El hueco

Las preguntas no son buenas. Todo el hueco sabía eso. Y todo el hueco sabía lo que les pasó a las que comenzaron a preguntar. Por eso Daya estaba profundamente preocupada. La tradición pautaba que la que sabe hablara con su hija e intentara satisfacer su curiosidad. Pero Daya sabía que las respuestas de la que sabe solo servían durante un tiempo. Los que comenzaron a preguntar, al final siempre habían ido más allá.

Ir más allá es ir más allá de la gran rendija, llegar al desfiladero infinito que marca el fin del mundo y, una vez allí, saltar al vacío. A las jóvenes siempre se les había contado que es imposible llegar allí. Pero siempre circulaban las malditas sub-historias[1] que contaban de aquellas que lo consiguieron. La que sabe vigilaba siempre para desmentirlas. Se reía e intentaba mostrarlas como estúpidos cuentos de viejas, pero sabía que no siempre se conseguía. Durante un tiempo incluso se castigó a quien las contaba y se las nombró como aquello-de-lo-que-no-se-puede-hablar[2], pero fue inútil. La que sabe dijo una vez a Daya que hay un demonio que se apodera de tu alma y la llena de dudas, y que cuando eso sucede ya no hay vuelta atrás. Por eso nunca se había podido acabar del todo con las sub-historias.

Otra estrategia vino de parte de Myran, antecesora y abuela de la actual que sabe. Pensó que la mejor forma de luchar contra el demonio de la duda era con otro demonio, quizá aún más fuerte: el del miedo. Y pensó también que la mejor forma de luchar contra las sub-historias era con otras sub-historias. Entonces encargó a las madres que contaran a sus hijas que cerca de la rendija habitaban los otros, unos seres horribles y malvados, dotados de poderes extraordinarios. Después Myran, delante de todas, intentaría reírse y mostrar esa historia como palabrería estúpida, es decir, convertir esa historia en otra sub-historia. Ya está: el demonio del miedo se habría depositado sutilmente en el alma de las jóvenes. Lo curioso es que la sub-historia de Myran no era totalmente inventada, como toda sub-historia. Y el alma de Myran, aunque nunca lo mostraba ante las demás, también albergaba miedo, un sentimiento que heredó de su antecesora, y que también heredaría su sucesora.

Tres días antes de la Gratia, cuatro días antes de la Apopteia

Rina miraba ensimismada hacia la rendija.  Después miró a su hermana Agnes mientras ésta comía.

— ¿No te cansas de comer siempre lo mismo?

Agnes se sorprendió ante una pregunta totalmente carente de sentido ¿Es que acaso existían otros alimentos diferentes?

— Está muy bueno. Y tú deberías comer algo más, estás muy delgada y ningún chico va a fijarse en ti.

— Chicos… para el poco tiempo que viven. Voy a ver a Barna, ¿te vienes?

— Sí, claro, a ver a esa vieja loca. Me quedo comiendo.

            La que decide miraba ensimismada hacia abajo desde lo alto del montículo de polvo desde el que reinaba. Recordaba una historia muy conocida que hablaba de la gran Drena, aquella que se atrevió a cruzar la rendija y llegó al desfiladero. Drena llevaba una lanza hecha del material de las paredes del hueco, ese material blanco que nadie era capaz de romper. Drena, y unas cuantas, se adentraron más allá pero nunca regresaron. Por eso su lanza, que debería heredarse por sus sucesoras en el cargo, se perdió para siempre, y ahora la que decide no portaba ninguna lanza, no llevaba nada que mostrara con rotundidad su rango y su valía.  Eso le hacía sentir muy mal.

Expulsó de su mente esos dolorosos pensamientos y se concentró en vigilar. Miró a todo lo largo que pudo. El hueco era una hoya en medio de una extensa planicie rodeada por unos muros infranqueables. En lo más alto, en medio del techo, una larga rendija dejaba pasar la luz. Polvo, todo el paisaje estaba formado por dunas y montículos de polvo. El hueco estaba rodeado por la arena de un inmenso desierto gris.

Vio pasar a Rina delante de sus ojos y no le gustó que fuera a ver a Barna.

Dos días antes de la Gratia, tres días antes de la Apopteia.

La que sabe estaba jugueteando con uno de sus cachivaches. Era un trípode que sostenía un cilindro inclinado.

— Rina, ven aquí, quiero enseñarte algo. Ven, vamos, mira por aquí.

Rina se acercó y miró a través del cilindro.

— Dentro hay varias gotas de agua fruto de la condensación del aire. Si las agrupamos linealmente con cierto cuidado conseguimos concatenar varias lentes y… ¡voilá!, podemos ver mucho más lejos.

Rina giró el cilindro hacia los límites de la rendija. Se veía muchísima distancia vacía.

— ¿Cómo de grande es nuestro mundo?   

La que sabe sonrió y, de entre todos los trastos que había alrededor, sacó un enorme libro polvoriento. Lo colocó encima de la mesa y lo abrió.

— Esta es la Summa Minutorum Vultuum, el libro donde está compilado todo el conocimiento atesorado por nuestra civilización desde el comienzo de los tiempos.

Rina sonrió.

— Como ya sabemos, la estación del viento sigue ciclos diarios. En la quaestio 23, Willermina de Barnaby[1] calculó que entre cada estación del viento pasan aproximadamente cuatro generaciones. Ciclos dentro de ciclos, Rina. Pero ¿y si hubiese ciclos aún más largos en los que se intercalaran periodos de estaciones del viento y de la calma? Difícil saberlo. La Summa empieza hace doscientas treinta y dos generaciones, con las enseñanzas de Arnalda de Pringram. Desde entonces, haciendo las cuentas, no hay datadas más de cincuenta y ocho estaciones del viento. Es lo que llamamos el universo temporal conocido y, tristemente, a nadie se le ha ocurrido nada acerca de qué pueda haber pasado antes.

Rina observaba interesada la maravillosa grafía del libro y los preciosos dibujos que ilustraban las explicaciones.

— Otro dato es la temperatura. También sabemos que el comienzo de la estación del viento siempre llega después de una gran subida de temperaturas ¿Por qué? ¿Cuál será la causa de que cuándo hace más calor, de repente, surja un viento helado? ¿Por qué ese contraste? Arana de Willenset, postuló en la quaestio 134 que el universo funcionaba mediante un equilibrio de contrarios. Así, cuando el calor va a tornarse abrasador, el gran animal comienza su frio soplido para detenerlo y volver al equilibrio. Y así nació el ritual de la Gratia, cuando lanzamos comida al vacío para agradecer al gran animal soplador no morir incineradas.

— ¿Y las vibraciones? ¿Por qué cuando llega el viento todo vibra? — Interrumpió.

— Tampoco lo sabemos a ciencia cierta, pero mantenemos la hipótesis de que proceden de la misma vibración de las cuerdas vocales del gran animal. Se discutió sobre la posibilidad de un mensaje codificado escondido de alguna forma en ese sonido ¿No nos estará diciendo algo el gran animal? Se investigó, pero no se llegó a ningún sitio. Brigulda de Raspari pudo encontrar algunas secuencias que se repetían regularmente, pero nada que pudiese traducirse a algún tipo de lengua. Las vibraciones se repiten una y otra vez de la misma manera con muy poca variación.

— ¿Y el espacio?

— Somos una civilización sedentaria que durante toda nuestra historia no nos hemos movido de los límites del hueco. Sabemos que nuestra madre fundadora, la madre de todas nosotras, llegó aquí sola de otro lado, pero jamás contó de dónde.

— Entonces, seguro que hay más de nosotras por ahí.

— Es posible, sí. Pero piensa en lo absurdo de embarcarse en la aventura de su búsqueda. He mirado a través del artefacto agrandador y he intentado calcular algunos tramos. Después del desfiladero del fin del mundo, más allá de la rendija, las distancias son abrumadoras… quizá un vacío infinito, la nada.

— La madre fundadora consiguió llegar aquí, y embarazada.

— Sí, pero llegó ella sola. Seguramente era la última superviviente de su pueblo. Además, vino arrastrada por el viento, y el viento siempre corre en la misma dirección. La estación del viento está a punto de empezar, por lo que si quisieras ir hacia donde ella vino tendrías que viajar contra el viento, lo cual es una locura: no habrías salido del hueco y ya estarías completamente agotada. Además, cuando te alejas del hueco el ambiente su vuelve mucho más seco, y ya sabes que necesitamos de la humedad para sobrevivir.

— ¿Y qué me dice de la profecía?

— Pasas demasiado tiempo con Barna. No debes creerte esas estupideces ¿Una profecía del fin del mundo? ¿En qué se basa para sostener eso? ¿Cómo lo sabe? ¿Por qué se predijo algo así?

— No creo que Barna hable por hablar. No está chiflada.

— Todavía eres muy joven y no sabes lo hostil que puede ser el mundo. No hay por qué abandonar este lugar. Tenemos alimentos regularmente y no conocemos a otros seres que quieran hacernos daño. Este es un buen lugar para vivir ¿Por qué abandonarlo hacia una muerte casi sentenciada? Recuerda la historia de la gran Drena, la más grande y fuerte de toda nuestra historia, con su lanza indestructible… Y nunca volvió.

Un rato de silencio.

— Rina, ¿no querrías ser mi discípula, ser la siguiente que sabe? Eres inteligente y esas inquietudes que tanto preocupan a tu madre podrían saciarse con la investigación científica. Quizá tú pudieras descubrir más cosas, ir más allá de a donde yo y todas mis antecesoras llegamos.

— Lo siento. Sé que es un gran honor lo que me propone, pero no creo que la solución a los grandes enigmas esté en los libros. La solución está más allá de la rendija y del desfiladero infinito.

Rina se alejó despacio. La que sabe la miró apesadumbrada.

Un día antes de la Gratia, dos días antes de la Apopteia.

Barna y Rina miraron a lo lejos a la que decide, subida en la montaña de polvo desde la que vigilaba el hueco.

— ¿Antes eráis amigas, no? — comentó Rina.

— Sí, grandes amigas. Pero eso fue hace mucho tiempo.

— ¿Qué os pasó?

— ¿Sabes por qué, de entre todas, ella cree más que ninguna que estoy completamente chiflada?

— No.

— Porque los que tienen el poder no quieren que nada cambie, ya que eso podría significar que perdieran su estatus. Y yo, y tú mi querida Rina, representamos ese cambio.

Caminaron hasta una pequeña grieta en el suelo, el hogar de Barna. Estaba lleno de montones de polvo y pelusas. En las paredes había pintados extraños símbolos que Rina no comprendía.

— Ya no queda mucho tiempo Rina. Todo ocurrirá tres días después de la Apopteia.

— ¿Ya estamos con eso otra vez? — Rina negó con la cabeza —. ¿Y qué es la Apopteia?

— Sigues sin creerme, pero tienes que hacerlo.

— No sé en qué creer.

— Tienes que hacerme caso Rina. En los próximos rituales de apareamiento, que coincidirán con la llegada de la estación del viento, tienes que quedar embarazada.

— ¿Embarazada? ¿Y ser una criadora más del hueco? Eso no va conmigo. No entiendo cómo, precisamente tú, me propones eso.

— Tienes que creerme Rina. Tú no serás una criadora más del hueco, te lo prometo. Tienes que creerme y hacer lo que te pido.

— No sé en qué creer, Barna.

— Rina, mira tu vida, mira lo que es el hueco ¿De verdad que esto es una vida digna de ser vivida? Encerradas aquí, atrapadas en un lugar que no entendemos, perdidas en este lúgubre desierto de polvo.

— Tú has estado siempre sola, yo tengo a mi madre.

— Sé que es difícil Rina. Nadie dijo nunca que fuera fácil. Pero piensa, es lo que siempre haces. Tú, por tu naturaleza, no puedes simplemente existir. La vida para ti no puede ser vivir sin más ¿verdad? Y si no haces lo que te pido, seguirás sintiendo ese desasosiego que, te aseguro, irá a más hasta hacerse insoportable. Verdaderamente no te lo estoy pidiendo yo, me lo estás pidiendo tú a mí.

Día de la Gratia, un día antes de la Apopteia

Llegó el gran día. Un brusco ruido anunció la llegada del viento. El suelo comenzó a vibrar y todas las habitantes del hueco se miraban nerviosas. La que decide gritó:

— Agarraos muy fuerte al suelo. Ya viene.

Y el viento llegó. Y todo el hueco empezó a temblar. Y todas sus habitantes se agarraron con fuerza al suelo. Muchas sonrieron nerviosas ante un acontecimiento climático de esa magnitud. Nadie lo había vivido antes.

Empezó la celebración de la Gratia. La que reza se pintó el cuerpo con restos de alimento, dijo unas palabras rituales y comenzó a lanzar comida al vacío mientras iniciaba las letanías.  

— Agradezcamos al gran animal por regalarnos el viento.

Todas repitieron solemnes.

— Agradezcamos al gran animal por salvarnos de morir abrasadas.

Todas repitieron.

— Agradezcamos al gran animal por restablecer el orden universal.

Cuando terminó la ceremonia, los machos, más pequeños y estúpidos que las hembras, se pusieron a bailar, contoneándose para llamar la atención. Agnes, gordísima y estupenda, se fue con un chico joven y atractivo llamado Mel. Rina, mucho menos bella, tuvo que conformarse con un despistado y timorato macho llamado Roger. Después de hacer el amor quiso hablar con ella pero Rina se despidió sin dejarle decir nada.

— Solo ha sido sexo Roger. Adiós.

Día de la Apopteia.

Esa tarde, cuando Rina y Barna se cruzaron, no hizo falta que hablaran sobre qué decisión había tomado Rina. Barna quedó con ella al anochecer. 

— Sígueme.

Barna caminaba deprisa. Salieron del hueco y avanzaron hacia el sur.

— Rina estaba asustada. Nunca se había alejado tanto. El suelo arenoso de polvo fue desapareciendo para dar paso al blanco y escurridizo material que lo envolvía todo. El viento soplaba fuerte, por lo que las probabilidades de salir disparadas se multiplicaban. Había que ir con sumo cuidado.

Llegaron a la gran arista, el lugar donde el mundo sube hacia arriba. Barna señaló hacia un montón de desperdicios.

— Allí vamos.

— ¿Hacia un montón de basura?

Cuando llegaron Barna se puso a quitar polvo, deshechos y demás broza del montón.

— Ayúdame, vamos.

Conforme se retiraban los desperdicios iba apareciendo una peculiar estructura. Era algo parecido a un diente de león, una especie de largo tronco que acababa en un punto del que salían multitud de filamentos que terminaban en unas pequeñas esferas.

— Aquí está. Como ves existe, no es una sub-historia. Aquí tienes la máquina del viento.

Rina la contemplaba asombrada.

— Es un hongo del tipo Aspergillus Niger. Es muy fácil de utilizar. Solo hay que agarrarse muy fuerte al tronco y lanzarse por el desfiladero. Ahora hay que llevarlo hasta allí.

— ¿Hasta allí? ¿Vamos a ir… hasta la rendija?

— Esta noche no nos va a dar tiempo. Hay que andar mucho. Vamos, coge de ahí y ayúdame a arrastrar este armatoste. 

Caminaron durante varias horas transportando la máquina. Cuando llegaron a la otra gran arista, la que separa el muro y el techo, Rina vio por primera vez su mundo desde arriba, boca abajo, y tomó aún más consciencia de lo pequeño que era el hueco.

— Vale paremos. Estoy exhausta. Mañana continuaremos. Ahora tengo que decirte algo.

Barna se sentó en el tallo de la máquina y miró muy seriamente a Rina.

— Rina, no solo te he traído aquí para enseñarte la máquina del viento, también te he traído para celebrar un ritual ancestral, la ceremonia de la Apopteia, la ceremonia de la revelación de los secretos. Rina, no soy una vieja chiflada aunque me haya hecho pasar por ello durante toda mi vida. Soy parte de una casta, soy la que guarda el último secreto. Nuestra madre fundadora sí que contó lo que ocurrió con su pueblo, pero solo se lo contó a una de nosotras, la primera de las mías. Yo ahora, siguiendo con la tradición cumplida ininterrumpidamente cientos de veces atrás, voy a contártelo a ti y al hacerlo te convierto en mi sucesora, en la siguiente que guarda el último secreto.

— No Barna, no sé si quiero saberlo…

— Los otros existen Rina – espetó con fuerza -, y tienen poderes extraordinarios que no podemos ni imaginar. Los otros fueron los que exterminaron al pueblo de la madre fundadora, y los otros serán los que exterminen nuestro pueblo. Los otros utilizarán la niebla que todo lo engulle para aniquilarnos a todas. La profecía es cierta, Rina.

Rina escuchaba aterrada.

— Por eso tú, Rina de Danbaron, has de partir de aquí con premura. Y has de fundar un nuevo pueblo al otro lado del universo. Tú, Rina de Danbaron, serás la última superviviente del hueco y también serás su nuevo renacimiento.

— ¿Yo? Pero si no soy nadie… 

— Ahora estamos muy cansadas. Volveremos para descansar y para que te despidas de tu madre. Mañana por la noche retornaremos aquí para tu partida.

— ¿No vendrás conmigo?

— No, Rina, la máquina del viento solo puede soportar el peso de una, y tenemos suerte de que, aunque embarazada, no estás demasiado gorda.

Un día después de la Apopteia

En el tranquilo hueco pasaba un día de lo más animado. Había un buen nivel de humedad, y todas comían mientras comentaban las muchas novedades que habían llegado de golpe a su monótono mundo. Les gustaba el refrescante viento, y la vibración del suelo, que al principio era muy molesta, se volvió casi relajante, adormecedora, como si alguien te estuviera meciendo muy deprisa. Agnes explicaba lo feliz que estaba de haberse apareado con Mel, pero sentía envidia de la que decide, ya que ésta elegía primero y no podía ser rechazada por el macho. Se había llevado a un guapísimo y fornido chico llamado Marlon.

—  Pues no me parece justo que ella elija primero y se lleve al más guapo — dijo Agnes —. Tampoco entiendo por qué se le reserva la mejor comida.

— Cuidado con lo que dices — le corrigió Daya —. No está bien hablar así de la que decide. Ella carga sobre sus hombros con una gran responsabilidad: protegernos a todas.

— ¿Protegernos de qué, madre? Aquí no hay nadie más que nosotras.

— No sabemos qué nos deparará el futuro ¿Y si no estuviésemos solas? ¿Y si esas cosas que se cuentan fueran ciertas? —. Daya fingió sentirse asustada mirando a su alrededor.

— Mmmm… — Agnes siguió comiendo algo más convencida.

Daya reflexionó un poco más. Agnes tenía algo de razón: ¿tantos privilegios a cambio de solo defendernos de seres que surgían de sub-historias? Pero sus pensamientos se desvanecieron rápidamente ante la preocupación por Rina ¿Dónde estaba? No había venido a dormir.

Al fin la vio llegar y suspiró aliviada.

— ¿Se puede saber dónde has estado toda la noche?

— Madre, hemos de hablar.

            Daya supo que había llegado el momento que tanto había temido.

Dos días después de la Apopteia.

Caminaba deprisa, con la respiración muy agitada. Una voz interior le decía que no lo hiciera, que todo era una locura, que todo era tan sencillo como darse la vuelta y volver a casa. Pero no, esa vida sería una muerte lenta, una larga agonía. No había tanto que perder.

Llegó al muro y subió hacia el techo. A lo lejos parecía divisar a Barna, pero cuando se fue acercado notó que era alguien de mayor tamaño. Aminoró el paso de golpe ¿Quién sería? ¿Los otros? Se le cortó la respiración.

— Buenas noches, querida Rina. Tranquila, no te asustes, no soy un otro.

Era la que decide.

— Los otros no existen. Solo es una sub-historia para las niñas. Los otros, querida Rina, somos nosotros mismos. Porque lo único real, lo único que existe, es el hueco. Y el hueco sobrevive únicamente porque tiene un orden, unas reglas que hay que cumplir irremisiblemente. Si las rompemos, imprudente Rina, solo queda el caos, y el caos lleva, igual de irremisiblemente, a la destrucción de todo lo bueno que conocemos.

Su voz sonaba alterada y tragaba mucha saliva mientras hablaba. Rina nunca la había oído hablar en ese tono. La que decide la miró con severidad:

— En consecuencia Rina, los otros eres tú.

A su lado yacía el cadáver de Barna. Rina entró en shock. No podía entender como la que decide, la protectora, aquella cuya misión residía en velar por el bienestar de todas… había asesinado a Barna. Había ocurrido lo inconcebible.

— A veces, para resguardar todo lo bueno hay que hacer cosas malas. El bienestar del que disfrutamos no es gratuito. Así que no puedo permitir que saltes al vacío subida en esa máquina diabólica. Eso llevaría a otras a intentarlo, y eso sería el fin. Tienes que comprenderlo Rina ¿Verdad que lo comprendes?

Rina comprendió que la que decide iba a asesinarla.

Correr, correr hacia casa. Pero la que decide era más grande y rápida. Levantó sus quelíceros, mostrando unos poderosos palpos y, dando un ensordecedor rugido, se abalanzó sobre Rina. Las dos rodaron muro abajo hasta caer al suelo mientras sus patas se entrecruzaban pujando por clavar sus garfios en sus redondeados cuerpos. Rina tuvo una mala caída y se hizo daño en una pata pero, contra todo pronóstico, con el golpe había arrancado varias esquirlas de la pared. Era imposible. El material blanco del que está hecho todo el hueco es irrompible. La que decide miró esos afilados trozos blancos completamente alucinada y pensó en que estaba ante el milagro que llevaba toda su vida esperando: tener una lanza como la de la gran Drena. Se quedó unos valiosos segundos deleitándose en su ensoñación mientras que Rina, por el contrario, solo pensó en sobrevivir, y en eso se piensa muy deprisa. Cogió el trozo más largo y afilado y se lo clavó en mitad de la cabeza a la asesina de Barna.

Tercer día después de la Apopteia.

Miró desde el desfiladero y sintió el gran vértigo, el mal de altura más poderoso que pudiera imaginarse. Estaba frente al vacío más inmenso, ante la nada más pura. Intentó que sus ojos vieran a través de esas distancias inconcebibles, pero no consiguió distinguir nada. Sus ojos no llegaban a ver tan lejos y todo se difuminaba en la lejanía. Rina iba a dar el gran salto de fe, iba a tirarse por un precipicio sin fin, sin la más remota idea de a dónde le llevaría ¿Quizá a una eternidad de vacío? ¿Quizá a volar a la deriva hasta morir de hambre y sed? Drena nunca volvió.

— Barna, creo en ti. Creo en todas las que guardaron el último secreto desde el principio de los tiempos. Yo, Rina de Danbaron, llevaré a mi pueblo más allá de lo que jamás ninguna de nosotras soñó llegar.

Se agarró al tronco de la máquina del viento, y se lanzó desde el desfiladero del fin del mundo.

Nibula Caedes

El técnico quitó la tapa.

— Ve usted aquí. Es muy común que en los filtros se acumulen hongos, bacterias y ácaros. Por eso huele mal el aire. Pero tiene muy fácil solución: solo hay que aplicar un poco de espray desinfectante y su sistema de aerotermia volverá a darle el aire fresco y limpio de siempre.

¡¡¡Psssssssssssschhhhh!!!


[1] Cada generación llevaba un nombre. Todas menos la primera, que siempre se nombraba generación unus. En la ceremonia del Natus, cuando eclosionan todos los huevos, la que reza se encarga de bautizar el nombre de la generación. Por ejemplo, Willermina pertenece a la generación doce, bautizada como generación Barnaby.


[2] Traducir “ogkruj” por sub-historia no es muy estético. Quizá sería mejor hacerlo por rumor, pero perderíamos un interesante matiz semántico. A la raíz “og” (palabra, historia o narración) se le añade el adjetivo “kruj” (estar por debajo). La expresión tiene una doble intención: mostrar que las sub-historias son narraciones que se cuentan por debajo de la historia oficial a la vez que se hace referencia a “lo de abajo”, dando un significado negativo e, incluso, terrorífico a la palabra.

[3] No se nos ocurre una traducción mejor a la palabra “ogtoh”. Viene de la raíz “og” que significa palabra, historia o narración y “toh” que se compone de la “t” de negación y “oh” el infinitivo del verbo “ohan” (hablar sin pensar lo que se dice).

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