Escrita y dirigida con gran brillantez por Robert Benton, Al caer el sol es seguramente la última gran película policíaca del s. XX. Reúne, además, todos los requisitos que hicieron grande al género, y parece mentira que queden tan acertadamente apresados en una cinta que apenas pasa de la hora y media de duración. Grandes nombres del cine actual necesitan del doble de metraje para decir mucho menos, o para apuntar alguna que otra ideilla. En cambio, en esta lo tenemos todo: soledad, humor, voz en off, negro auxiliar gracioso, un reparto realmente excepcional, detective cansado y vencido por la dura realidad, perdedores de clase baja, trama apasionante, el escenario vasto y minimalista de Los Ángeles, una de las mejores femme fatale del cine mundial y un grave dilema moral. Si a eso se le une casas de lujo de estilo funcionalista, coches anchos como cadillacs y carreteras sinuosas e interminables de montaña entonces lo que resulta es el espíritu que Raymond Chandler infundió en la literatura y el cine norteamericanos en los años cuarenta y cincuenta a base de cerca de un billón de tragos de whisky. Con una diferencia: en Al caer el sol, el detective se ve demasiado comprometido amistosa y sentimentalmente con los sujetos a los que debe investigar, lo que le sitúa en un brete realmente complicado que el guion expone tan descarnada como magníficamente. Para conseguirlo, era preciso contar con actores que fueran unos maestros de la brevilocuencia, como lo son los más grandes: Paul Newman, que ya se sabía el papel, Susan Sarandon, que parece capaz de bordar casi cualquier registro actoral, y Gene Hackman, que sigue vivo aunque haga tanto tiempo que no sabemos de él, y del que sólo hay que señalar que nunca fue guapo para entender lo carismático que hay que ser para llegar tan alto con semejante handicap… (James Garner y Stockard Channing también están formidables, todo ya que decirlo).
Pero si hubiera que estudiar Al caer el sol como la síntesis o summa del cine negro norteamericano del s. XX, así como del tremendo legado de Raymond Chandler, y no únicamente disfrutar con su cautivador visionado, lo que más llama la atención es que se confirma, como un mantra inapelable del género, el que en mi opinión es el hilo argumental de todo policíaco de calidad, sea en novela, en televisión o en la pantalla grande. Porque no se escribe y rueda un policíaco para mostrar crímenes, pistolas, bajos fondos y las profundas grietas de la Ley, como en tiempos de James Cagney o Ernest Borgnine, o no sólo: se hace ante todo para mostrar el egoísmo, la inmoralidad y las pasiones rarificadas de la clase pudiente. Es decir, que es en el género negro donde el amor al dinero del capitalismo norteamericano hace la crítica de sí mismo, sin dejar por ello de convertir tal conflicto en interesante. Al final de Al caer el sol ya nos hemos olvidado de dos pobres diablos que murieron del modo más triste y estúpido a mitad de la historia, y en los cuales un resabiado Newman vuelca toda la compasión que pueda restar en su viejo corazón, podrido de latir. De manera que es en sus películas más amargas donde EE.UU. retrata sus más dolorosas injusticias y desigualdades sociales, pero transformándolas en arte. Lo mismo puede decirse del jazz y de una grandísima parte de las letras del rocanrol, del funky o del sonido Motown. Es admirable: conseguir hacer de los propios errores materia de gran cultura y seducir al mundo entero con tu “producto”, como lo denominan hoy cínicamente. El bloque soviético jamás fue tan listo, y así le fue; el cine europeo, a través sobre todo de la Nouvelle Vague, pretendió posicionarse en el lado diametralmente opuesto de esa astuta táctica, pero sin dejar ni por un instante de reverenciarla… Va un trozo diminuto pero genial de diálogo de Al caer el sol entre los amigos/enemigos Hackman y Newman:
-Aún no me has dicho que lo sientas.
-No lo habrás oído…
Este es el tono de film…