He sido un revolucionario sin ira y pretendo ser un conservador sin vileza

Fernando Savater

 

 

Leo en El País, su periódico de referencia, que Savater se siente ya en retirada, que le quedan pocas ganas de nada. Ha cumplido 70 años, y experimentado graves pérdidas personales últimamente. Pero sigue pergeñando vigorosas columnas en el mismo periódico, con su vieja espada de polemista tan bien afilada como siempre. A mí me gusta la obra de Savater, no me incomoda como parece sucederle a tantos. Filosóficamente, resulta obvio que Fernando Savater no es Jacques Derrida, por ejemplo, ni lo pretende. Políticamente, no veo ineluctable que un intelectual tenga forzosamente que pertenecer a Podemos, y en caso contrario se le califique de “intelectual orgánico”. Más orgánico que Savater, desde luego, no se puede ser, eso es indudable, pero el órgano en el que engrana es la democracia española posterior a la Transición, se opine lo que se opine de esta. Y Savater no para de opinar, en su defensa pero también críticamente. Sería absurdo compararle, por poner un caso extremo, a José María Pemán en el periodo franquista. Savater, tal como yo lo veo, es simplemente leal al ambiente en el que ha crecido personalmente y como figura pública, y no hay por qué pedirle que descrea de lo que él mismo ha vivido en primera línea. Pero eso mismo, la denuncia que desde algunos libros se ha cursado contra él por su posición política es posible que también le afecte, y contribuya a su tristeza general. Sin embargo, no es cierto que aquel que rehúsa ser tu aliado sea por ello tu enemigo, y hay que saber ejercer la deportividad también en la política…

 

Fernado Savater y Sara Torres, su mujer, fallecida en 2015

Yo soy lector del Savater apologeta de la literatura de ficción sedicentemente juvenil, que creo que es la faceta que él más disfruta de sí mismo y también de su formación cultural. He leído, entero o por partes, lo menos diez veces La infancia recuperada, y muchos otros ensayos del mismo estilo. Savater no es que viva acomplejado porque no es Derrida, que no le importa demasiado en el fondo, es que ha vivido fascinado por la grandeza de El mundo perdido de Conan Doyle, entre muchos otros. Y es completamente honesto en esta predilección, la cual protege con la fiereza humorística de un Chesterton. Me parece que no se puede reprochar a un filósofo el que le interesen más las estrellas del firmamento que el firmamento de las estrellas, quiero decir, lo valioso eterno que la actualidad pasajera. Desear que Savater sea un politólogo o un periodista sería coartar su libertad y convertirle en un cantamañanas a lo Bernard Henry-Levy en Francia. Si a Savater un día le apetece más escribir sobre Parque Jurásico 6, es un decir, que sobre los embrollos de Puigdemont en Bruselas yo lo comprendo y lo comparto, aunque en realidad a mí los dinosaurios no me dicen nada (demasiado brutos, demasiado reptilianos, todo tamaño y nada de maldad). Para escribir sobre Puigdemont ya hay miles de apasionados de la cosa pública que lo harán bien, no precisamos además del filósofo que juegue a conciencia universal y nos diga lo que debemos pensar a cada momento. Ni siquiera Hegel se metía en ese papel, él que estaba mejor dotado que nadie para hacerlo. No obstante, Savater tercia, interviene a menudo en los asuntos del presente. No ha habido aventura más real en su vida que llevar colgados dos escoltas por su franca oposición al terrorismo vasco, y hasta creo que ha sido lo único en lo que se ha sentido un poco héroe a la altura de los grandes personajes de sus lecturas favoritas.

 

 

Así que me parece que es absurdo pasar por alto a Savater sólo porque él ha hecho siempre lo que ha querido, en vez de intentar arrimarse siempre al sol que más calienta. Intelectuales hay, también en España, que sólo son lo que las circunstancias sociológicas exigen que sean, sin mostrar talento alguno para nada más. Savater tiene ese talento (incluso Gustavo Bueno reconocía de él que escribía bien, no sin cierta envidia), quizá no tanto talento como a él le gustaría, pero es un talento espontáneo suyo, no una copia de nadie considerado por alguna razón superior. Savater tiene muchas admiraciones de calibre –Ciorán, Borges, Voltaire…- que le definen, sería jibarizante reducir su reflexión al best-seller Ética para Amador. Pero a mí me gustan, ya lo he dicho, sus exactas divagaciones sobre Melville, Tolkien o Lovecraft. Intelectuales hay, también en España, que cogen un cuento de Melville y sacan de él un tratado rizomático de alta filosofía. Bien por ellos, pero Savater está a la épica de ese cuento, a lo que ese cuento en concreto aporta para el aprecio más elemental de la vida. Yo también entiendo que la filosofía es otra cosa, pero no dejo de gozar de ciertas alternativas siempre y cuando no se dediquen a amargarnos sin motivo la existencia. Savater, casi siempre, nos la ha alegrado, y ahora es él el que lo pasa mal. Todos lo pasaremos mal, tarde o temprano, ese es parte del encanto de haber nacido. Fernando Savater lo sabe, porque recuerdo haberle leído que la fórmula de la vida (también la que se apoya en las comodidades más básicas) es penar alegremente o alegrase penando, y realmente no cabe decir nada más ni nada mejor. Por supuesto, uno debe conocer la obra de Derrida, pero sin desmerecer desde ahí a nadie. También ese es uno de los secretos de la vida, pues, como dijo Ramón Andrés, la clave de la felicidad es la no-envidia. En resumen, yo espero que Savater se anime, que siga haciendo lo que hacía, y ya veremos si nos gusta o no tanto como lo de antes. Amén.     

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2 Comentarios

  1. says: Ramón González Correales

    Este es un país tan extraño que parece que hay que justificarse, de algún modo, si se defiende a un tipo como Fernando Savater. Quizá si escribiera oscuro o no escribiera tan bien, si negara el “sistema” y el capital a los casi setenta años ( eso sí viviendo en Europa, cerca de la “rive gauche”), si no tratara de llegar a una mayoría y vendiera muchos libros ya muchos años, si se hubiera plegado a la voluntad nacionalista o hubiera lucido camisetas por la libertad de los “pueblos”, quizá entonces hubiera sido adorado por los jóvenes cachorros y sus radicales maestros de las facultades de filosofía.

    No le hubiera sido difícil. Mucha gente ha olvidado que en un tiempo escribía en revistas como “El Viejo Topo” y era un ácrata bastante radical en sus planteamientos, al menos hasta “Panfleto contra el todo”, cuando ya había escrito trece libros e incontables artículos. Eso si, nunca profesó la religión marxista, lo que explica algunas de las enemistades que siempre le han acompañado. Aunque era capaz de escribir artículos como éste, en 1980 en El País, en las que demostraba que tampoco contemporizaba con otras. https://elpais.com/diario/1980/03/21/opinion/322441212_850215.html

    En sus memorias, “Mira por donde”, explica muy bien su evolución y sobre todo lo que supuso enfrentarse a los métodos e ideas del nacionalismo vasco que le forzaron, por coherencia, a comprometerse, en la práctica, con los principios éticos que había venido explicitando en varios libros. Un compromiso no solo de firma de manifiestos a muchos kilómetros de distancia, si no jugándose literalmente la vida con unos pocos, muy pocos, héroes de verdad y llevando escolta más de diez años. Evidentemente esto solo aumentó el despreció y la displicencia de algunos de sus colegas que lo miraban lejanamente, desde Madrid, desde un confortable burladero.

    Durante muchos años he utilizado lo que de la muerte aparecía resumido en su “Diccionario filosófico” para intentar ayudar a algunos pacientes (o a mí mismo) en duelo, para intentar abrirles otras perspectivas que les ayudaran a recuperar la “joie de vivre”,o al menos la serenidad, cuanto antes, asumiendo que las emociones pueden ser también moduladas por una cierta forma de pensar, que dependen también del conocimiento, que no responden solo, de forma automática, con lo que nos va ocurriendo en la vida.

    Por eso me extrañaron aquel artículo ( https://elpais.com/elpais/2017/03/17/opinion/1489754046_890523.html) y algunas entrevistas en las que, tras la muerte de su mujer, sólo acertaba a verbalizar su anhedonía, como si hubiera olvidado y nada le ayudara todo lo que sabía, lo que había pensado a lo largo del tiempo. Sin duda estaba conmocionado experimentado la pérdida del único contrapeso emocional que los poetas dicen que podemos oponer realmente contra la muerte: el amor. “Lo incompatible con la muerte no es vivir (la vida exige la muerte) sino amar: el amor desconoce la fuerza de la muerte, aunque amamos desde la conciencia de nuestra mortalidad y la de lo amado.”, escribía en ese artículo del “Diccionario filosófico”

    Pero lo he visto seguir, diciendo que iba a abandonarlo todo, pero publicando sus artículos cada semana, igual de combativos, opinando libremente, quizá con mucha más conciencia de su soledad y del peso de la biografía en las opiniones, pero sin abandonar del todo algunas aficiones y placeres. Siendo, según sus palabras,un liberal socialdemócrata tranquilo e independiente, lo que más puede irritar en un país como éste.

    Sus amigos dicen, que a pesar de que siempre se ha considerado un pesimista activo, ha tenido la suerte de tener un temperamento inundado por la alegría. Espero que los dioses, en los que no creemos, le ayuden a recuperarla e incluso a encontrar nuevos motivos que consigan que la muerte no triunfe mientras estemos vivos.

  2. says: Óscar S.

    Ya terminada mi carrera, Savater se cambió a mi universidad con los dos escoltas como dos signos de exclamación a sus flancos. Le dieron un despacho en el sótano y allí nos recibió cuando fuimos a pedirle un favor no demasiado comprometido. Fue amable, teniendo en cuenta de que lo que le pedíamos era de nuestro interés privado, envuelto en una vaga intención de difusión de la Filosofía. Luego estuve en una clase suya, que estaba abarrotada. Creo que era el primer día de su curso. Debo decir que no fue gran cosa, no porque a él le faltase brillantez, sino porque no parecía tener nada preparado para ese día. Habló improvisando de algo así como de la dualidad y contraposición Ulises/Ayax en la Ilíada, con cierta riqueza de verbalidad mítica. Poco después, impartió una charla sobre Castoriadis (Savater lee francés y creo que lo habla) que arrancó con una anécdota personal suya bastante divertida. Por lo visto había cometido el error de referirse en el pasado a la revista de Castoriadis como “Socialismo y barbarie”, en vez de “Socialismo o barbarie”, para indignación de las autoridades de la misma…

    Me pareció, en cualquier caso, como fruto de las tres ocasiones, que Savater es más Savater y desde luego más temible por escrito. A mí me gustan los artículos de hípica, la novela epistolar sobre la vida de Voltaire e incluso un monográfico olvidado sobre San Sebastián. Una obrita de teatro que tiene sobre Schopenhauer menos, pero no está mal. La parte de pura ficción no la he leído, pero estoy seguro de que ha disfrutado escribiéndola, dentro de la responsabilidad que ello conlleva. En fin, un poco de todo. Es verdad que Savater ha disfrutado de una posición eminente en esa especie de diseño de un panteón olímpico que forjó la política cultural franquista pero que la sobrevivió y que consistía en un solo nombre y una sola cara para cada especialidad visible (José María Iñigo presentador, Rodriguez de la Fuente naturalista, etc.) Y es verdad que en esa posición de filósofo único debía mucho a Nietzsche, en un primer momento, cuando en España muy pocos habían leído a Nietzsche -y a Spinoza, que Savater leyó en la cárcel- con esa devoción e intensidad. Pero Savater estuvo a la altura de esa asignación y de esas lecturas, con gracia, con combatividad y con gafas de colores.

    “Política para Amador” es un libro realmente sensato, con el que yo coincido en casi todo. La autobiografía tampoco la he leído, pero a mi madre le ha gustado mucho, salacidades incluidas. Hay que estar un poco loco o ser un punto fanático para entender que la filosofía española finaliza en un curilla entrañable como Unamuno, un señorito elocuente como Ortega o un basilisco escolástico como Bueno. Savater ha añadido a todos ellos, y a la historia de la Filosofía en España, un encanto característicamente suyo (de trasfondo mucho más democrático, por cierto, que en los tres mencionados anteriormente) que nos ha acompañado todos estos años y por el que le estamos sinceramente agradecidos. Puesto que esto es lo contrario de una necrológica, no me queda mucho más elogioso que decir…

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