Rossana Rossanda: una pregunta sin respuesta

La pregunta más obvia es ¿a quién habría correspondido realizar el obituario de la vieja dirigente comunista del PCI? Por proximidad política –aunque no por afinidades, ni por biografía, ni por otras razones– le debería haber correspondido a lo que queda del viejo PCE: esto es le debería haber correspondido al vigente Secretario General Enrique Santiago Romero –nacido nada menos que en 1964–. Una vez desaparecidos los viejos camaradas españoles que compartieron proyecto político y algunas disidencias teóricas y partidistas: desde Jorge Semprún a Fernando Claudín, desde Manuel Vázquez Montalbán a Jordi Solé Tura, habrían sido firmas en consonancia con esa articulación de pensamiento y acción, que esa es la cabal representación de Rossana Rossanda (Pola, 1924- Roma, 2020). Y de ello, de esa singladura, da cuenta que los escritos más recientes entre nosotros, sobre Rossanda, han sido firmados por Jordi Borja –antigua Bandera Roja y luego al final, miembro del PSUC–. Curiosamente, el texto del 2 de mayo de 2007, publicado en El País, se denominaba El fin de la aventura. ¿Aventura comunista? Pregunto yo.

Aunque el inconveniente de un obituario firmado por el Secretario general del PCE es que Rossana Rossanda, fue expulsada del PCI en el XII Congreso celebrado en Bolonia, en febrero de 1969 –es decir expulsada, solemnemente, cuando Enrique Santiago contaba con solo 5 años–. Y esa es parte de la historia de la izquierda real, por más que se la ignore y por más que no hayan comparecido ahora a la rememoración de un mujer singular, como Rossanda. Expulsión que abre una línea de disidencia y de revisión conceptual, tras los acontecimientos del año anterior: no sólo el Mayo francés, también la evidencia del final del Socialismo de rostro humano de la Primavera de Praga. Incluso en Italia, la posición de Rossanda viene avalada por la revisión del papel de los movimientos juveniles y estudiantiles –en 1968 publica el ensayo El año de los estudiantes– en los procesos de transformación política de la izquierda, frente al estatismo del viejo obrerismo y del proletariado como eje político.

Y eso que aquella expulsión contó con el voto en contra del electo Vicesecretario General del PCI Enrico Berlinguer –quien representaba una línea de cierta apertura frente a las preexistencias de los seguidores de Togliatti, y que años después articularía la política de Compromiso histórico y del esperanzador Eurocomunismo– y con Luigi Longo de Secretario General. En España ya habíamos conocido también los procedimientos sumarísimos de resolver la disidencia frente al centralismo democrático, en noviembre de 1964, con la doble expulsión de Claudín y Semprún, frente a la línea seguidista de Moscú representada por Santiago Carrillo y por Dolores Ibárruri. Curiosamente, se ha querido comparar a Rossanda con La Pasionaria, por su carácter magnético, pero ahí acaban las relaciones de ambas dirigentes. Templada una en el estalinismo de los años 50, mientras que Rossanda se forjó desde la Resistencia italiana.

A partir de ese momento Rossanda pone en marcha la estrategia de Il Manifesto, mitad partido político, mitad prensa de izquierda, que obtiene en las elecciones de 1976 un resultado testimonial –el 0,8%–, tras un largo proceso de convergencia con fuerzas políticas de izquierda extraparlamentaria de difícil articulación política y organizativa. En el entendimiento de que en Italia en esos años setenta a la izquierda del PCI no cabía nada, salvo el terrorismo de las Brigadas Rojas y la presencia de organizaciones marginales como Democracia Proletaria. Pero ello no impidió el debate teórico sobre la razón de ser del comunismo en la Europa democrática. Algo parecido entre nosotros, con esa miríada de partidos minúsculos que –perdido el imán del modelo chino y de su sangrienta Revolución Cultural– pivotó hacia la reflexión teórica de revistas como El viejo Topo, Nuestra bandera o Transición. Los hechos tozudos acaban desplazando los intereses de Rossanda, lejos de la política y acercándola al debate teórico y a la escritura comprometida. Donde conviene señalar la pieza de 1977 Viaje a España, curiosa Rossanda por conocer los derroteros del iniciado proceso democrático español y por el papel desempeñado por los viejos camaradas. Esto es ávida por conocer el cometido y el papel de los comunistas en la restauración democrática española de la llamada Transición. Vuelve a las andadas –aunque ahora con tono más crítico jalonado por el cansancio, como se desprende de su título– El viaje inútil, de 1981. Aunque la visión más exacta de su trayectoria nos la proporcione sus memorias de 2005 La chica del siglo pasado (La Ragazza del secolo scorso). Que es ese el, curiosamente, nombre del obituario que realiza Joaquín Estefanía en El País el día 21 de septiembre, aunque Estefanía haya cambiado la traducción de chica por muchacha, en un deje cuasi cinematográfico.

En su defecto, de no haber realizado Enrique Santiago el obituario de rigor, tal cometido lo podría haber realizado –otra posibilidad convenida– el más vigente Coordinador Federal de Izquierda Unida, que pudiera representar las ideas de cierta evolución de lo que había sido el proyecto histórico del viejo comunismo ya varado y fosilizado. Pero Alberto Garzón, nacido en 1985, es completamente ajeno a esos avatares teóricos y discursivos de los años sesenta, y habría estado incómodo en esa suerte de reivindicación de una comunista primero y heterodoxa después, como la ha calificado alguna prensa italiana. Quizás, por ello, le podría haber correspondido el canto fúnebre al nuevo adalid y representante de la considerada Nueva Izquierda en la fórmula Podemos, Pablo Iglesias Turrión, que al menos representa una veteranía biográfica, respecto al dirigente y hoy ministro de Consumo Garzón. Al ser, el Vicepresidente, de los años en que Rossanda estuvo viajando por España, entre 1977 y 1981, para obtener una foto-fija de las realidades del momento político español.

Por ello, la pregunta sin respuesta no es tanto a quién le tocaría haber realizado el obituario de Rossana Rossanda, sino saber responder al cometido real del papel teórico y práctico los viejos Partidos Comunistas europeos en el desarrollo de las formulaciones democráticas actuales. La respuesta se la ha llevado Rossana Rossanda, en su largo viaje, a lo Semprún.

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