conocía, y la que comenzó a frecuentar Saint Germain des Prés y las Juventudes Comunistas; la que acogió Sartre en su habitación número 10 del Hotel La Luisiane, muy cerca de donde habitaba Miles Davis del que se enamoró perdidamente. La que comenzó a frecuentar le Tabou en la rue Dauphine donde quizá besó los labios de Camus rodeada de existencialistas muy ruidosos; la que comenzó a cantar vestida de negro canciones de los poemas que le buscó Sartre y le musicó Prevert, la que conoció a Mel Ferrer y vivió con Darryl F. Zanuk, la que se casó con Michael Piccoli y fue amante de Sacha Dichel; la que cantaba con Brel, con Leo  Ferré, con Gainsbourg; la que creó la revista “Minute” con Francoise Sagan; la actriz que trabajó con John Houston (Les Racines du ciel 1958) ; la que triunfó en el Olimpia en 1959 y se despidió cantando en 2016, ya con 79 años, frente a la Victoria de Samocracia.

https://www.youtube.com/watch?v=hdtZxbVrp84

La que permaneció muy viva hasta el final, después de una vida muy intensa, en la que fue un mito de la canción y también de una cierta mujer francesa a la que tantos hombres siguen amando tanto. 

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Ramón González Correales
Vidas imaginarias
La tarde se balanceaba amable entre el sabor de un café bombón...
Leer más
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *