Angel Gonzalez: entre dos aguas

El centenario del poeta ovetense Ángel González (Oviedo 1925-Madrid 2008) abre, a mi juicio la necesaria revisión del llamado ¿impropiamente? Grupo poético de los años 50 (GP50) y del papel de A.G. en ese bloque postulado que se desarrolla en las poéticas iniciadas en el medio siglo anterior. Instalado el grupo rastreado en 1978, por Juan García Hortelano, en su meritorio trabajo antológico homónimo, entre las aguas mayores del precedente Realismo Social o Social realismo de la inmediata posguerra –de mano de los  Otero, Celaya, Bousoño, Crémer o Hierro, entre otros vistos ya en la Antología consultada de la Joven Poesía española de 1952–, y entre las aguas menores y festiva de los sucesores consiguientes de los Nueve novísimos poetas españoles (NNPE), con estreno de cuenta de la antología de José María Castellet de 1970. Quien, curiosamente, había publicado anteriormente, en 1962, su trabajo Veinte años de poesía española. Antología 1939-1959, antología revisada en 1966 y presentada ahora como Un cuarto de siglo de poesía española. Que en alguna forma contaría con el desmentido parcial, ocho años más tarde, del trabajo de NNPE y en la afamada entrevista en el semanario Triunfo, La ética de la infidelidad, a propósito de militancias antiguas y crespones modernos y posmodernos. Incluso estas diferencias clasificatorias de grupos, antologías, fundamentos y selecciones, es subrayada por Joaquín Marco en su texto Poesía española siglo XX (1986), cuando contrapone los criterios castelletianos en curso –tanto de 1962 como de 1970: los sociales frente a los modernos–, con la propuesta desplegada después, por José Batlló, editor de El Bardo, colección de Poesía, en sus respectivos trabajos de 1968 Antología de la nueva poesía española, y el de 1974 –posterior ya a NNPE– Poetas españoles poscontemporáneos, que curiosamente mantiene el grueso castelletiano –5 de los 9 antologados por Castellet, incorpora Batlló– con agregaciones fundamentales, como señalaremos luego. Entre estas dos trincheras poéticas, las del Realismo social y las de los Modernos castelletianos –tras el boom desplegado por la estética camp y sus sensibilidades desplegadas, Susan Sontag mediante, en el filo de los 70– quedaría el hueco abierto del GP50, que tendría que esperar algunos años a verificar su propia antología interpretativa. Una curiosidad paradójica, que se antologuen antes a los descendientes que, a los precedentes; antes a los hijos que a los padres. Otro deicidio aparente. Pero así son las cosas, por más que ni los GP50 sean un grupo coherente ni estructurado, de la misma forma que tampoco lo fueron los NNPE; ni éstos fueron hijos en exclusiva de aquellos, por mor de la mera sucesión cronológica de movimientos y grupos. 

Ángel González, Juan Benet y Juan García Hortelano en 1978

De ese tránsito señalado de lo social a lo posmoderno, dicen Jordi Gracia y Domingo Ródenas, en su trabajo Derrota y restitución de la modernidad –que hace el  volúmen 7 de la magna Historia de la literatura española, dirigida por  José Carlos Mainer–(2011): “La salida a escena de voces jóvenes aceleró la obsolescencia de la vieja poética comprometida pero no anuló el talento para la lírica (y la sorna) de los maestros. Ángel  González estaba particularmente bien dotado para zarpar hacia una escritura cada vez más consciente de su condición retórica y lingüística, gracias a la prevención irónica que había ejercicio desde muy pronto”. Donde, junto a ello, señalan lo que aventuran como una ponderación crítica: “que en su poesía había podido parecer en exceso narrativa”. Un exceso de narratividad en tiempos de crisis poética frente a la sutileza de las vías poéticas estilizadas podía suponer un hándicap pese a todo, para una expresión poética consolidada. Tal vez, todo ello, se produjera desde la observación minuciosa de sus trabajos iniciales de 1972, Procedimientos narrativos y de su corroboración en 1976, Muestra de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan, que, a juicio de algunos, supone el peldaño más elevado de esa expresividad poética encabalgada en la urdimbre de la referida narratividad poética que desprende la vida cotidiana; junto a un peso de la mordacidad irónica que otorgan el paso de los años y el  peso de las letras.Todo ello, tal vez sea lo que Joaquín Marco en su trabajo citado de 1986, señala como “Una ironía distanciadora que se va acentuando, al tiempo que penetran en sus versos elementos imaginativos, característicos de su última época”. Como la señalada en la vivisección de los Procedimientos narrativos y en Muestra de algunos

El bloque de los poetas componentes del citado GP50, compuesto según el balance de Juan  García Hortelano por diez autores, aparece encabezado por la antigüedad del nacimiento como marbete distintivo –no por o tras razones aparentes– de Ángel González en 1925 –los siguientes, Caballero Bonald, Costafreda y Valverde, proceden de 1926; de 1928 son Barral y Goytisolo; Gil de Biedma y Valente comparten el nacimiento en 1929; para acabar con Brines de 1932 y cerrarlo con Claudio Rodríguez nacido en 1934–. Es decir que la distancia entre el veterano ovetense González y el poeta juvenil zamorano, Rodríguez, es de nueve años, una década casi; cantidad que siendo inferior a la que separa de hecho a Claudio Rodríguez con los mayores de los NNPE, permite construir una teoría de grupo poético desde la exclusividad de las vicisitudes biográficas. 

Y es que, en NNPE, tanto Vázquez Montalbán como Martínez Sarrión son del año final de la Guerra Civil: 1939; niños últimos de la Guerra Civil, que cierra el juvenil Panero de 1948. Por esas curiosidades de las onomásticas y las celebraciones, el salto –de mayor a menor– en ambos casos antologados es de 9 años, tanto con el GP50, como con NNPE. Como si el tránsito de los 9 años –una década camuflada– fuera el escantillón de medida, que agrupa escrituras en el tiempo y no sé, si en el espacio. Por lo que las razones de los agrupamientos selectivos en grupos, colectivos hermanados, hermanamientos colectivizados y clanes varios no fueran estricta y exclusivamente cronológicas. Una hipótesis prolongada del GP50, podría haber incluido –no ya a los llamados poetas seniors por Castellet, procedentes de 1939, Montalbán, Álvarez y Sarrión– sino a otros nombres –más justamente ubicados en la cronología del GP50, como Gabino Alejandro Carriedo (1923-1981), Carlos Edmundo de Ory (1923-2010) o Ángel Crespo (1923-1995)–. Que, por su desarrollo formal y su talante poético, todos ellos practican una ruptura anticipada de la verificada después por los NNPE –como demostró su paso, en todos ellos por el Postismo primero y segundo–. A ellos podríamos agregar otros nombres afines y próximos –como Antonio Fernández Molina (1927-2005) o José Corredor Matheos (1929)– más acusada, por ello y en este caso, en sus diferencias con sus predecesores: los poetas del realismo social. 

Mientras que la ruptura del GP50 fue matizada, como es lógico, por todo el proceso formativo de la larga posguerra. De todo ello, de todas las agrupaciones surgen las ausencias propias y las ausencias intergeneracionales. De las intergeneracionales –los nacidos ya a lo largo de la tercera década del siglo, podríamos citar los casos reseñables de Eladio Cabañero (1930-2000), Carlos Sahagún (1938-2015) y Félix Grande (1937-2014). Las ausencias propias, como las ya citadas antes en el GP50; y las de NNPE, con los casos como José Miguel Ullán (1944-2009), Jaime Siles (1951), Jenaro Talens (1946)  o José Luís Jover (1946) en NNPE. Pesan de hecho, al margen de las omisiones en la voluntad de los antólogos, las grandes fronteras históricas como delimitaciones nucleares del cambio creativo. Como ocurre con los grandes parteaguas de los puentes en el cauce abierto de los ríos presurosos, dividen las aguas en dos, por más que sean parte del mismo caudal y de aguas originarias, río arriba.

Sergio Fanjul en El País (6 de septiembre 2025) celebraba el centenario del poeta, con atributos severos para González, al llamarlo como “poeta normal”, en una construcción que deja claro su lugar  poético en el caso de otras moralidades, otras coloracioners y de otra sofisticaciones. Así comenta: “El Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 1985, o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 1996, laurearon su carrera ya en el siglo pasado, como el ingreso en la Real Academia en 1997, pero su obra sigue muy vigente”. Obviando la permanencia de lo irónico ligero, frente a la constatación de lo retórico pesado, que el mismo Fanjul reitera como “voz grave”, que es tanto, como decir ‘voz seria’ o incluso pesada. Y ello, a pesar del reconocimiento posterior de que “la poesía de A.G. ha sido una puerta de entrada en la lectura de la poesía, y hasta en su escritura, porque hace parecer sencillo lo complejo”. Puerta de entrada a pesar de “la normalidad” y “la gravedad”. Puerta a las aguas abiertas de la poesía que el parteaguas separa.

Para seguir disfrutando de José Rivero Serrano
1946: dos aniversarios
75 años de la muerte de Manuel Falla
Leer más
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.