“All the things you are”

El paraíso en invierno tiene en la puerta unas cortinas verde oscuro, muy tupidas, muy pesadas, que casi cuesta apartar con las manos antes de vislumbrar una música suave que suena muy al fondo, como un perfume raro y conocido a la vez, como una luz azulada que se desprende desde detrás de una barra con las botellas exquisitamente ordenadas reflejandose en espejos, como el tintineo del hielo en las copas de balón o el de las cucharillas que agitan algunos cócteles.

El paraíso en invierno tiene los labios color cereza y unos guantes plateados muy largos, como las conversaciones que a media voz van tejiendose en sillones muy cómodos: a veces íntimas, a veces describiendo retazos de vidas muy interesantes o largos viajes, a veces recordando derrotas no demasiado amargas.

El paraíso en invierno tiene un encargado que siempre nos encuentra una mesa libre con una pequeña lámpara de tenue luz rojiza; un barman amable que trabajó para Gatsby hace tanto tiempo; amigos que gusta volver a ver y desconocidos con los que no disgusta cruzar una mirada; mujeres fatales que saben escuchar y parejas que bailan como si acabaran de conocerse.

El paraíso en invierno podría contener un mundo entero en las proporciones adecuadas para mantener una tensión que permitiera disfrutar la dulzura de la vida, la luz del lado oscuro, las sombra imprescindible para que la bondad sea auténtica.

El paraíso en invierno cabe en la voz de una chica que canta cualquier noche, en un club secreto de una ciudad grande, entre gente sin edad “All the things you are”, por ejemplo …

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