Acerca de la deriva “misionera” de la filosofía

"La escuela de Atenas" Rafael Sanzio

Si ya se ha desterrado el principio medievalista, que hacía de la filosofía la esclava de la teología -”ancilla theologiae”-, no caigamos en la tesis vitalista que pretende hacer de la filosofía la “ancilla vitae”.

Eugenio D´Ors

Hay una cierta convergencia entre relatos de orígenes muy distintos que sin embargo terminan por resultar extrañamente semejantes. Viendo la película de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman Europa ´51 he pensado que esa historia de camino de iluminación y santidad es básicamente la misma que la legendaria de Gautama Buda (al menos tal como lo nos la contó Hermann Hesse en Siddhartha), que a su vez se anticipa en milenios a la película de Anthony Quinn basada en la novela de Morris West Las sandalias del pescador, que por su parte es setenta años posterior a la novela más larga y sufrida -para el escritor, pero también para los lectores- de Liev Tolstói, Resurrección. Pese a que no parece existir conexión ninguna entre estas producciones culturales, es obvio que poseen una matriz común, al modo de los arquetipos del vendehúmos de C. G. Jung, sólo que yo la situaría más en el plano del puro deseo prosaico y arrastrado que en el de estructuras psicológicas ancestrales, porque… ¿quién, sino un pobre desventurado, puede soñar con la idea de que alguien de la clase dominante vaya a tener alguna vez el coraje y el buen corazón de condolerse de sus inferiores sociales, hasta el punto de sacrificarse por ellos? De hecho, el príncipe Siddhartha es casi el más egoísta de todos los héroes mencionados, puesto que la solución que finalmente encuentra al sufrimiento del género humano es bastante individualista, por mucho que luego se diga que el Nirvana está al alcance de todos, siempre que se abstengan de comer, trabajar y reproducirse.

La Filosofía, en Occidente (que en cuanto comenzó a desarrollarse abandonó sus raíces orientales), también parece que está pidiendo esa misión redentora según la cual no basta con conocer, también se debe salvar. No en vano, la Filosofía es esa disciplina que no sólo te dice lo que has de hacer, como las religiones o la política, también te prescribe, con cargo a universalidad y necesidad nada menos, qué tienes que pensar, so pena de ser un malvado o un tonto. Pero conste que eso no fue así siempre. En Atenas, Heródoto documentaba a sus compatriotas acerca de la incalculable variedad del género humano, hasta que Platón, por boca de Sócrates, decretó que esa fascinación por lo plural era ilegítima, y que la esencia humana era una y sólo una conforme a un patrón divino, ya no propiamente democrático. Desde entonces -obviando ahora a Aristóteles y los escépticos, entre otros-, la Filosofía es dogmática en el doble y feo sentido de que afirma verdades incuestionables y de que también las impone por la fuerza. Es cierto que en esa tarea de homogeinización el cristianismo fue mucho más represor que la Filosofía, pero no hay que olvidar el gesto de asco con el que el sabio estoico tiene trato con aquellos a los que considera gente vulgar, prisionera de sus pasiones. A este respecto, lo que hizo el culto palestino no fue más que sacar la actividad teórica del mundo, de tal manera que ya no es Zenón de Citio el que nos convence de su verdad, sino un dios ultramundano el que te atiza con ella en la cabeza, y con un ser eterno, omnisciente y del que depende tu destino tras la muerte está claro que no puedes discutir…

El grupo de las Bermudas Dean Berkeley y su séquito por John Smibert

Así que la deriva misionera de la Filosofía es tan esencial y congénita como la cristiana, entre otras cosas porque la cristiana se apoya en aquella elevando la apuesta. Quien se arroga la verdad definitiva, difícilmente tendrá compasión por los errados. Tres ejemplos tomados al tuntún: el obispo Berkeley, George Berkeley, el único filósofo que consiguió derrotar a la materia en favor del espíritu (o eso creyó él…), quiso implantar un colegio en las Islas Bermudas; Plotino, en sus últimos años, recogió en su casa a numerosos huérfanos, a los que, supongo, no sólo alimentaria, sino también adoctrinaría; y, por último, y retrocediendo aún más en el tiempo, la mismísima Academia de Platón, como cuenta Mario Vegetti1, lo que produjo sobre todo fueron políticos y tiranos que legislaron en otras ciudades, como, por cierto, ya había hecho el pitagorismo. Hoy la cosa se diría muy distinta en el cómo, pero no en el qué. Todo un tropel de llamados “filósofos” se postulan en los medios para cambiar la vida de la gente, como siempre se ha pretendido (no tiene por qué ser así, los musulmanes por ejemplo son refractarios al proselitismo), lo que ocurre es que ahora hay que hacerlo con suavidad, dado que la “verdad absoluta” sufre tan grande devaluación. Son, pues, como “Avon llama a tu puerta”, o como los Testigos de Jehová, con idéntica y nula formación cultural. Vienen a tu casa a salvarte de ti mismo, y lo que enseñan es una meliflua manera de restañar los sentimientos heridos de cada cual. ¿Es eso Filosofía, lo ha sido alguna vez? Pues hay que reconocer que sí, en el periodo helenístico. Con todo, cualquiera de los grandes nombres del helenismo era un titán en comparación con estas señoras o señores que te venden la vida lenta y reflexiva, el alejamiento de las redes sociales, la vuelta a la naturaleza, la meditación trascendenpascual y el amor al prójimo (¿pero cómo, si me borro de las redes sociales?) No es que sean poco o muy tontos, eso da lo mismo -es una equivocación garrafal pensar que la Filosofía es cosa de inteligencia, más inteligente es cualquier ingeniero-, lo que son es nada de nada filósofos.

Plotino

La prueba de ello es que todos, pero todos, repudian de lo abstracto, que es su manera de decir bien a las claras que no han estudiado en la vida y que son unos impostores, porque lo que te van a susurrar al oído es que no hay por qué saber nada, lo que hay que hacer es sentir… Y eso sí que no tiene precedentes en la Historia de la Filosofía Occidental, ni siquiera entre los románticos que escupían sobre la “puta razón” (sic, Johann Georg Hamman). Hoy mismo, 17 de Agosto del s. XXI, en El país, titular que dice “Mindfulness para niños: claves para enseñar a tu hijo a ser feliz”2. Si un niño no es ya feliz sintiéndose querido y cuidado es que el problema eres tú, no una terapia ridícula que al poner el énfasis en el presente conseguirá que suspenda todos los exámenes del porvenir. Bien al contrario: si al niño le llevas a un curso rarito que encima hay que pagar lo que va a sentir es que algo está mal en su vida, ya que sus padres lo ven así. Efecto, pues, “llamada”: como voy a un curso de raritos tendré que ser como los raritos3. Otro ejemplo de hoy mismo, Telva, revista muy leída, para que no se diga que nadie lee: “Arthur Brooks, experto en felicidad de Harvard: “Las personas felices dicen lo que quieren, no lo que sienten”4 Resulta que en Harvard, nada menos que en Harvard, forman a “expertos en felicidad” que dan consejos propios de Belén Esteban, a la que respetamos mucho, pero que nunca estuvo en Harvard. Este Brooks ha ideado una anti-ayuda nueva, a la que llama “metacognición”, pero es que también resulta que los artículos de Telva dedicados a la fórmula de la felicidad se cuentan por miles, y siempre lanzan una propuesta distinta, ninguna de ellas digna del enorme legado de Kant, Hegel o Heidegger, ni siquiera del estoicismo.

Hegel es que es muy abstracto, claro, pero escribió la Fenomenología del Espíritu cuando era un pelagatos sin oficio ni beneficio, y su éxito fue tal que se convirtió enseguida en el primer filósofo de Alemania. Los lectores comprendieron la grandeza de ese libro, y la comprendieron porque nadie les dijo “no seamos abstractos, te lo voy a hacer dulcemente por ser tu primera vez”; no hay dulzura que valga, lo comprendieron porque lo estudiaron, como antes habían estudiado a Kant, Fichte y Schelling. ¿De qué caldera del Infierno ha salido la idea5, tan extendida, de que para entender de resistencia de materiales hay que empollarse cinco años de una ingeniería bien ardua y para ser filósofo basta con poder caminar sin cagarse encima? No lo sé ni me importa, sólo sé eso, que su promotor merece las calderas de Pedro Botero. Desde luego que la Filosofía está al alcance de todos, ya digo que no es especialmente asunto de Cociente Intelectual, lo que pasa es que hay que estudiarla, como la Ingeniería de Caminos o una FP de Electromecánica. Y desde luego que una persona cualquiera que no tenga ni papa de Filosofía puede ser moralmente muy superior a un filósofo, de hecho raras veces los grandes filósofos han sido buenas personas. De modo que no hay motivo para que se sienta usted inferior por no haberse tomado el esfuerzo de leer mil libros, yo tampoco me tomo el esfuerzo de correr por las mañanas y no me quejo. En realidad, esa “nada de nada” que nos venden los impostores actuales de la espiritualidad pija es mucho más abstracta que Hegel, por eso mismo, porque es nada, porque es inaplicable y porque no es más que una vía rápida para que algunos tipos de aspecto frailuno se hagan ricos e influyentes. Como todos los que no son todavía filósofos, sencillamente porque no les vale la pena el esfuerzo, intuyen que hay que despotricar de la aceleración de los tiempos, del amor líquido, de la deshumanización del hombre, del culto a lo material, de la prisa que no nos deja abrazar el instante, de la huida de los valores fundamentales y esas monsergas de toda la vida -esa “medicina para el alma” que decía Nietzsche-, comprarán a todo aquel que les diga eso mismo, o al “médico de alma” que lo haya profesionalizado, como el germanocoreano de moda en la actualidad -pero es que ya lo decía antes Erich Fromm, y antes Tolstói, y antes Savonarola, y un prolijo etcétera. Los demás, me temo, no tienen más que copiarle, pero con tecnicismos nuevos, como “metacognición”… Total, un auténtico festival de eso que el epistemólogo húngaro Imre Lakatos -que era un verdadero pensador, y por eso nadie se acuerda de él-, decía, eso de pero cuán sofisticada puede ser la trivialidad…

“Georg Friedrich Wilhelm Hegel” Schlesinger 1831

A diferencia de eso, del misionerismo en Filosofía, a menudo servido por gente de muy buena voluntad, pero la mayoría de las veces por oportunistas, el viejo Immanuel Kant afirma, de un modo a mi juicio definitivo, en El conflicto de las facultades:

Tiene que existir entre la comunidad de doctos de la universidad una facultad que por lo que se refiere a la enseñanza sea independiente de las órdenes del gobierno, que tenga la libertad de juzgarlo todo, aunque no de dar órdenes, que tenga algo que decir del interés científico, es decir de la verdad, donde la razón tenga el derecho de explicarse en público.

O, en texto justamente célebre, pero célebre si estudias, no si paseas por la Sierra:

Por uso público de la propia razón entiendo aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de los lectores.6

El filósofo en tanto filósofo actúa con la pluma, no con la espada o las performances pedagógicas o políticas. Naturalmente, en tanto persona o en tanto ciudadano puede, y a menudo debe, defender con su fuerza lo que previamente ha elaborado según razón, pero esa no es su función social. Todavía más, ahora en el primer capítulo de la Doctrina Trascendental del Método de la Crítica de la Razón Pura: 

De esta libertad forma parte también la de exponer al juicio público, sin ser por eso acusado de ser un ciudadano revoltoso y peligroso, los propios pensamientos, [y] las propias dudas que uno no puede resolver por sí mismo. Esto reside ya en el derecho originario de la razón humana, la cual no reconoce otro juez que la misma razón humana universal, en la cual cada uno tiene su voz; y como de ésta debe venir toda mejora de la que nuestro estado sea capaz, ese derecho es sagrado, y no puede ser restringido.

(Kant, 2007, Losada, pág. 777)

Nadie duda de que la Filosofía es, como cualquier otro saber, un intento de servir a la vida, pero eso no significa que la vida, en la forma de televidentes o de masa amorfa tenga derecho alguno a reducir a la Filosofía a su Lecho de Procusto, como no se hace -porque sería escandaloso hacerlo- con la Biología Molecular o la Ingeniería Industrial. En ello no se esconde elitismo alguno, puesto que toda área de conocimiento puede ser criticada, está en parte desnuda como el emperador del cuento de Hans Christian Andersen, pero no, por supuesto, desde su afuera absoluto.

“Inmanuel Kant” por Johann Gottlieb Becker (1720-1782)

1 Su inigualable Platón, en Gredos.

2 https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2024-08-17/mindfulness-en-ninos-claves-para-ensenar-a-tu-hijo-a-ser-feliz.html

3 Cuando no perfecta excusa para el vago: “es que no me concentro, Papá, debo ser hiperactivo”. Obviamente, lo que es el chaval o la chavala es “hiperpasivo”, pero ciertos padres actuales son ciegos a algo tan palmario.

4 https://www.telva.com/bienestar/psicologia/2024/08/08/66b4985601a2f1e12b8b456e.html

5 Supongo que en España ese disparate proviene de una fusión entre la Institución Libre de Enseñanza y el catolicismo patrio, por aquello de que la transformación espiritual bebe más de los paseos por la montaña -Krausistas-, o de la predicación al pueblo llano -católicos-, que de meterse en una biblioteca a sencillamente aprender. Así, también desde la Transición se exige al intelectual que conduzca al pueblo, es decir, demagogia..

6 Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? en Kant, I. ¿Qué es la Ilustración? Y otros escritos de ética, política y filosofía de la historia, Aramayo, R. (ed.). Traducción de Roberto Aramayo. Madrid: Alianza

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