Apoteosis medieval

 

Santo Tomas de Aquino  de Carlo Crivelli
Santo Tomas de Aquino de Carlo Crivelli

 

 

El ojo a través del cual contemplo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me contempla; mi ojo y el ojo de Dios son un sólo ojo, una sola mirada, un solo conocimiento y un solo amor. Sermones de Meister Eckhart

 

La mitad de mis alumnos flipan con las marcianadas de Santo Tomás y la otra mitad me mira  entre el desdén y el cachondeo como pensando qué carajo hago en Bachillerato aprendiendo estas paridas. Sin embargo, creo que hay que convencerles de que tiene cierto sentido insospechado. Al fin y al cabo, el Medioevo es la única época de la historia en que se concibió sin oposición alguna que hay una respuesta definitiva y total al misterio de la existencia. Desde entonces, puesto que su solución pasó de moda por muchas y diversas circunstancias, no tenemos nada ni remotamente parecido. Se puede decir: “Dios: menuda solución...”. Pero era una solución de campeonato. Porque Dios es una respuesta que no permite ninguna pregunta posterior, del estilo “¿Y por qué Dios”, ya que, según Tomás, es Causa Incausada, Presencia Absoluta, Acto Puro, etc.

 

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Desde ese punto de vista, no es tanto que trace un límite censor a la inquisición humana, es que también se puede ver, al contrario, como algo que la satisface plenamente. Dios existe: ya tienes tu explicación que no se deja nada fuera, para qué quieres más. Como además es invisible y no interviene, difícilmente nos puede fallar. Y así es como viven los monjes esos que cantaban gregoriano: con el problema filosófico y existencial totalmente resuelto, por primera y única vez en la historia, como digo. De ahí que no pudieran concebir la naturaleza de la Historia misma: ¿qué cambios podrían producirse, para ellos, en el mundo, si habitan ya en la luz plena? Cualquier transformación futura sólo podría ser a peor. Y el pasado antiguo, aunque brillante culturalmente, está para ellos ya amortizado.

 

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Es como una especie de “Ilustración religiosa”, que no acababa con los males del mundo, pero los justificaba enteramente. Claro que fuera de los monasterios, abadías, universidades, etc., reinaba la miseria, la violencia y la ignorancia, pero también, tal como lo veían, una profunda y temerosa fe. El Renacimiento quiso rechazar la Edad Media como oscura y tenebrosa, y todo eso era sin duda cierto, si lo comparamos con el esplendor greco-latino. Pero después cierto Romanticismo, al que ya le pillaba muy lejos el Tribunal de la Santa Inquisición, volvió a los siglos medievales porque creyeron adivinar justamente eso: frente a las convulsiones del s. XIX, el sueño de esa paz de la incógnita resuelta, de los valores incuestionados y de la garantía trascendente (sobre todo porque ninguno de los románticos, claro, se ponía en el papel de los siervos de la gleba, del herrero o del párroco rural, sino en el de los juglares o caballeros andantes de Chretien de Troyes…)

 

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A partir de la Edad Media, el hombre europeo ha vivido al revés de lo descrito: luchando, o no (siempre hay quién se aprovecha de ellos, y hasta en ese aspecto les encuentra una utilidad), por acabar con los males del mundo, pero sin tener ni idea de cómo explicar su existencia, su sentido. Esta es, en cambio, la famosa Ilustración antropocéntrica que empieza en el Barroco, y que no puede más que indignarse por la necedad humana. Por eso la posición más coherente respecto de esta deriva gradualmente atea es la de Heidegger, una vez más: reconocer definitivamente, no sólo que los hombres no sabemos, que no tenemos respuesta, sino que el ser mismo es en sí ocultamiento irrevocable, no-fundamento, ser tachado. Diciendo eso me parece que Heidegger pone fin al vértigo en que nos ha situado la secularización por culminación y sobreabundancia del propio vértigo.

 

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Así que lo que quería señalar aquí es sólo lo siguiente: pese a la justificada mala fama de los tiempos “de en medio”, esos monjes que cantaban gregoriano en alabanza de Dios (como Dios no puede ser mejorado, únicamente puede ser alabado) incluso levantándose varias veces de noche se sentían como en la azotea del rascacielos de la Realidad, o como en el pináculo más alto de la escalera de la Historia: mirando directamente hacia la Verdad y hacia el Cielo. Y seguramente, por contraste, desde aquel mirador una vida de dudas, peleas y fracasos como la que se ha desarrollado posteriormente en La Tierra se les antojara vacía, nihilista y finalmente horrorosa…

 

07 - 1297 - 99 - La entrega del manto

 

 

 

Las pinturas son de Giotto 

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