Comenzar un año es, sobre todo, tener la posibilidad de seguir viviendo la vida, de reinventarla, de jugar con ella de todas las maneras posibles y seguir construyéndola a nuestro gusto, en ese espacio que casi siempre existe y que sólo nos pertenece a nosotros mismos, porque solo de nosotros depende conquistarlo. Por eso merece celebrarse y por eso queremos celebrarlo con todos vosotros.
Sabemos que ahí fuera hace frío y que quizá habrá que luchar otra vez por lo evidente, con la pereza que da y con el riesgo de volver a transitar caminos procelosos que tampoco llevaron a ninguna parte. Por eso, desde aquí nunca vamos a olvidar ese consejo de Julio Cortázar, cuando quería cambiar el mundo y no se fiaba demasiado y recomendaba, para intentarlo, una actitud vital que “cuidara preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría”.
El mundo se derrumba pero éste ha sido un buen año para nosotros. Hyperbole se ha consolidado, ha ganado lectores de los sitios más insospechados y hemos descubierto escritores estupendos que ahora colaboran con nosotros con los más diversos temas que hacen los días más interesantes o los alegran un poco.
A todos, a nuestros lectores, a nuestros colaboradores les deseamos un año lleno de alegría de vivir, la que no tiene que conseguir quitarnos nadie, a pesar de todas las cosas malas, porque solo desde ella puede crearse un mundo que merezca la pena ser vivido.
Así que vayamos “Bajo una pequeña estrella” y disfrutemos con Wislawa Szymborska, de todo lo que tenemos todavía, de todo lo que podemos crear o disfrutar, de todo lo que es esencial y amamos tanto…
Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.
Versión de Abel A. Murcia
Las fotos son de Hugo González Granda