Las experiencias reflexivas –y casi filosóficas y antropológicas– de la vivienda/casa/hogar/habitación/habitáculo en la cultura japonesa contemporánea componen un abanico complejo y, a veces, confundido y sorprendido. Frente a tradiciones visibles y apacibles de un mundo feudal y pastoril, motejadas de palacios de madera de la región, poco suntuosos y de cabañas primarias de agricultores sintoístas, los años de la segunda mitad del siglo XX dieron suelta a movimientos audaces anclados en una peculiar visión de la tecnología y de la producción en serie que importaba en el Imperio del Sol Naciente.
Ya habíamos escrito a propósito de la casa Dayta en estas páginas. “El Japón de posguerra experimenta un proceso de extraña mutación cultural que dará cuenta de sus perfiles duales y aún enfrentados. Sometido a aspectos tradicionales –sintoísmo, cultura Zen, ritualidad social, tradición imperial– se verá fuertemente condicionado por la llegada de nuevos aspectos sociales inherentes a la ocupación cultural occidental, sobre todo de Estados Unidos. Esas son algunas de las anotaciones que se desprenden en la entrada de la voz Japón del Diccionario de Arquitectura de Pevsner, Fleming y Honour. Por más que ellos adviertan de que la Arquitectura moderna en Japón se asienta y se desarrolla con la restauración Meiji en 1868. Y el paso siguiente sería la fundación en 1874 de los estudios de Arquitectura en la Universidad de Tokio. Cierto impulso renovador se verificaría en 1916 con la construcción del Hotel Imperial por parte de Frank Lloyd Wrigth, en un hecho de dobles influencias recíprocas. El ayudante de éste, Antonín Raymond, decidió permanecer el Tokio donde produjo otro impulso de renovación y levantó diversos edificios públicos como fuera la sede del Reader’s Digest, en 1949. Aunque el primer edificio ubicable en el Estilo Internacional proviene de Togo Murano, y sería el almacén Sogo en Osaka.El cambio profundo vendría a producirse –dice el repetido Diccionario de Arquitectura– a finales de los años cincuenta de la mano de antiguos discípulos de Le Corbusier, y aquí los autores enlazan la modificación de la arquitectura japonesa con el cambio experimentado en Brasil, también por discípulos de Le Corbusier. Hombres como Maekawa, Sakakura y Yoshisaka, que construyen y colaboran en el proyecto de Le Corbusier –entre 1955 y 1959– del Museo de Arte Occidental. Todos ellos, junto a Kenzo Tange –que había trabajado con Maekawa– componen la avanzada de la Arquitectura moderna en Japón y así darían salida al movimiento Metabolista, fundado en 1961, con nombres como el citado Tange (Priztker 1987), Kikutake, Fumihiko Maki (Pritzker 1993), Kurokawa y Otaka. Movimiento caracterizado por el empleo masivo de hormigón –en disposiciones claramente brutalistas– y por un equilibrio entre la tecnología avanzada y las formas propias de fuentes tradicionales. La secuencia siguiente estaría presidida por Arata Isozaki, Tadao Ando, Toyo Ito y Shejima –con el grupo SANAA–, todos ellos arquitectos premiados con el Priztker entre 1995 y 2019, como forma de ver la normalización de los valores de la arquitectura japonesa y su consecuente internacionalización y puesta en valor.”
De igual forma y a propósito de la Casa Kappa, habíamos insistido en algunas valencias duales de la arquitectura nipona. “Retomando a Byung-chul Han que, si “Cada época tiene sus aflicciones”, podrá decirse que “Cada aflicción tiene su arquitectura”. Por lo que llegaríamos por analogía a que cada época tiene su arquitectura, cosa que, por otra parte, parece obvia. ¿Y cuál es la arquitectura de estos tiempos? Dicho todo ello a la vista de la pieza de Archipelago Architects, conocida como Casa Kappa. Pieza que no deja de ser una vivienda unifamiliar en Tokio, que ha generado varias entradas en el diario digital Dezeen Daily. La propia entrada, referida a la descripción de la vivienda levantada en Kanagawa; otra más, la segunda, referida a ‘Casas con escalera’ –donde llama la atención la repetición de casos japoneses ubicables en ese universo, donde destaca la muy publicitada e igualmente sorprendente Starway house, cuyo nombre lo dice todo, de Nendo –; y, finalmente el consecuente debate sostenido entre los lectores, partidarios y detractores. Opiniones de los lectores que destacan entre otras menciones y matizaciones, que “este es un uso terrible del espacio, una configuración de escaleras horriblemente peligrosas, y realmente no adecuado para habitar”. Baste analizar la composición de la Casa Kappa, erigida como un mausoleo, levantado a un dios desconocido, al emitir su imagen la idea de obelisco monumental y mudo, sólo orlado por una fila de huecos en los laterales mayores de la última planta, quedando el resto de las fachadas a merced de cierta meditación monocorde. Dicho esto, último desde el mutismo quietista de su paramentos y fachadas, que representan un tótem de la nueva habitabilidad tokiota”.
Produciendo un laberinto –nunca mejor dicho– de soluciones entre casas como figuraciones diversas: como escaleras –la Starway house de Nendo, de 2019–; casas como escaparates abiertos– la NA house de Sou Fujimoto, de 2018–; la casa como jaula animal – casa Dayta de Suzuki Yamada, de 2019–; la casa Terraza –como la pieza menor de Takuro Yamamoto, de 2015–; la casa como pasillo –villa en Hakuba de Naka studio, de 2020– o la casa como cierre y escalera imposible –Kappa house, de Archipelago, de 2020–. En fin, una diversidad de posiciones y de disposiciones, que hacen que el recorrido de la vivienda en Japón mire hacia muchos lados. Obsérvese que todas ellas son soluciones individuales, casas familiares y nunca casas colectivas. Como si la experimentación y los ejercicios retóricos y de estilo solo fueran posible en escala menor de la vivienda unifamiliar de pequeño programa.
Entre nosotros, el pasado 1 de julio, Ana Iris Simón escribía en El País, el texto sentimental y biográfico, Tu casa no es sólo un montón de piedras. Es decir, tu casa no es sólo el espacio físico y formal que habitas, ni la aglomeración material de piedras, tubos, ladrillos y peldaños, sino un cumulo de sensaciones, historias y relatos. También de antecedentes diversos que actúan como pecios de un naufragio. Incluso Simón, añade la estrofa de la rondalla Boiltaña. “Una casa no es solo un montón de piedras, es un puente de sangre entre los que vivieron y los que vivirán”. Un puente anómalo entre lo vivo y lo muerto, entre los vivos y los desaparecidos. Viene a cuento ese carácter ilusorio, fantasmal y fenomenológico, con la casa Sako de Tomoaki Uno, levantada en una parcela mínima de Nagoya y en un medio urbano densificado con pequeñas edificaciones, que se nos presenta con su escueta brevedad de 54 metros cuadrados, más como un mausoleo o sarcófago que como una pieza vividera. Incluso como una ceremonia de aislamiento zen o como una oración sintoísta a dioses desconocidos y algo atormentados. Por más que el usuario responda a un carácter de vida asilada-e-individual, con trasiego leve y menor entre el trabajo –diseñador gráfico es la actividad del propietario– y la habitación propiamente dicha. Luego el carácter hermético –de aquí la analogía con un sepulcro visible en la forma resultante de su planta ocluida– sólo abierta por los lucernarios y la dimensión matérica del hormigón omnipresente como una coraza animal. Todo lo demás, más allá de la escalera que conecta los dos niveles, es pura sugestión del vacío elocuente más que del habitar parsimonioso.